Savitha, Sangeena, Sathana, Geetha, Rossi, Seethal y Srija forman parte de las comunidades transgénero de Pondicherry y Tamil Nadu. Se las conoce como “thirunangais”, que en tamil significa “hijas de Dios”. India reconoce desde 2014 la existencia de un tercer género y despenalizó la homosexualidad en 2018. Cabría pensar que, poco a poco, iba a afianzarse un cambio en la sociedad india. Sin embargo, el día a día de numerosas thirunangais atestigua otra realidad, la del rechazo por sus propias familias, las frecuentes agresiones, violaciones y su exclusión del mercado laboral. Sobreviven gracias a la mendicidad, la prostitución y los lazos de solidaridad que unen a su comunidad. Son temidas y veneradas a un tiempo, ya que la religión hindú les atribuye el poder de bendecir, curar y dar fertilidad. Por ello ocupan una posición paradójica que fascina a mucha gente.
Como fotoperiodista francesa de origen indio, a Jennifer Carlos le intriga desde su niñez la belleza de las thirunangais y la valentía con la que frustran las expectativas de una de las sociedades más patriarcales y conservadoras del mundo. En septiembre de 2021 decidió ir a conocerlas y sumergirse en su comunidad durante seis meses para dar testimonio de estas vidas marginadas. Estas mujeres aceptaron ser fotografiadas en su día a día, un cotidiano que oscila entre las dificultades y la esperanza de vivir una vida mejor.
En cada salida de las principales ciudades de Tamil Nadu, encontramos mujeres transgénero mendigando por la calle y bendiciendo a los transeúntes, con la esperanza de que les den alguna moneda. Más altas y provocativas que las demás siluetas con saris, a las personas que no se identifican con el género masculino que les asignaron al nacer se las conoce en el sur de la India como thirunangais y, en el norte, como hijras.
En la India, los colonizadores británicos criminalizaron a eunucos y personas transgénero por igual, y la estigmatización continuó en la era poscolonial. Los thirunangais vigilaban antaño los harenes de los maharajás, pero hoy viven al margen de la sociedad, a pesar de que el Tribunal Supremo indio reconoció en 2014 la existencia de un “tercer género”.
Savitha ha intentado muchas veces encontrar un empleo, pero sin éxito. No es la única. A pesar de que muchas tienen un título, no pueden demostrar sus competencias profesionales. La sociedad las sume en una posición de la que resulta imposible escapar. Los colonizadores británicos las convirtieron en parias. El artículo 377 del Código Penal de la India, que criminaliza las relaciones carnales voluntarias “contra natura” y las clasifica como “una tribu criminal”, permaneció en vigor hasta 2018.
La comunidad es rechazada y, a la vez, respetada por su poder de bendecir, llamado shirvan. Este se obtiene gracias a la opción de privilegiar la vida espiritual sobre la sexual, y puede llegar hasta la emasculación, a través de un ritual llamado nirvan, en referencia al nirvana, que significa la ausencia de deseo y la serenidad. De este modo, a pesar de ser marginadas, las thirunangais tienen un profundo impacto en el imaginario cultural.
Thirunangais e hijras hacen frente a una paradoja cargada de fascinación, entre la pureza divina y la impureza, ya que viven de la prostitución y la mendicidad.
Seethal comenzó a cuestionarse su identidad mientras estudiaba en la universidad. Se sentía perdida y pidió cita con un médico para obtener respuestas. Este, con el pretexto de auscultarla, la violó. Más adelante, cuando por fin se decidió a hablar a su familia de su identidad transgénero, sus padres intentaron quemarla con gasolina, pero consiguió escapar a tiempo.
Algunas familias prefieren permanecer en la negación y el silencio, y que su descendiente cargue con el peso de su “anomalía”. En el futuro, Seethal espera que el cambio empiece por la familia. “Deben aceptarnos, porque no les pertenecemos, nuestro cuerpo nos pertenece”. La mayoría de los adolescentes que se cuestionan su identidad huyen de sus familias y acaban en la calle. Tienen que construir su nueva identidad sabiendo que en la India la identidad individual reposa sobre la estructura familiar, así como en la institución del matrimonio.
Después de sus estudios, Seethal se dio cuenta rápidamente de la magnitud de los abusos que padecían los miembros de la comunidad LGBT+. Una noche, tras presenciar cómo una prostituta transgénero era agredida por dos clientes que se negaban a pagarle, comprendió que había otras personas LGBT+ en Pondicherry y que no tenían a quién recurrir para protegerse. A raíz de ello, Sheethal empezó a organizar grupos de discusión con su asociación SCHOD (asociación Sahodaran de desarrollo sanitario orientado a la comunidad) en lugares seguros, creando un espacio privado y seguro para personas como ella.
El Tribunal Supremo ha declarado que las personas transgénero deben ser tratadas como una tercera categoría de género y que tienen derechos específicos en materia de acceso a la educación y al empleo. En 2017, otra decisión judicial determinó que la privacidad constituye un derecho fundamental y que la orientación sexual de cada persona debe ser confidencial. Esto contrasta con la discriminación socioeconómica que padecen las personas transgénero, sobre todo en el acceso a la asistencia sanitaria. A pesar de los avances jurídicos, su día a día no ha cambiado, y no siempre pueden denunciarlo ante unas autoridades indias corruptas.
Es raro que las mujeres transgénero construyan una vida sentimental satisfactoria, ya que se las considera objetos sexuales. Las mujeres que viven de la prostitución son –por añadidura– víctimas de violencias graves en los lugares públicos, las comisarías, las cárceles, pero también en sus hogares.
Se calcula que el 70% de las personas transgénero de la India son trabajadoras del sexo. El sida está causando estragos. Según las estadísticas, la tasa de infección por VIH entre este colectivo es cien veces superior a la media nacional.
Muchas thirunangais preferirían no verse obligadas a vivir en comunidad. Están atrapadas entre los tabúes, las etiquetas y sus propios deseos. “Quiero que la gente entienda que somos personas que aspiramos, como todo el mundo, a vivir nuestra vida y a ser independientes”, dice Savitha. A menudo tienen que vivir con los profundos traumas que les provoca su historia personal, pero desarrollan una resiliencia que les permite mantener la esperanza y luchar cada día.