La sociedad civil hongkonesa se configuró a lo largo de largas décadas, su desarticulación ha necesitado de tan solo unos meses

La sociedad civil hongkonesa se configuró a lo largo de largas décadas, su desarticulación ha necesitado de tan solo unos meses

Police officials stop a woman (centre) as she holds blank sheets of paper in the Causeway Bay district of Hong Kong on 4 June 2022, close to the venue where Hongkongers have traditionally gathered to mourn victims of China’s 1989 Tiananmen Square crackdown, on the 33rd anniversary of the incident. Hong Kong authorities strove to stop any public commemoration this year, with police warning gatherings could break the law.

(Peter Parks/AFP)

En los últimos tiempos, la democracia se ha visto amenazada en varias partes del mundo, pero Hong Kong probablemente ocupe el primer lugar de la lista en lo que respecta a la velocidad con que el autoritarismo ha despedazado los derechos civiles y democráticos.

En tan solo dos años, Hong Kong ha pasado de ser una de las ciudades más libres y abiertas de Asia a convertirse en una sociedad oprimida donde el simple acto de corear una consigna en una manifestación es suficiente para acabar en la cárcel. La sociedad civil de Hong Kong está en apuros desde que el Partido Comunista de China (PCCh) asumió el control pleno de casi todos los ámbitos de la vida cotidiana.

El 1 de julio, la élite prochina que gobierna esta antigua colonia británica se reunirá para celebrar el 25º aniversario de la devolución de Hong Kong a China. John Lee, un exagente de policía prochino y un personaje detestado por los hongkoneses de a pie, también jurará su cargo como nuevo líder de la ciudad. Las autoridades han asignado 300 millones de dólares hongkoneses (unos 36,5 millones de euros) para organizar una serie de actos de celebración.

Para Pekín, el “regreso de Hong Kong a la madre patria” en 1997, tras más de 150 años de gobierno colonial británico, fue un glorioso evento que acabó con un prolongado período de “humillación”. Sin embargo, para la mayoría de los hongkoneses, la fecha no supone ningún motivo de celebración. Muchos de ellos están haciendo planes para mudarse de su ciudad a lugares más libres, como Reino Unido o Australia. En el primer trimestre de 2022, más de 140.000 residentes han abandonado Hong Kong. Los que se han quedado se preparan para un futuro desolador.

En nombre de la seguridad nacional

A primera vista, esta metrópolis occidentalizada sigue siendo una ciudad bulliciosa con una población de unos siete millones de personas, una infraestructura excelente y un paisaje de rascacielos mundialmente famoso, con verdes montañas y el emblemático puerto de Victoria como telón de fondo. Sin embargo, los mismos sistemas que transformaron a Hong Kong en una sociedad abierta, un modelo de éxito ejemplar y una ciudad libre bien diferente de la China oprimida, prácticamente se han desintegrado. El autoritarismo ya se ha afianzado. La represión, las mentiras y el miedo se han convertido en la norma y calibrar el riesgo político incluso del acto más inofensivo constituye una técnica de supervivencia.

El punto de inflexión fue una despiadada ley de seguridad nacional, que Pekín impuso a Hong Kong el 30 de junio de 2020 para criminalizar la subversión, el terrorismo, la secesión y la colusión con potencias extranjeras. Los cuatro delitos, peligrosamente imprecisos y generales como en la propia ley de seguridad nacional de China, conllevan una pena máxima de cadena perpetua.

En parte, Pekín promulgó esta ley para restablecer el orden y la estabilidad en este centro financiero asiático, que se había visto sacudido desde junio de 2019 hasta principios de 2020 por un movimiento de protesta a favor de la democracia y claramente en contra del Partido Comunista de China. Esta severa ley también fue una herramienta excelente para que el régimen chino –liderado por el presidente Xi Jinping, el dirigente más poderoso del país en décadas– apretara las tuercas a la rebelde Hong Kong.

En nombre de la seguridad nacional, las autoridades pueden iniciar fácilmente juicios por motivos políticos, impedir que la disidencia política tome medidas, amenazar a la prensa y restringir la libertad de expresión.

El desarrollo de una sociedad civil es un proceso que puede durar décadas, pero se puede destruir en tan solo unos pocos meses. Desde el 1 de julio de 2020, más de 180 personas han sido detenidas en virtud de la ley de seguridad nacional, incluidos el destacado activista estudiantil Joshua Wong, el magnate de los medios de comunicación Jimmy Lai, el cardenal católico de 90 años Joseph Zen y los veteranos sindicalistas Lee Cheuk-yan y Carol Ng, así como antiguos legisladores, abogados, cantantes de pop y estudiantes. ¿Sus delitos? Haber participado en unas elecciones primarias, recaudado fondos para los manifestantes, practicado el activismo de base o simplemente ejercido su derecho a la libertad de expresión.

Los medios de comunicación independientes se han derrumbado como piezas de dominó, incluidos los críticos Apple Daily y Stand News, que se vieron obligados a cerrar tras la detención de sus directivos y periodistas. Debido a este tenso clima político, también se han disuelto una docena de organizaciones sindicales, incluida la mayor de la ciudad, la Confederación de Sindicatos de Hong Kong, y alrededor de 50 organizaciones de la sociedad civil. Ahora los alumnos de primaria tendrán que recibir educación sobre la seguridad nacional. El mini parlamento de la ciudad ya no tiene legisladores de la oposición debido a la llamada reforma electoral, promovida por Pekín. Sin medios de comunicación ni una oposición que haga frente al gobierno, este ha podido aplicar medidas absurdas y represivas sin ningún impedimento, como la de sacrificar a 2.000 hámsters por miedo a la covid y la de prohibir la mayor vigilia del mundo por las víctimas de la masacre de la plaza de Tiananmen en 1989, que se celebraba cada 4 de junio.

Nostalgia colonial

El colonialismo es una práctica muy mal vista en todo el mundo. Sin embargo, en Hong Kong este término tiene unas connotaciones muy diferentes. Si Gran Bretaña no la hubiera ocupado en 1841 durante la Primera Guerra del Opio, Hong Kong hubiera sido una ciudad china más. La historia de su metamorfosis de una roca estéril a un milagro económico, de su evolución hasta lograr una sociedad civil con un sistema judicial sólido y escapar de los horrores de la Revolución Cultural China hubiera sido muy diferente.

Obviamente, Hong Kong bajo el dominio colonial no era perfecta –la corrupción era generalizada en la primera época y los blancos gozaban de abundantes privilegios–. Pero no tenía que ser una ciudad perfecta para que se viviera bien. Gracias a la astucia del administrador colonial, al espíritu emprendedor y dinámico de su población y a las ventajas geográficas que ofrecen las ciudades portuarias, Hong Kong fue convirtiéndose paulatinamente en un centro financiero internacional y en una sociedad libre también conocida como “la perla del Oriente”.

Sin embargo, esta gran fiesta no duraría mucho. En 1984, la británica Margaret Thatcher y el chino Zhao Ziyang firmaron la Declaración Conjunta Sino-Británica, en la que Gran Bretaña aceptaba devolver Hong Kong a China en 1997, en base a un acuerdo previo que ratificaron ambos países en 1898. El nuevo acuerdo prometía a los hongkoneses “un alto grado de autonomía” durante al menos 50 años desde 1997 y con arreglo a la fórmula de “un país, dos sistemas”. Así se fijó el destino de los habitantes de Hong Kong –sin que se les consultara al respecto y sin que participaran en el mismo–.

En aquella época, cuando los hongkoneses hablaban de la vida postcolonial que les esperaba a partir de 1997, les gustaba empezar con la frase “cuando los comunistas recuperen Hong Kong”. El énfasis en “los comunistas” revelaba una gran inquietud acerca del partido que gobernaba China. Dicha ansiedad aumentó de manera notable cuando el 4 de junio de 1989 los tanques entraron en la plaza de Tiananmen para aplastar el movimiento pacífico a favor de la democracia en Pekín. Temiendo un futuro gobernados por un régimen brutal, entre 1990 y 1994 migraron 300.000 hongkoneses, principalmente a países de Occidente.

Se acabó la fiesta

“Seguirán las carreras de caballos; continuarán las fiestas de baile”. Esa era la frase que el difunto líder chino Deng Xiaoping utilizaba para convencer a los hongkoneses de que su estilo de vida no iba a cambiar después de 1997. En muchos aspectos, así fue más o menos durante la primera década después de la devolución. En aquella época, el dominio de la economía por parte de las grandes constructoras inmobiliarias y la avalancha de migrantes chinos continentales encabezaban la lista de sus preocupaciones. Políticamente, la mayoría de la gente seguía siendo bastante apática.

El punto de inflexión fue el 1 de julio de 2003, cuando medio millón de hongkoneses se lanzaron a las calles para protestar por una propuesta de proyecto de ley de seguridad nacional. Según su mini Constitución posterior a la devolución, Hong Kong tiene la responsabilidad constitucional de promulgar su propia ley de seguridad nacional. A la gente le preocupaba que eso se tradujera en el fin de sus libertades. Al final, el gobierno se echó para atrás.

A partir de entonces, los hongkoneses permanecieron en situación de alerta. Durante los siguientes 17 años se aseguraron de manifestarse en las calles cada 1 de julio para expresar sus quejas al gobierno y reclamar una mayor democracia. Dicha tradición ha contribuido a la paulatina concienciación política de los hongkoneses, que nunca se habían interesado demasiado por la política.

Durante los siguientes años, Hong Kong se convertiría en una ciudad de manifestaciones, a menudo lideradas por una nueva generación de jóvenes políticamente comprometidos.

De vez en cuando, estallaban protestas masivas por diferentes motivos: la decisión del gobierno de demoler un muelle de la época colonial, la construcción de una línea ferroviaria de alta velocidad a la China continental y la lucha por el sufragio universal, entre otros. Todos estos casos reflejaban una reticencia colectiva a renunciar a un pasado entrañable, así como el temor a integrarse en un sistema aterrador. La brecha entre Hong Kong y la China continental siguió ensanchándose.

En 2015 y 2017 ocurrieron dos incidentes alarmantes que pusieron en entredicho la autonomía de Hong Kong. Cinco trabajadores de una librería local que vendía obras críticas con la élite política de China desaparecieron y fueron localizados más tarde en prisión preventiva en la China continental. Dos años después, un hombre de negocios rico originario de la China continental fue secuestrado en un hotel de apartamentos de lujo de Hong Kong por agentes de seguridad del Estado chino.

Para cuando el gobierno presionó en 2019 para aprobar una ley que permitiera las extradiciones de prófugos locales a la China continental, más hongkoneses que nunca opinaban que ya era hora de tomar las riendas de su destino. Dos millones de personas salieron a las calles. Los manifestantes jóvenes en especial pretendían aumentar la presión y subir la apuesta. Irrumpieron en el edificio del parlamento, lanzaron cócteles molotov a la policía e incendiaron tiendas prochinas. No hubo ningún saqueo, pues no querían obtener ganancias de manera ilegal como lo había hecho el régimen contra el que estaban luchando.

Sin embargo, ningún tipo de idealismo, resistencia ni violencia pudo vencer a los poderes fácticos. En 2020, la covid acabó de una forma muy conveniente con todo tipo de protestas. Luego se aprobó la ley de seguridad nacional. Hasta la fecha, más de 10.000 personas han sido detenidas en relación con las protestas.

Si miran al futuro, a los hongkoneses les cuesta ver algo que merezca la pena, pues la fórmula de “un país, dos sistemas” ya pasó a mejor vida y el régimen totalitario del norte es el que lleva la voz cantante.

Aun así, puede que no se haya perdido todo lo que tiene valor. Hace poco, el sindicalista Lee Cheuk-yan escribió en una carta desde la cárcel: “Tanto si estamos dentro como fuera del muro, todos nos sentimos inquietos. Pero si seguimos siendo fieles a nuestra conciencia, nuestro corazón se calmará y encontrará la paz”.