La solución imperfecta marroquí a una crisis de migración olvidada

La solución imperfecta marroquí a una crisis de migración olvidada

Oluwafemi is one of the lucky formerly undocumented sub-Saharan African migrants in Morocco who has been regularised.

(Fabíola Ortiz)

Hace siete años, Oluwafemi (nombre ficticio), de 48 años, inició un periplo de 6640 kilómetros, en el que tuvo que superar frío, sed, hambre y peligros extremos, para buscar una vida mejor en Europa.

Oluwafemi trabajaba como ingeniero electricista para la Marina, en Ibadan, su localidad natal, en el Estado de Oyo, al suroeste de Nigeria. Pero a finales de los noventa le despidieron por encabezar una protesta contra sus condiciones laborales.

Tras años en paro, tomó una decisión drástica: dejar atrás a su madre y sus dos hermanas y lanzarse a buscar trabajo en Europa.

Sabía que la ruta sería larga, difícil y arriesgada, pero aún así se marchó. Como cientos de miles de migrantes antes y después que él, Oluwafemi atravesó Níger y el desierto del Sáhara y se jugó la vida en las temibles fronteras —como la que divide Argelia de Marruecos y que lleva cerrada desde 1994— hasta llegar a Marruecos.

“Mi familia no sabía nada de mi viaje y yo no tenía ni idea de dónde ir en Europa. Sólo deseaba una vida mejor”.

Una vez en Marruecos intentó llegar a Europa en barco, cruzando el Mediterráneo o escalando las vallas que fortifican los enclaves autónomos españoles de Ceuta y Melilla, en la frontera marroquí. “Intenté saltar la valla en Melilla varias veces”, explica Oluwafemi. “Pero no lo conseguí. Si te detienen, te apalean. Hay que entrenarse y prepararse para saltar y avanzar con rapidez”, recuerda.

Después de varios meses intentándolo, tiró la toalla, abandonó su sueño de llegar a Europa y decidió permanecer en Marruecos.

 
El Dorado europeo

Oluwafemi relata su historia a Equal Times desde Oujda, la ciudad al noreste de Marruecos, con una población de 450.000 personas, en la que hoy reside. A pesar de que posee permiso de residencia legal desde 2014, aún teme las represalias de la policía.

Así es la pugna por alcanzar El Dorado europeo, explica Daniela, una activista española que lucha por los derechos humanos en una organización local entre Melilla y la ciudad marroquí de Nador, a apenas diez kilómetros de distancia.

Daniela habla con Equal Times con la condición de permanecer en el anonimato, ya que los migrantes indocumentados y las ONG de derechos humanos que intentan ayudarles son víctimas del hostigamiento y la violencia de las autoridades locales. Los activistas extranjeros de derechos humanos han sido incluso expulsados.

En la actualidad no existe una vía legal para que los inmigrantes indocumentados de Marruecos entren en Europa. “Esto significa que morirán en el mar. Las vallas no les disuaden de saltar. Sólo aumentan su sufrimiento”. Quienes no consiguen llegar a Europa —la inmensa mayoría— acaban quedándose en Marruecos durante años sin derechos, refugio, ni oportunidades. Miles de personas sobreviven en los alrededores de ciudades como Nador, Tánger y Rabat en condiciones inhumanas, en bosques, cuevas y montañas, intentando desesperadamente evitar la violencia de las fuerzas de seguridad y sin ningún otro sitio donde ir. “No hay más devoluciones ni deportaciones, pero continúan los desplazamientos forzosos”.

Este país del norte de África, considerado en su día una nación de tránsito, se ha convertido gradualmente en los últimos años en un país anfitrión y de destino, según Jean-Paul Cavaliéri, Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Marruecos.

“Cada vez resulta más difícil y peligroso cruzar el mar, por eso hay quienes prefieren permanecer en Marruecos. Al fin y al cabo, este país les ofrece cierta protección y garantías. Aunque aquí no encuentran el mayor nivel de vida del mundo, reciben las protecciones básicas y, ciertamente, es un lugar seguro para los solicitantes de asilo”, explica.

 
Mano abierta a la inmigración

En 2013, el Rey Mohammed VI de Marruecos anunció una política de inmigración más liberal que permitía la regularización de los migrantes sin papeles. “El país abandonó su enfoque basado en la seguridad y lo sustituyó por una política abierta, que garantiza los derechos humanos”, afirma Mohamed Khachani, Presidente de la Asociación Marroquí de Estudios e Investigación sobre la Migración, radicada en la capital, Rabat.

A pesar de que el proceso de regularización fue limitado y se prolongó durante apenas un año, el 92 % de las 27.643 personas que lo solicitaron recibieron autorización para permanecer en Marruecos, según las estadísticas oficiales consultadas por Equal Times.

Hay varias teorías que explican las razones por las que Marruecos se convirtió en el primer país árabe en aplicar una política global hacia la migración. Algunos analistas consideran que la Primavera Árabe podría haber servido de acicate para las reformas democráticas introducidas por el Rey, mientras otros piensan que fue la presión de la Unión Europea y las tensiones que siguieron a la muerte de dos inmigrantes durante una incursión policial en Tánger.

“Se trata de una campaña sin precedentes en la región, que puede sentar un ejemplo positivo y servir de modelo al resto de los países árabes y a muchos países del Sur con problemas similares. La UE alabó la política marroquí de inmigración y prometió ayudarle a ponerla en práctica”, afirma Driss El Yazami, Presidente del Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos. El organismo es responsable de emitir las recomendaciones en las que se basó el Rey para las reformas migratorias.

No está claro a cuánto asciende la ayuda que está ofreciendo la Unión Europea a Marruecos, pero sí que se dirige, específicamente, al desarrollo de capacidades y a la formación profesional de los migrantes.

No obstante, en Marruecos continúan viviendo unas 40.000 personas indocumentadas. Los migrantes forman hoy parte del paisaje, dice Cavaliéri. “Los marroquíes les vieron primero de paso, mendigando en las calles para llegar a Europa. Ahora estas personas han decidido quedarse, se han convertido en sus vecinos, compañeros de colegio y se sientan a su lado en la mezquita. Van a permanecer aquí y el gobierno es consciente de ello”.

Aunque Marruecos está a la cabeza de la región de África del Norte y Oriente Medio en cuanto a la aplicación un sistema de regularización de los migrantes propiamente dicho, posee recursos muy limitados. “Somos siete personas para procesar las 300 y 400 solicitudes de asilo que recibimos al mes”, afirma Cavaliéri.

 
Racismo, vivienda y empleo

Oluwafemi es uno de los afortunados. Luego de años de desamparo y de dormir en cobijos improvisados mientras se escondía de la policía, por fin puede vivir “como es debido”. “[Oujda] es un lugar pacífico, sin violencia. El único problema es el paro y el bajo nivel de vida”.

Hasta ahora, a pesar de su experiencia y formación, Oluwafemi no ha conseguido un empleo estable o un contrato indefinido. Como la mayoría de los migrantes subsaharianos, solo le dan trabajos irregulares, informales, con los que apenas llega para pagar el alquiler de su habitación.

El idioma es una barrera inmensa. Habla inglés, pero apenas chapurrea francés y un poco de árabe. Y, los esfuerzos de la nueva política migratoria marroquí no han logrado acabar con el racismo, que también es un problema grave, sobre todo a la hora de encontrar trabajo y vivienda.

Los migrantes africanos negros, por ejemplo, reciben hasta cuatro veces menos que un marroquí por realizar el mismo trabajo, según Hassane Ammari, activista de la asociación internacional para los migrantes Association Internationale pour les Migrants Oujda (AIMO), en Oujda.

Y lo mismo les sucede a la hora de buscar vivienda. A los migrantes les suelen cobrar un alquiler más alto, les piden fianzas mayores y los propietarios sin escrúpulos les expulsan sin contemplaciones, ya que saben que, sin papeles, carecen de asistencia jurídica.

Ammari, que lleva trabajando con inmigrantes desde 2001, ha llegado a la conclusión de que la regularización no es la solución última. Luego de un año, el migrante tiene que renovar su documentación y para ello tiene que demostrar que tiene un empleo, algo increíblemente difícil para personas como Oluwafemi. Por eso es muy fácil que los migrantes regularizados vuelvan a quedarse sin documentación.

Y tampoco podemos olvidar otro problema: “Siempre les digo a las autoridades que la regularización es sólo un pequeño paso. Lo importante aquí es la integración. Me refiero a la integración económica, política, social y cultural. Estamos resolviéndole el problema a la UE, pero carecemos de recursos suficientes para ello”, señala Khachani.

Su equipo de investigación llevó a cabo una encuesta que revela que más del 60 % de los marroquíes están dispuestos a contratar a un trabajador migrante. Las estadísticas oficiales indican que un 20 % de los migrantes regularizados gracias a la nueva política poseen una titulación superior.

“Es una bendición que los migrantes vengan y quieran quedarse aquí”, afirma.

La clave ahora es encontrar la forma de utilizar sus conocimientos y la contribución positiva que están dispuestos a hacer”.