Lecciones del pasado para los miedos de hoy

Lecciones del pasado para los miedos de hoy

The excess of information, the daily victim count, the devastating impact of that repeated image of deserted streets increases fear and anxiety, so much so that the authorities themselves have recommended reducing the information diet.

(Roberto Martín)

Y los estantes quedaron desiertos, arrasados por la desesperación. En apenas unas horas, como si se tratara de una operación militar perfectamente coordinada, se agotaron los suministros de papel higiénico de todo un país. Nadie daba crédito. Familias de toda clase habían empezado a saquear las vitrinas movidas por una fuerza irracional, sin el más mínimo decoro se abalanzaban sobre los pasillos de limpieza como animales hambrientos.

Ocurrió el 20 de diciembre de 1973 en EEUU. En plena crisis del petróleo. La extraña pulsión del ser humano por el papel del WC viene de lejos.

En realidad este fenómeno, conocido como “compras por pánico”, se viene repitiendo en cada situación de crisis a lo largo de la Historia. Se trata de un acaparamiento desproporcionado de productos, ya sea papel higiénico o cualquier otro –durante la gripe española el objeto de deseo fue el ungüento Vicks VapoRub–, motivado por el miedo, por la incertidumbre, por la insoportable sensación de perder el control.

“En la vida diaria uno tiene la sensación de tener el control, de que puede tomar decisiones. Cuando esa percepción se pierde, una de las primeras estrategias que tenemos es ‘hacer algo’ para recuperarla, lo que sea, no importa si es inteligente o no. Una de las cosas más fáciles de hacer es acaparar productos”, explica José Ramón Ubieto, profesor de Psicología en la Universitat Oberta de Catalunya.

No se trata, por tanto, de una respuesta lógica pero sí de una respuesta natural. “El miedo es una emoción básica que nos prepara para adaptarnos a la vida, para responder ante posibles amenazas”, recuerda Guillermo Fouce, presidente de la oenegé Psicología sin Fronteras.

“Lo que hay que ver es si ese miedo es proporcionado a la amenaza que tenemos delante, si se mantiene en el tiempo y entonces nos agota, si se contagia hacia otros”, añade. Porque es en ese momento cuando el miedo individual se transforma en miedo colectivo y el riesgo de sobrepasar la línea de lo razonable –y con ello tomar decisiones perjudiciales para uno y para los demás– es mucho mayor.

Fouce, que ha participado en dispositivos de atención psicológica durante situaciones de emergencia como los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, distingue no obstante entre miedo y pánico. “El pánico es una respuesta irracional en la que la gente o bien se pone a correr hacia todas partes, o bien se paraliza. Solo se produce en dos circunstancias: cuando hay hacinamiento o cuando hay fuego y suele provocar muchos más muertos que la propia amenaza”.

La crisis desencadenada por la pandemia de COVID-19 no responde –según este experto– al pánico, sino al miedo. Un miedo que comparte muchas características con otros episodios traumáticos e imprevisibles del pasado como atentados terroristas, catástrofes naturales e incluso otras epidemias como la gripe A, aunque también tiene sus particularidades.

El miedo globalizado

En febrero de 2020 el gobierno chino desarrolló una encuesta en línea para testar el estado de salud mental de personal médico y población general durante la pandemia de COVID-19. Los resultados mostraron lo que ya se sospechaba: un 44,7% de estas personas afirmaba haber vivido momentos graves de estrés y un 50,7% padeció síntomas de ansiedad.

El miedo puramente físico a enfermar, el miedo a perder a personas cercanas, el miedo a la incertidumbre económica, el desasosiego provocado por el confinamiento pueden convertir a personas perfectamente equilibradas en bombas de relojería emocional.

En el caso de la ansiedad, se trata de una emoción ligada al miedo capaz de reaccionar incluso antes de que el peligro ocurra, aunque no exista un riesgo real. Por eso se la relaciona con las compras por pánico. “Cuando los individuos observan en los otros un comportamiento de huida, de defensa o de protección tienden a imitarlo”, apunta Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, “así es cómo se producen las estampidas. Es una capacidad de respuesta similar a la que tienen otras especies”.

Lo curioso es que, a pesar de que esta última crisis sanitaria esté aumentando los casos de ansiedad, en realidad ya vivíamos en una sociedad que era ansiosa de por sí. 260 millones de personas en el mundo padecen habitualmente este tipo de trastorno, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

A esto se refería el sociólogo alemán Ulrich Beck cuando afirmaba que vivimos en la “sociedad del riesgo”. Una sociedad paradójica que, a pesar de prometernos las cotas más altas de seguridad nunca vistas, sigue llena de miedos e incertidumbres.

Además, con la globalización los miedos también se han hecho globales. El caso del coronavirus es el ejemplo más evidente de ese miedo que circula con rapidez de un país a otro. Un miedo “líquido”, cambiante, decía el también sociólogo (polaco) Zygmunt Bauman: “No se han inventado todavía paredes capaces de retenerlo. En el mundo de la globalización no queda lugar alguno al que huir”.

La sensación de continuo sobresalto que impregna la vida cotidiana se ha avivado en los últimos cuatro años con la irrupción de otro factor: los recientes populismos. “En este tiempo hemos conocido a [Donald] Trump, a Boris Johnson, a [Jair] Bolsonaro. Hemos visto cómo la desconfianza en los líderes se ha agudizado de manera exponencial”, advierte José Ramón Ubieto, “ahora los ciudadanos desconfían de instituciones autorizadas como la OMS, desconfían de los políticos, de los medios de comunicación. Esto es un elemento muy importante. Si a un virus le sumas esta desconfianza el resultado es un miedo triplicado”.

La era de la ‘infodemia’

El miedo tiene una facilidad de contagio similar a la de que cualquier virus. No es una frase hecha, hay estudios que lo demuestran. Esa velocidad para filtrarse puede ser aún mayor si además se cuenta con potentes acelerantes.

Si la Guerra del Golfo de 1991 fue la primera “guerra televisada”; y la caída de las Torres Gemelas en 2001 fue la primera “teletragedia planetaria”, la neumonía por coronavirus pasará a la Historia por haber sido la primera pandemia retransmitida al minuto por medios convencionales y redes sociales. Crisis sanitarias anteriores como el ébola, el SARS o la gripe A nunca llegaron a ese flujo constante e instantáneo de información. Nunca hasta ahora se había alcanzado eso que la propia OMS ha definido como “infodemia”.

El exceso de información, el conteo diario de víctimas, el impacto devastador de esa imagen repetida de calles desiertas aumenta el miedo y la ansiedad, tanto que las propias autoridades han recomendado reducir la dieta informativa.

“Estar continuamente procesando información tiende a producir agotamiento. Si además esa información es emocional produce emociones y estrés. La capacidad de pensar, de tomar decisiones puede verse afectada”, asegura Cano Vindel.

Este delirio de transparencia informativa también puede ser peligroso. En la era de la infodemia la información se mezcla a menudo con el rumor, resulta muy difícil distinguir uno de otro. Esto aumenta el clima de desconfianza, nos hace más vulnerables a la mentira.

“Siempre ha habido bulos sanitarios, pero ahora corren más rápido. Tienes a la población en estado de alarma, a todo el mundo hiperconectado y confinado en casa. La rapidez con la que se propagan es enorme. No existe ningún precedente”, alerta Carlos Mateos, coordinador del proyecto Salud sin bulos.

Las mentiras se camuflan dentro de videos bien elaborados, a través de audios de supuestos profesionales médicos, en documentos con logotipos oficiales manipulados, en memes de humor. “Sobre todo se transmiten por WhatsApp”, añade Mateos, “aquí es donde también estamos viendo mucha teoría de la conspiración”.

La “conspiranoia” es otro elemento frecuente en situaciones de crisis. Más de una cuarta parte de los estadounidenses está convencido de que el virus de la COVID-19 se desarrolló intencionadamente en un laboratorio. Es una forma de buscarle sentido al caos –de recuperar la sensación de control–, muy influenciada por décadas de cine sobre catástrofes y distopías pandémicas.

No debería sorprendernos. El auge de la ciencia ficción ya contribuyó en 1938 a los sucesos ocurridos tras la retransmisión de la Guerra de los mundos de Orson Welles. Un ejemplo claro de cómo el miedo colectivo, con el acelerante suficiente, puede rozar peligrosamente el pánico.

No somos dioses

Casi todo el planeta comparte los mismos miedos. Lo puso en evidencia en 2015 una encuesta global realizada en 40 países. El cambio climático, la inestabilidad económica y el terrorismo del autodenominado Estado Islámico encabezaron aquella lista mundial de temores donde la salud no aparecía por ninguna parte. Entonces nadie temía por ella. Nos creíamos invencibles o como dijo el profesor de Historia Yuval Noah Harari en su ensayo sobre la revolución tecnológica y sus promesas de inmortalidad: nos creíamos dioses.

“El ser humano había perdido los pies en el suelo y ahora se ha dado cuenta de algo que hemos estado negando todo el tiempo: que somos seres frágiles, limitados, vulnerables”, cuenta la profesora de Filosofía Ana Carrasco Conde.

Ahora que un virus desconocido se ha convertido en amenaza inmediata –mucho más inmediata que el calentamiento global–, somos más conscientes del cuerpo, pero también de sus límites. Se reaviva el miedo a la muerte, el miedo a la pérdida. Algo que también habíamos olvidado. “No sabemos convivir con la pérdida. Hoy si perdemos una cosa pensamos que ya vendrá Amazon a rescatarnos”, señala José Ramón Ubieto.

Episodios traumáticos del pasado nos enseñan lecciones importantes. Sobre todo que las comunidades donde se impone el miedo desaforado acaban siendo más frágiles o que el miedo a menudo se utiliza como herramienta de control para recortar las libertades o para crear chivos expiatorios. Ya ocurrió con los judíos durante la peste negra.

“Aristóteles al referirse al miedo decía que había que buscar el punto medio entre ser un temerario y ser un cobarde”, recomienda Ana Carrasco. “Él utiliza una palabra: prudencia, que significa saber medir las cosas, tener mesura. Para eso tenemos que mitigar el ruido, pararnos, pensar en lo que sabemos con certeza, lo que está bajo nuestro control, no proyectarnos al futuro. Si el ser humano quiere vivir adecuadamente no debe ser desmesurado, no debe ir a los extremos. Los únicos que son desmesurados son los dioses”.

This article has been translated from Spanish.