La “Primavera Amazig” del Norte de África

La “Primavera Amazig” del Norte de África

A poster with slogans and information in Tamazight and Arabic on the streets of Algiers, Algeria’s capital, encouraging participation in last December’s presidential elections.

(Ricard González)

La ola de protestas que ha sacudido el Norte de África desde 2010 ha representado una oportunidad para los movimientos sociales, culturales y políticos que languidecían en una región asfixiada por dictaduras fosilizadas. Entre ellos, el que defiende los derechos del pueblo amazig, una plural minoría etno-lingüistíca distribuida en varios Estados de la región. “Los medios internacionales cometieron un error al bautizar las revueltas de 2011 como ‘Primaveras árabes’, ya que invisibilizaron a otros grupos como los amazigs, que estuvimos al frente de las luchas”, protesta Younis Nanis, un activista de la ciudad libia de Zuara. Desde entonces, se han multiplicado sus demandas de reconocimiento cultural y se han registrado avances en varios países, pero en ninguno los activistas amazigs han visto colmadas sus aspiraciones.

También conocidos como bereberes, los amazigs se definen a sí mismos como los habitantes autóctonos del Norte de África desde tiempos inmemoriales. Ahora bien, a lo largo de los siglos han compartido este territorio con otros grupos, como los cartagineses, romanos, otomanos o árabes. Su principal seña de identidad es su idioma, que cuenta con un alfabeto propio, el tifinagh. Su demografía es una cuestión controvertida, pero algunas estimaciones los cifran en alrededor de 30 millones diseminados en ocho Estados del Norte de África y del Sahel. Por razones políticas y religiosas, su lengua ha experimentado un lento proceso de marginación desde la conquista árabe en el siglo VII, pero que se acentuó sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX a causa de las políticas de arabización emprendidas por los Estados surgidos del proceso de descolonización.

De todos los países norteafricanos, el que más ha avanzado en el reconocimiento de la identidad amazig durante la última década es Marruecos. Aunque se cree que hasta la mitad de sus 35 millones de habitantes habla o entiende el bereber, esta lengua estaba completamente ausente en los documentos oficiales o actos públicos hasta la ola de protestas de 2011.

Entre la retahíla de medidas que adoptó el rey Mohamed VI para aplacar los ánimos, figuraba una reforma constitucional que definiera el bereber como “lengua nacional”, y, por lo tanto, en pie de igualdad con el árabe. Desde entonces, el idioma se enseña en las escuelas, se han creado medios de comunicación públicos en esta lengua y también un potente centro de investigación y divulgación de la cultura amazig, el IRCAM.

Sin embargo, el árabe continúa gozando de una situación de privilegio en la mayoría de ámbitos, y muchos activistas temen que la iniciativa del monarca tuviera unos fines meramente cosméticos. “No hay suficientes maestros en nuestra lengua, de forma que no se estudia en todas las escuelas. El Estado no invierte lo suficiente en la formación de maestros. Y en aquellas escuelas en las que sí se imparten clases, se percibe como una asignatura sin valor. Por no hablar de algunos ámbitos como la Justicia...”, se queja Marzouk Chahmi, vicepresidente del Congreso Mundial Amazig, mientras sorbe un té en un café de la ciudad de Nador, a escasos kilómetros del enclave español de Melilla. “En un juicio, si no sabes árabe, olvídate de tus derechos”, tercia su viejo amigo Mohamed, un anciano que luce una larga barba canosa.

Nador se halla en la región norteña del Rif, con un largo historial de rebeliones contra el Gobierno central y donde la defensa de la identidad amazig es más acerada. En 2017, una nueva revuelta, esta vez pacífica y conocida como hirak, estalló en la ciudad rifeña de Alhucemas. Después de haber permitido sus manifestaciones durante meses, el régimen lanzó una dura campaña de represión que incluyó largas condenas de cárcel para sus líderes. “Nuestras demandas son sobre todo de tipo social, pero también llevan implícitas demandas identitarias. Sabemos que con el régimen actual las peticiones de autonomía no llegarían a ninguna parte, y muchos jóvenes empiezan ya a abrazar la causa de la independencia”, espeta Samir –un nombre falso–, miembro de la organización clandestina del hirak que recuerda que en las manifestaciones solo se veían banderas amazigs y de la República del Rif que proclamó el líder emir Abdelkrim en los años veinte del siglo pasado.

El despertar en las realidades dispares de Libia, Argelia y Túnez

El otro Estado donde la causa amazig ha avanzado de forma palpable es Libia. El régimen panárabe de Gadafi, que se hundió en 2011 tras una guerra civil, tampoco permitía ningún tipo de expresión cultural o política amazig. “Los amazigs nos levantamos contra la dictadura esperando que el nuevo régimen garantizaría nuestros derechos. Pero estos años han sido difíciles. Incluso los opositores a Gadafi comparten su panarabismo y su hostilidad a la diversidad”, asevera Nanis, un joven investigador. Se estima que unos 600.000 libios son berberófonos, es decir, aproximadamente un 10% de la población. La mayoría se hallan concentrados en el sur del país, y en su franja occidental, colindante con Túnez.

El proceso de transición encalló pronto en Libia, y el país se encuentra hoy sumido en el caos, sin un Gobierno central, y con el territorio troceado por un sinfín de milicias. Esto ha permitido a las ciudades y pueblos amazigs contar con una amplia autonomía de facto, sin la necesidad de obtener su reconocimiento en la Carta Magna.

“La sociedad civil, con el apoyo de las autoridades locales, lanzó un programa de formación de maestros en lengua amazig gracias a la contratación de expertos marroquíes”, explica Nanis en una conversación telefónica. “Poco a poco, se fue ampliando el porcentaje de alumnos que recibían clases de amazig, y este año se graduará la primera generación que ha aprendido en amazig desde primaria”, añade. Sin embargo, este avance, también presente en otros ámbitos como los medios de comunicación o la universidad, es precario, pues existe siempre la amenaza de que vuelva a constituirse un Gobierno fuerte Trípoli que aplique de nuevo políticas homogeneizadoras.

Durante muchos años, los movimientos y partidos amazigs de todo el Norte de África se inspiraron en el activismo de sus compañeros argelinos, y muy especialmente de la combativa región de la Cabilia. En 1980, germinó allí un potente movimiento identitario amazig que desafió la política arabizadora del régimen, y que fue bautizado como “la primavera bereber”. Tras un nuevo levantamiento en el año 2000, la “primavera negra”, que se saldó con 126 muertos y más de 5.000 heridos, el Gobierno creó un Alto Comisariado para la Amaziguidad encargado de implementar la educación del bereber en esta región. Se calcula que casi un tercio de los 42 millones de argelinos son berberófonos, siendo la Cabilia la región amazig más populosa con más de siete millones de habitantes.

En 2016, y ante la tenacidad de las demandas de reconocimiento cultural de esta minoría, el régimen de Bouteflika modificó la Constitución para definir el amazig como “lengua oficial” del Estado, situándola al mismo nivel que el árabe. “Incluso si la enseñanza en lengua amazig debiera hacerse en todo el país, esto solo está garantizado en Cabilia. En las otras regiones, incluso en las berberófonas, los padres deben hacer esta petición a las autoridades. El Estado no invierte los recursos necesarios para que la lengua sea verdaderamente oficial”, apunta Mohamed Mouloudj, periodista del diario Liberté especializado en la materia. En cambio, el amazig sí ha ganado una mayor visibilidad, pues en la capital los carteles de todas las instituciones públicas son bilingües.

Curiosamente, en Túnez, el único país de la región que ha llevado a cabo con éxito un proceso de transición a la democracia, los cambios han sido menores. Y es que, después de Egipto, este es el Estado que posee una comunidad berberófona más exigua. Los cálculos más generosos sitúan el número de hablantes de esta comunidad en cerca de 500.000 personas, es decir, el 4,5% de los tunecinos, pero otras fuentes los reducen a 200.000, todos concentrados en algunos pueblos del sur del país y en la capital.

“Tras la Revolución, hubo una eclosión de ONG que se han dedicado a divulgar la cultura y a enseñar la lengua. El Estado ya no nos reprime como antes, pero no nos concede ningún tipo apoyo financiero. Parece que les molestamos”, critica Ghaki Jelloul, presidente de la Asociación Tunecina de la Cultura Amazig (ATCA). Para intentar forzar a las autoridades a moverse, la pasada primavera se creó el Akal (“Tierra”), el primer partido amazig del país. En las elecciones de otoño, no obtuvo ningún diputado, pero su secretario general, Samir Nefzi, aseguraba ya antes de la contienda que su objetivo solo era darse a conocer de cara a los próximos comicios, en 2024.

This article has been translated from Spanish.