Las enfermedades del norte migran a África

En África, las enfermedades no transmisibles (ENT), conocidas como “enfermedades de los países desarrollados” o “enfermedades de la civilización”—la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, sobre todo— provocarán, a partir de 2030, un número de muertes mayor que las enfermedades transmisibles, como el sida.

Si, en el imaginario occidental siempre se percibió que, del continente negro procedían riesgos sanitarios como el paludismo, la fiebre amarilla y, más tarde, el sida y el bola, hoy África padece una suerte de “doble condena”: el alto precio que suponen las enfermedades infecciosas y un aumento de las ENT, que pesa sobre los sistemas sanitarios y las familias, que son el primer frente de atención.

El caso de la diabetes sirve para entender los retos que supone la propagación de estas patologías en África. Aún demasiado ignoradas, para frenar su rápido ritmo de avance hacen falta una educación sanitaria de la población y el compromiso político de los gobiernos.

“En mi país siempre ha existido diabetes”, subraya el diabetólogo senegalés Saïd Norou Diop.

“Pero desde hace una década se ha producido una auténtica explosión en Senegal”. En 2012, las ENT se cobraron la vida de más de 38 millones de personas en todo el mundo. Las cuatro quintas partes de estas muertes —es decir, 29 millones de personas— se produjeron en países de ingresos bajos o medios, como Senegal, Camerún, Congo Brazzaville o Gabón.

Su aparición está ligada a la transformación de los estilos de vida y, su aceleración, a la rápida urbanización del continente. Cuando empezaron los procesos de independencia, apenas el 15% de la población del África vivía en ciudades; hoy, la cifra ronda el 38%. Esta dinámica ha provocado un cambio en los hábitos alimenticios (la población consume carne con más regularidad y más cantidad de grasas, sal y refrescos azucarados), unido a un aumento del sedentarismo. A ello hay que añadir la ingestión de más alcohol, el tabaquismo y la exposición a productos químicos.

Se acusa de ello a la falta, e incluso la ausencia, de programas de prevención, así como a la predisposición genética de ciertas poblaciones. No obstante, estos argumentos que responsabilizan a las personas (de forma innata o adquirida) no nos deben hacer olvidar el papel decisivo de la agroindustria, que inunda los mercados africanos de productos baratos pero de mala calidad.

La sustitución del sumbala (un condimento obtenido del grano de néré) por las pastillas de caldo Maggi, vendidas gracias a grandes campañas publicitarias, simboliza esta deriva. Los gobiernos son los únicos que pueden organizar la distribución de los productos y hacer llegar a la población la información necesaria para velar por su bienestar.

La coexistencia de la malnutrición y obesidad

Se estima que los gastos de sanidad que genera la diabetes alcanzaron los 612.000 millones de dólares en 2014.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha expresado su preocupación por las “pérdidas económicas acumuladas” que generan las ENT: el peso de la patología para el sistema sanitario, la degradación del mercado de trabajo debido al debilitamiento de la mano de obra enferma o ausente, la fragilidad del tejido social, etc. Según la OMS, las pérdidas se elevarán a siete billones de dólares entre 2011 y 2025, mientras que el coste de reducir la carga mundial de las ENT se estima que no alcanzaría los 11.200 millones de dólares al año.

Las enfermedades cardiovasculares son las que provocan un mayor número de muertes (17,3 millones al año), seguidas del cáncer (7,6 millones), las enfermedades respiratorias (4,2 millones) y la diabetes (1,3 millones), según la OMS. Se estima que un 75,1% de las personas más pobres que padecen diabetes mellitus en los países africanos no han sido diagnosticadas.

La atención —justificada— que prestan países con ingresos bajos o medios (Gabón, África del Sur o Kenia, por ejemplo), a las enfermedades transmisibles (como el VIH/sida, la tuberculosis o el paludismo) ha frenado el reconocimiento de las ENT. A estos cuatro grupos de afecciones se atribuye alrededor del 80% del conjunto de las muertes provocadas por las ENT.

De entre los factores de riesgo, preocupa especialmente la mala alimentación, debido a las consecuencias que tiene para el desarrollo infantil. El sobrepeso predispone a las enfermedades cardiovasculares y a la diabetes.

Los niños de países con ingresos bajos o medios son especialmente vulnerables a los problemas de sobrepeso. Padecen una alimentación insuficiente durante el periodo prenatal, infantil y juvenil y, después, una alimentación mediocre, con frecuencia demasiado rica en grasas, azúcar, sal y de escaso valor nutritivo. De ahí que coexistan la malnutrición y la obesidad.

La OMS viene haciendo hincapié desde 1991 en estas transformaciones sin que los poderes públicos hayan respondido adaptándose. En 2002, la organización reiteró su llamamiento a redoblar los esfuerzos y volvió a subrayar las consecuencias sanitarias del cambio nutricional. Por aquel entonces ya eran conocidas las profundas desigualdades entre el norte y el sur, pero también entre las élites atendidas en las clínicas marroquíes y europeas y la población sin acceso a la atención sanitaria.

Desvío presupuestario

No obstante, la irrupción de la epidemia del sida, a finales de los años ochenta, y la puesta en marcha de programas masivos de lucha contra esta enfermedad (en 1996 se creó Onusida) supuso el abandono de 25 años de inversión dirigida a la atención de la diabetes y otras patologías no transmisibles.

Si bien los programas verticales consagrados al VIH —que concentran los fondos y los agentes sanitarios en el tratamiento de una sola patología— suscitaron la esperanza de llegar a erradicar la enfermedad, ello fue, en parte, en detrimento de la financiación consagrada a la lucha contra otras patologías.

La identificación de las enfermedades de tratamiento prioritario, además de estar justificada por el riesgo que representaba el sida a escala planetaria, es heredera de los servicios coloniales, consagrados a una sola afección (como la enfermedad del sueño).

Cuando la lucha contra las ENT regresa al orden del día, gracias sobre todo a la OMS, la irrupción simultánea de las epidemias de ébola y zica vuelve a cernir la amenaza de su soterramiento. El compromiso de los países más ricos con la financiación de la sanidad mundial obedece más, de hecho, a la percepción de un eventual riesgo para los países del norte que a un impulso humanitario basado en el análisis de las estadísticas epidemiológicas. Si el paludismo, la diabetes o la mortalidad materna fueran contagiosos, la cara de la sanidad mundial sería, sin duda, distinta.

La diabetes de tipo 2, la más frecuente en África, es una enfermedad evolutiva que puede requerir la utilización de insulina. Los sistemas sanitarios de los países menos desarrollados carecen de los instrumentos de diagnóstico, de vigilancia (como los medios para establecer las tasas de hemoglobina glicosilada y prevenir las complicaciones) y, en los casos más graves de diabetes, alternativas a la amputación. Los programas de prevención y educación dirigidos a los pacientes resultan insuficientes y la falta de medios económicos de la población más pobre no les permite seguir un régimen de alimentación adecuado.

Asistencia telefónica

El gobierno senegalés apoya la iniciativa “mDiabetes” puesta en marcha por la OMS y la Unión Internacional de Telecomunicaciones, que utiliza la telefonía móvil (en Senegal, el 83% de la población posee un teléfono portátil) para hacer llegar consejos sobre alimentación, cuidado de los pies o la manera de tratar la enfermedad durante los ayunos del ramadán, por ejemplo.

Dada la falta de medios de los sistemas sanitarios del sur, el reconocimiento de las ENT descansa, en parte, en la buena voluntad de los actores internacionales. Esta situación precisa una decisión política: ¿se debe admitir que las patologías se distribuyen en la sociedad en función de la capacidad de los individuos de garantizar la calidad de su entorno, de su alimentación, así como de los cuidados que reciben (a veces en las capitales occidentales)?

¿O debemos, colectivamente y con los Estados afectados, tomar conciencia de los desafíos que plantea esta transición epidemiológica, que expone a los más pobres a las patologías que precisan una atención de largo recorrido, demasiado costosa para ser asumida por el sistema público y dispensada a toda la población en condiciones óptimas?

Desde finales de los años ochenta, la producción de instrumentos de medición y calificación de la diabetes ha permitido reconocer su dimensión epidémica. Sin embargo, es preciso constatar que ello no ha tenido los mismos efectos políticos que en el caso de la pandemia del sida.

Hoy, luchar contra la diabetes y, en general, contra las ENT, requiere aportar los instrumentos de diagnóstico y tratamiento necesarios, las competencias específicas y, al mismo tiempo, luchar contra las desigualdades, construir un sistema de sanidad equitativo y eficaz y oponerse a los grupos de presión de la agroindustria, que inundan el continente de refrescos y alimentos que favorecen la aparición de la enfermedad.

“Contrariamente a la creencia común, señala el informe de la OMS, la diabetes del adulto debería ser considerada como una amenaza concreta para la salud pública de las comunidades del tercer mundo que viven en países en desarrollo y para las minorías desfavorecidas de los países industrializados”. Esperemos que las nuevas emergencias del ébola y el zica no vuelvan a soterrar el frágil reconocimiento de las enfermedades no transmisibles y el llamamiento a una respuesta política de alcance mundial.

Este artículo ha sido traducido del francés.

Artículo aparecido por primera vez en Le Monde diplomatique en marzo de 2017. Equal Times lo publica con la autorización de Agence Global.