Las mujeres, las más afectadas por la destrucción de empleo que trae la mecanización del sector del té en Kenia

Las mujeres, las más afectadas por la destrucción de empleo que trae la mecanización del sector del té en Kenia

Workers pick tea leaves on a Unilever tea plantation in Kericho, Kenya.

(Alamy/Jake Lyell)

Un martes por la tarde, cuando ya refresca, Lucy Cheres se pone una canasta sobre su espalda encorvada y se dirige a la pequeña plantación de té delante de su casa en la aldea de Kapkugerwet, en el condado de Kericho (Kenia). Allí empieza a arrancar hojas de té para la venta del día siguiente. Es un arte que ha perfeccionado después de 15 años como trabajadora ocasional en una plantación de té cercana, propiedad del conglomerado británico-neerlandés de bienes de consumo Unilever. Sin embargo, Cheres perdió su empleo en 2015, como otros miles de trabajadores, después de que la empresa introdujera máquinas recolectoras de té.

“El té que estoy recolectando ahora mismo es el que planté con el salario del trabajo en la empresa”, dice esta mujer de 58 años, madre de cinco hijos. Es un trabajo agotador y mal remunerado que exige trabajar muchas horas, pero que le ha ayudado a alimentar a su familia durante todos estos años. Cheres vende ahora sus hojas a la Agencia para el Desarrollo de Té de Kenia (KTDA, por sus siglas en inglés) por unos 16 chelines kenianos* (0,14 dólares estadounidenses) por kilo. El té que ella y su familia han plantado solo es suficiente para recolectar unos 60 kilos al mes, lo cual se hace en dos días. El resto del tiempo Cheres recolecta té en otras pequeñas plantaciones, donde gana 7 chelines por kilo.

Kenia es el mayor exportador mundial de té negro y el condado de Kericho es la principal zona productora de té del país. El cultivo de té en Kenia es realizado por pequeños agricultores, como Lucy, que producen el 60% del té en este país africano (y principalmente venden su té a la KTDA), y plantaciones de té propiedad de productores a gran escala, como Unilever. Hasta hace relativamente poco, las plantaciones dependían de trabajadores manuales que recolectaban las hojas como se había hecho durante casi un siglo.

Sin embargo, actualmente hay menos trabajadores, ya que estos han sido reemplazados en gran parte por máquinas recolectoras. Cada máquina es operada por dos trabajadores y puede recolectar cientos de kilos de hojas de té en poco tiempo. No obstante, lo que las máquinas consiguen en volumen lo pierden en calidad, ya que solo llegan a las hojas más grandes y viejas, que no son tan frescas como las hojas jóvenes y delicadas (según la norma de recolección de “dos hojas y un brote”) que los recolectores manuales experimentados pueden obtener.

Las empresas de té calculan que los costes de mano de obra representan hasta el 50% de los costes totales de producción en el cultivo de té y justifican la transición a la mecanización de la recolección del té como un intento por seguir siendo competitivos a nivel mundial. Como consecuencia, decenas de miles de trabajadores ocasionales han perdido su empleo.

Kericho está cubierto por extensiones enormes de plantaciones de té en terrenos robados violentamente a los pueblos kipsigi y talai por la administración colonial británica a principios del siglo XX. En 2019, más de 100.000 personas –los descendientes de las personas expulsadas por la fuerza por los colonos británicos– pidieron a las Naciones Unidas una compensación y una disculpa oficial del Gobierno del Reino Unido por el asesinato, la tortura, la violación y el desplazamiento masivo de los propietarios tradicionales de las tierras. Hasta ahora, el Gobierno del Reino Unido no se ha disculpado ni ha ofrecido ningún tipo de compensación.

Y, sin embargo, empresas con sede en el Reino Unido, como Unilever (que es dueña de 20 plantaciones y ocho fábricas de té en Kenia, que transforman un promedio de 32 millones de kilos de té cada año), James Finlays y Williamson Tea, continúan obteniendo beneficios de millones de dólares y son algunos de los principales productores de té del mundo, con más de 80.000 empleados directos y hasta 3 millones de personas contratadas en toda la cadena de valor.

Reducciones de plantilla masivas

En junio de 2016, el Tribunal de empleo y relaciones laborales de Kenia ordenó a las empresas de té del país que aumentaran los salarios de sus trabajadores en un 30% después de que el Sindicato de trabajadores agrícolas y de plantaciones de Kenia (KPAWU, por sus siglas en inglés) emprendiera acciones legales por la impugnación de un convenio colectivo. Inmediatamente después del fallo, el director ejecutivo de Unilever Kenia dijo que lo estipulado no era “asequible” para la empresa.

Dos años más tarde, en 2018, Unilever Tea Kenya ofreció bajas incentivadas a 11.000 trabajadores. Todavía no se sabe cuántos trabajadores perdieron su empleo. Unilever describió la medida en ese momento como algo necesario para mantener el negocio “ágil, competitivo y eficiente”. Sin embargo, para Meshack Khisa, subsecretario general del KPAWU, estas bajas no fueron en absoluto voluntarias. El sindicato dice que Unilever se focalizó en los trabajadores afiliados al sindicato y violó la legislación keniana. El KPAWU incluso recurrió a los tribunales para intentar parar el proceso, pero su impugnación fue desestimada.

Un informe encargado por la Federación de abogadas en Kenia en 2019, publicado el año pasado, reveló que las mujeres constituyen la mayoría de la mano de obra en las plantaciones de té de Kericho, tanto las grandes como las pequeñas. Trabajan principalmente como recolectoras y, en casi todas partes, ocupan los puestos peor remunerados, principalmente porque se considera que el trabajo “cualificado” que implica la manipulación de máquinas pesadas o trabajar a cierta altura no es apropiado para las mujeres.

“Hasta 30.000 mujeres, o incluso más, han perdido su empleo en estas empresas de té desde que se empezó a mecanizar el trabajo en 2006”, dice Khisa. La recolección de té estaba mal remunerada incluso antes de la destrucción de puestos de trabajo.

El salario medio de los recolectores es de 12.000 chelines (aproximadamente 108 dólares) al mes, una cifra inferior al salario mínimo más bajo, de 13.572,90 chelines (aproximadamente 122,6 dólares), que normalmente reciben los limpiadores, jardineros, mensajeros y personal del hogar.

Según Khisa, las multinacionales se aprovechan de los vacíos que existen en la legislación keniana y explotan a la mano de obra fácilmente disponible para maximizar los beneficios. “El sindicato ha estado revisando los salarios cada dos años. Ahora consideran que pagar los salarios convenidos es demasiado caro y quieren subcontratar mano de obra más barata para pagar a los trabajadores salarios que pueden llegar incluso a 6.000 chelines (aproximadamente 54 dólares) al mes”, dice.

En su aldea en Kapsuser, a unos kilómetros al sur de la ciudad de Kericho, Gladys Chepkemoi, de 34 años, está sentada fuera de su choza amamantando a su hijo. Acababa de reincorporarse al trabajo como recolectora de té en James Finlays tras su baja por maternidad cuando una amiga le dijo que la empresa estaba despidiendo a trabajadores.

Dice que la noticia la “destruyó”. “Dependía de ese trabajo para alimentar a mi familia; mi marido se gasta todo su dinero en bebida y nos hace padecer”.

En diciembre de 2020, James Finlays despidió a 719 trabajadores, la mayoría de los cuales eran recolectores. El director de asuntos corporativos de la empresa, Sammy Kirui, cuenta a Equal Times que las reducciones de personal fueron una necesidad desafortunada: “Se trata de disminuir el coste de la actividad, que ha incrementado mucho. Los bajos precios [del té] obligan a la empresa a considerar otras opciones para seguir siendo rentable y sostenible”. Dice que la mecanización de trabajos anteriormente manuales es inevitable.

“Se ha producido un cambio generacional. Los jóvenes no quieren recolectar té con las manos, prefieren utilizar máquinas”, explica Kirui.

Khisa dice que se trata solo de una excusa que utilizan las empresas de té para evitar pagar los aumentos salariales que garantizan los convenios colectivos a los trabajadores con contrato permanente cada dos años. “La idea es que las escalas salariales han aumentado a lo largo de los años y consideran que pagar estos salarios es una gran carga para ellos. Prefieren eliminar a los empleados antiguos y después externalizar o subcontratar”, afirma Khisa.

Reitera que la mayoría de los trabajadores afectados son mujeres. “Vienen de comunidades vecinas, que se han visto muy perjudicadas por estos despidos”, dice.

Kenia es signataria del Protocolo de la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos relativo a los Derechos de la Mujer en África, conocido como el Protocolo de Maputo, el cual entró en vigor en noviembre de 2005. El Protocolo de Maputo contiene varias disposiciones bien elaboradas cuyo objetivo es garantizar que los Estados adoptan las medidas adecuadas para eliminar la discriminación contra la mujer y proteger su derecho a la dignidad, así como sus derechos económicos y relativos al bienestar social, entre otras cosas.

Sin embargo, estos derechos están totalmente fuera del alcance de las 30.000 mujeres (y el número siguen aumentando) que han perdido trabajos seguros y ahora no pueden ganarse la vida en la cadena de suministro del té en Kenia.

*Al cambio (16/02/2021), 10 chelines kenianos = 0,09 dólares USD; 0,07 euros.
Fuente: INFOREURO