La semana de la vergüenza en Bruselas

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Durante los últimos cuatro días, los líderes europeos han reforzado los argumentos de los que acusan a la Unión Europea de ser la quintaesencia de la tecnocracia: una institución alejada de la realidad de los ciudadanos de a pie a los que supuestamente debería servir y que pisotea los valores de solidaridad y democracia que guían el proyecto europeo.

El primer golpe lo asestaron durante la cumbre europea de jefes de Estado y Gobierno, en la que enterraron definitivamente la propuesta de un sistema obligatorio de cuotas para compartir la responsabilidad de los alrededor de 40.000 refugiados y refugiadas presentes en los Estados miembros de la UE, en su mayoría procedentes de Siria y Eritrea.

En su lugar se aplicará un mecanismo “voluntario” que deja a la libre elección de cada Estado miembro el decidir a cuántos migrantes desea acoger. En otras palabras, los líderes de la UE han demostrado que, después de todo, las fronteras nacionales siguen importando. Países como Italia y Grecia, ubicados en la primera línea de las rutas de migración, tendrán que seguir soportando las principales consecuencias negativas de la pésima política europea en relación con los refugiados.

¿Cómo puede uno de los continentes más ricos del mundo y habitado por aproximadamente 500 millones de personas atreverse a oponerse al asentamiento de 40.000 seres humanos, mientras países como Líbano y Pakistán acogen a un número de refugiados infinitamente mayor?

Algunos culparán a la crisis económica. Otros defenderán la necesidad de frenar la creciente hostilidad contra los migrantes en Europa y la popularidad de la extrema derecha.

Pero al mostrar esta falta de valentía política, los líderes de la UE solo han conseguido avivar el creciente populismo y el rechazo a un sistema político que parece ser únicamente un débil aparato dirigido por unos políticos fríos y calculadores.

Dichos políticos reaccionan con empatía ante la muerte en masa de migrantes en el mar Mediterráneo, pero son incapaces de formular una política coherente para restaurar los valores europeos en la escena mundial y evitar que ocurran otras tragedias.

Como escribió Nils Muiznieks, comisario de los derechos humanos del Consejo de Europa, en un artículo: “Europa, eres mejor que todo esto”.

 

Un insulto a Grecia

El segundo revés se produjo el sábado durante la reunión del Eurogrupo. Desde entonces la situación se ha agravado de forma descontrolada, con constantes insultos contra el pueblo griego por parte de los líderes europeos.

Primero, el ministro griego Yannis Varoufakis fue expulsado de la reunión de ministros de finanzas.

Luego, el lunes, Jean-Claude Juncker demostró un desprecio sin precedentes por la democracia al intentar amedrentar a los griegos para que se sometieran. El máximo ejecutivo de la UE instó a los griegos a votar “sí” en el referéndum del domingo sobre las últimas propuestas de reforma, vinculándolas a una votación sobre la permanencia en la UE.

“No hay que suicidarse por tener miedo a la muerte”, añadió.

Piense por un minuto en las palabras que utilizó.

A pesar de las protestas de algunos de los principales economistas del mundo, de la propia admisión por parte del FMI de que calcularon mal y de las abrumadoras pruebas de que las medidas de austeridad incluidas en el programa de rescate han resultado ser un fracaso absoluto, los acreedores de Grecia (llamémosles ‘la troika’ o ‘las instituciones’, al final son lo mismo) insisten en continuar con estas pésimas políticas.

Dichas políticas han provocado una de las peores crisis económicas de la historia moderna, con una caída del PIB del 25%, un desempleo juvenil que ronda el 60%, las pensiones recortadas en un tercio, un espectacular aumento de los suicidios y filas cada vez más largas en los comedores de la beneficencia.

Cansados del acoso y los chantajes, los griegos se atrevieron a declarar que no lo podían soportar más y votaron a un partido que les prometió acabar con la austeridad.

Pero desde que Syriza accedió al poder en enero, cada vez es más evidente que los objetivos de los acreedores de Grecia son, en gran medida, ideológicos. Hablando en plata: quieren destruir a Syriza y cualquier esperanza de cambio. ¿Por qué? Probablemente porque, como argumenta el economista ganador del premio Nobel Joseph Stiglitz: “Resulta sumamente incómodo tener un gobierno en Grecia que se oponga tan firmemente al tipo de políticas que han hecho tanto para aumentar la desigualdad en numerosos países avanzados y que esté tan comprometido a poner freno al poder ilimitado de los ricos”.

Todavía es demasiado pronto para aventurar si la decisión del primer ministro griego Alexis Tsipras de convocar un referéndum pasará a la historia como el suicidio político de un aficionado o como la hábil maniobra de un genio político.

Sin embargo, después de haber causado tanto sufrimiento a los griegos y griegas, lo mínimo que podrían hacer los líderes de la UE sería dejar al pueblo heleno votar libremente y escuchar sus demandas a favor de otro tipo de Europa.