La huelga en Grecia pone en evidencia a las ‘izquierdas’ griega y europea

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El 4 de febrero de 2016 Grecia se paralizará cuando los trabajadores y trabajadoras tomen las calles para apoyar una huelga general organizada por los sindicatos para protestar contra el desmantelamiento del sistema de seguridad social del país.

Aparte del hecho de que la huelga representa la cumbre de las movilizaciones casi diarias a lo largo de enero, es necesario mencionar dos cosas.

Primero, el término ‘trabajadores’ hace referencia a un grupo de personas de diferentes clases sociales y diferentes generaciones entre las que se incluyen médicos, abogados, ingenieros y granjeros.

Reúne a jóvenes desempleados y jubilados que, a pesar de las promesas del gobierno de Syriza, experimentan reducciones constantes en sus ya escasas pensiones. Además, las pensiones son en muchos casos el único sostén de familias cuyos miembros jóvenes en condiciones de trabajar se están convirtiendo en desempleados de larga duración.

Los antiguos funcionarios, que han realizado contribuciones regulares (sin el ‘privilegio’ de la evasión fiscal) en un acuerdo formal con el Estado, sienten que les están robando.

Es cierto que se les está robando: el Estado, independientemente de quién gobierne, no está respetando su contrato de la seguridad social.

Mientras tanto, los jóvenes afortunados que tienen trabajo descubren que el Estado es poco fiable. No hay garantía de que contribuir a una pensión dará frutos un día.

La huelga general es expresión de la indignación intergeneracional por la economía, que se considera la escena de un robo a plena luz del día. El robo continúa y el gobierno de coalición dirigido por la ‘izquierda’ – o lo que queda de la izquierda, dado el éxodo masivo de miembros del partido Syriza después de que se votara ‘No’ en el referendo de julio de 2015, para votar ‘Sí’ en tan solo una semana – es incapaz de pararlo.

La pregunta es: ¿por qué?

Segundo, la mayoría de los trabajadores que toman las calles esta semana ya lo han hecho antes. Muchas veces.

Hace tan solo un año, en los primeros meses de 2015, los trabajadores de Grecia tomaron las calles para apoyar explícitamente a Syriza, recientemente elegido, y su gobierno en contra de la austeridad. Nunca habíamos experimentado nada parecido.

Ocurrió en un momento en el que Syriza se embarcaba en las desgraciadamente famosas ‘negociaciones’ con los representantes de capital transnacional de la Unión Europea (UE) para oponerse a las políticas económicas catastróficas impuestas a Grecia por la Troika (compuesta por la UE, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo [BCE]).

El 4 de febrero los trabajadores no saldrán a las calles para apoyar al gobierno encabezado por Syriza. Tampoco se oponen colectivamente, pero sin duda se oponen al ataque nefasto a la seguridad social exigido por el ‘Cuarteto’ (la Troika se ha convertido en un cuarteto tras la inclusión del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en las conversaciones sobre la deuda).

La huelga general es parte de esta lucha. La diferencia entre ahora y hace un año es que los trabajadores se sienten el doble de desamparados: la ‘izquierda radical’, a la que algunos trabajadores votaron, no les ha protegido de la arremetida del capital transnacional.

El concepto del fracaso constituye ahora un elemento esencial en la política griega.

 

’Fracaso’ frente a ’derrota’

Cada vez más, se considera que la izquierda representa el fracaso y cada vez más grupos de ciudadanos responden al lema de la campaña electoral de Syriza “la esperanza está en camino” con “sois como el resto; también (nos) habéis fallado”.

¿Cuál es el motivo? ¿Por qué hablan los trabajadores griegos de ‘fracaso’ en lugar de ‘derrota’?

Hablar de derrota podría permitirles apoyar al gobierno de Syriza mientras intenta ‘hacer frente’ a la escala extraordinaria de las pérdidas. Más bien, según las últimas encuestas, Syriza goza de la misma popularidad que Nueva Democracia, el partido de derechas del país que, junto con el partido de centro izquierda PASOK, ha gobernado Grecia durante años hasta el desplome espectacular de su economía en 2010.

Lo que los últimos sondeos indican es que los trabajadores y trabajadoras griegos no están comprometidos con la izquierda.

La izquierda europea y la griega deben aceptar que, en enero de 2015, Syriza no fue elegido como ‘la izquierda radical’ sino como un partido contra la austeridad.

También pueden existir partidos de derechas contra la austeridad. Las políticas contra la austeridad no pertenecen exclusivamente a la izquierda. El propio Syriza lo demostró cuando optó por un gobierno de coalición con un partido nacionalista de derechas, Griegos Independientes/ANEL, en dos ocasiones: en enero y en septiembre de 2015.

Uno puede suponer que la idea estratégica era que una alianza con un partido nacionalista de derechas convencería a la mayoría de los griegos, que no habían votado a la izquierda, de que el gobierno velaría por el interés nacional.

La estrategia ha resultado contraproducente, tanto interna como externamente. En primer lugar, porque el problema se articuló en torno al interés nacional del país en lugar de los intereses del capital global; la respuesta no podía ser una respuesta para crear conciencia contra el capitalismo, sino una que se aferrara al mito de que ‘la nación’ tiene opciones: si un gobierno no defiende el interés nacional, es el turno del gobierno siguiente y el hecho de que sea de izquierdas o de derechas es irrelevante.

Al mismo tiempo, externamente, la estrategia ideológica de Syriza envió el mensaje de que los problemas de Grecia eran exclusivos de Grecia.

Syriza no solo se vio aislada en la mesa de negociaciones, sino también en la conciencia colectiva de la fuerza de trabajo de la UE. Esto se combinó con una campaña mediática feroz en toda la UE que presentaba a Grecia como una excepción: de Polonia a Finlandia, ‘los griegos’ fueron presentados como una nación de mendigos improductivos, vagos y corruptos que viven de los contribuyentes de otros países de la UE.

La campaña de odio obró Milagros y dividió a los trabajadores y trabajadoras de la UE entre ‘los griegos’ y el resto. El BCE y el Eurogrupo probablemente no habrían podido dar su golpe del 12 de julio si no hubieran recibido el apoyo de la campaña mediática contra Grecia, lanzada justo después de que el FMI tomara las riendas del país en 2010.

La izquierda europea no tenía un plan de contraataque a esta campaña y sigue sin tenerlo, no solo en lo que respecta a los trabajadores griegos sino también en relación con cualquier grupo de trabajadores que un día podría ser presentado como ‘la excepción’.

En cierta medida, la búsqueda superficial y guiada por el pánico de parches o cualquier tipo de ‘solución’ por parte de los trabajadores griegos – una fuerza de trabajo que se enfrenta a una proletarización rápida en el mejor de los casos y a una precarización extrema en el peor –está justificada.

Sin embargo, se equivocan al hablar de derrota en lugar de fracaso en relación con la izquierda en el gobierno.

La escisión de Syriza era el resultado deseado de una UE guiada por los intereses del capital global. Sin embargo, solo se podría haber materializado bajo la hegemonía ideológica del fracaso.

El ‘fracaso’ es hegemónico en la medida en que sea aceptado por clases diferentes y adoptado tanto por la derecha como por la izquierda. El ‘fracaso’ se asocia a la ineptitud, no haber hecho lo suficiente, no haberse preparado.

Atribuida al primer gobierno de izquierdas de la UE, la ideología del ‘fracaso’ es peligrosa precisamente porque perpetúa la idea de que el fracaso es específico de Grecia y Syriza, de que otros no pueden fracasar.

Pero lo harán mientras que la propia izquierda esté dividida por discursos nacionales que defiendan los intereses de los griegos, los españoles o los británicos o, por qué no, el ‘pueblo’ catalán o el escocés.

Una huelga general en Grecia no es más que eso, una huelga general en un país ‘excepcional’.

Una huelga general en toda Europa es el futuro que la izquierda debe imaginar.