La espinosa pero inaplazable elección de los refugiados sirios en Líbano

La espinosa pero inaplazable elección de los refugiados sirios en Líbano

Una madre siria y su hijo esperan en uno de los centros de distribución de ayuda de ACNUR en el Valle de la Bekaa, Líbano.

(Ralph Baydoun)

En la tienda de campaña recién estrenada de los Hamadi, el mutismo reinante esconde una tragedia insoportable. A principios del pasado mes de diciembre, un incendio fortuito acabó con la vida de cinco hijos de esta familia originaria de Homs que vive, desde 2013, en el asentamiento informal de Al Hamasneh, en el valle de la Bekaa (este de Líbano). Un descuido con un hornillo convirtió su antigua morada en pasto de las llamas. El fuego se propagó y en cuestión de minutos quemó unas treinta tiendas, casi la totalidad del campamento. “Huimos de la guerra para salvar a nuestros hijos y ahora están muertos. Ya no esperamos nada de la vida”, lamenta la madre de uno de los pequeños fallecidos.

No es la primera vez que se produce un incendio mortal en los asentamientos de refugiados sirios repartidos por toda la geografía libanesa: las tiendas, fabricadas en madera y cubiertas de lonas y plástico, además de ser un horno en verano y un congelador en invierno, arden con facilidad; los campamentos tienen pésimas condiciones de seguridad y ni siquiera disponen de servicios mínimos como agua corriente, letrinas o alcantarillado.

Por su cercanía con Siria, el Valle de la Bekaa es la región del país donde mayor número de refugiados se concentra: unos 357.000 en la actualidad.

En total, Líbano acoge, según cifras gubernamentales, alrededor de un millón y medio de sirios, de los cuales solo dos tercios son “oficiales” (y esto porque el gobierno libanés pidió a la ONU que dejara de registrar las nuevas llegadas –con el objetivo no logrado de frenar la llegada de nuevos refugiados–, petición que se hizo efectiva en 2015).

El pasado diciembre, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) anunció que por primera vez desde 2014 el número de sirios registrados en el país había bajado del millón. En el último año se han producido “unos pocos miles de retornos” a Siria, explica a Equal Times Lisa Abou Khaled, portavoz de esta agencia en Líbano.

Tras siete años de guerra –con un balance de unos 350.000 muertos–, la derrota técnica del Estado Islámico y las victorias generalizadas del régimen de Bachar el Asad, comienza a vislumbrarse un horizonte posconflicto en el país vecino, pero las razones del regreso no se deben a la incipiente estabilidad de su tierra natal, sino a las condiciones de vida cada vez más insostenibles de su país de acogida.

Una alarmante caída de las ayudas

Observadores, organizaciones humanitarias y los propios refugiados consideran que 2017 ha sido el peor año desde el inicio de la crisis. En abril del año pasado, la ONU hizo un llamamiento casi desesperado a los donantes debido al bajo nivel de los fondos de ayuda a los refugiados en la región. En la conferencia sobre Siria celebrada ese mes en Bruselas se logró un compromiso internacional de 6.000 millones de dólares USD (unos 4.840 millones de euros), pero en octubre, la falta de presupuesto hacía que ACNUR y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) se vieran obligados a suspender ayudas a 220.000 refugiados.

Ambas agencias de la ONU defienden que los fondos simplemente fueron relocalizados en favor de personas en peor situación. “Son los más pobres de entre los pobres los que reciben la subvención; el proceso para establecer la prioridad se rehizo en función de la vulnerabilidad de los beneficiarios”, explica Edward Johnson, portavoz del PMA en Líbano.

Sin embargo, sobre el terreno aumentan las dudas sobre el nuevo reparto. “Al menos 250 personas con distintas minusvalías y necesidades especiales han perdido el dinero”, denuncia Fátima Alhaji, periodista siria residente desde 2013 en Bar Elias (localidad de la Bekaa), quien visita regularmente los campos. Personal humanitario que trabaja con otros asentamientos del país asegura que también se ha privado de ayudas a familias muy necesidas, sin recursos, con cuatro y cinco hijos.

En Líbano, más del 70% de los refugiados sirios viven por debajo del umbral de la pobreza, un 60%, en la extrema pobreza, y hasta un 87% está endeudado, según cifras de la ONU. Pese a esta situación extrema, en 2017 ACNUR solo recibió el 58% de los 464,5 millones solicitados para sus programas en el país, siendo el año en el que más lejos se ha quedado de su objetivo de financiación.

Por su parte, cuando se estudian las peticiones del 3RP (Regional Refugee and Resilience Plan), grupo de trabajo que incluye a ACNUR y a otras agencias de Naciones Unidas, oenegés internacionales y gobiernos de Turquía, Jordania, Líbano, Irak y Egipto, se observa que Líbano sólo obtuvo un 52% de los 2.200 millones requeridos para su respuesta humanitaria.

Las organizaciones humanitarias sienten también la reducción de fondos de forma cada vez más palpable. “Múltiples miembros del LHIF (Lebanon Humanitarian Internacional ONG Forum, plataforma informal que agrupa a más de 40 oenegés internacionales) han expresado una profunda preocupación por la falta de dotaciones, lo que forzará la reducción de servicios esenciales en todo Líbano en 2018”, señala un documento interno al que tuvo acceso este medio, destacando que varias de las organizaciones participantes ya están cerrando oficinas por la insuficiente financiación.

Hartazgo

Con más de un millón y medio de refugiados sirios a los que se suma otro medio millón de palestinos, Líbano, pequeño país de 4,4 millones de habitantes, hace tiempo que agotó su paciencia y sus recursos, ya de por sí escasos antes de que la guerra estallara en el país vecino. El Gobierno líbanés calcula que el conflicto sirio le ha costado 18.000 millones de dólares a su economía.

El ambiente se ve enrarecido y la sociedad se muestra cada vez más beligerante hacia los refugiados. Una encuesta encargada por ACNUR reveló que más del 80% de los libaneses piensa que la presencia siria ha contruibuido a aumentar el crimen y la violencia en el país; más del 90%, que están poniendo presión en recursos como el agua o la electricidad; casi el 75% percibía como desagradable o muy desagradable la idea de casarse con una persona de nacionalidad siria.

Las expulsiones se han acelerado en los últimos meses, especialmente en las localidades cristianas. A mediados de octubre, la muerte a manos de un sirio de Rayya Chidiac, hija de una acaudalada familia en la ciudad de Miziara (norte de Líbano) condujo a la expulsión masiva de la noche a la mañana de cientos de sirios residentes en la zona, sin importar que algunos llevaran viviendo allí años o incluso décadas.

Tras el asesinato de Chidiac, el ayuntamiento de la también norteña ciudad de Bsharreh, impuso a los sirios un toque de queda a partir de las seis de la tarde, y les prohibió reunirse en lugares públicos o alquilar vivienda en la localidad. Unas veces las autoridades locales y otras la policía presionan y expulsan a sirios en distintas partes del país argumentando que éstos trabajan de forma ilegal fuera de los únicos tres sectores permitidos: la agricultura, la construcción y la limpieza.

Las declaraciones oficiales contrarias a la presencia siria llevan tiempo produciéndose, pero en los últimos meses los políticos libaneses han elevado el tono y aprovechan cada foro internacional para dejar clara su postura. “Si Estados Unidos aceptara 120 millones de refugiados mexicanos, su economía colapsaría en dos días”, explicaba en octubre de manera gráfica el ministro de Economía, Raed Khoury, tras una reunión con el Banco Mundial. Por su parte, el presidente Michel Aoun ha repetido hasta la saciedad que Líbano ya no puede hacerse cargo de los sirios y que urge un plan para devolverlos a “zonas seguras”. Además, no hay que olvidar, Líbano celebra elecciones parlamentarias este año (6 de mayo), las primeras desde 2009.

Las organizaciones y agencias humanitarias, empezando por ACNUR, se echan las manos a la cabeza al considerar que en Siria no existen condiciones mínimas de seguridad y han advertido de que no tienen previsto colaborar activamente en una eventual operación de retorno.

Fatima Elhaji explica que está en contacto con personas que han regresado. “Lo hicieron solo porque en Arsal –zona del noreste de Líbano fronteriza con Siria donde se concentra el mayor número de refugiados– la situación era insoportable. Los hombres se sienten amenazados, sobre todo desde lo que ocurrió en verano, pero además, allí no hay trabajo, no hay educación... no hay vida”.

Mientras las autoridades y la población libanesa les enseñan la puerta de salida, muchos refugiados, cansados de las condiciones de vida deplorables, el racismo, la falta de ayudas y la imposibilidad de conseguir permisos de trabajo o de residencia, se preguntan si hay una solución menos mala.

Saben lo que les espera al otro lado de la frontera: un hogar destruido por las bombas, el reclutamiento militar forzoso, la cárcel o la muerte. De momento no hay promesa de futuro en Siria, pero el presente en Libano se vislumbra cada vez más negro.