Los ciudadanos europeos exigen un “derecho al aire limpio” para todos

Los ciudadanos europeos exigen un “derecho al aire limpio” para todos

Since the death, at the age of nine, of her daughter Ella, the first officially recognised fatal victim of air pollution, Rosamund Kissi-Debrah has become a tireless defender of the right to clean air. London, March 2022.

(Alexia Eychenne)

Jo Barnes lleva trabajando casi 20 años sobre la calidad del aire, pero no fue sino hasta mediados de la década de los años 2010 que este profesor de la University of the West of England, en el Reino Unido, vio surgir un debate público sobre las desigualdades sociales generadas por la contaminación. En otras palabras: el aire puro, este bien universal por excelencia, ¿está distribuido tan uniformemente como parece? En 2003, un estudio pionero en el Reino Unido hacía pensar que no era así. Jo Barnes y sus compañeros han corroborado “un problema de desigualdad social, pero también de injusticia ambiental”, resume: los más desfavorecidos suelen estar más expuestos a la contaminación que los más acomodados y son más vulnerables a sus efectos, aunque generen menos contaminantes. Un fenómeno complejo, vinculado a las políticas de urbanismo, vivienda y transporte, que se observa en muchos países europeos

En los Estados Unidos, estas desigualdades han contribuido al surgimiento de un movimiento de justicia ambiental activo desde hace unos treinta años. En Europa, donde la contaminación atmosférica con las partículas más finas provoca, según la Agencia Europea de Medio Ambiente, hasta 400.000 muertes prematuras al año e infinidad de enfermedades (respiratorias, cardíacas, etc.), la reflexión apenas está comenzando. El Plan de Contaminación Cero de la Comisión Europea recuerda que las personas que “viven en peores condiciones socioeconómicas” sufren más que otras, pero esta constatación tarda en traducirse en acciones. En Francia, por ejemplo, las medidas contra la contaminación “suelen aplicarse de manera uniforme en el territorio, cuando deberían tenerse en cuenta las diferencias de vulnerabilidad”, constata Séverine Deguen, investigadora que participó en Equit’Area, el primer proyecto de investigación francés sobre contaminación e injusticia social.

La lucha de un puñado de padres del grupo escolar Anatole-France, del suburbio de Saint-Denis en la región de París, es uno de los pocos ejemplos de movilización sobre el tema en Francia. En las inmediaciones de la escuela, en esta localidad que se encuentra entre las más pobres del país, los niveles promedio de los principales contaminantes ya oscilan entre “malos” y “muy preocupantes”, según encuestas asociativas. Con las obras de construcción de los Juegos Olímpicos de París en 2024, la escuela quedará atrapada en medio de dos enormes autopistas. “Es una locura”, se indigna Hamid Ouidir, padre de dos escolares. Van a pasar por aquí de 10.000 a 20.000 coches al día de cada lado. Su lucha para conseguir que las autoridades renuncien a este proyecto es citado como ejemplo en un informe de la UNICEF de octubre de 2021 sobre la sobreexposición de los niños pobres a la contaminación. Sin embargo, Hamid Ouidir es uno de los pocos en sostenerlo públicamente. “La movilización realmente no cuaja”, admite, atribuyendo la inercia a la resignación de los residentes locales y al conflicto de intereses entre los problemas de salud y el desarrollo económico.

Del Reino Unido a Rumanía, la batalla de las madres

Otros países ya se han adelantado. En el Reino Unido se observa un renovado interés en la contaminación del aire y sus desigualdades, gran parte del cual se debe en mucho a Rosamund Kissi Debrah. Esta londinense ha luchado para que la muerte de su hija Ella, fallecida en 2013 por un ataque de asma a los 9 años, se atribuyera a la contaminación. La familia vivía en Lewisham, uno de los distritos entre el 20% más desfavorecido de Inglaterra. La casa de la familia colinda con la South Circular, una arteria saturada de vehículos. A finales de 2020, un agente de la policía judicial convirtió a Ella Adoo Kissi Debrah en la primera víctima oficial de la contaminación. La única en el mundo que tiene nombre y rostro.

Rosamund Kissi Debrah se ha convertido en una incansable defensora del derecho al aire limpio. Multiplica las intervenciones con organizaciones y representantes políticos conmovidos por su historia para que se consagren en la ley los límites de contaminantes fijados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se dirige a los ciudadanos. Cuando nos encontramos con ella en un café de Lewisham, aprovecha una visita al bar para interrogar a los clientes, con su bebé en brazos: “¿Sabe que la contaminación en nuestro vecindario amenaza la salud de nuestros hijos?”.

“Las madres, como todos aquellos que cuidan a los niños, son potentes vehículos para la movilización. Quisiera que se dieran cuenta de su poder”, asegura.

Rosamund Kissi Debrah comparte esta convicción con Mums for Lungs (Madres por los pulmones). Esta asociación británica ha luchado para obtener “calles escolares”, es decir, secciones peatonales cerca de las escuelas. Más vulnerables a la contaminación, los propios niños son activistas potenciales. En 2021, los adolescentes, entre los que se encontraba un compañero de clase de Ella, lanzaron Choked Up, una campaña para alertar al público sobre los peligros sociales y de salud del aire contaminado. “La contaminación mata. Las personas de color tienen más probabilidades de vivir en una zona donde la contaminación alcanza umbrales ilegales”, se lee en vallas publicitarias en Londres. Para apoyarlos, un centenar de médicos escribieron a los candidatos para las elecciones municipales. Choked Up también se ha asociado con el Partido Laborista para revelar un estudio que observa una correlación entre los barrios más contaminados de Londres y los que presentan mayor pobreza infantil.

A 2.000 kilómetros de Londres, en Cluj Napoca, una de las principales ciudades de Rumanía encontramos a Stoica Maria Rozalia amamantando a su bebé de cinco semanas al que presenta como “Este es nuestro activista más joven”. Desde que tenía cinco años, cuando su familia fue desalojada del centro de la ciudad, Maria ha vivido en Pata Rat, un barrio gitano de alrededor de 1.500 personas creado en el emplazamiento de un vertedero. En un informe de 2020, la Oficina Europea de Medio Ambiente (EEB) llamó a Pata Rat “el gueto entre residuos más grande de Europa” y denunció el “racismo ambiental”. Como organizadora comunitaria, Maria se encarga de los documentos administrativos, organiza actividades para los niños, lucha por el acceso al agua potable... y al aire limpio. Porque los humos de los residuos, la proximidad del aeropuerto y los corredores de transporte agravan la contaminación. La mayoría de las madres observan los problemas de salud en sus hijos cuando comienzan a jugar en el exterior, alrededor de los dos o tres años.

El valioso apoyo de los científicos

“Las enfermedades que veo con más frecuencia son el asma e infecciones como la amigdalitis”, confía Bogdan Mincu, un neumólogo rumano. El médico hace todo lo posible para documentar el problema. En 2021, en colaboración con la Fundación Desire, comprometida con la lucha contra la injusticia social y los problemas de vivienda, Bogdan Mincu realizó un estudio de salud en Pata Rat: el 83% de los encuestados señaló que sus hijos habían necesitado atención médica en el curso del año, el 50% admitió toser todos los días y la mayoría afirmó ser “consciente de la contaminación”. El estudio encontró niveles de partículas finas que exceden los umbrales recomendados. Lo mismo ocurre con el sulfuro de hidrógeno, un gas tóxico que provoca malos olores, náuseas, sequedad en los ojos y la garganta.

Los científicos juegan un papel crucial en el apoyo a las luchas ciudadanas. En el Reino Unido, el inmunólogo Stephen Holgate, al cruzar los ataques de asma de Ella con los datos de la contaminación, convenció a las autoridades de que existía un vínculo de causalidad. En Rybnik, una ciudad polaca considerada una de las más contaminadas de la Unión Europea, varios estudios han estremecido a la opinión pública. Esta localidad de la Alta Silesia es conocida por sus minas de carbón, pero la contaminación también se debe a la calefacción de las viviendas. En 2019, el hijo de 3 años de Monika Glosowitz participó en un estudio del investigador belga Tim Nawrot. Los resultados mostraron que la orina de los niños de Rybnik contenía de tres a nueve veces más carbono negro, un componente tóxico, que sus homólogos en Estrasburgo, Francia. El equipo de Katarzyna Musioł, oncóloga y directora médica del hospital de Rybnik, también reveló que los niños de la ciudad son más propensos a los tumores cerebrales que los de otras regiones de Polonia.

La doctora también ha observado un deterioro en su salud mental (depresiones, trastornos de concentración y comportamiento), que vincula con el esmog.

Estos estudios han ayudado a desarrollar una conciencia colectiva, comenta Monika Glosowitz. En 2021, tras seis años de lucha, un ciudadano de Rybnik reivindica una victoria sin precedentes: Oliwer Palarz, cofundador de Rybnik’s Smog Alert recibió 6.500 euros después de que un tribunal dictaminara que sus derechos a la salud y la libertad habían sido violados por la contaminación. Palarz espera que otros ciudadanos sigan su ejemplo. Sin embargo, la mayoría de los habitantes se ven obligados a adoptar estrategias individuales. Monika Glosowitz ha instalado purificadores de aire y se queda en casa, con las ventanas cerradas, cuando la aplicación para medir la contaminación muestra niveles altos. La joven puede permitirse permanecer encerrada y teletrabajar cuando la calidad del aire exterior es demasiado mala, pero no todos pueden hacerlo.

En los últimos años, algunas provincias polacas han tomado medidas para prohibir las calderas de carbón anticuadas. En Rybnik, el gobierno local ha creado varias ayudas públicas, a veces accesibles según criterios sociales, para ayudar a los hogares a cambiar de equipo. Desde principios de 2022, aquellos que no cumplan las normas se exponen a una multa. El futuro dirá si la medida es suficiente para reducir la contaminación, cuyos umbrales solían sobrepasarse entre 120 y 130 días al año.

Hacer oír la voz de los interesados

En Rumanía, las autoridades locales [incluyendo el ayuntamiento de Cluj Napoca, que no respondió a nuestras solicitudes de entrevista] han creado un programa que ya ha ayudado a reasentar a algunos romaníes en la ciudad. Maria espera beneficiarse de este reasentamiento. No obstante, la Fundación Desire se muestra escéptica en cuanto a la promesa de hacer desaparecer Pata Rat para 2030. Los activistas son conscientes de que las motivaciones de los responsables políticos radican más bien en la construcción de un complejo ultramoderno, la Transylvania Smart City, en los alrededores del vertedero. “Las autoridades reaccionan más a los incentivos financieros que al sufrimiento humano”, comenta con un suspiro Bogdan Mincu. El neumólogo quiere convencerles de que la lucha contra la contaminación también conlleva beneficios económicos. “Un niño con enfermedades respiratorias tiene altas probabilidades de sufrir una EPOC [enfermedad pulmonar obstructiva crónica] o fibrosis pulmonar en 40 años”, advierte. “Prevenirlas ahora es evitar gastos colosales en el futuro”.

Desde su oficina de Bristol, la investigadora británica Jo Barnes insiste: las políticas en favor de la calidad del aire y de la justicia social “no deben imponerse desde arriba, sino pensarse e implementarse con las comunidades interesadas”.

En primer lugar, porque determinadas medidas beneficiosas para el medio ambiente pueden penalizar a los más vulnerables, por ejemplo, imponiendo que renuncien a equipos contaminantes a corto plazo (coche, caldera) sin darles alternativa. Pero también porque las decisiones a veces aumentan la contaminación que sufren los hogares precarios, por ejemplo, al trasladar el tráfico de los centros de las ciudades a los barrios periféricos, donde viven los que tienen menos recursos.

En Bristol, la agrupación Residents against dirty energy (RADE) quiere hacer oír su voz. Este colectivo se formó en Easton, un barrio obrero que empieza a gentrificarse y que es escenario de un “choque de culturas” medioambiental, describe Stuart Phelps, uno de sus animadores. Por un lado, se encuentran las familias que dependen del coche para trabajar, muchos son taxistas o trabajan en plantas inaccesibles en bicicleta, pero que en realidad contaminan poco. Por otro, jóvenes acomodados, contrarios al automóvil, pero que han puesto de moda, por placer, la calefacción con estufa de leña, ultranociva para el aire. “Son las clases altas blancas las que establecen la agenda ecológica”, opina Stuart Phelps. Las medidas se centran en la prohibición de vehículos contaminantes, como los comerciales, y el desarrollo de carriles bici. Nadie piensa en prohibir las estufas de leña o desarrollar una red de autobuses de tarifas bajas cuyos horarios coincidan con los de las fábricas”.

Para asociar a los residentes de Bristol a la lucha contra el aire contaminado, RADE Bristol ha establecido una red ciudadana de medición de la contaminación del aire, en asociación con varias universidades, el consejo de mezquitas de Bristol e incluso la Agencia Espacial Europea, que ha proporcionado un sensor. Los datos se recopilan y procesan durante talleres introductorios al código informático y la visualización de datos organizados para los niños del vecindario, quienes luego transmiten los resultados a las familias. En esta ciudad emblemática del arte urbano, los artistas pintaron un fresco para sensibilizar a la población sobre los problemas de salud causados por la contaminación. Una de estas pintoras, Aumairah Hassan, cofundó las Cycling Sisters, un grupo de iniciación a la bicicleta para mujeres que las barreras culturales o religiosas impiden ir solas.

Estos proyectos deberían ganar peso político real con su integración en dos foros vecinales, organizaciones ciudadanas que las autoridades locales deben consultar en términos de planificación. A nivel nacional, el Gobierno británico de Boris Johnson también está completando una consulta con investigadores y ciudadanos sobre cómo abordar las desigualdades en su nueva estrategia a favor de la calidad del aire. “Señal de una toma de conciencia”, espera la investigadora Jo Barnes, a falta de una revolución.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz