La presión sobre el agua, la cara ignorada de la transición energética

La presión sobre el agua, la cara ignorada de la transición energética

Solar panels power water pumps in Kenya’s arid Rift Valley. This technology, supposed to provide an answer to the problem of access to water here, paradoxically involves a system of producing raw materials which affects the world’s water resources.

(Alamy/Joerg Boethling)

La cuestión de los materiales utilizados para producir tecnologías cuya emisión de carbono es baja (como baterías, turbinas eólicas, paneles solares, vehículos electrificados, etc.) es fundamental y ya está en el debate. En cambio, el tema del consumo del agua, necesaria para la extracción de los minerales utilizados en la fabricación de estas tecnologías, se aborda mucho menos, a pesar de su gravedad.

De hecho, se habla de las presiones sobre los recursos hídricos en el contexto de los usos agrícolas, de la ganadería y, sobre todo, de la producción de carne, pero apenas cuando se trata del auge de las tecnologías con bajas emisiones de carbono. En un mundo donde el agua es un recurso cada vez más limitado, esta cuestión será ineludible. De hecho, ya lo es en algunas regiones.

A los efectos conocidos del calentamiento global sobre el ciclo del agua se añaden las crecientes presiones antropogénicas sobre los recursos hídricos: entre 1900 y 2010, la extracción de agua a nivel mundial se ha multiplicado por más de siete, mientras que la población sólo se ha multiplicado por 4,4 durante el mismo periodo. Así, algunas zonas adolecen de un grave estrés hídrico que augura crecientes enfrentamientos por el uso del agua entre la agricultura, la industria y la población e incluso tensiones internacionales.

Las tecnologías de la transición energética son complejas y consumen ciertos materiales en grandes cantidades. El litio, el cobalto y el níquel se han convertido en los metales estrella de las baterías de iones de litio utilizadas en los vehículos eléctricos. La demanda de cobre, un material ya omnipresente en nuestra vida cotidiana, podría dispararse en paralelo a las nuevas formas de movilidad, pero también con el avance de la energía solar fotovoltaica.

La dinámica de la transición energética mundial sólo será posible si se intensifican las extracciones mineras en todo el mundo, lo que conllevará un aumento del consumo de agua.

Más presión sobre los recursos hídricos

A escala nacional, el sector minero suele consumir mucha menos agua que la agricultura o que otras industrias (en Perú, por ejemplo, representa alrededor del 1% del consumo de agua del país, frente a casi el 89% de la agricultura). A pesar de ello, es un gran consumidor, sobre todo en las fases de extracción y procesamiento de los minerales, y genera múltiples externalidades sobre el agua (vertidos, drenajes ácidos, etc.).

Además, en el caso de muchos de los metales mencionados, la producción minera o las actividades de transformación tienen lugar en países cuyos recursos hídricos padecen ya una presión acuciante, que no tiene visos de mejorar en las próximas décadas.

La industria de las tierras raras, que requiere grandes cantidades de agua, ilustra bien este problema. Un estudio realizado por el organismo público de investigación y formación IFP revela un aumento de la presión sobre el agua en al menos dos países que ya sufren un acusado estrés hídrico: China y Australia.

En un escenario climático apremiante, el consumo de agua de la industria australiana de tierras raras en 2050 representaría más de dos tercios (69,2%) de la extracción de agua del conjunto de los sectores industriales en 2015 o el 11,2% del total de agua extraída en 2015 en el país.

Sin embargo, las tierras raras no es el único elemento en la política minera voluntarista de Australia, país que figura entre los cinco principales productores mundiales de litio, níquel, cobre, cobalto y aluminio. No podemos ni imaginar la magnitud que alcanzará la “huella hídrica” del sector minero en este país con niveles de sequía rampantes.

Aunque menos alarmante, la situación en China es similar: la mayor reserva de tierras raras del mundo –Bayan Obo, en Mongolia Interior– se encuentra en una zona de estrés hídrico “extremadamente alto”.

En muchos otros países mineros, los conflictos por los recursos hídricos plantean ya una amenaza.

En Chile, por ejemplo, las actividades mineras (de cobre y litio) se concentran en el norte del país, una de las zonas más áridas del planeta. Estos últimos años se constata un repunte de las movilizaciones de los pueblos indígenas y de los grupos ecologistas, apoyados recientemente por el organismo regulador medioambiental chileno, que denuncian el agotamiento del acuífero del desierto de Atacama y el daño causado a los ecosistemas. Las batallas legales se multiplican y frenan los proyectos mineros, como el de Rajo Inca, el proyecto de 1.200 millones de dólares de la compañía Codelco.

A pesar de tener recursos, Perú sufre un grave estrés hídrico debido a la distribución desigual del agua, a contaminantes varios y al deshielo de los glaciares de la región andina. Se cree que la escasez de agua y las elevadas inversiones mineras son los dos factores que exacerban la predisposición de la región a los conflictos. La huella ambiental del sector minero parece ser “la gota que colma el vaso”: el grado de polución de 16 de los 21 ríos más contaminados se debe a actividades mineras o industriales pasadas o presentes, según la Autoridad Nacional del Agua (ANA).

El aumento de los conflictos y la escasez de agua ponen en peligro las actividades mineras y exigen que las empresas del sector se anticipen, se adapten e innoven.

Las empresas responden al desafío del agua intentando reducir su consumo a través de una mejora de la eficiencia de sus operaciones de extracción y transformación. El desarrollo por parte de IFP Energies Nouvelles et Eramet de un novedoso proceso de extracción directa de litio adaptado a las aguas de los salares argentinos ilustra este tipo de desafíos. Gracias a sus innovaciones, la empresa chilena SQM, especializada en litio, espera reducir un 30% su consumo de agua de aquí a 2030. En la industria del cobre, la mejora de los procesos de reciclaje de agua ha aumentado la proporción de agua reciclada en el consumo total del sector del 72,7% al 76,4% entre 2018 y 2019.

Otra opción que disfruta de un gran éxito en la región en los últimos años es la desalinización. La Comisión Chilena del Cobre (Cochilco) calcula que el uso de agua de mar debería triplicarse con creces de aquí a 2029. No obstante, la viabilidad de esta estrategia es cuestionable, ya que las instalaciones de bombeo y tratamiento de agua de mar y el transporte de agua a lo largo de miles de kilómetros a través de los Andes requieren una inversión y un ingente consumo de materiales y energía. Es decir, se trata de un procedimiento energívoro e intensivo en materiales.

La explotación de acuíferos mediante procedimientos de perforación es otra de las posibilidades para hacer frente a la falta de agua. A principios de 2020, en plena sequía australiana, Glencore optó por esta solución para abastecer de agua a su mina de cobre CSA, situada en Nueva Gales del Sur. También en este caso, la perforación de aguas subterráneas que ya están amenazadas suscita interrogantes.

La “huella hídrica”, un indicador apenas conocido

En este contexto, es preciso concienciar más a la ciudadanía sobre el problema del consumo de agua, a fin de avanzar hacia una mayor sobriedad. Un problema que podemos visibilizar a través de la noción de la “huella hídrica”, que corresponde a la cantidad de agua utilizada por una población en el territorio para satisfacer todas sus necesidades. Además del agua del grifo consumida, incluye el agua necesaria para la producción de los bienes y servicios producidos en el territorio nacional y también los importados.

La huella hídrica de los ciudadanos de los países de la OCDE es, por término medio, mayor que la de los países no pertenecientes a esta. Por ejemplo, la huella hídrica de un francés es de más de 200m3/habitante/año, frente a los 167m3/habitante/año a nivel mundial.

Por otro lado, la huella hídrica francesa es unas tres veces mayor al volumen de agua consumida a escala doméstica. Al igual que la huella de carbono, una gran parte del balance de agua consumida por un francés proviene de que el consumo de agua para producir los bienes y servicios importados por Francia es mayor que el de los bienes y servicios exportados desde Francia.

Este desconocimiento de la huella hídrica acentúa el desfase entre la percepción del usuario sobre su consumo y el impacto real que su estilo de vida tiene sobre los recursos hídricos.

A esta percepción errónea se añade el alto nivel de tolerancia hacia las pérdidas de agua potable por las tuberías (en Francia se pierde por esta vía alrededor del 20% del agua) que tienen los ciudadanos y los operadores, lo que evita que estos últimos inviertan intensamente en el mantenimiento de las infraestructuras.

Al igual que en el caso de la sobriedad energética o en materiales, es necesario un cambio en los comportamientos de consumo de agua, lo que requerirá informar mejor a la ciudadanía a través de, por ejemplo, el etiquetado obligatorio del contenido de agua de los productos.

La huella hídrica de los minerales reciclados es mucho menor que la de los minerales extraídos directamente del suelo. El consumo de agua se divide por cinco en el caso de las tierras raras, por diez en el caso del cobre e incluso por veinte en el caso del cobalto. Teniendo en cuenta que en 2019 se recicló solo el 42,5% de todos los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos en la Unión Europea de los 28, la promoción de la recogida y el reciclaje se convierte en una interesante palanca que es preciso movilizar.

La aplicación de políticas públicas que impulsen la economía circular también podría aportar beneficios que van más allá de la reducción de la presión sobre los recursos.

Según el Instituto Francés de la Economía Circular, esta permitiría crear o reforzar las industrias creadoras de empleo, un argumento de más peso si cabe en el contexto de crisis económica que estamos viviendo debido a la pandemia de covid-19. Además, permitiría reforzar la soberanía del Estado francés y de los países de la Unión Europea en materia de abastecimiento de metales críticos.

Por último, el apoyo a la investigación y la innovación de los procesos industriales punteros es otro instrumento para mejorar la gestión del agua en el sector y consolidar la proyección internacional de las empresas francesas.

El oro azul: ¿bien común o privado?

La industria minera, pero también las poblaciones, tendrán que hacer frente a la creciente incertidumbre en torno a las condiciones de acceso al oro azul. Se constata el desarrollo de dos fenómenos antagónicos.

Por un lado, existe un movimiento hacia la mercantilización de los recursos hídricos, cuya última manifestación altamente simbólica es que el agua empezó a cotizar en el mercado de futuros del Chicago Mercantile Exchange (CME) a finales de 2020.

Por otra parte, algunas poblaciones o comunidades reivindican el agua como un derecho humano fundamental y van a oponerse a su monopolización por el sector privado.

Entre los países mencionados aquí, Chile es un ejemplo evocador. El pueblo chileno ha votado dotarse de una nueva Constitución que podría devolver el agua, privatizada desde 1981, a la condición de bien de interés general, lo que engendrará incertidumbres para el sector minero.

Este movimiento de reapropiación del agua como bien público se observa también en otros países occidentales. Es lo que ocurrió en París, por ejemplo, con la remunicipalización del servicio público de agua en 2009 donde, desde 2010, la empresa Eau de Paris se encarga de su distribución.

La industria minera, a pesar de ser un modesto usuario de agua comparada con el sector agrícola, tendrá que enfrentarse, al igual que el resto de sectores, a un mundo en el que el espectro de la crisis del agua presagiada por las Naciones Unidas amenaza con convertirse en algo muy real y con hacer valer cada gota de agua consumida.

This article has been translated from French.

Este artículo se publicó por primera vez en The Conversation el 16 de febrero de 2021.