La influencia política de los evangélicos crece en América Latina

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En las elecciones del pasado abril, un pastor evangélico, Fabricio Alvarado, estuvo muy cerca de convertirse en presidente de Costa Rica. El alcalde de Rio de Janeiro, Marcelo Crivella, polémico por decir públicamente que “la homosexualidad es un pecado”, pertenece también a una religión pentecostal, como también la exministra y excandidata a la presidencia de Brasil Marina Silva. En Colombia, el plebiscito de 2016 evidenció cómo los mensajes de los evangélicos desde sus púlpitos podían decantar una votación; en México, la alianza con el partido evangélico PES aseguró la victoria a Andrés López Obrador.

Pareciera que estas religiones no sólo crecen por toda América Latina en lo que a número de fieles se refiere, sino que se esfuerzan por incrementar su influencia en la política institucional.

Las diferentes iglesias evangélicas ven crecer su respaldo en las urnas usando la moral conservadora como bandera, es decir, oponiéndose a la legalización del matrimonio homosexual, del aborto y de la marihuana, entre otras cuestiones.

Algunos expertos, como Thomas Wieland, de la obra episcopal alemana Adveniat, han señalado que ese auge de los evangélicos es la respuesta a “la pérdida de credibilidad de la clase política en América Latina: la política es vista como un negocio suyo por la gran masa de la población, y los candidatos evangélicos son vistos como una alternativa, como personas que no van a robar”.

Y eso pese a que la realidad haya demostrado lo contrario en repetidas ocasiones: por ejemplo, Edir Macedo, el líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios, una de las más importantes en Brasil, se ha enfrentado a diferentes acusaciones, como la de haber integrado una red ilegal de adopciones de niños en Portugal.

Macedo es hoy uno de los hombres más ricos y poderosos de Brasil, uno de los países donde el incremento de las iglesias pentecostales ha sido más notorio, sobre todo entre la población pobre.

Según datos oficiales, el 22% de la población de Brasil es evangélica, y este número ha aumentado un 61% entre 2000 y 2012. Una explicación extendida vincula este auge con la capacidad que han tenido las iglesias en atender las carencias de las favelas y periferias. No obstante, Helena Silvestre, que nació en una favela de la periferia paulista y tiene a sus espaldas veinte años de militancia por la vivienda digna –en la actualidad, a través del movimiento Luta Popular–, da otra respuesta: “Las iglesias pentecostales supieron hacerse con el control de radios y canales de televisión en abierto, que son, todavía, el modo en que se informan las mayorías populares”.

Brasil y el imperio televisivo de los evangélicos

En Brasil ya existían iglesias protestantes, pero eran minoritarias. En los 90, llegan las confesiones pentecostales y comienzan a crecer con fuerza: algunas se hacen masivas, como la Iglesia Universal del Reino de Dios, Renascer y Déus é Amor. Fueron adquiriendo empuje económico, apoyándose en una cultura religiosa del ahorro: “Los fieles son sobrios en sus costumbres, no gastan en vicios muy extendidos en las comunidades pobres, como alcohol y cigarrillos, y eso que ahorran lo invierten en la iglesia”, resume Silvestre.

Así, apoyados por una legislación que exonera a las iglesias de pagar impuestos, lograron el músculo financiero suficiente para comprar emisoras de radio y canales de televisión.

Hoy en día, los evangélicos controlan dos de los siete canales de televisión más importantes del país: TV Record y TV Gazeta. “Bom dia e que Deus te abençoe” (Buenos días y que Dios te bendiga), saludan los presentadores de los noticieros en esos canales.

Su posición, afirman los analistas políticos brasileños, será clave para definir las elecciones presidenciales del próximo octubre. Lo sabe bien el diputado conservador Jair Bolsonaro, que se bautizó en el río Jordán, en Israel, para ganarse la simpatía de los creyentes.

Robson Rodovalho, fundador del Ministerio Sara Nossa Terra, ha sintetizado públicamente esa postura como una combinación del “compromiso con el liberalismo de mercado” y “la defensa de los valores conservadores: la familia natural y la posición contraria al aborto”. Las iglesias evangélicas defienden abiertamente valores y políticas asociadas a la derecha del espectro político a través de la llamada ‘bancada evangélica’, es decir, los escaños ocupados por políticos que profesan esa religión. Otros hablan de ‘bancada BBB’, las siglas de Biblia, Bala y Buey: es decir, los parlamentarios asociados a las religiones evangélicas, a militares y policías y a los terratenientes latifundistas, respectivamente. “Todos ellos defienden las mismas políticas, las más retrógradas”, afirma Silvestre.

Colombia y el ‘no’ a la paz

Este fenómeno no se reduce a Brasil, sino que se refleja en otros países de América Latina. En Colombia existen cerca de 6.000 iglesias evangélicas, que siguen diez millones de personas de un total de 48 millones de habitantes: de aquellas, seis millones pueden votar (entre un total de 36 millones de electorado). Esa influencia se evidenció en la votación del plebiscito en torno a los Acuerdos de Paz firmados en La Habana entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en octubre de 2016.

Todos los analistas concluyeron que el posicionamiento de los pastores evangélicos, que desde los púlpitos pidieron el voto negativo, fue decisivo para que ganase el ‘no’ en ese referéndum. El argumento esgrimido por los líderes religiosos fue que los acuerdos estaban teñidos con una “ideología de género”, por incluir aspectos que aludían a cómo el largo conflicto armado interno afectó particularmente a los cuerpos de las mujeres. Las iglesias protestantes también se han manifestado en contra del matrimonio homosexual y contra la igualdad de derechos de la comunidad LGTBI, argumentando que defienden la familia, como institución que salvaguarda los valores más excelsos de la vida social.

Brasil y Colombia no son, en modo alguno, los únicos países de la región donde crece imparable la influencia de las iglesias neopentecostales en la esfera política: algo similar sucede en países como Perú, Chile, Honduras y Guatemala.

En Perú, la influencia de los grupos pentecostales se evidenció en diciembre de 2016, cuando votaron en bloque en las cámaras para censurar al entonces ministro de Educación, Jaime Saavedra, al que acusaron de estar influido por la “ideología de género” por incluir aspectos de igualdad de género en su enfoque de la educación. Como en Colombia, para estos grupos, la perspectiva de género o feminista es tildada de “ideología de género”, mientras que el patriarcado hegemónico lo entienden como el orden natural de las cosas.

En México, la derecha evangélica, agrupada en el Partido Encuentro Social (PES), se alió con el vencedor de los comicios del pasado 1 de julio, Andrés Manuel López Obrador, líder del partido Morena. El PES cayó en una extraña paradoja: ha ganado influencia política –posiblemente formará parte del bloque legislativo de Morena, aportando 55 diputados–, pero perderá su registro y no podrá formar grupo parlamentario propio al no haber obtenido un 3% de los votos en ninguno de los comicios de julio (presidenciales, de diputados y de senadores). Sin embargo, aportó 1,5 millones de votos a la candidatura de López Obrador, quien, considerado candidato de la izquierda, sorprendió a propios y extraños cuando anunció el respaldo del PES, un partido hasta entonces más próximo a la esfera del PRI. Es probable que esa alianza genere contradicciones: mientras López Obrador ha posado en campaña junto a activistas del movimiento LGTBI, el líder del PES, Hugo Eric Flores, ha declarado que el matrimonio homosexual es “una moda”.

El auge de estas iglesias y su creciente importancia no puede desligarse del conservadurismo en temas morales. Un claro ejemplo es el de Fabricio Alvarado, que hizo campaña en las elecciones presidenciales en Costa Rica subrayando su férrea oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la descriminalización del aborto. Hasta aquí, desde luego, pocas diferencias con el posicionamiento tradicional del catolicismo; pero hay algo que siempre diferenció a las iglesias protestantes: la importancia que se le asigna a la propiedad y al éxito material. Eso coloca a las confesiones evangélicas en un espectro ideológico muy cercano al neoliberalismo, con su cultura de la meritocracia, que pareciera dejar obsoleta la tradición católica. Ya lo dijo uno de los padres de la Sociología, Max Weber, a principios del siglo XX: la ética protestante siempre se llevó mejor con el espíritu del capitalismo.

This article has been translated from Spanish.