La crisis de cuidados por la pandemia y cómo llegar a las mujeres más vulnerables

La pandemia de la covid-19 no es solo una crisis sanitaria y económica. También es una crisis de cuidados, que ha tenido un impacto particularmente grande en las mujeres. Sin embargo, no todas las mujeres se han visto afectadas de la misma manera, ni han contado con los mismos apoyos a través de medidas de protección social y acceso a servicios públicos. A diferencia de quienes trabajan en la economía formal, las personas trabajadoras en empleo informal no están protegidas por políticas de baja por enfermedad o por razones familiares remuneradas, ni con prestaciones por desempleo. Con frecuencia, también carecen de la tecnología necesaria y de la posibilidad de trabajar de manera remota, lo cual ha sido clave para que muchas personas trabajadoras de oficina mantuvieran sus medios de subsistencia durante la pandemia. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), alrededor del 90 % de las personas trabajadoras de los países en desarrollo trabajan en la economía informal.

Un estudio realizado en 2020 por Mujeres en Empleo Informal: Globalizando y Organizando (WIEGO, por su siglas en inglés) sobre el impacto de la covid en las personas trabajadoras en empleo informal mostró las experiencias de más de 2000 personas trabajadoras en empleo informal de 11 ciudades en 5 regiones del mundo, que van desde la ciudad de Nueva York, en Estados Unidos, hasta Accra, en Ghana. La encuesta incluyó a personas recicladoras, trabajadoras del hogar, trabajadoras en domicilio y a vendedoras ambulantes. La encuesta revela cómo la pandemia ha repercutido en sus ingresos, salud, seguridad alimentaria, los niveles de deuda de sus hogares y las responsabilidades en materia de cuidados.

El análisis muestra que, en todos los sectores, las mujeres que reportaron un aumento en las responsabilidades de cuidado trabajaron menos días y tuvieron menores ingresos. Por ejemplo, durante el periodo pico del aislamiento social obligatorio en abril de 2020, estas mujeres trabajaron alrededor de un 33% menos días que las demás. Incluso después de que las restricciones se atenuaran, las mujeres con responsabilidades de cuidado solo percibieron alrededor del 50% de lo que percibían antes de la pandemia. Aunque algunos hombres también reportaron un aumento en el trabajo de cuidado no remunerado, el efecto sobre los ingresos de las mujeres fue más grave. Un factor clave detrás de esto fue el “choque del cuidado infantil” provocado por el cierre de las escuelas y guarderías durante la primera ola de la pandemia, lo cual agravó la carga en materia de cuidados.

Las personas trabajadoras de los distintos sectores experimentaron los efectos de la covid-19 de forma diferente.

En general, las mujeres están segregadas en las formas más vulnerables de trabajo informal, tienen ingresos más bajos y dedican más tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado. Estas diferencias de género deben entenderse junto con el tipo de trabajo que realizan, el lugar en el que trabajan y su situación laboral y social.

Por ejemplo, en Nueva Delhi, la capital de India, las personas recicladoras suelen pertenecer a minorías religiosas y castas sociales que se enfrentan a una mayor discriminación, producto de las normas culturales. Están marginadas en las zonas más precarizadas y degradadas, con pocos servicios y apoyo durante la pandemia. Dentro de este grupo ya estigmatizado, las tareas se distribuyen por género: las mujeres clasifican los residuos en el hogar o en pequeños centros de separación, mientras que los hombres suelen encargarse de recolectar los residuos en la vía pública. Durante la pandemia se cerraron los centros de separación y las personas encargadas de estos talleres dejaron de emplear a quienes clasificaban los materiales en estas instalaciones. Además de una mayor carga de cuidados en el hogar, las recicladoras enfrentaron mayores pérdidas de ingresos y una recuperación más lenta que sus homólogos hombres.

Entre las personas vendedoras ambulantes, también fueron las mujeres quienes experimentaron una caída más pronunciada y una recuperación más lenta que sus homólogos hombres. Esto se explica, en parte, por las mayores responsabilidades de cuidado de las mujeres y otras diferencias de género, como los tipos de productos que venden y los roles más endebles que tienen en las cadenas de suministro.

También hubo diferencias en la forma en la que las personas trabajadoras del hogar –principalmente mujeres y, a menudo, migrantes– vivieron la pandemia. En una muestra de 55 personas trabajadoras del hogar en Lima, por ejemplo, las trabajadoras que no vivían en el lugar de trabajo se enfrentaron a un mayor desempleo, mientras que las que sí vivían en el lugar de trabajo quedaron atrapadas en condiciones de trabajo cada vez peores. Como dijo una trabajadora de aquel grupo: “Mi empleador no quiere que venga hasta que termine la pandemia”. En contraste, una trabajadora de este último grupo explicó que “los empleadores han establecido condiciones: si te vas, no vuelves, y si te quedas, no puedes salir de casa”.

“Entender cómo algunas personas trabajadoras hacen frente a sistemas de discriminación superpuestos será clave para dar con medidas de respuesta eficaces contra la covid-19”.

El estudio de WIEGO y una investigación previa respaldada por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá sugieren que enfocarse exclusivamente en un solo aspecto de la desigualdad oculta el alcance real de la pandemia y sus repercusiones desiguales. Las intervenciones de las políticas y programas deben reconocer, como punto de partida, que las experiencias de las personas trabajadoras varían y que varias se enfrentan a múltiples desventajas, como pueden ser su género, sector ocupacional y clase social, entre otros. Si no se adaptan a las diversas necesidades y circunstancias, las respuestas a la crisis de cuidados que implementan políticas idénticas para todos los casos –como las que solo benefician a las personas trabajadoras en empleo formal– corren el riesgo de excluir aún más a quienes se encuentran en las situaciones más desfavorecidas.

Si se pretende que la recuperación de la pandemia favorezca a las trabajadoras en empleo informal, es necesario incluir sus demandas en el diseño e implementación de políticas de cuidado, junto con otras estrategias económicas, para que puedan recuperar sus medios de subsistencia.