La larga factura del mal dormir

La larga factura del mal dormir

Beyond the distress suffered by those affected, poor sleep has a heavy social toll. The World Health Organization (WHO) recognises 88 types of sleep disorders, but insomnia is the most common. It is defined as the inability to sleep even when one has the time and conditions required to do so.

(Roberto Martín)
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A menudo se les ve cabecear en el metro, en las sobremesas, delante de un libro, de la televisión, en las pausas de los semáforos. Pelean contra la gravedad que les tira de los párpados, contra el cansancio, el dolor de cabeza, la nube mental. Son más mujeres que hombres, más mayores que jóvenes, más pobres que ricos.

No han dormido lo que deberían y eso les mantiene al día siguiente como intrusos en su propio cuerpo. “El mal dormir es el cristal empañado a través del cual debemos vislumbrar la vida”, escribe el autor David Jiménez en un ensayo del mismo nombre, El mal dormir, y lo cierto es que ese extraño efecto lo padecen más personas de las que uno imagina. Hasta el 45% de la población mundial.

No se trata de una coincidencia planetaria, es según el centro estadounidense para la prevención y control de enfermedades CDC, una epidemia de salud pública que afecta a la mitad de los ciudadanos en Estados Unidos, a más de un 20% en países europeos como Polonia, Francia, Bélgica o Alemania, a al menos el 16% de los ciudadanos en África y Asia. Todos ellos duermen mal.

“Dormir bien implica varias cosas: dormir una duración correcta que abarca entre 7 y 9 horas, pero también dormir en un horario adecuado, no tener despertares frecuentes y que al despertarnos nos encontremos bien”, explica a Equal Times la doctora Ana Fernández, coordinadora del Grupo de Estudio del Sueño de la Sociedad Española de Neurología.

Hay quien se resigna a vivir con esa falta, quien –como escribe David Jiménez– se limita “a cruzar los dedos y esperar que la próxima noche buena llegue pronto”, pero la deuda de sueño tiene un alto coste personal.

Mientras dormimos ocurre un sinfín de procesos complejos a lo largo de todo el organismo. Por eso se sabe que dormir mal afecta al metabolismo, la presión arterial, el sistema inmune y endocrino. Dormir mal aumenta el riesgo de obesidad, la resistencia a la insulina, eleva hasta un 20% la probabilidad de un ataque cardíaco. Por supuesto dormir mal deteriora la salud del cerebro.

“Hoy sabemos que en la fase REM, de sueño profundo, se produce un mejor procesamiento de la memoria y emociones pero sobre todo en la fase anterior, la fase de ondas lentas, se produce un periodo de lavado de sustancias tóxicas, se eliminan proteínas nocivas a largo plazo como la proteína amiloide que es la que se acumula en la enfermedad del Alzheimer”. El mal dormir es mucho más que la angustia de quien lo padece, es una larga hipoteca social.

¿Quién nos roba el sueño?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce 88 tipos de trastornos del sueño, si bien el insomnio es el más frecuente. Se define como la imposibilidad de dormir aun teniendo el tiempo y las condiciones para hacerlo.

Puede ocurrir por razones genéticas o fisiológicas –enfermedades, problemas hormonales, respiratorios–, aunque en muchos casos tiene que ver más con la dificultad para parar el torbellino mental. “Para dormir necesitamos estar relajados y las personas con insomnio se encuentran en un estado de hiperalerta, les es difícil desconectar”, cuenta la doctora Fernández.

Suele desencadenarse a raíz de una situación estresante: una separación, un problema laboral, un duelo, un acontecimiento inesperado –la pandemia de covid-19, por ejemplo, disparó este problema, el fenómeno fue conocido como coronasomnia–. También hay factores que predisponen, como ser mujer –se relaciona con el estrés derivado de la doble jornada laboral y familiar–, ser mayor o tener problemas de salud mental como la depresión o la ansiedad. Estas últimas tienen hasta tres veces más probabilidad de padecer insomnio.

Aparte, como señala la cronobióloga María Ángeles Bonmatí, existen otros factores que nos roban el sueño. “La luz es un sincronizador necesario para la puesta en hora del reloj biológico. Es fundamental que nos expongamos a luz natural durante el día, pero también que tengamos oscuridad en la noche”, recuerda y en muchos lugares eso no es posible a causa de la contaminación lumínica. Otro de los factores es el ruido. Según un estudio del Instituto de Salud Global, 60 millones de personas en Europa soportan niveles de ruido (de tráfico) superiores a lo recomendado por la OMS. “Hay mucha gente que no tiene problemas fisiológicos de base, a lo mejor solo necesita que su Ayuntamiento se ocupe de crear un entorno propicio para dormir”.

No obstante, demasiadas veces el sueño nos lo robamos nosotros mismos. “El mayor problema que tenemos es que no nos damos la oportunidad de dormir lo que necesitamos. La falta de tiempo y conciliación hace que no le quitemos tiempo a muchas cosas, pero sí al sueño”, apunta la neuróloga Ana Fernández.

Hablamos de malos hábitos como el abuso del móvil. “Está demostrado que los dispositivos retrasan el inicio del sueño. Sobre todo porque el móvil nos activa mentalmente cuando necesitamos justo lo contrario”, explica María Ángeles Bonmatí. “Lo vemos en adolescentes. Muchos influencers están publicando en redes sociales a horas intempestivas, eso arrastra a muchos jóvenes”.

Recientemente se investiga también el impacto de las plataformas audiovisuales. Una investigación de las universidades de Michigan y Lovaina alertaba ya en 2017 sobre la peor calidad del sueño de los llamados “espectadores compulsivos”.

Sea como sea, retrasar la hora de dormir acaba pasando factura e incluso puede convertir un insomnio temporal en uno crónico, como padece el 10% de la población. “Cuando uno duerme mal, vive mal”, advierte el psicólogo clínico José Antonio Portellano. “Cambiar voluntariamente los ritmos circadianos va acumulando un déficit de sueño que se traduce en problemas de irascibilidad, cambios de humor, problemas de atención sostenida. Es lo primero que falla cuando no dormimos lo suficiente, cometemos más errores”.

Trabajadores somnolientos

El 69% de los trabajadores –advierte la organización norteamericana NSC– acude cansado a trabajar. La somnolencia se da sobre todo en trabajadores a turnos o en turnos de noche: personal de fábricas, aviación, transporte, sector sanitario. El propio trabajo altera su patrón de sueño e incluso aumenta su vulnerabilidad ante enfermedades como el cáncer.

“Cuando estás de mañana te levantas a las 6, el día que estás de tarde a las 10, si estás de noche te pasas toda la noche sin dormir. Supone tal alteración que al organismo lo vuelves loco”, cuenta María José García, portavoz del sindicato de enfermería SATSE. “Lo peor es que al día siguiente tienes que estar bien despierta, los pacientes necesitan el máximo de nuestra atención y capacidad”.

Los trabajadores a turnos son la mayoría, pero no los únicos somnolientos. Como alerta José de las Morenas, coordinador de Salud Laboral del sindicato UGT, “alteraciones de sueño hay en general, lo vemos por el aumento del uso de fármacos, la gente va dopada a trabajar”.

Lo confirman las estadísticas, en el caso de España el consumo de tranquilizantes y ansiolíticos no ha dejado de crecer en la última década. De consumirse 83 dosis diarias por cada mil habitantes a 93. Muchas veces por causas vinculadas al trabajo: estrés, precariedad, jornadas agotadoras, inseguridad laboral.

Como las mujeres, los mayores y las personas con enfermedades mentales, los trabajadores pobres y pluriempleados son igualmente candidatos a dormir peor y a despertar peor y a cometer más errores, sufrir más lesiones. Diversos estudios aseguran que el 13% de las lesiones laborales están relacionadas con el mal dormir o que éste multiplica por siete la probabilidad de sufrir un accidente de tráfico.

“Habría que empezar a estudiar cómo planteamos los trastornos de sueño dentro de la prevención laboral”, cuenta Marcial Benítez de la Unión Progresista de Inspectores de Trabajo. El problema –explica– es que la evaluación de este tipo de riesgos psicosociales “todavía está en fase inicial”, no hay datos, ni protocolos, “trastornos como la depresión o el insomnio crónico no se reconocen aún como enfermedad profesional o accidente de trabajo”. De momento, lo que sí reclama hasta la propia OIT es un mayor cuidado a los trabajadores a turnos. “No se puede tener a gente haciendo turnos con edades avanzadas”, defiende De las Morenas, “habría que limitar la exposición a esos horarios a trabajadores de más de 55 años o a colectivos sensibles como trabajadoras gestantes”.

Una sociedad en alerta

En 2013 el crítico Jonathan Crary comparaba el descanso en la sociedad actual con el sleep mode –modo reposo– de los aparatos electrónicos. Un estado de reposo pero siempre alerta, siempre con un botón rojo encendido. Fruto de un ritmo vertiginoso que nos impide parar. Un diagnóstico que comparten los especialistas del sueño.

“Conciliar el sueño no es algo activo, es un estado de relajación que nos permite dejarnos ir, pero este ritmo de vida nos pide todo lo contrario, estar siempre en alerta. Nos vemos sometidos todo el día a tal cantidad de estímulos que el único momento en que nos dedicamos a pensar es cuando vamos a la cama”, señala la cronobióloga María Ángeles Bonmatí.

Esta sociedad hiperestimulada de hoy crea situaciones paradójicas. Por un lado, personas que conviven con el mal dormir, lo asumen como inevitable y ni siquiera acuden a un especialista; por otro, personas que viven obsesionadas con dormir bien, que cronometran con sus pulseras inteligentes las horas que duermen cada día, lo cual acaba por generarles más ansiedad.

“La gente quiere soluciones ultrarrápidas, por eso recurre a los psicofármacos, es la solución más cómoda”, explica el psicólogo clínico José Antonio Portellano, pero el sueño –insiste– “no funciona así”.

Como recuerda Portellano, la fórmula más útil, aunque no la más instantánea, sería contar con psicólogos suficientes que enseñen a incorporar mejores hábitos: “aprender a regular horarios, evitar ruidos y luminosidad, identificar los pensamientos negativos que impiden dormir”. Dejar de vivir a crédito confiados en que el sueño perdido o robado se recuperará más adelante. “El cerebro necesita un riego por goteo, necesita dormir cada día. Acumular horas de sueño el fin de semana para contrarrestar el no haber dormido de lunes a viernes no compensa. Es como si solo comieras bien un par de días por semana”. Eso no es dormir bien, alerta el psicólogo, eso “es sueño basura”.

This article has been translated from Spanish.