La maternidad a escena

La maternidad a escena

Imagen de la obra de teatro “Lengua madre”, de Lola Arias, donde se cuentan sobre el escenario historias reales de madres migrantes, adoptivas, trans, in vitro, lesbianas; madres que crían solas, en pareja, en comunidad.

(Luz Soria)

Se abre el telón y en el escenario apenas hay nada. Una alfombra, una cajonera. Sobre ella, una mujer sostiene un bulto arrebujado bajo una manta. “De siete de la mañana a dos de la tarde no había dilatado más que tres. Y por ahí no pasabas”, dice la mujer dirigiéndose al pequeño cuerpo que se intuye entre sus brazos, su bebé recién nacido.

Así arranca la obra de teatro Mamífera de la directora argentina Sol Bonelli y aunque apenas han pasado unos minutos, ya sabemos que no será una historia al uso sobre la maternidad, que aquí no habrá palabras complacientes ni escenas dulcificadas. “La maternidad es una pileta de agua fría” –dirá la actriz, la madre–. “Una está ahí, tocando con la puntita del pie. Esperando que se entibie, ¿quién sabe cómo?”.

Todo suena a verdad en Mamífera porque lo es. Bonelli plasmó en ella su propia experiencia, el relato desnudo de sus dos cesáreas. “Era una herida que tenía interna”, explica a Equal Times. “Después del parto, si dices que no estás bien pareces una desagradecida. Es como un mandato, tienes un hijo, está vivo, no te quejes de nada, tienes que estar feliz”. Pero no siempre se está, por eso la directora quiso contarlo, “visibilizar ese lado ‘b’ de la maternidad que nadie quiere escuchar o que es difícil que te escuchen”.

Sol escribió el monólogo en 2016. Entonces, reconoce, no había demasiados libros, películas –mucho menos obras de teatro– que expresaran de ese modo la experiencia de ser madre. Sin embargo, dice, “ha habido bastante evolución, sobre todo empujado por los feminismos, a hablar de estos temas”.

Que la maternidad sea objeto de la cultura no es nuevo, ¿acaso no está el cine, el teatro, la literatura plagado de historias sobre madres? Sin embargo, “las que sí han estado ausentes son las mujeres”, precisa Amparo Moreno, psicóloga y profesora del máster de Estudios de Género de la Universidad Autónoma de Madrid, “las voces de las mujeres, las que son madres y las que no”.

La presencia de más autoras, directoras, guionistas, dramaturgas –por poner un ejemplo, el número de directoras se ha duplicado en Hollywood desde 1998, el 17% de las películas más vistas en 2021 fueron dirigidas por mujeres– está transformando el relato único, idealizado, sobre las madres que hasta ahora dominaba la cultura popular.

Ni santas ni demonios

Contada durante siglos desde una mirada masculina, la maternidad ha sido un terreno minado de estereotipos. Buena parte de los relatos en el cine, la literatura, la televisión han representado básicamente dos tipos de madre: la santa y la perversa. La abnegada y la castradora. La buena y la mala madre.

En el cine, la división se aprecia en géneros como el melodrama –Alma en suplicio (1945), No sin mi hija (1990)– o incluso el cine de catástrofes –Lo imposible (2012)– donde las madres, “no son heroínas por el uso de la fuerza, sino por su capacidad para sufrir” mientras tanto, en el lado opuesto, el género de terror aviva el miedo a las madres más abyectas –Psicosis (1960), Carrie (1976)–. Así lo analizó en 2017 la catedrática de Periodismo y Nuevos Medios Asunción Bernárdez: “Esa dicotomía –entre madres sacrificadas y ‘arañas viperinas’– resulta altamente negativa, ya que encierra a las mujeres en modelos claustrofóbicos que provocan ansiedad e inseguridad”.

“La visión de la maternidad con la que hemos crecido es un referente artificial”, reconoce también Ana Álvarez-Errecalde. Esta artista lleva años fotografiando a madres lactantes o a madres atravesadas por la cicatriz de sus cesáreas. En 2005 autorretrató su propio parto para “desafiar las maternidades de película” con una imagen en la que muestra su cuerpo desnudo, manchado de sangre y unido a su hija por el cordón umbilical. “Nos vendieron la idea de que lo deseable es un parto donde te entregan a un bebé limpito”.

Obras como ésta, pero también películas como The Lost Daughter de Maggie Gyllenhaal, Ama de Júlia de Paz, Cinco Lobitos de Alauda Ruiz de Azúa; libros como A Life’s Work de Rachel Cusk, Linea Nigra de Jazmina Barrera o Mamá desobediente de Esther Vivas alumbran nuevos relatos menos planos, más honestos sobre el parto y la crianza, relatos contados desde dentro con sus matices y contradicciones, con sus momentos de alegría y extrañamiento, de amor y soledad.

“Todos los vínculos que son significativos necesariamente tienen muchas zonas de ambigüedad”, señala la escritora Berta Dávila, cuya última novela, Los seres queridos, narra la transformación –física, pero también de identidad– de una mujer tras ser madre. “No quería escribir un personaje que fuese madre para acabar hablando solo del hijo. La idea es hablar de ella, del conflicto de identidad que supone atravesar una experiencia tan transformadora”.

“Una madre reciente es una mujer de luto por esa otra mujer que deja atrás”, dice la protagonista de Los seres queridos y su franqueza descarnada ilumina de pronto esas zonas grises, negadas por el peso del reproche social.

“Es liberador”, asegura la dramaturga Sol Bonelli, “poder sacar todas esas experiencias tapadas bajo la alfombra, en muchas mujeres el silencio se traduce en culpa y depresión”, explica. “En mi caso, al salir de la función muchas mujeres me abrazaban o se ponían a llorar contándome sus propias experiencias. No se trata de demonizar la maternidad sino de humanizarla”.

El mito del instinto

Alba V. Lasheras, dueña de la Librería Mujeres en Madrid, sitúa el auge de los relatos sobre la maternidad en el año 2019. Tanto ha crecido el volumen desde entonces que ellas mismas tuvieron que crear una sección específica.

“Antes lo que había estaba más relacionado con las guías de autoayuda. Ahora hay más relatos en primera persona, tanto ficción como ensayos, libros más críticos, más realistas. En paralelo también ha habido un aumento de las lectoras que buscan estos libros. Ahora mismo es un boom”.

Escritoras como Doris Lessing, Alice Munro o Sylvia Plath ya abordaron este tema en sus obras; la sensación ahora es, más bien, la de una corriente, visible y expansiva, que conecta a multitud de voces desde Europa a EEUU, Latinoamérica, Asia –ahí están Pecho y huevos de Mieko Kawakami, Hôzuki, la librería de Mitsuko de Aki Shimazaki– o África.

“Precisamente se acaba de reeditar Las delicias de la maternidad de la nigeriana Buchi Emecheta”, apunta Lasheras. La novela, que desmitifica de manera arrolladora la maternidad, fue escrita en el 79 pero es ahora cuando se recupera, igual que el clásico descatalogado Nacemos de mujer de Adrienne Rich, traducido y reeditado en español en 2019.

“La cultura es fundamental, puede tener cierto carácter revolucionario al expresar ideas nuevas, pero también es el reflejo de nuestras sociedades y de los cambios que vamos haciendo”, destaca la profesora Amparo Moreno.

“En este tiempo se han puesto en cuestión algunos mitos. Por ejemplo, ahora las mujeres anteponen como objetivos vitales el trabajo o la carrera profesional, la maternidad ocupa una segunda posición, se retrasa”, añade.

“Otro mito que se está combatiendo es el que señala a las madres como las culpables de todos los males de sus criaturas” –continúa–. “El gran constructo que todavía sigue vigente es el mito del instinto maternal”.

La psicóloga se refiere a ese supuesto instinto, cuestionado ya por autoras como Simone de Beauvoir o Elisabeth Badinter, según el cual las mujeres –todas– poseen el deseo innato de parir y cuidar. De ahí que la maternidad debe colmarlas –a todas– de una felicidad instantánea e incomparable. “El mito del instinto cumple funciones políticas importantes, se nos intenta convencer de que las madres aman naturalmente y por tanto cuidan naturalmente, para ellas es un placer hacerlo”, señala Moreno.

El instinto maternal no existe, en tanto que hay mujeres que no quieren tener hijos. Se calcula que entre el 10 y el 20% de las europeas no serán madres. Tampoco un 15% de las estadounidenses, por ejemplo. “¿Dónde están ellas en la cultura popular?”, se pregunta la directora Laura García quien, junto a Inés Peris, ha dirigido el documental [m]otherhood sobre mujeres que deciden no ser madres y la presión que todavía reciben por ello. “Si no tienes hijos sientes que tienes una tara, que no eres completa y la falta de referentes no ayuda. Hay una infrarrepresentación en la cultura de mujeres felices sin hijos, más allá de la señora de los gatos o Cruella Devil”.

[m]otherhood se estrenó en 2018 y desde entonces se ha vendido a catorce televisiones, la última en Japón. “Muchas mujeres nos han dado las gracias por hablar de esto, se sentían estigmatizadas”. Tan importante como contar la maternidad –defiende García– es normalizar su elección como un deseo, no como un mandato natural. “Las mujeres no somos todas iguales”.

Maternidades en plural

Hace tiempo que el modelo tradicional de familia se ha fragmentado en un abanico lleno de combinaciones: familias monomarentales, homoparentales, adoptivas, etc. Lo correcto entonces no sería ni siquiera hablar de maternidad, sino de maternidades. La directora de teatro Lola Arias lo plasma de manera muy clara en su última obra Lengua madre, donde se cuentan sobre el escenario historias reales de madres migrantes, adoptivas, trans, in vitro, lesbianas; madres que crían solas, en pareja, en comunidad.

“¿Qué es una maternidad normal?”, plantea la obra, volviendo a reivindicar, frente al relato único, la multiplicidad de maternidades posibles a las que también podrían añadirse las historias de aquellas que quieren ser madres y no pueden –Todo lo que no puedo decir de Emilie Pine–, aquellas que para no serlo deciden abortar –El acontecimiento de Annie Ernaux–, aquellas que no lo son porque la precariedad se lo impide –El vientre vacío de Noemí López Trujillo–, aquellas que lo son a pesar de la precariedadMaternidades precarias de Diana Oliver–.

La escritora Rachel Cusk se pregunta en su obra A Life’s Work “si un libro sobre maternidad es de interés real para alguien más que para otras madres”. Es la duda que todavía muchas autoras comparten, si todas estas voces nuevas lograrán salir en algún momento del nicho de “lo femenino” para ocupar el lugar que le corresponde en la cultura universal.

“Es fundamental entender que una novela donde aparece una madre no es para madres, es para cualquier tipo de lectores, en la misma medida en que una novela sobre robots no es para robots”, defiende la escritora Berta Dávila. “Estamos hablando de experiencias verdaderamente universales y profundas de las que todos participamos, ya sea como madres o como hijos”.