Las mujeres sudafricanas se enfrentan a las multinacionales del carbón

Opinions

Las luchas entre las empresas mineras del carbón, los municipios donde están asentadas y los residentes locales afectados se han vuelto más sangrientas tras un tiroteo con balas de goma y la detención de importantes activistas que luchan contra la industria y exigen una vida decente en el municipio de Emalahleni (“el lugar del oro”, anteriormente conocido como Witbank), ubicado en la provincia sudafricana de Mpumalanga.

Este campo de batalla se extiende hacia el este a lo largo de la principal veta de carbón del continente, hasta la provincia mozambiqueña de Tete [nota del editor: Sudáfrica alberga el 95% de las reservas de carbón de África, de las cuales el 60% se encuentra en Emalahleni].

En dicha provincia, Mama Life (utilizamos un seudónimo para protegerla de las posibles represalias), una agricultora local afectada por las excavaciones, los desplazamientos y la contaminación provocados por Vale, la enorme empresa minera brasileña, pregunta: “¿Qué sentido tiene el desarrollo? Nosotros asumimos los costes del desarrollo, pero no recibimos nada del dinero que se gana con la minería. ¿Cómo podemos defendernos?”.

Mama Life tiene razón. La industria del carbón mata a gente y destruye los ecosistemas locales. Además, divide a las comunidades cuando las multinacionales forman alianzas locales perjudiciales para la mayoría.

Asimismo, explota a la mano de obra, tanto en los puestos remunerados de las minas como en los trabajos no remunerados de las mujeres.

El carbón tiene un precio muy inestable; desde 2011 ha disminuido en casi un 40%.
Por no hablar de su notoria contribución al cambio climático y a la destrucción de nuestro planeta.

A finales de enero de 2015, más de 50 mujeres activistas comunitarias de toda la región se reunieron para demostrar su oposición a las multinacionales del carbón.
En dicha reunión de seis días en la que intercambiaron experiencias y plantearon estrategias participaron decenas de organizaciones de Sudáfrica, Mozambique, Zambia, Zimbabwe y Botswana.

El carbón es el combustible fósil de mayor crecimiento y el mayor contribuyente único (40%) a las emisiones de dióxido de carbono que provocan el cambio climático.

Según se prevé, el cambio climático se va a acelerar debido a las más de 1.200 centrales eléctricas de carbón y proyectos de infraestructura relacionados con las mismas propuestos para más de 65 países.

Las tres mayores centrales previstas son Medupi, Kusile y ‘Coal3’, todas en Sudáfrica, país que depende del carbón para el 94% de sus necesidades energéticas y cuyos principales consumidores son las minas y la industria sucia o sumamente contaminante.

El grupo de usuarios de alto consumo energético tiene 35 empresas que consumen el 44% de toda la electricidad, algunas de ellas con importantes descuentos.

Si estas empresas y otros contaminadores siguen utilizando estos niveles de energía sucia, alcanzaremos un aumento de 4°C en la temperatura media (según el Banco Mundial), pero para el interior del continente africano la cifra aumentará hasta 9°C.

Las mujeres serán las más afectadas por esta catástrofe sin precedentes. Asimismo, la ONG Christian Aid calcula que este siglo el cambio climático podría causar la muerte de 185 millones de africanos y africanas.

Los costes del carbón empiezan en el punto de extracción e incluyen su transporte, combustión y transformación en otros productos. ¿Quién se verá afectado por estos costes?

Las comunidades locales, los trabajadores/as y en especial las mujeres campesinas y de clase trabajadora, cuya mano de obra barata (y a menudo no remunerada) aumenta los beneficios de las multinacionales del carbón contaminantes.

El carbón provoca enfermedades e inseguridad alimentaria y desplaza a personas de las tierras robadas.

Esto constituye un problema no solo en las zonas junto a las minas de carbón y las centrales eléctricas, sino en cualquier lugar donde los suministros de agua se desvíen hacia las necesidades de la industria y se contaminen.

La ‘externalización’ de estos costes supone un enorme estrés para los servicios públicos, como la asistencia sanitaria, el agua y la supervisión y rehabilitación medioambientales, dañando una vez más y de manera especial a las comunidades negras pobres y de clase trabajadora, en especial a las mujeres.

Los costes se traspasan desde las multinacionales del carbón y las empresas eléctricas, que así son capaces de perpetuar el mito del carbón barato.

 

Enfermedades

Dicha ‘externalización’ es totalmente evidente en Sasolburg, una gran población industrial fundada en 1954 por el grupo petroquímico Sasol.

El mes pasado, varios activistas regionales contra la industria del carbón visitaron a un grupo de mujeres en la localidad de Zamdela, a poca distancia a pie de la central Sasol One, donde se exprime carbón para producir aceite.

Ellas les explicaron cómo la sinusitis y el asma afectan a sus familias.

Les mostraron cómo la colada que cuelgan a secar por la mañana ya está sucia por la tarde, incluso antes de que la recojan, debido al aire contaminado.

Hay cuidadoras que se encargan de los enfermos, pero ellas también sufren enfermedades. Asimismo, hay motivos para temer que Sasol haya contaminado todas las reservas de agua de la zona.

La central de la empresa llamada Secunda es la mayor fuente única de emisiones de gases de efecto invernadero de todo el mundo.

A su vez, varias mujeres de Mozambique describieron cómo la empresa Vale las expulsó de sus campos productivos cerca de los mercados y servicios.

Actualmente viven en Cateme, una zona aislada de reasentamiento que es seca, está llena de piedras y cuyas tierras son estériles.

La tierra no se puede cultivar y las familias mueren de hambre, lo cual afecta principalmente y una vez más a las mujeres, que son las responsables de cultivar, procesar y cocinar la mayor parte de los alimentos que se consumen en los hogares rurales del África subsahariana.

La industria del carbón invade las tierras de la comunidad y afecta negativamente a sus medios de subsistencia, pero no crea los puestos de trabajo que promete.

Cuando se ofrecen trabajos mal remunerados y de corta duración en las minas y otras industrias relacionadas, las mujeres a menudo se ven obligadas a ofrecer sus cuerpos “como un currículum vítae” para poder trabajar, según afirma una joven activista de Middelburg en la provincia de Mpumalanga.

Algunas empresas mineras del carbón han sido acusadas de dichas prácticas sexistas por mujeres sobre el terreno.

Las altas tasas de desempleo y el acoso sexual generalizado garantizan la impunidad.
Asimismo, lo que las participantes del programa regional de intercambio han aprendido en sus diversas luchas contra las multinacionales del carbón es que éstas compran aliados en el gobierno y en el partido gobernante, entre los líderes tradicionales locales e incluso a veces en los sindicatos dogmáticos.

Las mujeres relataron cómo han sido acosadas y amenazadas, marginadas en el acceso a los empleos municipales y victimizadas durante los actos de violencia policial contra las protestas pacíficas.

Una de las participantes declaró: “Si hablas, nunca sabes lo que te puede pasar”.
Los movimientos en contra de la industria del carbón en otras partes del mundo (incluso en Estados Unidos) han ganado varias batallas: la suspensión de futuras expansiones, el cierre de minas y centrales eléctricas existentes, rehabilitaciones medioambientales, indemnizaciones en base al principio de que quien contamina paga y el cambio a favor de fuentes alternativas de energía.

Asimismo, los gobiernos concienciados sobre el cambio climático utilizan límites máximos de emisiones.

Como está en juego nada más y nada menos que nuestra propia supervivencia, ya es hora de construir alianzas con diversos grupos, incluidos los sindicatos mineros cuyos miembros necesitan puestos de trabajo más saludables en el ámbito del desarrollo de las energías renovables.

El movimiento regional de mujeres que luchan contra las multinacionales del carbón y exigen una alternativa constituye una fuerza crucial que está ganando impulso.

El movimiento ya es lo suficientemente fuerte como para recibir las balas de goma de la policía de Emalahleni y volver a ponerse en pie para la siguiente batalla contra las multinacionales del carbón.

 

Este artículo fue publicado originalmente por el Servicio Sudafricano de Información a la Sociedad Civil.