La angustia de los migrantes en Macedonia

Artículos

Decenas de miles de personas atraviesan cada mes la frontera greco-macedonia con la esperanza de llegar a la Unión Europea.

Se trata de migrantes y refugiados, con frecuencia llegados de Siria o Eritrea, pero también desde Mali, Costa de Marfil, Irak o Afganistán. Macedonia es una de sus etapas en la “ruta de los Balcanes”.

Esta ruta, menos mediática que la mediterránea por su menor mortandad, se está convirtiendo en la más frecuentada, como lo confirmó recientemente la canciller alemana.

Sian Jones, investigadora de Amnistía Internacional, confirma a Equal Times que “el número de migrantes que llegan por Grecia superó, por primera vez, a los que prueban suerte por mar a través de Italia, 61.474 y 61.256 personas respectivamente”.

Como Grecia ya no es capaz de soportar la presión migratoria, la mayoría de las veces, los migrantes continúan su camino a través de Macedonia y Serbia, hacia Hungría, para llegar a Europa occidental.

Así, cuando logran entrar en la zona Schengen, les resulta más fácil llegar a Alemania, Bélgica o Suecia.

Pero, antes de alcanzar a ese punto, migrantes y refugiados deben atravesar una de las etapas más peligrosas de su camino sin lugar a dudas: Macedonia —como señalan un reciente informe de Amnistía Internacional y las organizaciones locales—.

Desde hace poco, Macedonia tiene una nueva ley que por fin permite a los refugiados utilizar los transportes públicos y no les obliga a caminar a lo largo de las vías ferroviarias, con los riesgos que ello comporta de ser atropellados por un tren, secuestrados por redes mafiosas o maltratados por los habitantes locales poco cordiales. Pero han aparecido otros problemas, como la brutalidad policial, señalada por Amnistía.

 

Atravesar Macedonia a toda prisa

Durante la realización de este reportaje Equal Times ha vivido escenas desagradables en este país asolado por la pobreza y convertido, de la noche la mañana, en el principal país de tránsito de la migración.

Como la protagonizada por un hombre de unos 50 años que se cruzó con nosotros mientras entrevistamos a dos migrantes sirios que dormían a la intemperie junto a las vías de la estación de la ciudad de Veles.

“¿Por qué les dan tanta importancia, ustedes los periodistas?”, nos gritó, fuera de sí. “¿Es que creen que no tenemos otros problemas en este país? ¡Que les den!, me importa un rábano que haya guerra en su país. ¿Y quién va a defender mi país?

“Mienten y tienen un montón de dinero, ¡5.000 euros como mínimo!” Les increpa este hombre corpulento, mientras los dos sirios, que no comprenden el idioma, bajan la cabeza. Prefieren pasar desapercibidos mientras atraviesan el país.

Y cuando les preguntan su opinión sobre la población local, sonríen y no se quejan. Sólo quieren que les faciliten la travesía.

¿La policía? “Ningún problema”, nos asegura uno de ellos.

Uno de ellos está decidido a llegar a Bruselas donde ha escuchado decir que “los refugiados son respetados, reciben alimentos y alojamiento y tienen derecho a 860 EUR y un empleo”.

Su compañero de ruta quiere reunirse con su hermano en Alemania y espera volver a dedicarse al comercio, como hacía en Siria.

No obstante, los empleados ferroviarios atestiguan haber visto agresiones policiales con sus propios ojos. Un conductor de tren nos cuenta el caso de un joven sirio que había decidido ir a Grecia.

“Se bajó en Veles y nos pidió que llamáramos a la policía para que le devolvieran a Grecia,” nos contó. “Se instaló en el vestíbulo, al lado del radiador; hacía frío. Cuando llegaron los policías, uno de ellos se le acercó y le propinó una patada en la espalda, sin razón alguna. El joven se puso a llorar. Le pregunté por qué le golpeaba y me respondió que no me entrometiera; entonces se lo llevaron”.

Como nos confirma Mersiha Smailovic, de la ONG macedonia Legis, que ayuda a los migrantes en tránsito, la mayoría temen denunciar los abusos que padecen en Macedonia y sólo hablan una vez sorteada la frontera serbia.

La “madre Teresa” de Macedonia

Otros dan más detalles. Nos cruzamos con un grupo de unos 20 jóvenes, sirios en su mayoría, en el que había cuatro niños y dos mujeres de más edad, exhaustos por el viaje a lo largo de las vías del tren —su único medio de orientarse para llegar a Serbia—.

[Nota del editor: En el momento de la publicación, Macedonia aún no había modificado la férrea ley que impedía a los “inmigrantes ilegales” utilizar los transportes públicos.]

Se detuvieron a la altura de la casa de Lence Zdravkin, la “nueva madre Teresa” de Macedonia, como la llaman por estos lugares. Vive en una casa situada al borde de la vía del tren a Veles junto a su extensa familia.

“El pasado agosto me di cuenta que cada vez pasaban más inmigrantes delante de mi casa, entonces decidí llevarles comida y bebida”.

Cada día, Lence les avista desde su terraza. Permanecimos dos días en su casa y, en efecto, pasan centenares al día.

Para quienes tienen miedo, ella confecciona unos paquetes que deposita sobre el muro que separa su calle de las vías del tren. Paquetes con provisiones fáciles de transportar o no perecederas, como cruasanes, conservas, agua, además de pañuelos húmedos y otros productos de aseo.

Cada día le llegan paquetes desde todo el país, que le envían ciudadanos que quieren ayudar a las personas migrantes, ante la falta de una política del Estado. Recurre a ella incluso ACNUR, la oficina de las Naciones Unidas a cargo de los refugiados. Durante nuestra estancia, ACNUR le trajo folletos informativos en árabe para que los distribuya a quienes se crucen con ella.

Abdullah, un joven sirio de 26 años, acepta hablar con nosotros. Trabajaba como contable en la ciudad de Latakia, y pasó seis meses en prisión por participar en 2011 en una manifestación contra Bashar Al-Assad.

“Se presentaron años después, me confiscaron el portátil, donde encontraron una foto de la manifestación, y me arrestaron”. No quiere que le fotografiemos porque su familia continúa en el país. Quiere llegar a Alemania y traerlos consigo: “¡No los dejaré allí!”, jura.

En el grupo hay algunos niños, de cinco a ocho años. Una niña no deja de sonreír, a pesar de sus zapatos rotos y de las ampollas en sus pies. Abdullah nos dice que es la más motivada de todos, “incluso cuando los adultos estamos hartos, ella nos alienta a continuar”.

“Cada día, cuando reanudamos la marcha, nos dice ‘no se preocupen, yo le he pedido que nos cuide’ y señala al cielo con el dedo”…

 

Nueva ley, nuevos problemas

A pesar de la nueva ley recientemente aprobada en Macedonia, que permite a los migrantes tomar el tren, los migrantes tienen que hacer frente a una nueva dificultad: la “tierra de nadie”, las zonas situadas entre dos fronteras.

La presión migratoria es tal que la policía permite entrar a un número limitado de personas por día, según informan las ONG sobre el terreno, dejando a cientos, si no miles, de migrantes cada día en la zona entre Macedonia y Grecia a la espera de la luz verde para cruzar.

Cientos e incluso miles de migrantes se agolpan allí, a veces durante semanas, bajo el calor sofocante del verano balcánico.

Amnistía también advierte que países como Macedonia deberían revisar su política de asilo y aumentar su tasa de aceptación de demandas. Pero, sobre todo, corresponde a la Unión Europea revisar el "fracaso" de su política migratoria.

Tras anunciarse la construcción de un muro entre Hungría y Serbia, las ONG temen lo peor para Macedonia.

Voislav Stojanovski, del comité macedonio de derechos humanos de Helsinki, advierte: “Con la construcción de un muro húngaro y los intentos franceses para cerrar la frontera con Italia, nos convertiremos en una zona tapón, fuera de la fortaleza Schengen, el número de migrantes aumentará y no tendremos dónde ubicarlos: la crisis humanitaria no ha hecho más que empezar”.

Aunque es un hecho reconocido que las autoridades macedonias deben introducir medidas concretas para afrontar el flujo de refugiados, todos están convencidos de que, a fin de cuentas, el caos balcánico “conviene a los europeos”, afirma Stojanovski.

Porque cuanto más confinados fuera de las fronteras Schengen permanezcan los migrantes, más alejados estarán del tan codiciado Eldorado europeo.

Una tesis apoyada por Sian Jones, quien declara que la UE “externaliza su política de gestión de la migración hacia los Balcanes. Por otra parte, Serbia y Macedonia reciben una cantidad limitada de dinero destinada en gran medida a la gestión de las fronteras en lugar del desarrollo de su política de asilo o refugio.”

Cuando hace más de veinte años estallaron las primeras guerras en Yugoslavia, los países europeos “hicieron posible la protección de los refugiados, todo el mundo recibía por lo menos protección temporal, pero las cosas han cambiado, muchos partidos políticos europeos se adhieren al sentimiento anti-inmigración”, añade Jones.

Los activistas en el terreno, por su parte, expresaron su creciente preocupación por la política migratoria inexistente de las autoridades macedonias, junto con la indiferencia europea.

En este país de democracia frágil, con tendencias autoritarias y una pobreza endémica, nadie excluye totalmente el riesgo de que los espíritus se calienten.

Al igual que la conferencia de La Valeta en noviembre, otra cumbre europea se llevará a cabo este otoño en Budapest, dedicada específicamente a la presión migratoria en los Balcanes.

Una toma de conciencia muy necesaria, visto que la región se está convirtiendo rápidamente en el lugar preferido de tránsito para los inmigrantes procedentes de África y Asia.

 

Este artículo ha sido traducido del inglés.