Indonesia lucha contra los plásticos

Indonesia lucha contra los plásticos

Marea de plásticos en Indonesia. Los desperdicios mal gestionados de este material sintético son una preocupación fundamental, no sólo para los gobiernos, sino para la sociedad civil, que trabaja activamente en la resolución de este problema.

(Ana Salvá)

Cada año, ocho millones de toneladas de plástico entran en el océano. Alrededor del 90% de los arrecifes de coral desaparecerá en 2050, el mismo año en el que se estima que el peso de los residuos tóxicos será superior al de todos los peces del planeta, según un informe de 2016 realizado por fundación Ellen MacArthur y el Foro Económico Mundial.

Indonesia es uno de los principales contribuyentes al problema. Este vasto país, de más de 17.000 islas, tiene el dudoso honor de ser uno de los mayores responsables de la contaminación plástica en el mar, solo por detrás de China.

Alrededor de 3,2 millones de toneladas de plástico contaminaban las aguas indonesias en 2010, según una investigación de Jenna Jambeck, publicada en la revista Science en 2015.

En este contexto, a principios del pasado mes de junio, tuvo lugar en la oficina de la Misión Permanente de Indonesia ante la ONU un almuerzo con representantes de 10 países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) en Nueva York para hablar sobre el asunto.

El ministro de Coordinación de Asuntos Marítimos, Luhut Pandjaitan, pidió cooperación para reducir los desechos que, según explicó, “han causado pérdidas de 1.200 millones de dólares (unos 1.072 millones de euros) en los sectores pesquero, marítimo, turístico y en el negocio de seguros”.

La especificidad de Indonesia es que, al ser un país con miles de islas, gran parte de la población vive a lo largo de las principales vías fluviales o cerca del océano. Nicholas Mallos, director del programa Mares sin Basura de la organización Ocean Conservancy, explica a Equal Times que Indonesia también está sujeta a precipitaciones muy fuertes, tifones e inundaciones.

Por lo tanto, además de las fugas voluntarias e involuntarias de individuos o de transportistas de residuos, “cuando ocurren desastres naturales o fuertes oleadas de tormentas”, dice, éstos “exacerban el volumen de desechos plásticos que entran al medio marino”.

Mallos explica que los mares se ahogan en una marea de plástico también como una “consecuencia no deseada del rápido desarrollo”. Con 250 millones de habitantes, Indonesia es además el cuarto país más poblado del planeta, y al igual que ocurre con los consumidores de otras partes del mundo, el aumento de los ingresos económicos de los indonesios va unido al uso de productos que vienen en bolsas, botellas y otros envases de plástico, pero aún no existe una infraestructura adecuada para gestionar todos estos residuos.

Los grandes fragmentos de plástico se convierten en pequeñas piezas de menos de cinco milímetros, los “microplásticos”, por el efecto del sol, que están ahora presentes en prácticamente todos los niveles del ecosistema marino. Estos desechos son perjudiciales no solo para las aves y peces, sino también para nosotros mismos, ya que la cadena alimentaria se contamina.

Pandjaitan concluyó durante la reunión con los representantes de la ASEAN que el problema puede conducir a un “desastre” si no tomamos medidas de forma inmediata. Parte de la imagen dibujada es esta: el desempleo, causa directa de las pérdidas por la contaminación, “puede desencadenar la pobreza; y los problemas sociales [derivados] pueden, eventualmente, llevar al radicalismo y al terrorismo”.

Para abordar la situación, dijo, Indonesia coopera con el Banco Mundial y Dinamarca para llevar a cabo actividades de investigación en 15 localidades de Indonesia para saber de dónde proviene toda la basura. El país asiático también se asoció con Estados Unidos para la investigación de poblaciones de peces que, se sospecha, consumen residuos de plástico.

Los desperdicios mal gestionados de este material sintético son una preocupación fundamental, no sólo para los gobiernos, sino para la sociedad civil que está trabajando activamente para resolver este problema en Indonesia y más allá, según recuerda Mallos.

Por ejemplo, en 2016, el Gobierno impuso durante un periodo de prueba de 6 meses el pago de las bolsas de plástico en 23 ciudades indonesias, y eso tras la presión social derivada de la iniciativa Bye bye plastic bags (Adiós bolsas de plástico) liderada por dos colegialas, Melati e Isabel, de 16 y 14 años, respectivamente.

Estas activistas de la Escuela Verde de la isla de Bali, inspiradas por figuras como Mahatma Gandhi, se preguntaron cómo podían ayudar aun siendo niñas, y fijaron su atención en la prohibición de las bolsas de polietileno en Ruanda en 2008.

Las jóvenes explican a Equal Times que, en algunos lugares, tras la campaña del Gobierno de imponer el pago para las bolsas, su uso se redujo “en casi un 40%”, y continúan presionando para conseguir su completa eliminación. Tuti Hendrawati, directora del programa de Residuos peligrosos del Ministerio de Ambiente y Silvicultura, asegura que el Gobierno replicará esta acción, pero aún no hay una fecha definitiva.

Dejar de utilizar plástico por completo no es fácil. En Indonesia hay una falta de conciencia importante cuando se trata de la basura, a pesar de que se está introduciendo un programa educacional en los planes de estudios. El biólogo Kevin Kumala es otro de los indonesios que ha decidido tomar medidas para cuidar del medio ambiente.

Según nos explica este emprendedor, ya es “demasiado tarde” para cambiar nuestros hábitos y hacer que la gente utilice menos plástico o recicle más”. La única posibilidad, cree, radica en “reemplazar las bolsas fabricadas con petróleo”, que pueden tardar hasta 300 años en biodegradarse.

Kumala encontró una posible solución en el almidón de yuca, una planta endémica en Indonesia, fácil de encontrar en grandes cantidades y que no requiere grandes costos de producción.

En 2014, junto a su socio Daniel Rosenqvist, creó la empresa Avani ECO. Ésta produce, entre otros, envases desechables de caña de azúcar y pajitas para beber hechas a base de almidón de maíz que no dejan residuos tóxicos.

El precio de cada bolsa de yuca es de 0,5 céntimos de dólar (unos 0,4 euros), más del doble de lo que costaría una bolsa de plástico normal, pero la diferencia es que se convierten en compost en menos de 100 días, en contraposición a los cientos de años que necesita una de plástico.

Si aquellas acaban accidentalmente en el mar, dice Kumala, no sólo no perjudican a los peces, sino que se convierten en “comida para ellos”.

Tras la reunión de los líderes de la ASEAN, el ministro Pandjaitan sostuvo que los esfuerzos para reducir los impactos negativos de la contaminación marina en el medio ambiente pueden contribuir al crecimiento económico y servir como un ejemplo concreto de desarrollo sostenible.

Expresó también que espera “un aumento de la cooperación” a nivel regional para “abordar este tema crítico”. Todavía queda mucho por hacer para conseguir el ambicioso objetivo de Indonesia de reducir su contaminación marina en un 70% en 2025.