Las colillas de cigarrillo contaminan, ¿cómo respondemos a nivel público y privado a esta emergencia medioambiental?

Las colillas de cigarrillo contaminan, ¿cómo respondemos a nivel público y privado a esta emergencia medioambiental?

In response to the scourge of cigarette butts accumulating on the ground, in streets and in nature, citizens participated in #Megotchallenge this summer by filling bottles with this toxic waste and sharing their photos on social networks, like this one taken in Marseille, August 2019.

(Benjamin Hourticq)

Antaño, en las playas se solía recoger conchas o guijarros. Pero este verano la tendencia ha virado a la recolección de colillas de cigarrillo. Desde hace varios días, las etiquetas #FillTheBottle (LlenaLaBotella) y #Megotchallenge (para los francófonos) se han convertido en el nuevo movimiento mundial de eco-movilización por Internet. El concepto: ir a pasearse por las playas, botella en mano, para llenarla de colillas de cigarrillo, hacer una fotografía y compartirla en las redes sociales con la referencia #FillTheBottle. En la era digital y de emergencia ecológica, movilizarse por el medio ambiente ha pasado a constituir un valor.

En un informe sobre el tabaco y sus repercusiones en el medio ambiente, publicado en 2017, la Organización Mundial de la Salud (OMS) cifraba “entre 340 y 680 millones de kilos los residuos procedentes del tabaco en el mundo cada año”. También según la OMS, “desde los años 1980, las colillas de cigarrillo representan entre el 30% y el 40% de todos los tipos de residuos que se recogen cada año en las operaciones de limpieza urbana y costera, a escala internacional”.

Además de la cantidad impresionante de este residuo, su naturaleza plantea serios problemas medioambientales. Los residuos procedentes del tabaco contienen “más de 7.000 sustancias químicas tóxicas –algunas de ellas potencialmente cancerígenas para el ser humano– que se acumulan posteriormente en el medio ambiente”, indica la OMS. “Estos residuos tóxicos terminan en nuestras calles, nuestras tuberías y nuestra agua”. Según un estudio alemán publicado en 2014 en la revista Journal of Hydrology, una colilla puede contaminar hasta 1.000 litros de agua con unas concentraciones de sustancias químicas superiores al umbral límite de toxicidad concentrado en un ecosistema (o concentración prevista sin efecto, predicted non-effect concentration, PNEC).

Según la ONG Surfrider Foundation, las colillas de los cigarros representan el 40% de los residuos encontrados en el mar Mediterráneo, una contaminación que repercute incontestablemente en los ecosistemas marinos. En 2011, un equipo de investigadores reveló que una sola colilla por litro de agua basta para matar la mitad de los pececillos utilizados para el experimento.

Dos de cada tres cigarrillos se tiran al suelo, según la OMS

Así pues, humanos, ecosistemas marinos, plantas: nada ni nadie parece estar a salvo de la contaminación tóxica de las colillas de los cigarros. Entonces, ¿por qué estos residuos siguen amontonándose sin tregua en las calles, campos, playas, ríos y océanos? En el marco de este tema se suele cuestionar el comportamiento individual de los consumidores. Tirar una colilla al suelo es un gesto natural para muchos fumadores, que, según la OMS, tiran dos de cada tres colillas en la calle, lo que representa cerca de 137.000 colillas por segundo a escala mundial. Bastien Lucas puede dar fe de ello. Este bretón, fundador de MéGo !, la única fábrica de reciclaje de colillas de Francia, y una de las pocas del mundo, espera, por medio de su iniciativa, “hacer efecto palanca en los comportamientos, enseñando a los fumadores que su residuo puede reciclarse”.

Ante estas malas costumbres, determinados poderes públicos tratan de actuar mediante la aplicación de contravenciones. Así pues, en Francia, tirar una colilla al suelo se sanciona con una multa de 68 euros –una medida de dudosa efectividad, ya que, por ejemplo, únicamente en la ciudad de Marsella-Aix Provence se tiran nada menos que 500 millones de colillas al año–.

Además del problema medioambiental, la recogida de estos residuos resulta muy costosa para la Administración pública. Según la asociación de ciudades para la limpieza urbana Association des villes pour la propreté urbaine, las operaciones de limpieza urbana en Francia suponen un coste medio anual de 38 euros por habitante y de 13.000 euros por kilómetro de calzada.

Para afrontar este flagelo, difícilmente gestionado por las autoridades, algunas asociaciones se están haciendo cargo de la situación para evitar que las colillas terminen en el suelo. Tal es el caso de Greenminded, creada en Marsella en 2017. Esta pequeña asociación, formada por varios voluntarios, vende kits de recogida de colillas a particulares, empresas o municipios, quienes, una vez llenos, se los reenvían de vuelta por correo. “Tras recibirlos, registramos los kits”, explica Alice Comble, fundadora de la asociación. “A continuación hacemos una primera selección, para separar las colillas de otros residuos presentes, un primer secado de las colillas [indispensable para poder tratarlas], y las ponemos en circulación”. Es decir, los residuos son enviados a Bretaña, a la unidad de reciclaje de Mégo !. “La idea es conseguir recoger las colillas antes de que terminen en la basura doméstica”, precisa Alice Comble. Efectivamente, cuando no acaban en el suelo, estos residuos terminan en los cubos de basura y son posteriormente enterrados. “Algunas empresas aseguran que reciclan, pero, o bien almacenan las colillas, o bien las utilizan para la recuperación energética, concretamente para las cementeras”, explica la fundadora de Greenminded.

La concepción de reciclaje de Greenminded y de Mégo ! pretende ser más virtuosa y estar en consonancia con la idea de economía circular. “Reciclamos el acetato de celulosa, que representa el 75% de la biomasa de una colilla –señala Bastien Lucas, de Mégo !–, y con ello fabricamos mobiliario urbano”. Concretamente, las colillas se clasifican, el plástico del filtro se separa de las demás sustancias contaminantes, se transforma en fibra de celulosa y se pasa por un compresor de vapor térmico para obtener placas de plástico que pueden utilizarse para la fabricación de objetos. “Sobre todo, nuestra fuerza está en que no utilizamos ningún producto químico”, celebra Bastien Lucas. “Conseguimos obtener una desintoxicación eficaz utilizando únicamente agua, en circuito cerrado”. El agua que se utiliza para descontaminar las colillas también es descontaminada a su vez en la fábrica.

Corresponsabilizar (más rápido) de la contaminación a los fabricantes de cigarrillos

A pesar de la brecha abierta por la empresa bretona, el reciclaje de colillas está tardando en aparecer y no se basa más que en unas cuantas iniciativas privadas. Habrá que ver si la ley consigue que las cosas cambien. La Unión Europea adoptó en junio una directiva relativa a la reducción del impacto de determinados productos de plástico en el medio ambiente. El texto prevé amplificar la noción de responsabilidad ampliada del productor a las fabricantes de tabaco, lo que obliga a que cada fabricante se responsabilice de los residuos procedentes de sus productos.

Sorprendentemente exentas hasta ahora de esta obligación, las tabacaleras tendrán tiempo hasta 2024 para cumplirla. “No estamos a la altura”, opina François-Michel Lambert, diputado ecologista por Bouches-du-Rhône, que se ha declarado públicamente en contra de las derivas de la industria del tabaco, de sus ventajas fiscales y de su contaminación, pasando por los mercados paralelos.

“¿Por qué esperar hasta 2024? Es demasiado tarde. Estamos ante una urgencia”, se queja el representante. “Existe cierta pusilanimidad a la hora de abordar este problema”. Además de la directiva europea, Lambert hace también referencia al Gobierno francés, el cual, tras varias reuniones con los fabricantes de tabaco, prevé el mismo plazo.

Después del verano, en el marco del proyecto de ley para favorecer la economía circular presentado por el primer ministro francés Edouard Philippe, el diputado ecologista propondrá dos enmiendas: “En primer lugar, una contribución medioambiental aplicada a cada paquete de cigarrillos [ya propuesta en 2013 por senadores franceses, pero rechazada, ndlr*], y, en segundo lugar, la prohibición de los filtros de plástico a partir de 2024”.

Varias organizaciones comparten esta idea, como por ejemplo el Cigarette Butt Pollution Project, una sociedad que reúne a científicos, ecologistas y políticos y que aspira a que en Estados Unidos se prohíban los filtros de acetato de celulosa. O incluso la propia OMS, que denuncia la versión de los fabricantes, según la cual, al retener determinadas sustancias tóxicas, los filtros son buenos para la salud de los fumadores. La organización considera que eso no es más que un instrumento de marketing que se viene utilizando desde los años 1950: “Como ya sabemos, los argumentos que afirman que los cigarrillos con filtro son mejores para la salud, son falsos. Lo único que los filtros han hecho es que se pueda fumar con más facilidad”.

Según François-Michel Lambert, la industria del tabaco es “un lobby muy inteligente, que da a entender que ya paga muchas cargas fiscales [impuesto sobre el paquete de cigarrillos, ndlr] y que el problema viene del fumador y no le concierne”. La historia ha demostrado el poder de este lobby en lo referente a cuestiones de salud. Ante la urgencia medioambiental, la solución solo puede venir de una auténtica voluntad política.

This article has been translated from French.

*ndlr: nota de la redacción.