India en 2019: un banco de pruebas para la democracia, los derechos y la libertad

El presente 2019 será un año decisivo para la democracia. Una tercera parte de la población mundial acudirá a las urnas, ya que Indonesia, India y Nigeria celebran comicios. La amenaza a la democracia va mucho más allá de las noticias falsas, la tecnología o la influencia extranjera.

Lo que está en juego es encontrar líderes que gobiernen en interés de la clase trabajadora, líderes que planten cara a la codicia y la influencia corporativa, líderes que escuchen y que cumplan sus promesas.

En ningún otro lugar resulta más evidente que en la India.

Orgullosa de su democracia, India siempre ha intentado aglutinar su rica diversidad de voces e intereses. El país no sólo tiene la reputación de ser la mayor democracia del mundo, sino que ha demostrado ser una de las más pluralistas y tolerantes, con más de veinte lenguas oficiales y cinco grandes religiones.

Pero en 2019 India podría destacar por el descontento, no por la democracia. En todo el país se está registrando una unidad sin precedentes en oposición a Modi y su Gobierno. Una unidad que surge cuando un Gobierno ataca a los trabajadores y a sus familias, despojándolos de sus ahorros y sus salarios, y amenaza con quitarles la esperanza de que sus hijos y nietos puedan tener una vida mejor.

Por qué los trabajadores indios dicen que el Gobierno de Modi debe irse

Primero fue la desmonetización y la decisión de dejar sin valor, del día a la mañana, los dos billetes de mayor denominación, que equivalían a 7,27 y 14,54 dólares USD (unos 6,35 y 12,7 euros) y que representaban el 86% del dinero en circulación en una economía ampliamente basada en pagos en efectivo, lo que despojó a mucha gente de sus ahorros y dejó a los vendedores ambulantes sin ingresos durante meses.

Luego vino la introducción de un elevado impuesto sobre los bienes y servicios, que añadía hasta un 28% al costo de más de 1.300 productos, incluyendo medicamentos que pueden salvar vidas y 500 servicios.

A ello seguiría un ataque contra los derechos fundamentales en el trabajo, los salarios y la protección social, por medio de propuestas de enmiendas a la legislación laboral que implicarían el retorno del trabajo infantil, una mayor informalidad, salarios de miseria y esclavitud.

Cuando me sumé en la India a los trabajadores de todos los sectores durante las manifestaciones organizadas los días 8 y 9 de enero –agricultores; docentes; trabajadores portuarios, de la banca, la electricidad o los transportes; así como trabajadores informales como vendedores callejeros y taxistas– me sorprendió hasta qué punto destilaban rabia y desesperación.

El impacto de toda una serie de promesas rotas por parte de Modi y su Gobierno resulta palpable. Con más de 200 millones de personas sin empleo y la masiva exclusión de trabajadores jóvenes, la gente está perdiendo la esperanza. En un país donde más de la mitad de la población tiene menos de 25 años, la crisis del empleo ya no es simplemente una bomba que amenaza con estallar, sino una realidad bien presente.

Escuché historias de empleos formales que se informalizaron con la exclusión de los trabajadores de la legislación laboral, en un país donde el 93% de los trabajadores forma parte ya de la economía informal y apenas el 7% tiene un trabajo decente. La amenaza de una economía informal en los ingresos fiscales de un país nos hace preguntarnos: “¿por qué?”.

Constaté la angustia de unos salarios de miseria con los que las familias no consiguen vivir con dignidad y donde se está denegando la demanda de un salario mínimo nacional de apenas 270 USD al mes (236 euros). La evidente amenaza al crecimiento económico que representa el hecho de que los trabajadores no puedan permitirse adquirir bienes y servicios, nos lleva a preguntarnos, de nuevo, “¿por qué?”.

Además está el creciente costo para los agricultores en particular, que obtienen cada vez menos por sus productos, con lo que sus medios de subsistencia se ven amenazados. Sin estos agricultores, que representan la columna vertebral de la India rural, se producirá sin duda una crisis alimentaria.

Pero sobre todo, constaté su miedo, miedo a un futuro donde la destrucción y privatización de los mecanismos existentes de protección social, a pesar de las promesas de cobertura universal, están dejando a la gente sin esperanza alguna. ¿Por qué haría esto un Gobierno a su pueblo y a su economía?

Cuando India, que forma parte del G20 y es uno de los países más poblados del mundo, está destruyendo sistemáticamente protecciones laborales, destruyendo la libertad sindical y hundiendo deliberadamente su mercado de trabajo en la informalidad, imponiendo condiciones de esclavitud, la única pregunta que cabe plantear es “¿por qué?”.

Sencillamente, porque el primer ministro se ha declarado amigo de las corporaciones. Ha dado la espalda a su propio pueblo. Pese a que el Gobierno firmó el Protocolo de la OIT para poner fin a la esclavitud, incluso la perversidad que representa el trabajo infantil vuelve a tolerarse para niños menores de 14 años en empresas familiares.

La codicia corporativa mantiene un control absoluto sobre la India.

El creciente autoritarismo resulta patente cuando un Gobierno propone una ley que en realidad implica que serán las empresas quienes decidan qué sindicatos son legítimos y cuáles no.

Y la comunidad empresarial está encantada con la falta de cumplimiento, cuando en la mayor democracia del mundo las grandes multinacionales pueden despedir a trabajadores por formar sindicatos, además de negarse rotundamente a pagar un salario mínimo con el que sea posible vivir.

Tanto la estabilidad económica como la justicia social están degradándose a manos de un Gobierno que no se preocupa lo más mínimo por las luchas de varias generaciones en la India reclamando sus libertades y derechos democráticos.

Por eso, los trabajadores de la India afirman que el Gobierno de Modi debe irse.