La música y expresión artística que ayuda a los yazidíes supervivientes del genocidio a recuperarse

La música y expresión artística que ayuda a los yazidíes supervivientes del genocidio a recuperarse

Un dibujo hecho por una superviviente muestra a mujeres que están siendo vendidas por el autodenominado EI. La sesión de terapia artística fue organizada por la Jiyan Foundation for Human Rights.

(Marta Vidal)

En una sesión de terapia artística para supervivientes yazidíes, una niña dibujó un retrato de una amiga que se suicidó para que miembros del Dáesh (el autodenominado Estado Islámico de Irak y el Levante o EI) no la violaran mientras permanecía en cautiverio. Otra dibujó una mariposa porque, según explicó, su mayor deseo era salir volando.

Estas niñas forman parte de las más de 6.000 yazidíes que fueron secuestradas en Sinjar, en la región norte de Irak, en agosto de 2014. Fueron esclavizadas y transportadas a cárceles y hogares del Dáesh en Irak y Siria. Mujeres y niñas, algunas de tan solo ocho años, fueron violadas, golpeadas, quemadas y torturadas sistemáticamente. Maltratadas con brutalidad por combatientes y simpatizantes del Dáesh, se las trató como bienes que se pueden vender y comprar, utilizar y abusar.

El 23 de marzo de 2019, fuerzas lideradas por combatientes kurdos anunciaron la derrota del Dáesh, pero las atrocidades del grupo extremista continúan atormentando a la minoría yazidí desplazada en el Kurdistán iraquí. Cinco años después del ataque violento del grupo, descrito por las Naciones Unidas como “genocidio”, los supervivientes yazidíes siguen traumatizados.

“En septiembre de 2014 nos informaron de que tres mujeres yazidíes habían huído del Dáesh y se habían suicidado”, dice la psiquiatra Bayan Rasul, cofundadora de la organización Emma, una organización sin ánimo de lucro que lucha contra la violencia por razón de género en el Kurdistán iraquí.

Cuando las mujeres yazidíes empezaron a escaparse de sus captores y a llegar a la región iraquí del Kurdistán, Rasul centró todos sus esfuerzos en su difícil situación. Junto con la otra cofundadora de Emma, Bahar Ali, empezó a ejercer presión sobre las autoridades gubernamentales y religiosas para que se defendiera a las mujeres yazidíes y que se les ofreciera apoyo psicosocial y terapia contra el trauma.

“En esos momentos nadie tenía un plan para responder al trauma. Toda la ayuda se centró en la labor de socorro, la cual era necesaria, pero no había programa de salud mental en Irak. No había apoyo psicosocial y se contaba con muy pocos psicoterapeutas”, dice Rasul, que es especialista en tratar traumas.

En el Kurdistán iraquí, donde las necesidades en materia de salud mental superan con mucho los recursos, organizaciones como Emma y la Jiyan Foundation for Human Rights han intentado cubrir el vacío.

Libertad empañada por el desplazamiento y el trauma

El 3 de agosto de 2014, los militantes del Dáesh invadieron la ciudad de Sinjar, la patria de la minoría yazidí en el norte de Irak. Declararon a los yazidíes, un grupo religioso que habla kurdo, “infieles” y “adoradores del diablo” y se convirtieron en el blanco de asesinatos, violaciones y esclavitud.

Más de 5.000 yazidíes, en su mayor parte hombres y mujeres de edad avanzada, fueron asesinados y enterrados en fosas comunes en Sinjar. Mujeres jóvenes y niños fueron secuestrados y esclavizados. Los hogares yazidíes fueron saqueados y los templos fueron destruidos en lo que se ha reconocido como un intento sistemático y premeditado de eliminar a los yazidíes de Sinjar.

Cientos de miles huyeron de Sinjar y la región en general y se dispersaron por Siria e Irak en agosto de 2014. Decenas de miles de yazidíes ahora viven en campamentos para personas desplazadas en el Kurdistán iraquí. Para aquellos que lograron escapar del cautiverio bajo el Dáesh, la libertad estaba empañada por el desplazamiento y el trauma.

“Ahora que son libres se enfrentan a una multitud de problemas”, dice Rasul. “Sus casas han sido destruidas, sus seres queridos asesinados, sus familias dispersadas. Se quedan en campamentos de refugiados durante años y el Gobierno hace poco para ayudarles a regresar a su hogar”.

La destrucción de sus casas, la falta de seguridad y las tensiones entre el Gobierno federal iraquí y el Gobierno regional kurdo de Sinjar han disuadido a la mayoría de los yazidíes de volver a la región.

Perseguidos durante siglos por dirigentes que los consideraban “infieles”, los yazidíes buscaron refugio en las regiones montañosas de Irak, Siria y Turquía. Antes de 2014, los yazidíes habían sido víctimas de 73 genocidios, y las historias de persecución se pasaban oralmente de generación en generación. Mucho antes de que la palabra genocidio se empezara a conocer en el mundo, los yazidíes ya utilizaban la palabra turco-otomana firman para describir los intentos de eliminarlos.

La comunidad yazidí, que cuenta con menos de un millón de personas en todo el mundo, ha sido perseguida durante siglos por su ideología religiosa sincrética, que incorpora elementos del zoroastrismo, el cristianismo y el islam. Los yazidíes creen en un dios y adoran a siete ángeles. La religión yazidí se transmite oralmente y la práctica religiosa implica visitar lugares sagrados.

Las historias de asesinatos, conversiones forzadas y violencia contra la comunidad se han transmitido de generación en generación. Muchos yazidíes crecieron con la carga del trauma histórico y la amenaza subyacente del firman, lo que se convirtió en una parte importante de su identidad.

Dolor colectivo, recuperación colectiva

Horrorizada por los delitos cometidos contra mujeres yazidíes, Rasul creó programas de psicoterapia para ayudar a recuperarse de traumas individuales. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que los acontecimientos de agosto de 2014 habían infligido un trauma profundo y colectivo que no se podía resolver individualmente.

“El trauma era colectivo, por lo que necesitábamos medidas colectivas para abordarlo”, dice. “Empezamos por pedir al Ministerio del Interior que protegiera a las mujeres y les concediera la condición de víctimas de guerra. Después tratamos de ofrecerles un espacio seguro donde reconectar con su fe, descansar y tranquilizarse. Pedimos a la Comisión Espiritual Suprema Yazidí que diera la bienvenida a las mujeres y las acogiera en Lalish”.

Lalish es el lugar más sagrado del mundo para los yazidíes y se espera que peregrinen allí al menos una vez en la vida. Se considera que el pueblo es tan sagrado que los visitantes entran descalzos en su complejo de templos.

La organización Emma colaboró con activistas yazidíes para dar la bienvenida a las supervivientes en Lalish. Prepararon ceremonias colectivas para que las supervivientes no se sintieran tan aisladas, el primer paso para ayudarles a reintegrarse en la sociedad y empezar a recuperarse.

“Confeccionamos ropa blanca para las mujeres. La identidad yazidí estaba en crisis y el color blanco es importante para reafirmarla”, dice Rasul. Las mujeres yazidíes recibieron pañuelos para la cabeza y ropa tradicional blancos que representaban pureza y limpieza. Las ceremonias simbólicas de reintegración fueron una respuesta al trauma colectivo y una forma de conectar a las supervivientes para que pudieran ayudarse entre ellas.

“Las ceremonias colectivas de duelo son muy importantes. Los yazidíes que se encuentran en campamentos de refugiados no tienen espacio para llorar sus pérdidas, por lo que sacarlos de los campamentos y celebrar sesiones colectivas de duelo cobró una gran importancia. Vi como después de las sesiones tenían muchas más esperanzas”, dice Rasul.

El poder del arte y la música

Ante el reto de tratar traumas graves y la falta de recursos, los terapistas del Kurdistán iraquí han empezado a experimentar con terapias alternativas para sus pacientes yazidíes. Un programa que se llama From Victims to Victors, una iniciativa de la organización Emma, alienta a los yazidíes a hace frente a su trauma a través del arte y la música.

Sujetando dafs, tambores tradicionales kurdos, o dando palmas entusiasmadamente, un grupo de niñas cantan canciones yazidíes en el centro comunitario de la organización Emma en Sharia, cerca de la ciudad de Dohuk.

El cercano campamento de refugiados de Sharia acoge aproximadamente a 20.000 personas desplazadas, muchas de ellas yazidíes que huyeron de Sinjar después de la invasión del Dáesh en 2014. “Oímos que había un grupo que cantaba canciones kurdas y yazidíes y teníamos muchas ganas de participar porque nos encanta la música”, dice Kathrine, una chica de 18 años de Sinjar. “Quiero ayudar a mi comunidad mediante la difusión de la cultura yazidí”.

El grupo de música integrado por chicas se reúne cada semana para practicar las canciones y aprender a tocar los tambores kurdos. El centro ofrece programas de música, así como clases de alfabetización, manualidades, cerámica y cocina.

“Los programas de arte y música son importantes porque pueden ayudar a las niñas a olvidar sus problemas y el trauma que han experimentado”, dice la coordinadora del programa, Bahdinan Aassan. “Nuestro objetivo es unir a la comunidad yazidí para que puedan compartir experiencias y emociones”, añade Aassan.

Tradicionalmente, los yazidíes han cantado canciones de lamentación para llorar sus pérdidas. Las tradiciones orales son muy importantes para los yazidíes, cuyas canciones e historias cuentan el trauma experimentado a lo largo de generaciones. “La música puede ser muy terapéutica. Los tambores son fenomenales para sacar emociones”, dice la psicoterapeuta Rasul. “Tocar el tambor con las manos ayuda a los supervivientes a liberar su ira”. Las sesiones de arte también ayudan a los supervivientes a expresarse, especialmente cuando tienen dificultades para verbalizar experiencias traumáticas.

“La mayoría de ellos no puede leer ni escribir, así que pintar es una buena forma de expresarse”, añade Rasul. La formación profesional, las clases de alfabetización y los programas de arte y música mantienen a los supervivientes ocupados y tratan de animarles a tener esperanzas de cara al futuro.

“Intentamos hablar del futuro y centrarnos en historias de fuerza y éxito”, dice Hussam Abdullah, abogado de derechos humanos y activista yazidí. Nadia Murad, la superviviente yazidí que se convirtió en activista de derechos humanos y ganó el Premio Nobel de la Paz en 2018, es una inspiración para la mayoría de los yazidíes.
“Su fuerza y poder inspiran a muchos supervivientes que la ven viajando por el mundo para hablar de la tragedia yazidí”, añade.

Al entonar canciones tradicionales y dar palmas, los miembros del grupo de música dicen al mundo que los yazidíes han sobrevivido a intentos de eliminarlos. Tocando los tambores con la cabeza alta, las niñas muestran que, al igual que Nadia Murad, no serán borradas ni silenciadas. Continuarán cantando y contando sus historias.

Este artículo ha sido traducido del inglés.