La UE debe continuar dialogando con Turquía

El referendo reciente en Turquía es el último ejemplo del secuestro de la política por el populismo en el mundo y no presagia nada bueno ni para el país ni para su mayor socio comercial, la Unión Europea. Con el traslado radical de poder al presidente Recep Tayyip Erdogan, la democracia, los derechos humanos y la economía se resentirán.

No obstante, también se debería responsabilizar a la Unión Europea del resultado y de la manera claramente deficiente en que ha tratado con Turquía en las últimas décadas. Por ejemplo, la UE no impulsó las negociaciones de adhesión en momentos en los que se necesitaba desesperadamente el apoyo democrático para dar poder efectivo a las fuerzas democráticas.

La Unión Europea, que dejó sola a la república turca para que se ocupara de un influjo masivo de millones de refugiados, se dirigió a su vecino mediterráneo para pedirle ayuda cuando tuvo que afrontar su propia crisis de refugiados.

Esta inconsistencia política debatida a menudo fue explotada rápidamente por la maquinaria de propaganda del presidente Erdogan, que sugirió que Europa dependía cada vez más de Turquía.

De este modo, consiguió crear una imagen poderosa de Turquía de un actor regional dirigido por un presidente que marca la pauta de cuestiones importantes, como las políticas relativas a los refugiados.

Algunos ejemplos del comportamiento contradictorio europeo:

El acuerdo sobre los refugiados de 3.000 millones de euros (3.200 millones de dólares) firmado entre la UE y Turquía ha sido un acuerdo muy ambiguo en lo que respecta a las normativas sobre los derechos humanos de los refugiados y ayudó a inclinar el equilibrio del poder institucional en la república turca a favor de la administración del presidente.

Utilizar a Turquía para aliviar el golpe de la crisis de refugiados en Europa solamente ha contribuido a que haya un presidente más poderoso y a marginar a otras instituciones políticas.

La falta de presión para que el Sr. Erdogan respete los derechos humanos tras el intento de golpe de Estado del año pasado abrió las puertas para que su Gobierno detuviera y/o despidiera a miles de personas y silenciara a los medios de comunicación.

Al mismo tiempo, la prohibición por las autoridades europeas de la campaña del Gobierno dentro de la UE unas semanas antes del referendo, aparentemente por razones de seguridad, resultó contraproducente. Contribuyó a los esfuerzos propagandísticos del presidente Erdogan y parece haber llevado a un punto muerto las relaciones entre la UE y Turquía.

La prohibición pareció demostrar que los gobiernos europeos utilizan las herramientas que aplican los regímenes autoritarios, a los cuales critican por ello, en detrimento de la democratización. Esta incoherencia permitió al presidente Erdogan pintar a la UE como el mayor villano y destruir lo que quedaba de la credibilidad de la UE entre sus partidarios y simpatizantes.

Peticiones a los responsables de la toma de decisiones en la UE:

Aunque la campaña del referendo estuvo marcada por una fuerte represión, al menos el 49% de la población votó en contra de la introducción de un sistema presidencial y la oposición sostiene que la proporción habría sido mucho más elevada de no ser por el supuesto fraude. Se trata de un testimonio digno de atención de una población crítica y profundamente dividida.

La Unión Europea debe reconocer que Turquía no es Erdogan y que una gran parte de la sociedad civil aspira a disponer de instituciones democráticas, como un Estado de derecho que funcione y derechos humanos.

Como la mayoría de estas personas ve el camino democrático de Turquía como algo paralelo al proceso de adhesión a la Unión Europea, parece fundamental que los responsables de la toma de decisiones en Europa sigan un programa político que no deje atrás a estas personas esperanzadas que están particularmente sometidas a medidas opresivas del régimen turco.

Las posturas contra Turquía populistas e irreflexivas solo contribuirán a consolidar las fuerzas no democráticas de la administración política de Ankara.

Los Gobiernos europeos deberían aprender de nuevo de las lecciones del pasado y estar a la altura de sus propias expectativas y aumentar la transparencia y, por lo tanto, la credibilidad de las políticas exteriores europeas.

Las sanciones económicas y/o políticas difícilmente darán resultados tangibles que mejoren las relaciones entre Europa y Turquía, sino que probablemente socavarán todavía más cualquier democratización sostenible del sistema político turco.

Por este motivo, la UE debería seguir dialogando con Turquía, no solo por su propio interés, sino también con una perspectiva a largo plazo para promover fuerzas políticas progresistas y en pro de la democracia en el país. Una Turquía aislada probablemente será más peligrosa para la UE, y ante la crisis de refugiados la UE no tiene más remedio que dialogar.