Las empresas deben invertir en sus trabajadores, no sólo en los accionistas

La noticia de la reciente bancarrota de Sears –el gigante minorista nacido a mediados del siglo XX, que en octubre se acogió al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras– destacaba cuánto ha cambiado el trato de las corporaciones hacia sus empleados en los Estados Unidos. En la época de Sears (cuado fue creada) se daba por sentado que las grandes empresas debían compartir los beneficios y las prestaciones con su plantilla, no sólo con los accionistas. Este flashback contrasta con la situación actual, en la que empresas como Amazon están creciendo a un ritmo vertiginoso, a pesar de lo cual sus empleados deben elegir entre un salario digno o acceder a pequeñas opciones de compra de acciones.

En los tiempos de Sears, las grandes empresas trataban a sus trabajadores como un activo valioso que contribuía a la productividad corporativa y los sindicatos tenían poder para negociar unos salarios dignos, estables y unos paquetes de jubilación sólidos. Pero durante la Administración Reagan se introdujeron reformas que convirtieron la primacía de los accionistas en principio de la gobernanza corporativa y se inició un ataque sostenido a la negociación colectiva. Algunas empresas se centraron en repartir dividendos a sus accionistas y otras en lucrarse cada vez más mediante transacciones financieras; pero todos los ejecutivos coinciden en que los accionistas son lo más importante para el éxito de una empresa y merecen tanta riqueza corporativa como sea posible. Uno de los métodos utilizados para recompensar a los accionistas son las recompras de acciones, es decir, las empresas vuelven a comprar sus propias acciones en el mercado abierto para impulsar el valor en dólares de cada una de las acciones restantes. Sólo este año, las compañías estadounidenses van camino de gastar un billón de dólares en recompras.

Antes de la década de los setenta, las empresas estadounidenses pagaban aproximadamente el 50% de los beneficios a los accionistas; en la actualidad, el porcentaje que se destina al pago de dividentos a los accionistas en las sociedades no financieras supera el 100% de los beneficios declarados, ya que muchas empresas piden préstamos para elevar aún más los desembolsos de dividendos.

Por ejemplo, entre 2015 y 2017, la industria de la restauración gastó el 136% de sus beneficios totales en recompras de acciones. Estamos ante un ejemplo de endeudamiento arriesgado con el fin de llenar los bolsillos de los accionistas, a pesar de que los empleados de los restaurantes son de los colectivos más vulnerables de la fuerza laboral. Si las cinco empresas que más gastan en recompras en esta industria decidieran redirigir estos fondos a la remuneración de sus empleados, podrían pagar al trabajador medio de los restaurantes un 25% más cada año de media.

Este cambio de prioridades ha generado una competencia directa entre accionistas y trabajadores dentro de las empresas; ambos compiten por una parte de los beneficios y los trabajadores están perdiendo: sus salarios están estancados, a pesar de que las ganancias corporativas se han disparado. Son los accionistas quienes han captado una parte cada vez mayor de esas ganancias. Por ejemplo, desde que entró en vigor la Ley de Recortes de Impuestos y Empleos del Presidente Trump, en 2017, el impuesto de sociedades de los EEUU se ha reducido del 35% a sólo el 21%. Las empresas han utilizado esta nueva fuente de riqueza principalmente para recompensar a sus accionistas. La Comisión de Bolsa y Valores solía considerar el gasto masivo en recompras una posible manipulación del mercado, pero hoy este gasto prácticamente no se controla en los Estados Unidos (otros países tienen leyes mucho más estrictas para regular esta práctica).

El cuadro completo

Cuando las empresas afirman que no pueden permitirse mantener y crear puestos de trabajo, ofrecer unos salarios y prestaciones dignos a sus trabajadores o invertir en innovación, no nos están contando toda la verdad. Están optando por gastar su dinero —y endeudarse— en recompras de acciones y en repartir dividendos a los accionistas. Desde que Trump aprobó su proyecto de ley fiscal, Wells Fargo ha autorizado un gasto de 40.600 millones de dólares en recompra de acciones y, al mismo tiempo, ha anunciado un plan para despedir a 26.500 empleados en los próximos tres años. Resulta evidente que tiene capital de sobra, aunque no lo destinará a salvar decenas de miles de puestos de trabajo. El presidente ejecutivo, Tim Sloan, lo confirma: "¿Es nuestro objetivo aumentar la rentabilidad para nuestros accionistas y tenemos un exceso de capital? La respuesta a ambas preguntas es, sí."

Si contemplamos el cuadro al completo, la opción de gastar más dinero en el pago de dividendos a los accionistas y en la recompra de acciones se basa en el principio de que la principal medida del éxito de un empresa consiste en el alza del valor de sus acciones en bolsa a corto plazo, mientras disminuye la inversión en las necesidades para su desarrollo a largo plazo —mano de obra, capital, innovación—. La búsqueda imparable de beneficios a corto plazo ha cambiado la forma en que se contrata y remunera a los trabajadores. Las empresas obligan a sus empleados a transformarse en contratistas independientes para evitar tener que pagarles prestaciones o pensiones, y externalizar el trabajo a empresas que compiten por pagar salarios cada vez más bajos.

Los trabajadores no sólo son excluidos de los beneficios productivos que ayudan a generar, sino que su empleo se está volviendo cada vez más precario.

Los trabajadores subcontratados deben competir por sus horas, y a menudo acaban ganando por debajo del salario mínimo. El personal de Amazon Flex, por ejemplo, tiene una app que debe actualizar constantemente para comprobar si hay disponibles servicios de envío a domicilio cercanos. Estos envíos tienen unos plazos de entrega muy ajustados y los trabajadores de Flex que no los cumplen pueden ser expulsados por completo de la app. Se ha creado una sensación de urgencia que lleva a los trabajadores a tomar lo que se les presenta. El combustible, los peajes y el tiempo de espera no son remunerados, así que cuando hacen cuentas, estos empleados externalizados apenas ganan de cinco a seis dólares la hora.

Las grandes empresas priorizan cada vez menos a sus trabajadores, como lo demuestra el hecho de que las empresas gasten su "exceso de capital" en recompras masivas de acciones, reduzcan sus costos a través de despidos a gran escala, y cambien los contratos de empleo a un modelo externalizado, que deja a los trabajadores sin apoyo y mal pagados. Esta tendencia es insostenible; las empresas no pueden prosperar a largo plazo sin una inversión inteligente en innovación, capital y mano de obra. Necesitamos nuevas reglas que nos ayuden a avanzar hacia un modelo corporativo que avance a partir del legado de aquellas empresas que lo hicieron como es debido, y que frene a las megaempresas de hoy que lo están haciendo francamente mal.

Este artículo ha sido traducido del inglés.