La Unión Europea, en la encrucijada de la defensa común

La Unión Europea, en la encrucijada de la defensa común

The last two years have seen a paradigm shift in how European defence is envisaged, reflecting the progress made in framing the European Union’s military strategy. This photo from 31 May 2017 relates to a 3D printing project for the defence sector launched by the European Defence Agency.

(European Defence Agency)

La apuesta de la defensa europea pasa por una mayor independencia de la OTAN, pero sin debilitar la cooperación con la Alianza, y por el desarrollo de sus propios programas para la seguridad colectiva de sus miembros. El objetivo es que tal colaboración militar impulse también el complicado proceso de integración en el seno de la Unión Europea.

Los últimos dos años han supuesto un cambio de paradigma en la evolución del concepto europeo de defensa y han reflejado un avance, no exento de riesgos y obstáculos, en la estrategia militar de la Unión Europea. La oscilante e imprevisible política exterior del presidente estadounidense, Donald Trump, el Brexit, las oleadas migratorias hacia Europa procedentes de zonas de conflicto, el terrorismo internacional, las amenazas a la ciberseguridad y la geopolítica de Rusia, de nuevo muy pujante fuera de sus fronteras, son algunos de los motivos que han reactivado ese proceso, compartido por la mayoría de los miembros de la UE, pero que, desde el Tratado de Bruselas de 1948, ha conocido pocos avances significativos.

El envite actual, casi contrarreloj, promueve el desarrollo de una estrategia de seguridad común que redunde en una mayor independencia respecto a la OTAN, cuyo liderazgo por Estados Unidos ha puesto en varias ocasiones a los miembros europeos en conflicto con sus propios objetivos y principios. La UE no busca debilitar a la OTAN, sino fortalecerla desde un plano de mayor autonomía estratégica.

El 28 de junio de 2016 marcó un hito en el lento proceso de creación de una conciencia de defensa común. Fue entonces cuando la alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, Federica Mogherini, presentó ante el Consejo Europeo la Estrategia Global de la Unión sobre Política de Seguridad y Asuntos Exteriores. En ese momento hubo muchas dudas sobre su efectividad, pero la complicada situación internacional y el compromiso de los socios comunitarios comenzaron a dar forma al viejo proyecto. Un año después, en su discurso del Estado de la Unión del 13 de septiembre, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ya lo dejó muy claro: “Debemos avanzar hacia un Fondo Europeo de Defensa y una Cooperación Permanente en este ámbito. Para 2025 necesitamos una Unión Europea de la Defensa que pueda funcionar”. Las cartas estaban sobre la mesa y la mayor parte de los países de la UE aceptó el juego.

La defensa, nuevo factor de cohesión para el viejo continente

Y se han ido cimentando las bases de la construcción de la defensa europea. En ese mismo año de 2016 se firmó la declaración conjunta entre la UE y la OTAN, y la Comisión Europea presentó el Plan de Acción Europeo de Defensa. Éste incluía el citado Fondo Europeo de Defensa, elemento sustancial para optimizar el gasto en seguridad, con el desarrollo de capacidades conjuntas y el fomento de una industria del sector mucho más competitiva ante los mercados internacionales. Con una precisión: se trataba de integrar la industria de la defensa europea dentro de esa amplia estrategia eficaz de seguridad y evitar que quedara en un simple mecanismo nacional de comercio y venta de tecnologías asociadas.

“En dos años hemos avanzado tanto como en las anteriores cuatro décadas”, ha afirmado Mogherini sobre este reciente devenir de la defensa europea. Según la alta representante, este compromiso ha servido para relanzar el proceso de integración de la UE, maltrecho tras el Brexit, que ha llevado al ostracismo de Gran Bretaña. Si el euro supuso un hito en la construcción política de la Unión, esta Europa de la Defensa puede ser el segundo gran factor de cohesión del viejo continente. Las encuestas del eurobarómetro apuntan en ese sentido, así como la opinión de la mayor parte de los gobiernos europeos: una política de seguridad creíble sustenta una política exterior creíble.

Un elemento muy destacado en el proceso de adquisición del armazón de defensa europea ha sido la puesta en marcha en 2017 de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO, por sus siglas en inglés), ya prevista en el Tratado de Lisboa de 2009. Este sistema integrado por 25 países de la UE (todos, excepto Reino Unido, Dinamarca y Malta), entre otras posibilidades, contempla el despliegue coordinado de militares en misiones de paz y de interposición, desarme y humanitarias. Actualmente hay 5.000 efectivos de la Unión Europea tomando parte en seis operaciones internacionales y diez misiones civiles internacionales. Su mandato responde a tareas como la prevención de conflictos, el fortalecimiento de la seguridad internacional, la prevención del tráfico de seres humanos, la lucha contra la piratería, el apoyo a la gobernabilidad y la defensa del marco legal en las zonas en que operan, como Somalia, Malí o la República Centroafricana.

En la actualidad, los países de la Unión Europea gastan anualmente en defensa cerca de 200.000 millones de euros. Una mayor cooperación y coordinación conjunta bajo las bases establecidas por la PESCO podría suponer, según estudios de la propia UE, un ahorro anual de entre 25.000 y 100.000 millones de euros simplemente reduciendo la duplicidad de funciones.

El camino de la Europa de la Defensa ya lo indicó hace nueve años el Tratado de Lisboa, en su artículo 42.2, que señala de forma textual: “la política común de seguridad y defensa incluirá la definición progresiva de una política común de defensa de la Unión. Esta conducirá a una defensa común una vez que el Consejo Europeo lo haya decidido por unanimidad”. Este concepto se materializa ahora con la PESCO y con una ruta sostenida por el compromiso de los países firmantes de aumentar progresivamente sus presupuestos de defensa y de cooperar en los programas de capacidades militares de la Agencia Europea de Defensa, organismo que modelará el futuro de la propia Cooperación Estructurada Permanente.

Son muchos los desafíos a los que se enfrenta la Europa de la Defensa. Desde las propias diferencias entre los Gobiernos de la UE, por ideologías o por contrapuntos financieros, hasta las amenazas exteriores. Dentro de las primeras el rumbo tomado por algunos países como Polonia o Hungría podría amenazar con algún retraso en la hoja de ruta sobre seguridad.

En el caso húngaro se percibe además la presión de Rusia, con ese aroma de guerra fría. Si añadimos que Europa carece de una adecuada comunidad de inteligencia –que resulte de la labor coordinada de los sistemas de inteligencia estratégica de los 28–, carencia especialmente notoria en el ámbito militar y de la seguridad ante terceros países, no es de extrañar que se hayan detectado diversos desafíos a la ciberseguridad europea, además de campañas de injerencia y desinformación en varios procesos electorales y movimientos independentistas dentro de la UE.

Esta trama rusa, con el impacto de una superior labor de inteligencia, conduce también al otro lado del Atlántico y se refleja sutilmente en los desdenes mostrados por la Administración Trump al sistema de seguridad europeo y en la plena cooperación de Washington dentro de la OTAN. La enmarañada madeja llevó a la canciller alemana, Angela Merkel, a calificar a Donald Trump como un socio poco fiable para los intereses europeos. Mientras, otros dedos apuntaban acusadores al Capitolio por el descrédito sufrido por Occidente en Oriente Medio, donde el fracaso de la inteligencia estadounidense permitió el exitoso intervencionismo de Moscú en Siria, la ruptura del acuerdo con Irán, el retroceso general de la influencia en la región de Washington y, por efecto dominó, de la desconfianza regional en las diplomacias británica y francesa.

Quienes defienden que el Brexit puede tener efectos “positivos” para el avance del sistema de defensa de la UE (un ejemplo: la puesta en marcha del primer cuartel europeo, bloqueado una y otra vez por el Reino Unido y que ya recibió luz verde en marzo de 2017), también afirman que podría ocurrir lo mismo con el distanciamiento de la UE y EEUU. Un inmediato y simple efecto sería la constatación de que la seguridad europea ha de estar, en primer lugar, en manos de los europeos.

No parece probable que veamos en breve la conformación de un ejército propio de la Unión Europea. Pero se están dando pasos muy firmes hacia la defensa compartida bajo el prisma de la autonomía estratégica. En este contexto, la UE dispondrá de potencial militar –y prestigio– para algunas misiones sin que la OTAN pueda vetarlas.

Un próximo jalón de este camino de la Europa de la Defensa estará en la mejor coordinación e integración de las capacidades de inteligencia militar y civil de los países de la UE, a fin de solventar las deficiencias que en un pasado reciente llevaron a errores gravísimos en territorio europeo, como ocurrió en los Balcanes o como sucede actualmente en Ucrania. Sin una política de seguridad no habrá, como decíamos, una creíble política exterior, y sin una adecuada inteligencia estratégica, todo paso hacia la defensa conjunta europea podría caer en saco roto.

This article has been translated from Spanish.