Los niños perdidos de Belgrado

Los niños perdidos de Belgrado

Afghan refugees near Belgrade’s central station try to stay warm. Since 2016, thousands of migrants and refugees have been stranded in Serbia as the Balkan migration route into western Europe is now blocked. Many of them are unaccompanied minors.

(Matteo Congregalli)
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Cuando Sadiq, de 14 años, abandonó su ciudad natal en Afganistán, esperaba que el viaje a Europa fuera mucho más fácil. “Mi familia me dijo que tardaría solamente 15 o 20 días”, comenta.

Ocho meses más tarde, después de haber viajado varios miles de kilómetros a través de Irán, Turquía y Bulgaria, se encuentra en Serbia.

El joven adolescente ha afrontado solo este viaje increíblemente peligroso a Europa.

Sadiq admite sentirse desalentado por el largo tiempo que le ha llevado realizar su viaje. “Me siento como si estuviera atrapado aquí”. Ha tratado de cruzar la frontera con Hungría más de cinco veces. En cada ocasión ha sido arrestado, golpeado, despojado de sus pertenencias y enviado de vuelta a Serbia.

“La policía fronteriza húngara tiene perros”, comenta Sadiq a Equal Times mientras come un exiguo plato de lentejas con pan que él y otros seis amigos han cocinado sobre una pequeña hoguera. “Cada vez [que intenté cruzar] me mordieron”.

Según las últimas cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en Serbia se encuentran aproximadamente 7.700 refugiados y migrantes.

Aun cuando el 85% de estas personas se hallan alojadas en centros públicos repartidos por todo el país, Sadiq es una de las 1.200 personas originarias de Afganistán y Pakistán que se encuentran actualmente varadas en la zona que rodea la estación central de Belgrado, en un campamento improvisado conocido como “los barracones”, un complejo de almacenes abandonados, sin agua corriente, ni electricidad, ni instalaciones sanitarias.

Los que viven en los barracones han estado bloqueados allí durante meses, desde que la ruta migratoria de los Balcanes hacia la Unión Europea se cerró efectivamente en 2016.

Hasta hace poco, Turquía era la principal puerta de entrada a Europa continental para los refugiados que huían de países azotados por la guerra, como Siria, Irak y Afganistán, o para aquellos que escapaban de la opresión política y la inestabilidad económica de Irán y Pakistán, por ejemplo, a través de países balcánicos como Macedonia, Serbia y Bulgaria.

Sin embargo, tras la firma de un controvertido acuerdo entre la Unión Europea y Turquía en marzo de 2016, que permite devolver a su país de origen a todos los refugiados y migrantes que pasan por Turquía a fin de impedirles que se queden, o que intenten llegar a la Unión Europea, Hungría, Croacia y Eslovenia intensificaron su control fronterizo, cerrando así efectivamente la ruta migratoria de los Balcanes.

Como resultado, los refugiados y migrantes indocumentados que entran en Serbia ahora corren el riesgo de quedar atrapados en Serbia, un país que actualmente no cuenta con un plan de reasentamiento y que ACNUR no considera un “país tercero seguro” para los solicitantes de asilo.

 

La tercera parte son menores de 18 años

Sadiq es también uno de los numerosos menores no acompañados que viven en los almacenes abandonados. ACNUR calcula que alrededor de la tercera parte de la población de los barracones son niños o jóvenes menores de 18 años, e incluso los hay hasta de 12 años. Save the Children señala que cada día llegan hasta 100 nuevas personas refugiadas y migrantes. El 46% de este número son niños, y el 20% de estos niños son menores no acompañados.

Niños de tan solo seis años tratan de sobrevivir en medio de temperaturas bajo cero que alcanzan los menos 15°C, en medio de una grave escasez de alimentos y casi ninguna asistencia de parte del Gobierno serbio.

Aun cuando la organización humanitaria Save the Children, ACNUR y Médicos sin Fronteras (MSF) están trabajando con varias ONG serbias para ofrecer refugio y alivio a los refugiados y migrantes, no se hace lo suficiente.

“En un día normal, vemos alrededor de 100 pacientes”, relata Andrea Contenta, responsable de asuntos humanitarios de MSF en Belgrado. “Alrededor del 40-45% son menores de edad”.

Entre los menores que visitan la clínica de MSF ubicada a unos centenares de metros de los barracones, la sarna y las infecciones respiratorias son las afecciones más corrientes.

“Es la consecuencia directa de dejarlos abandonados en un espacio insalubre, indigno, sin la posibilidad de tomar una ducha durante meses”, explica Contenta.

Las enfermedades respiratorias también son extremadamente comunes debido a las fogatas que los refugiados encienden en el interior de los barracones en su desesperado intento de conservar el calor. En todo el campamento se escuchan toses constantes. También son frecuentes los casos de congelamiento.

“Estamos en pleno centro de Belgrado, en el corazón de Serbia, en 2017. Estas condiciones son inaceptables”, añade Contenta.

 

“Todos los días son iguales”

Para los refugiados sin hogar de Belgrado, cada mañana comienza poniendo un bidón de aceite lleno de agua helada sobre una hoguera. La gente se turna para lavarse: en las mañanas más cálidas caminan hundidos en el barro; cuando el invierno serbio golpea con más fuerza, vadean abriéndose paso sobre varios centímetros de nieve.

Bastan pocas horas para detectarlos en los barracones: rostros jóvenes cubiertos de mugre, agazapados alrededor de un fuego, al lado de una tienda de campaña o envueltos en mantas. En los barracones, los niños están por todas partes.

“Todos los días son iguales”, afirma Leiaquat, de 11 años, originario de Jalalabad, Afganistán. “Me despierto. Hacemos un fuego. Nos sentamos alrededor del fuego. Comemos. Dormimos”.

Leiaquat huyó de su ciudad natal para escapar de los intensos combates entre la milicia local del autodenominado Estado Islámico y los talibanes.

Mientras habla con Equal Times, Leiaquat y un amigo tratan de revivir el fuego de la noche anterior. Es difícil encontrar madera, por lo que queman todo lo que tienen a su alcance: plástico, ropa, vigas de ferrocarril, mantas. Leiaquat está intentando quemar una bota de esquiar.

La visibilidad es casi nula, ya que no dejan de crepitar alrededor las innumerables hogueras de la mañana.

“Los talibanes no nos dejan ir a la escuela”, afirma, explicando por qué huyó de Afganistán. “Quiero ir a la escuela en Europa y convertirme en médico”, añade, ajustando la bufanda que mantiene atada alrededor de su cabeza para mantener el calor.

Inició su viaje con un primo, explica. “Cruzamos Irán y Turquía juntos. Pero lo arrestaron en Turquía y lo devolvieron a Afganistán”.

Leiaquat tuvo que continuar solo, primero hacia Bulgaria. Allí, su grupo fue atrapado por la policía fronteriza. “Nos quitaron la ropa y los zapatos y nos enviaron de regreso a Turquía”, recuerda. “Habíamos caminado seis días en el bosque para llegar hasta allí”.

Leiaquat lo intentó por segunda vez y finalmente cruzó a Serbia. Ahora duerme en uno de los principales barracones, en un refugio improvisado construido con madera de desecho. Apenas es suficiente para proteger su joven cuerpo del aire frío que entra desde lo que antes era un muelle de carga, pero es mejor que dormir a la intemperie.

Leiaquat comparte su “jergón” con un amigo, otro niño afgano de 12 años. Su rostro está sucio de los muchos días y noches pasados en el interior del barracón, donde el humo lo llena todo.

“¿Cigara...?” pregunta el amigo de Leiaquat.

Sacudo la cabeza para indicar que no llevo cigarrillos conmigo. Se las ingenia para conseguir uno pidiéndolo a un compañero refugiado. Lo lleva a su boca, lo enciende y vuelve a ocupar su sitio alrededor del fuego.

 

Fracaso de las políticas

“La cuestión más importante es que no existe un censo definitivo de los niños no acompañados que viven en los barracones”, indica Contenta, de MSF, comentando lo que se hace para dar cabida al número significativo de niños refugiados.

En virtud de la Convención de los Derechos del Niño, de la cual Serbia es país signatario, el Estado ha de garantizar a los “menores no acompañados y separados de su familia fuera de su país de origen” la protección de sus derechos.

Sin embargo, la realidad sobre el terreno es muy distinta.

La ausencia de una evaluación adecuada ha generado la ausencia de una respuesta adecuada. En los campamentos instalados por el Estado, por ejemplo, los niños no tienen acceso a la educación formal. En algunos campamentos, los espacios no son adecuados ni están equipados para recibir menores”.

Para Contenta, sin embargo, la situación está cambiando poco a poco. El apoyo del Gobierno serbio para alojar a los refugiados está aumentando.

El mes pasado, el Comisariado de Serbia para los Refugiados abrió un nuevo centro en Belgrado, dando prioridad a los menores no acompañados.

Sin embargo, es preciso hacer más, afirma. “Existe la necesidad de un plan integral en el que participen los poderes regionales y la Unión Europea con el fin de repensar la política de migración de la Unión Europea. [Lo que está sucediendo en] Belgrado es el resultado del fracaso de estas políticas’.

Para ver el vídeo documental de Matteo Congregalli sobre "Los niños perdidos de Belgrado", haga clic aquí.