La lucha para proteger una de las últimas playas sin hormigón que quedan en Japón

La lucha para proteger una de las últimas playas sin hormigón que quedan en Japón

Katoku Beach is one of the last remaining beaches in Japan without concrete structures. Since 2014, the local community and Japanese environmentalists have been fighting to keep it that way.

(Jean-Marc Takaki)

Si los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 hubiesen comenzado su andadura (pospuestos ahora para 2021), las playas japonesas, que son poco conocidas internacionalmente, estarían en el punto de mira. El surf iba a debutar como uno de los cinco deportes olímpicos que han venido a sumarse a los juegos de verano, y la playa de Tsurigasaki, donde previsiblemente se llevaría a cabo la competición de surf, ha sufrido una remodelación importante para acoger a visitantes y espectadores. La actual pandemia mundial ha arrojado una gran incertidumbre en torno a la celebración de los Juegos; sin embargo, a tres horas de vuelo de Tokio se encuentra otra comunidad costera que avizora un futuro profundamente incierto.

"Cuando se explora Sumatra [en Indonesia] con Google Earth, pueden encontrarse poblaciones al borde de la playa, aisladas, sobre la desembocadura de un río, pero este tipo de lugares ya no existen en Japón”, afirma Jean-Marc Takaki, un residente de Amami Ōshima. Esta isla de 73.000 habitantes forma parte de la prefectura de Kagoshima, aproximadamente a 1.300 kilómetros al suroeste de Tokio. En el sureste de la isla se encuentra la población de Katoku, que alberga una de las últimas playas que quedan en Japón libre de estructuras de hormigón y el único lugar en el país donde se ha visto poniendo huevos a la tortuga marina laúd, que se encuentra en grave peligro de extinción.

Gracias a su aislamiento geográfico y a la resiliencia de las personas que la consideran su hogar, Katoku ha conservado su belleza original y silvestre. Su playa de arena blanca rodeada de un exuberante valle tropical y el cauce natural del río que desemboca directamente en el mar permiten comprender que Katoku se haya ganado el sobrenombre de “playa jurásica”, ya que es un raro ejemplo de un lugar en el que, hasta hace poco, el tiempo parece haberse detenido. Sin embargo, la modernidad empezó a imponerse en 2013, tras una serie de obras públicas autorizadas por el gobierno local, que al interrumpir el curso natural del río Katoku, provocaron la desaparición de sus bancos de arena naturales que protegían la costa de la acción de las olas y de su posible erosión.

Posteriormente, en octubre de 2014, azotaron la costa dos tifones seguidos causando una importante erosión y dañando el bosque de pandanos que bordeaba la playa. El ayuntamiento saltó sobre la ocasión para proponer un proyecto de 5,5 millones de dólares USD (unos 5 millones de euros) para la construcción de un malecón de hormigón de seis metros de altura y 530 metros de largo, que se extendería a lo largo de la playa, rodeando el codo del río, con el argumento de que protegería la costa de la erosión.

Desde entonces, varios tifones de categoría 5 han liberado grandes olas contra las costas de Katoku y, sin embargo, la playa sigue sin erosionarse. De hecho, las mediciones realizadas por la Sociedad de Conservación de la Naturaleza de Japón (NACS-J, por sus siglas en inglés) y los voluntarios locales de 2014 y 2017 muestran que el ensanchamiento del litoral aumentó naturalmente (como ocurre con todas las playas de arena) de 40 a 100 metros: el aumento más importante que se ha producido en 10 años.

Jean-Marc Takaki, quien creció en Francia y dejó París para vivir en Amami Ōshima, ya había observado las alteraciones artificiales experimentadas por algunas de las playas preferidas de su infancia; asimismo, sabía que la creciente cantidad de hormigón a lo largo del litoral del país afectaba directamente no solo el paisaje y la vida silvestre, sino también la identidad del lugar. Calificando Katoku de “Shangri-La japonés”, Takaki y su socio se propusieron crear la Asociación para la conservación de los bosques, ríos y ecosistemas costeros de Amami (ACARFCE, por sus siglas en inglés) en 2015, con la esperanza de evitar el proyecto de malecón.

Aun cuando las obras de desviación del río se interrumpieron a finales de 2017 con la ayuda de la NACS-J, se pusieron en marcha los preparativos para la construcción del muro (redimensionado a 180 metros de largo y 6,5 metros de altura, lo que todavía equivale a un edificio de tres plantas) en septiembre de 2019. “A pesar de todos nuestros esfuerzos, como una creciente campaña de peticiones [actualmente con más de 30.000 firmas], múltiples informes y solicitudes de la NACS-J y otras asociaciones locales, además de solicitudes y recomendaciones de científicos e investigadores independientes, el gobierno local y la prefectura de Kagoshima no han mostrado ninguna intención de reevaluar la legitimidad de este proyecto”, comenta Takaki.

La controvertida historia de una “adicción al hormigón”

El hormigonado de la costa forma parte de una tendencia que surgió en Japón en la década de los años 1950, cuando el Gobierno comenzó a invertir grandes sumas de dinero en proyectos de ingeniería civil como carreteras, presas, túneles, puertos y diques. Formaba parte de un modelo de desarrollo de la posguerra cuya intención era modernizar el país y aumentar su PIB. En consecuencia, esta política ha moldeado una mentalidad según la cual “las superficies naturales aplanadas y pavimentadas se consideran modernas", como el japanologista y autor Alex Kerr explicó al Kyoto Journal. “[Es] una mentalidad que se fraguó en los años cincuenta cuando Japón todavía era pobre y trataba desesperadamente de recuperarse de la guerra”.

Entre la legislación en favor del desarrollo que surgió de este período se encontraba la ley de medidas especiales para la reconstrucción de las islas Amami, actualmente conocida como ley Amashin. Aprobada en 1954, su intención era reducir las diferencias de ingresos entre Amami Ōshima y el Japón continental, buscando la independencia de la isla mediante la promoción de proyectos de construcción a gran escala.

A pesar de los llamamientos para revisarla cada cinco años, la ley Amashin continúa asignando casi el 80% del presupuesto anual de Amami de 30.000 millones de yenes (aproximadamente 278 millones de USD, 253 millones de euros) a obras de ingeniería civil, el mismo porcentaje que hace 66 años. Esta situación coloca a la población y al medio ambiente frente a un dilema y círculo vicioso ya que, al presionar para que se incremente la realización de obras públicas, los responsables políticos garantizan empleos para la población local, asegurando así sus votos.

“La mayor parte del presupuesto se usa para destruir el medio ambiente natural con obras públicas clientelistas que conceden contratos a grandes constructoras de la ciudad de Kagoshima. La población local solo recibe las migajas, trabaja a tiempo parcial de seis a siete días a la semana con un salario mínimo y sin seguridad del empleo”, explica Takaki. En 2017, la prefectura de Kagoshima se sumó a la controversia en torno al proyecto de malecón al establecer un comité propio, excluyendo la participación de la opinión pública y de la ACAFRCE, y sin tener en cuenta la petición en curso de la asociación a favor de un debate público.

Otro muro de hormigón

Desde 1999, Japón cuenta con una ley de evaluación del impacto medioambiental, que permite a las autoridades regular proyectos de construcción a gran escala y poner fin a los que se consideran excesivamente perjudiciales para el medio ambiente. Sin embargo, esta ley incluye derogaciones, entre las que se encuentran los proyectos para la construcción de diques, motivo por el cual pueden seguir adelante sin someterse a una evaluación.

“Los muros de contención o los revestimientos de pedraplén se construyen para proteger las zonas tierra adentro de la playa o el litoral, pero no la playa propiamente dicha. En realidad, estas construcciones tienen incidencias claramente negativas sobre la playa. Con el aumento del nivel del mar, la erosión pasiva se producirá gradualmente, causando la desaparición de la playa y el litoral, ya que la playa no puede retirarse tierra adentro”, afirma Gary Griggs, profesor de ciencias de la tierra y los planetas de la Universidad de California, Santa Cruz, quien ha publicado un estudio sobre los impactos causados por el hormigonado del litoral.

Además, las conclusiones publicadas en el Journal of Coastal Research “indican que los malecones afectan a la anidación de las tortugas bobas al reducir sus posibilidades de éxito e incrementan la probabilidad de que los nidos sean arrastrados por las tormentas”.

Aunque no está clara la forma exacta en la que las tortugas detectan los hábitats de anidación apropiados, en el caso de Katoku, la probabilidad de que una estructura artificial modifique el perfil del litoral amenaza a la población de tortugas marinas, así como a otras especies cuyos ciclos de vida están vinculados al litoral o al río, tales como la rana ishikawa y el conejo negro de las islas Amami, ambos incluidos en la lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

De este ecosistema también depende la identidad de los isleños de Amani, cuyos orígenes culturales difieren de la población del Japón continental y durante siglos han considerado como sagrada la unidad entre océano, playa y poblado. Según un estudio sobre el desarrollo de las pequeñas islas en Japón, “la población ha empezado a notar que en esta intensa búsqueda por lograr un ingreso medio más alto y alcanzar el nivel de las islas continentales, acabará perdiéndose la identidad de las islas Amami”. Para las generaciones futuras, los efectos se dejarán sentir hasta en el vínculo existente entre naturaleza y cultura que ha dado forma a su estilo de vida a través de prácticas como el aizome (teñido al índigo), la conservación de la naturaleza, el surf, el ecoturismo y la agricultura orgánica, todo lo cual podría ayudar a dar forma a un futuro sostenible en Katoku.

“Yo me interrogo sobre todo acerca de la necesidad de construir una estructura tan grande y costosa”, precisa el profesor Griggs, tras examinar el plan del malecón de Katoku. “En este lugar, parecería mucho más acertado, ecológicamente aceptable y menos oneroso optar por un sistema de estabilización del litoral mediante la vegetación”.

Katoku: un estudio de caso

Aun cuando Japón carece actualmente de una legislación para regular los proyectos para hormigonar la costa, el plan de Reducción del riesgo de desastres basado en el ecosistema (Eco-DRR) ha esbozado prácticas legítimas de protección del litoral desde abril de 2018. En Katoku, los planes alternativos podrían girar en torno al aprovechamiento de la red de raíces de árboles pandanos, que tradicionalmente han sido utilizados por los pobladores de Amami para el control de la erosión.

“Empezamos a plantar brotes de pandanos en la arena en octubre de 2015”, relata Takaki. “Han crecido enormemente”. Pese a que el gobierno local desestimó una solicitud formal de la Sociedad de Conservación de Japón para tener en cuenta los métodos del plan Eco-DRR en lugar de construir un muro de hormigón, Takaki y la comunidad local han seguido adelante con la idea y, a partir de este año, participa un mayor número de voluntarios.

Actualmente, con el apoyo de cinco juristas de la Federación de Abogados Ambientales de Japón y una demanda en curso contra la prefectura de Kagoshima por la apropiación indebida de fondos públicos, el objetivo es introducir suficientes pruebas científicas para impedir los planes de construcción. En la medida en que el gobierno local no había realizado ningún estudio de impacto, la ACAFRCE financió su propia encuesta de playas con el Coastal Engineering Lab, una firma de consultoría con sede en Tokio para proyectos de construcción costera. Jean-Marc Takaki afirma que, en el informe preliminar enviado al tribunal, el laboratorio estipuló que el fenómeno erosivo de 2014 no representó una amenaza para la comunidad, lo que hace innecesario el malecón.

“El tribunal no ha parado el proyecto, pero la prefectura lo ha suspendido temporalmente, tal vez porque teme que la UICN niegue el Registro Natural Mundial pendiente”, señala Takaki, refiriéndose a la solicitud de Japón de incluir a Amami Ōshima en el Programa de Patrimonio Mundial de la UICN. “Sin embargo, sabemos que podrían reanudarlo tan pronto como la solicitud sea aprobada o denegada”.

El hecho de que Katoku esté a punto de convertirse en un muro más de hormigón arroja luz sobre la improvisación de los proyectos de desarrollo costero y la urgencia de una mejor evaluación. Un estudio costero realizado en 1993 mostró que más del 43% del litoral de Japón ya había sido artificialmente modificado. Sin embargo, el ministerio de Infraestructura, Ordenación del Territorio y Turismo todavía no realiza un inventario para saber cuántas playas quedan en Japón libres de hormigón.

Quizás esta también sea una oportunidad de dar el ejemplo, tomando Katoku como estudio de caso para el aprendizaje ecológico y la gestión de la conservación de la naturaleza por parte de las comunidades locales y, al mismo tiempo, podría representar un indicio de esperanza para las generaciones futuras en Japón. “Katoku es probablemente el único lugar de todo Japón que cuenta con una playa sin dique frente al océano Pacífico”, comenta Takaki. “Su creciente valor simbólico bien podría marcar un punto de inflexión en la desconsiderada destrucción del que alguna vez fuera el magnífico litoral japonés”.