Gracias al tejido de alfombras, las refugiadas afganas en Pakistán encuentran un sustento escaso pero vital

Gracias al tejido de alfombras, las refugiadas afganas en Pakistán encuentran un sustento escaso pero vital

In this photo taken on 16 October 2020, Jumma Gul, right, holds a sickle-like tool while weaving a carpet with her sister-in-law at her home in the Khurasaan refugee camp in Peshawar, Pakistan.

(Mahwish Qayyum)

La sencillez de la casa de Jumma Gul contrasta con la magnitud del viaje que emprendió para llegar hasta el lugar en el que se encuentra hoy en día. Acuclillada frente al telar en la destartalada casa de ladrillos de adobe que comparte con su marido y seis hijos en el campo de refugiados de Khurasan en Peshawar, cerca de la frontera entre Pakistán y Afganistán, Jumma rememora su antigua vida. “Vivir en Afganistán era como vivir bajo la espada de Damocles”, recuerda. Jumma nació pocos años antes de la invasión soviética de Afganistán en 1979; sobrevivió a la brutal guerra que duró nueve años y mató a más de un millón de sus compatriotas afganos; sin embargo, en 1996 sintió que no le quedaba más remedio que abandonar su provincia de Jowzjan para escapar de una vida controlada por los talibanes.

“Todavía recuerdo haber visto cómo ejecutaban a civiles por no cumplir las estrictas normas islámicas”, afirma esta mujer de 45 años. La represión más dura de los talibanes iba dirigida hacia las mujeres y niñas, a las que no permitían trabajar ni asistir a la escuela y a las que obligaban a llevar un burka (una vestimenta que oculta por completo la cara y el cuerpo) cuando salieran a los espacios públicos. “Tuvimos que escapar de nuestro hogar para salvar la vida. Viajamos hasta Pakistán en mulas. Tardamos 22 días en llegar hasta aquí. Pasamos varias noches a cielo abierto y muchos días no teníamos nada que comer”.

Con alrededor de 1,42 millones de refugiados afganos registrados y 800.000 indocumentados en el país, Pakistán cuenta con una de las mayores poblaciones de refugiados del mundo, de los cuales casi la mitad (el 47%) son mujeres y niñas. Como muchos de los que buscaron refugio en Pakistán, Jumma también tuvo que abandonarlo todo. El único activo que trajo consigo fue el secular arte del tejido de alfombras, que hoy en día proporciona un sustento valioso, aunque insuficiente, para numerosas refugiadas afganas.

La cultura afgana suele desaprobar que las mujeres salgan de casa para trabajar, por lo que las refugiadas empezaron a tejer las alfombras en sus hogares. Este tipo de arte no se practicaba en esta zona de Pakistán antes de que llegaran los refugiados. Gracias a él, miles de mujeres han encontrado una salida para intentar abordar el trastorno de estrés postraumático que sufren como resultado de la prolongada guerra y la violencia en Afganistán.

Jumma lleva muchos años tejiendo alfombras en casa. No es una vida fácil, pero le permite complementar los precarios ingresos de su marido como jornalero para ayudar a mantener a su familia. Sin embargo, como no ganan lo suficiente para alquilar una casa fuera del campo de refugiados y no encuentran una vía clara para obtener la ciudadanía paquistaní, la familia de los Gul no puede construirse un hogar ni conseguir documentos nacionales de identidad (aunque hace poco los refugiados afganos han empezado a recibir documentos biométricos de identidad), por lo que siguen viviendo en el campo tras 25 años en Pakistán.

“Trabajo duro de sol a sol y gano 8.000 rupias (42 euros) al mes que comparto con otras dos artesanas”, nos cuenta.

Jumma trabaja con hasta tres mujeres en la misma alfombra; luego, las alfombras las vende un intermediario por 25.000 rupias (135 euros) o más, dependiendo del tamaño. De vez en cuando, su marido intenta vender las alfombras deambulando por las calles de Peshawar con los productos artesanales de su mujer al hombro para intentar atraer a los compradores.

Las alfombras tejidas a mano de Afganistán las elaboran diversos grupos étnicos, pero las de los turkmenos, como Jumma, son muy codiciadas debido a sus exclusivos diseños y a su altísima calidad. Las tejedoras de alfombras suelen trabajar a destajo en casa o en pequeñas unidades que son informales y clandestinas. Los salarios suelen ser muy bajos y las tejedoras trabajan entre 6 y 8 horas al día, seis días a la semana.

Al igual que Jumma, Bibi Zulaikha forma parte de la etnia turkmena afgana y es una refugiada que vive y trabaja como tejedora de alfombras en el campo de refugiados de Khurasan, donde se concentran más de 3.000 refugiados afganos. Para esta madre de nueve hijos que lleva desde 1983 viviendo en Pakistán, el trabajo le ha ayudado a mejorar la situación económica de su familia, así como su propia autoestima.

“Generar ingresos desde casa no solo me ha independizado económicamente, sino que también me ha permitido vivir una vida más digna en mi país receptor”, asegura, haciendo hincapié en el hecho de que para sobrevivir ya no depende por completo de las organizaciones humanitarias. “Gano 1.500 rupias (7,90 euros) por metro cuadrado, pero tardo meses en producir una sola alfombra. Tardo dos meses en tejer una alfombra pequeña por la que saco 5.000 rupias (26 euros). Por una grande gano 10.000 rupias (53 euros)”. A las mujeres solo les pagan una vez hayan acabado la alfombra.

La pandemia y la miseria

La pandemia de la covid-19 ha afectado profundamente a las trabajadoras a domicilio como Jumma y Bibi, cuyos pedidos de alfombras se vieron drásticamente reducidos. Sin trabajo, las tejedoras no ganan nada; sin dinero, no pueden alimentar a sus familias. “Antes de la covid tenía suficientes pedidos, pero ahora apenas puedo llegar a fin de mes”, se lamenta Jumma. “Me preocupa que si la situación no cambia pronto, mi familia se sumirá aún más en la pobreza y me resultará difícil poner un plato de comida en la mesa para mis hijos”.

En un informe de políticas publicado en abril de 2020 y titulado El impacto de la COVID-19 en las mujeres, la ONU advirtió sobre el impacto económico desproporcionado que ha tenido la pandemia en las mujeres de todo el mundo, pues ellas ganan menos y están sobrerrepresentadas en los trabajos precarios e informales. La situación es mucho peor en las economías en vías de desarrollo como Pakistán, donde la amplia mayoría del empleo de las mujeres –el 71,8%– es en la economía informal, con poca protección frente a los despidos, ningún finiquito o bajas por enfermedad o maternidad, ni vacaciones remuneradas, así como un acceso limitado a la protección social.

Ume Laila Azhar es la directora ejecutiva de HomeNet Pakistan, una red de organizaciones que se creó para luchar por unas mejores condiciones laborales para los trabajadores a domicilio del sector informal paquistaní. Según nos cuenta, incluso antes del coronavirus, las tejedoras de alfombras ya tenían unos salarios insuficientes y sufrían unas pésimas condiciones laborales. “Las tejedoras afganas perciben unos ingresos escasos por su trabajo, pero no disponen de otras alternativas”.

Ume pone como ejemplo el caso de varias tejedoras de alfombras, principalmente afganas de la etnia hazara, que trabajan en la ciudad de Quetta al norte de Pakistán y llevan casi seis meses sin recibir sus salarios. “Los encargados están postergando el pago de los salarios y no hay nadie ante quien estas mujeres puedan denunciarles”.

Como casi todas las tejedoras de alfombras tienen contratos laborales informales o verbales, “no existe ningún mecanismo de denuncia ni ninguna organización sindical que luche por sus derechos”. Los sindicatos que existen en el sector no protegen a los trabajadores precarios o informales “y, por tanto, sus denuncias se ignoran”.

Asimismo, Ume subraya que tejer alfombras es un trabajo peligroso debido a los riesgos para la salud asociados al mismo. “Además de la excesiva jornada laboral y las pésimas condiciones de trabajo, las tejedoras de alfombras también están expuestas a enfermedades respiratorias [debido a la inhalación de las fibras de los tejidos], problemas de visión y problemas de espalda por sentarse en una postura incómoda durante largos períodos de tiempo”. Tejer y anudar ininterrumpidamente utilizando herramientas manuales mal diseñadas también provoca que las articulaciones de los dedos se inflamen, así como otros problemas osteomusculares.

Ume destaca que hay que prestar más apoyo a las tejedoras de alfombras y a las organizaciones que luchan por ellas. “Las organizaciones de los derechos de la mujer han dado un paso adelante para apoyar a estas mujeres, pero también necesitan un apoyo continuo”. Además, explica, muchas de las ONG que trabajan directamente con los refugiados afganos se centran en los medios de vida y no tanto en los derechos. Sin embargo, Qaiser Khan Afridi, un portavoz de ACNUR Pakistán, asegura que ambos elementos son importantes: “ACNUR se ha comprometido a garantizar que las mujeres puedan ganarse la vida de un modo seguro y sostenible para cubrir sus necesidades básicas y contribuir a aumentar su dignidad”.

Según explica, este organismo ha impartido cursos certificados de formación profesional a miles de refugiadas a lo largo de las últimas cuatro décadas y entre 2016 y 2020, ACNUR Pakistán formó a más de 4.000 refugiadas en los ámbitos del tejido de alfombras, corte y confección, elaboración de kilims, joyería, bordado y otras artes. “Mediante dichos proyectos, estas mujeres no solo logran ser autosuficientes en Pakistán, sino que también mejoran sus futuras perspectivas económicas cuando regresen a Afganistán”, concluye Qaiser.

Jumma está de acuerdo. “Mis hijos solían llorar de hambre porque no tenía comida para ellos. Ahora puedo contribuir a aumentar el nivel de vida de mi familia”, anuncia con orgullo. “Las mujeres pueden demostrar su valía si les ofrecen las oportunidades y recursos adecuados”.