La lenta pero imparable transformación social en Irán y Arabia Saudí

La lenta pero imparable transformación social en Irán y Arabia Saudí

Las nuevas generaciones del reino wahabita, que con frecuencia hacen parte de sus estudios en el extranjero y utilizan internet con asiduidad (Arabia Saudí es uno de los países del mundo con mayor penetración de las redes sociales), ahora quieren vivir en un país más abierto y moderno. Imagen de 2010, Jeddah, Arabia Saudí.

(AP/Hassan Ammar, File)

“Estudié Literatura inglesa y trabajo como traductora freelance. Estoy soltera y vivo fuera de casa de mis padres, con otra chica, en un piso compartido. Soy una mujer joven tratando de llevar una vida independiente”, se autodefine para Equal Times Zahra Roshanaie, de 23 años, originaria de Teherán.

“Estoy en tercer año de Psicología. Me gustaría terminar mis estudios fuera, y acabar trabajando en un hospital o una clínica. Pronto me inscribiré para sacarme el carnet de conducir. ¡Es muy emocionante!”, se entusiasma Maria Saleema (nombre modificado por motivos de seguridad), saudí de 21 años de la ciudad oriental de Jedda.

Zahra y Maria no se conocen. Son ciudadanas de dos países enfrentados, potencias regionales y máximos exponentes del islam rigorista (uno chií, el otro suní), y ambas representan el imparable cambio que se está produciendo en sus respectivas sociedades, donde la tradición islámica aplicada a la fuerza oprime desde hace décadas a la población, muy especialmente la femenina.

Durante décadas, Irán y Arabia Saudí se han posicionado como dos de los países más conservadores y herméticos de Oriente Medio. El uno, bajo el mando de los ayatolás desde que la revolución islámica de 1979 derrocara al prooccidental sah de Persia; el otro, bajo el puño de hierro de la familia Saud, máximo baluarte del wahabismo, una de las versiones más estrictas del sunismo. En los últimos años, sin embargo, una ola de modernidad ha empezado a agrietar el muro que aislaba ambos países, algo que está proporcionando mayores derechos para la ciudadanía. La relajación en el uso del velo obligatorio en Irán, la apertura por primera vez en décadas de cines y óperas en Arabia Saudí, una menor segregación por sexos, y una mayor presencia de las mujeres en el espacio público son algunas de sus muestras más visibles.

“No me gusta hablar de aperturismo, porque realmente no ha sucedido. O al menos de momento solo es superficial”, matiza Ángeles Espinosa, veterana corresponsal en Oriente Medio del diario español El País, que estuvo afincada más de un lustro en Irán y viaja regularmente a Arabia Saudí.

Recuerda que en Irán las leyes no han cambiado sustancialmente, y es la sociedad la que ha modificado sus costumbres obligando a las autoridades a hacer la vista gorda, mientras que, en el caso de Arabia Saudí, las reformas vienen impuestas desde arriba y responden antes a un intento de diversificar la economía que a una intención real de apertura. Pero “es cierto que en ambas sociedades se está produciendo una importante transformación”, admite la experta.

Factores como el mayor nivel educativo de las clases medias, dinámicas económicas cambiantes que están forzando un nuevo modelo productivo más abierto al exterior, o la juventud de sus respectivas poblaciones han hecho inevitable la remodelación de estructuras pasadas. Por otra parte, la conectividad ha permitido a las nuevas generaciones saber lo que ocurre en el resto del mundo, alimentando sus aspiraciones de mayor libertad individual.

Si la llegada de las televisiones satélite a la región conformada por Oriente Medio y Magreb facilitó por primera vez el acceso a una información más plural –no solo para los jóvenes, también para los estratos más humildes o las personas mayores–, la generalización en el uso de internet y la explosión del uso de las redes sociales están favoreciendo una mentalidad más crítica y deseos de modernidad. “Aunque han intentado controlar el cambio social, las autoridades se han visto desbordadas por él”, asegura Espinosa.

Irán, una sociedad que avanza más rápido que sus dirigentes

En el cuadragésimo aniversario de la revolución islámica en Irán, que impuso la aplicación de estrictos códigos religiosos en cada aspecto de la vida pública y privada de la república, la mutación de los usos y costumbres es visible en la vida diaria de los iraníes. En la capital, Teherán, y en otras grandes ciudades del país, se multiplican los cafés y espacios culturales, muchos de ellos mixtos.

Los velos negros que el imaginario occidental identificaba inevitablemente con el país chií han dado paso a una revolución del color: las mujeres, jóvenes y de edad más avanzada, emplean coloridos pañuelos estampados que se colocan a la altura de la coronilla mostrando buena parte del cabello; bajo las amplias casacas que deben cubrir sus formas, pueden entreverse vaqueros o prendas ajustadas. Desde que el año pasado un grupo de mujeres iniciara una campaña contra la imposición del hiyab (‘velo’, en árabe) quitándoselo en plena calle o colgando en internet fotos a cabeza descubierta, incluso puede verse a algunas (de momento pocas, eso sí), luciendo la melena al viento por las calles de la capital.

El Irán actual es un país enganchado a las redes sociales, con 40 millones de usuarios (la mitad de la población) activos en el servicio de mensajería encriptada Telegram y 30 millones en la red social de fotografía Instagram. Pese a que Twitter está prohibido, no son pocos los diputados que tienen su propia cuenta en esta plataforma de microblogs. El bloqueo de aplicaciones y sitios informativos en línea es esquivado con facilidad gracias a las VPN (redes privadas que permiten una conexión segura). La llegada de la tecnología 4G y la apertura del mercado a nuevos proveedores, impulsada por el actual presidente Hasan Rohani, ha abaratado los precios, lo que ha traído como consecuencia un uso creciente de las nuevas tecnologías.

“Las redes sociales están teniendo un gran impacto en la gente”, opina la joven Zahra Roshanaie. “Cuando algo no aparece en la televisión oficial, lo buscas en Instagram, porque estos días todo pasa por ahí. Se comenta y se critica. Y también están ayudando a educar, por ejemplo, sobre los derechos de las mujeres. La gente es más abierta que antes”, asegura.

Tras la fuerte represión sufrida durante la revolución verde en 2009 (las masivas protestas originadas en oposición al presunto pucherazo electoral contra el reformista Mir Museví), el movimiento proderechos civiles se ha reconstruido de una forma distinta y más masiva. “Ahora el foco se centra en modificar las normas sociales, antes que en exigir mayor democracia o cambios políticos de calado”, explica Tara Sepehri, investigadora especializada en Irán de la organización de derechos humanos Human Rights Watch. Como resultado, “a sus demandas [las del movimiento pro derechos civiles] se ha sumado una clase media urbana, con estudios, no necesariamente activista, que está presionando para que se produzcan avances”.

La población sufre al mismo tiempo las restricciones religiosas y la pésima situación económica que actualmente atraviesa el país, agravada por las sanciones impuestas por Estados Unidos y la creciente presión ejercida por la Casa Blanca. La economía iraní podría contraerse hasta un 6% este año, la peor cifra desde 2012, según estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Una inflación por las nubes y la depreciación continua del rial ponen a prueba el poder adquisitivo de las clases medias y bajas. En ese contexto, las autoridades tienen otras tuercas que apretar: “Estamos demasiado hartos de sus normas y de la mala situación económica. Así que nos dan algo de libertad, porque saben que un poco más de presión haría que la gente explotara”, opina la joven Zahra.

Prueba de ello es la mayor permisividad de la policía religiosa, que pone cada vez menos impedimentos a la interacción entre ambos sexos; el alcohol, oficialmente vetado en el país, es fácilmente adquirible en el mercado negro y mucha gente lo consume en casa o en eventos sociales como fiestas matrimoniales. Y aunque las leyes de familia siguen discriminando fuertemente a las mujeres respecto a los hombres, cada vez es más frecuente que las parejas añadan cláusulas a los contratos matrimoniales para garantizar los mismos derechos para ambos cónyuges en temas como el divorcio y la custodia parental; o eliminando prerrogativas como el permiso marital que necesitan las mujeres para viajar fuera del país. “Se trata de contratos privados, por lo que el gobierno no puede impedirlos”, destaca Sehperi.

Y es que, pese a que las leyes y el discurso oficial apenas han variado en las últimas cuatro décadas, las nuevas generaciones, cada vez más educadas y conectadas con el mundo exterior, exigen mayor libertad de elección, y al régimen no le queda otra que adaptarse a la nueva realidad social. “De todas formas, no pueden pararnos: somos demasiados”, sentencia Zahra.

Arabia Saudí, el cambio desde arriba

Los aires de cambio que se respiran en Arabia Saudí soplan desde una dirección distinta. El ambicioso programa Vision 2030, proyecto personal del príncipe heredero Mohamed Bin Salman, persigue modernizar a marchas forzadas la economía saudita apostando por la innovación, la digitalización y la inteligencia artificial. El objetivo es dar mayor peso a sectores como el turismo (más allá del puramente religioso) o la industria del entretenimiento no solo para impulsar el consumo interno sino para atraer a turistas e inversores internacionales. En este contexto, el reino wahabita ha permitido por primera vez la apertura de cines y óperas o la celebración de conciertos y otros eventos culturales.

Sin embargo, el cambio más importante se está produciendo en el ámbito de los derechos de las mujeres. El que era uno de los países más misóginos del mundo, ha empezado a abrir el acceso de la población femenina a nuevas profesiones, y cargos de peso empiezan a tener nombre de mujer, como Reema bin Bandar al Saud, recientemente elegida embajadora saudí en Estados Unidos, o Sarah Al Suhaimi, presidenta de la Bolsa desde 2017. No obstante, el avance más simbólico ha sido la ley aprobada en junio del año pasado que permite a las mujeres conducir.

“Las autoridades no son tontas: saben que el tiempo del petróleo está contado y que en unos años las energías renovables dejarán obsoleta su principal fuente de ingresos. Por eso necesitan un nuevo modelo en el que las mujeres participen de la economía. Y para ello, deben poder conducir”, opina la corresponsal y autora de El Reino del Desierto: Arabia Saudí frente a sus contradicciones.

El príncipe heredero aboga asimismo por un Islam más moderado, toda una primicia en el país. Cada vez es más frecuente ver a hombres y mujeres interactuando en lugares donde antes se imponía una estricta separación por sexos, como oficinas o centros comerciales. Recientemente, el dirigente sorprendió en una entrevista afirmando que el velo no debía ser obligatorio.

Con una población en la que el 70% tiene menos de 30 años, MBS –él mismo en la treintena–, está ganando adeptos a marchas forzadas. Las nuevas generaciones, que con frecuencia hacen parte de sus estudios en el extranjero y utilizan internet con asiduidad (Arabia Saudí es uno de los países del mundo con mayor penetración de las redes sociales) ahora quieren vivir en un país más abierto y moderno.

Pero no es oro todo lo que reluce y muchos consideran las recientes reformas un lavado de cara puramente cosmético en lo que respecta a los derechos de la mujer. En el país sigue rigiendo el sistema de tutela masculina que infantiliza a las mujeres de por vida al requerir la autorización de un hombre de su familia (padre, hermano o marido) para viajar, trabajar, abrir una cuenta en el banco o incluso salir de la cárcel.

Prueba de lo opresivo del sistema es la huida desesperada de cientos de jóvenes del país cada año tratando de recuperar la libertad. Pese a la reciente autorización de conducir, decenas de activistas feministas siguen en prisión por reclamar precisamente ese derecho (antes de la apertura). Y, en general, la situación de los derechos humanos en el país es atroz, según denuncian las ONG, con miles de opositores en prisión y un número de ejecuciones de pena de muerte de las más elevadas del mundo. El caso del asesinato del periodista opositor Jamal Khashoggi, con su fuerte impacto mediático, supuso un recordatorio de la cara más oscura del régimen wahabita.

“Los derechos que nos han dado están bien, pero también queremos libertad para hablar de política. Aquí no se respetan los derechos humanos: si hablamos, nos llevan a prisión”, denuncia Saleema. Como parte de la minoría chií del país, lo ha vivido en carne propia: su padre fue encarcelado y condenado a pena de muerte acusado de espiar para Irán (posteriormente a esta entrevista, el pasado 23 de abril, nos confirmaron que el padre de Saleema había sido ejecutado junto a otros treinta y seis hombres –la mayoría chiíes– por las autoridades de Arabia Saudí). Las minorías del país, chiitas o sufís (doctrina mística del islam) siguen siendo sido fuertemente reprimidas por el régimen. “Hay quienes apuntan que MBS desea una apertura a la china: solo en el plano económico, mientras mantiene controlado el político”, conjetura la especialista Espinosa.

Esta táctica de dar una de cal y otra de arena también se aplica en Irán, donde las autoridades conjugan una mayor laxitud respecto a las normas sociales con la represión del movimiento feminista o del movimiento sindicalista. En 2018, 7.000 personas, entre estudiantes, activistas, miembros de minorías o periodistas, fueron detenidos, una treintena, ajusticiados, y centenares condenados a duras penas de cárcel.

Lo que es evidente es que, en ambos países, las mujeres y los jóvenes se han convertido en los principales motores del cambio. “En estos sistemas extremadamente autoritarios, patriarcales y jerárquicos son ellas las que más tienen que perder con el inmovilismo político-religioso”, afirma Espinosa, quien considera que “independientemente de los acontecimientos económico-políticos que se produzcan en los años a venir, el progreso es una realidad para la que no hay marcha atrás”.