La industria editorial afgana vuelve a despegar y se da de bruces con la piratería

La industria editorial afgana vuelve a despegar y se da de bruces con la piratería

During the time of the Taliban, there were only two book publishers in the whole of Afghanistan. Today, there are more than 20 in Kabul alone.

(Alamy/Oleksandr Rupeta)

La ubicación geográfica de Afganistán, en la línea divisoria entre oriente y occidente, unida a la diversidad de las culturas, religiones, historia e ideologías políticas que permean este país de Asia central, han configurado su singular relación con la literatura.

El levantamiento comunista que en 1978 sobrevino en este ancestral país de fértil tradición oral, poética y folclórica, se inspiró intensamente en la literatura soviética traducida a las lenguas oficiales pastún y darí (persa afgano o farsi).

Cuando los talibanes se alzaron violentamente con el poder a finales de los noventa destruyeron bibliotecas por todo Afganistán, incluida la Biblioteca Nacional, pero florecieron las escuelas religiosas y la literatura islámica, sobre todo en árabe. Hoy, el Gobierno de Kabul respaldado por occidente, propugna con ímpetu el capitalismo y ha suscitado una copiosa demanda de literatura occidental en inglés.

A pesar de arrastrar una de las tasas de alfabetización más bajas del mundo (de apenas el 31%, según la UNESCO), la industria editorial afgana está en auge. Según un reciente artículo del New York Times, bajo el régimen talibán sólo había dos editoriales en todo el país. En la actualidad hay 22 sólo en Kabul capital, además de 60 librerías registradas.

La velocidad relativamente rápida de Internet y la creciente demanda de conocimientos están propiciando que en Afganistán se escriban, traduzcan y publiquen cada día más libros sobre una amplia gama de temas. Pero las extendidas infracciones de los derechos de autor están socavando el enorme potencial de crecimiento de esta industria.

Muchos de los libros vendidos en Afganistán son versiones baratas y pirateadas de los originales, que suelen dejar con la menor recompensa económica a quienes más han invertido en el bum del libro en Afganistán —los escritores y los editores—.

Desde 2008 Afganistán cuenta con leyes que protegen los derechos de autores, compositores, artistas e investigadores, pero sólo sobre el papel. La aplicación real de estas leyes es mínima, sobre todo por la falta de recursos.

En el antiguo bazar de la ciudad, situado a orillas del río Kabul, encontramos la Kitab Shaar, la "Ciudad del libro", que ofrece una agradable escapada semanal del ajetreo, el bullicio y la tensión de la vida kabulí a escritores noveles y consagrados, y a críticos literarios que animadamente debaten, opinan y comentan los lanzamientos editoriales.

“Hay una vibrante ola de jóvenes, chicos y chicas, con ansias de saber. Anhelan leer y escribir. Pero les están frenando las circunstancias, sobre todo las infracciones de los derechos de autor y las estrecheces económicas", explica a Equal Times Alam Gul Sahar, escritor y poeta pastún, además de ser uno de los fundadores del movimiento literario Adabi Baheer, con sede en Kitab Shaar, vivero de una nueva generación de jóvenes escritores, poetas y críticos literarios afganos en pastún.

Ajmal Aazem, pediatra, director de la mayor editorial afgana —Aazem Publications— y cofundador en 2010 de la primera Asociación de Editores del país, señala en una entrevista con Publishing Perspectives que la piratería supone un enorme obstáculo para la incipiente industria editorial afgana. “Nosotros publicamos los libros respetando las reglas del copyright pero, a los dos o tres días, aparece la versión pirata procedente de Pakistán", lamenta. Hasta hace poco, casi todos los libros vendidos en Afganistán procedían de Pakistán. Incluso hoy se imprimen allí la inmensa mayoría de los libros afganos.

Los escritores extranjeros, también afectados

La onda expansiva de las infracciones de los derechos de autor atraviesa las fronteras del país. Afganistán padece una diáspora de millones de personas que ha llevado a sus escritores e intelectuales a vivir por todo el mundo. Sus anhelos de vender libros en su lengua materna se ven frustrados por las vagas y apenas respetadas leyes de derechos de autor de Afganistán, que propician la corrupción y la manipulación de su arte y su trabajo.

Khosraw Mani es un emergente novelista afgano que vive en Francia y escribe en persa. Lamenta la situación actual y la incapacidad de los editores y escritores de forzar al Gobierno a tomar cartas en el asunto. “Nadie les presta atención; ni siquiera se habla [sobre los problemas] de la publicación de libros en Afganistán. Las editoriales rechazan las críticas, los escritores no alzan la voz por temor a que se tambalee su relación con las editoriales y los lectores son reacios a criticar [la situación actual] porque se han acostumbrado al estado de las cosas", dice a Equal Times.

Mani, inmensamente popular entre los lectores persas, dentro y fuera de Afganistán, explica que tuvo que pagar de su propio bolsillo la publicación de sus primeras cuatro novelas y aún no ha cobrado ningún derecho de autor. Su trabajo más reciente ha sido publicado por una prometedora editorial digital, Nebesht Press, surgida de una exitosa revista literaria.

Los libros de texto y los de literatura infantil son los de mayor circulación en Afganistán, además de los escritos por políticos prominentes y los que abordan temas de actualidad. Por ejemplo, el bestseller Fuego y Furia, del periodista estadounidense Michael Wolff, que nos ofrece una polémica visión entre bastidores de los primeros nueve meses de la presidencia de Donald Trump, ha sido pirateado por múltiples editoriales y está siendo muy popular. Al igual que sucede con Afghan Politics: The Inside Story, las memorias en dos volúmenes de Rangin Dadfar Spanta, exasesor de seguridad nacional afgano.

Pero las editoriales como Aazem no pueden saborear las mieles de estos éxitos. "Los escritores y editores siguen combatiendo estas violaciones de los derechos de autor que están impidiendo que la tendencia a la lectura florezca como debiera".

Hasta la fecha, solo Khaled Hosseini, el autor afgano-estadounidense de los dos bestsellers de mayor difusión comercial internacional, Cometas en el cielo (2003) y Mil soles espléndidos (2007), ha llevado lo que podríamos vagamente llamar "literatura afgana" a un público internacional. Pero para Waheed Siddiqi, crítico literario kabulí, Afganistán tiene muchos escritores que podrían disfrutar de éxito internacional, si se les diera la oportunidad. “Si nuestros escritores noveles se tradujeran al inglés podrían sin dificultad superar [la popularidad de] Khaled Hosseini entre los lectores no afganos", afirma.

Algo imposible en las condiciones actuales, según Ardasher Behnam, un escritor de no ficción especializado en temas como el desarrollo y el Estado de derecho. “Aunque contamos con un sistema legal que regula la propiedad intelectual, seguimos teniendo el problema de su aplicación”. Para él, la incertidumbre económica que genera esta falta de regulación le lleva a una triste conclusión: “Carecemos de una industria editorial apropiada. Lo único que tenemos es el esfuerzo individual de autores, artistas, productores intelectuales y editores”.