Los pueblos tailandeses a orillas del río Mun luchan por sobrevivir cercados por las presas

Los pueblos tailandeses a orillas del río Mun luchan por sobrevivir cercados por las presas
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Raiwan Anan-uea, de 48 años, recuerda una adolescencia simple y feliz en el distrito de Rasi Salai, donde una docena de pueblos compartían los abundantes recursos disponibles en este apartado rincón de Isan (el nordeste de Tailandia). “Podíamos cultivar arroz, legumbres, pepinos y patatas durante todo el año. Además, podíamos cortar bambú, pescar bagres y caracoles, recolectar miel, criar ganado y recoger leña y kenaf para hacer cuerdas. Era una despensa y farmacia natural a la que recurríamos cuando necesitábamos algo. Luego la vida se puso mucho más difícil”.

A principios de la década de 1990, el gobierno tailandés inició una serie de 14 proyectos hidráulicos en los ríos Chi y Mun, los dos más largos del país, incluido uno en el distrito de Rasi Salai. Se supone que estas estructuras financiadas por el Banco Mundial iban a generar electricidad, mejorar la capacidad de irrigación y regulación y crear puestos de trabajo. Sin embargo, Ubon Yoowah, un asesor voluntario del Centro de Aprendizaje de Rasi Salai creado por activistas locales en 2010 para ayudar a los afectados por la presa, asegura que fue un auténtico fiasco: “Las presas no son del interés público. Su construcción cuesta 24 millones de euros o cinco veces el presupuesto inicial, sin incluir el mantenimiento. La suma de las indemnizaciones que hay que pagar a los lugareños por la pérdida de sus tierras asciende a 55 millones de euros, la mitad de las cuales todavía no se han cobrado. Todo esto para que los agricultores sigan sin tener agua suficiente. El país está lleno de ejemplos de megaproyectos de infraestructura mal diseñados que se nos han impuesto sin consultas previas”.

Según el Atlas de Justicia Ambiental, entre 15.000 y 17.000 familias se han visto directamente afectadas por la presa de Rasi Salai. Dependiendo de la temporada, las presas de los ríos Chi y Mun agudizan los problemas de escasez de agua o provocan inundaciones repentinas, afectando a aldeas, pueblos y ciudades de varias provincias. El embalse de Rasi Salai no se construyó con estaciones de bombeo que permitieran a los agricultores irrigar sus campos más elevados durante las sequías o drenar el agua de las tierras bajas en caso de inundaciones. Además, al obstruir el caudal del río durante ocho meses al año, el embalse ha contribuido al aumento de la salinidad, que ha contaminado las fuentes de agua potable y destruido las plantas de arroz.

Desde el principio, las presas han generado una fuerte resistencia. Durante todo 1994, justo después de la inauguración de la presa, un puñado de activistas en cada pueblo a lo largo de los 900 kilómetros del río Mun celebraron en secreto reuniones cada noche y llevaron a cabo su propia valoración de las pérdidas entrevistando a sus vecinos. Una de las protestas rurales más famosas de la historia tailandesa tuvo lugar en el embalse de Pak Mun (a poca distancia río abajo de Rasi Salai), donde los lugareños llegaron incluso a ocupar las instalaciones de la presa. El impacto de dicho movimiento de resistencia tuvo un enorme eco a nivel nacional y fue el origen de la creación de la Asamblea de los Pobres, una red de comunidades afectadas por las presas, las operaciones mineras y la expropiación de tierras. “Antes de la época de las redes sociales, era la única manera de que se les escuchara”, nos explica Wattana Narkpradit, exsecretario de la Asamblea de los Pobres.

“Aunque las presas finalmente se construyeron, los habitantes de estas zonas aprendieron a no tener miedo a las autoridades y lograron obtener indemnizaciones. Pak Mun ha sido muy importante para que los trabajadores, los agricultores y las minorías étnicas entiendan que pueden luchar por sus derechos en los tribunales y cuestionar las políticas relacionadas con la tierra”.

Tras años de protesta, en 1996 el gobierno inició una ronda de indemnizaciones, pero solo para los que tuvieran títulos de propiedad de las tierras. Mae Nhoopeng, de 60 años, lo perdió todo: “Perdí 20 rai (unas tres hectáreas) de arrozales. No tenía título de propiedad, así que solo me dieron un poco de dinero por el desalojo. Perdí miles de bahts porque no tenía productos agrícolas para vender. Lo peor de todo es que ya no dispongo de tierras para dejarles en herencia a mis hijos y nietos. Incluso a los que pudieron mostrar sus títulos, solo les dieron 32.000 bahts (870 euros) por rai (una unidad de medida tailandesa, equivalente a 0.16 hectáreas), una suma muy inferior a su valor en el mercado. Los parientes de una misma familia luchaban por los mismos lotes de tierra porque casi nadie tenía títulos de propiedad. Los líderes comunitarios se embolsaron el dinero. Fue todo un auténtico desastre”.

El profesor Panya Khamlarp, representante de la Asociación de Comunidades Pesqueras de Agua Dulce de Isan, forma parte de un grupo de investigadores coordinados por la Universidad Chulalongkorn de Bangkok que está analizando la pérdida de ingresos provocada por la destrucción de los humedales en Rasi Salai, el primer caso de este tipo en la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). “Cuando cerraron las compuertas durante el primer año y todo estaba bajo el agua, la gente tenía mucho miedo. Desde entonces han estado viviendo con una enorme incertidumbre. El gobierno decide lo que quiere darle a la gente, pero no entiende lo que les está quitando. Obtener [más] indemnizaciones [por la destrucción de los humedales y] por la destrucción de su modo de vida implicaría reconocer este trauma psicológico”.

Panari Panuphintu, director del Real Departamento de Irrigación en Rasi Salai, asegura que es consciente de la desesperación de los agricultores: “Sabemos que la gente se quiere quedar aquí para ganarse la vida, así que les estamos ayudando a plantar árboles y a realizar la transición hacia cultivos mejor adaptados al entorno cambiante”. Sin embargo, al margen de estos microproyectos, Panari Panuphintu sigue convencido de que dominar la naturaleza mediante grandes proyectos constituye el futuro de la región, pues el gobierno ha anunciado un nuevo plan para desviar el cauce del río Mekong desde que entra a Tailandia: “Las presas son de uso público y las zonas de irrigación son necesarias. Depender únicamente del agua de lluvia no es suficiente. Tenemos que usar los recursos naturales para suministrar agua y lo único que tenemos es el río Mekong”.

A pesar de las advertencias de los ecologistas, preocupados por la pérdida de la biodiversidad y de las fuentes de alimento en la región, cientos de presas hidroeléctricas y de irrigación ya han causado estragos en el ecosistema del poderoso Mekong. Esta vía fluvial que cruza seis países del sudeste asiático y de la que dependen 60 millones de personas para su supervivencia diaria cada vez se parece más a una serie de estanques sin vida. En la nueva normalidad, la temporada seca trae consigo unos niveles bajísimos de agua, pues China cierra el grifo en el tramo superior del Mekong para llenar sus propios embalses. Durante la temporada de los monzones, las lluvias torrenciales y el agua que China libera sin previo aviso provocan el desbordamiento de los embalses, que arrasan pueblos enteros en el nordeste de Tailandia, así como en Camboya, Vietnam y Laos. En marzo de 2020, el gobierno camboyano por fin reaccionó ante el enorme descenso del volumen de peces en el lago Tonlé Sap y aplazó durante una década la construcción de cualquier nuevo proyecto de presa en el Mekong. Esto significó un rayo de esperanza para las comunidades; ahora confían en que este período de tiempo sea suficiente para convencer a las autoridades de que abandonen definitivamente este tipo de proyectos en el sudeste asiático y se centren en el desarrollo de las energías sostenibles.

 

The Thai government began building the 17-metre-high Rasi Salai Irrigation Dam in 1992, right in the heart of a unique wetland ecosystem, with little transparency or discussion with local villagers.

Photo: Luke Duggleby/Redux

Aunque en Tailandia las evaluaciones de impacto ambiental no eran obligatorias a principios de la década de 1990, los investigadores denunciaron que los únicos interesados en llevar a cabo el proyecto parecían ser los políticos y los tecnócratas. Ubon Yoowah del Centro de Aprendizaje de Rasi Salai nos describe el infernal vínculo que comparte con la corrupción: “Los políticos invierten grandes sumas de dinero para obtener un cargo en el gobierno, desde el ministro de Agricultura hasta el jefe de distrito. Para recuperar dicho dinero, aprueban importantes contratos para construir carreteras o presas a cambio de sobornos de diversos bancos y constructoras, y exigen trabajos o contratos para sus parientes”.
 

Local villagers collect reeds that grow at the edge of the dam reservoir which they use to make mats. The dam has made access to 16,000 hectares of wetlands much more difficult as, these days, the area is flooded for most of the year.

Photo: Luke Duggleby/Redux

“Casi nadie viene aquí ya”, se lamenta Nawarat ‘Mob’ Siangsanan, un joven investigador especializado en el sector pesquero. “[Los humedales] se han convertido en una zona peligrosa donde proliferan la maleza y los depredadores, que ponen en riesgo la reproducción de numerosas especies de peces. Ahora los humedales están inundados durante la mayor parte del año, así que todos los grandes árboles se pudrieron y se han talado”.

 

Banmi Sortang, a village researcher from a community around the reservoir, stands by his home holding the books of research that he has contributed to.

Photo: Luke Duggleby/Redux

Desde el año 2000, el programa Thai Baan (Pueblo Tailandés) ha ayudado a convertir a los pescadores y agricultores locales en “científicos ciudadanos” que recopilan datos sobre los daños medioambientales y la pérdida de ingresos provocados por la presa de Rasi Salai.

 

Women community members from surrounding villages take part in the annual rice offering ceremony at the Rasi Salai Learning Centre. This ceremony, which has taken place for over two decades, uses the sale of tons of rice donated by families affected by the dam to pay for the activism and educational activities of the Centre throughout the next year.

Photo: Luke Duggleby/Redux

En 2010, un grupo de activistas locales fundó el centro tras obligar al gobierno a que les otorgara la financiación a modo de indemnización. Sus principales objetivos consisten en educar a la gente sobre cómo reemplazar los ingresos que han perdido mediante el aprendizaje de nuevos medios de subsistencia y la lucha por la revitalización de la ecología local. Además, el centro se encarga de los procesos judiciales, recopila información para los investigadores, organiza talleres agrícolas e intenta ayudar a conservar lo que queda del frágil tejido social de la zona.

 

Sombun Suphap, 65, struggles with a snake which has entered his fish trap. Since the dam has been built, the number of snakes living in the submerged trees and foliage has risen substantially. They now compete with the fishermen for natural resources.

Photo: Luke Duggleby/Redux

Cuando le preguntamos qué han perdido desde que se construyó la presa, Apirat Suthawan suspira: “La presa destruyó los árboles, los animales, a la gente... Tantas cosas. Desde un punto de vista budista y animista, construir una presa es un pecado porque no respeta el ciclo de la naturaleza y destruye la vida. Solo queremos que la quiten y recuperar nuestras vidas”.

 

With the dam reservoir came sand-mining companies, who suck large amounts of sand from the bottom of the lake to sell for construction. Many villagers oppose the environmental impact of the sand dredging and the continuous movement of large trucks on dirt track roads.

Photo: Luke Duggleby/Redux

Desde principios de la década de 2000, el boom inmobiliario en el sudeste asiático ha aumentado la demanda de arena del río Mekong y sus afluentes. Una nueva investigación de la Universidad de Southampton en Reino Unido ha demostrado que la extracción de arena ocasiona la degradación de los cauces de los ríos, provocando así la desestabilización de las orillas y aumentando la probabilidad de derrumbes peligrosos, daños a la infraestructura y la pérdida de viviendas y vidas.

 

Boongerd Khamkhun picks shellfish from the muddy bottom of the reservoir. He is part of Thai Baan, a citizen scientist research programme and in this photo, he is helping to collect information on how to best use the small part of wetland that has not been submerged. Thai Baan is also exploring ways to set up collective management so that the wetlands can be partly used in the dry season for farming or aquaculture.

Photo: Luke Duggleby/Redux

Apirat Suthawan anima a las nuevas generaciones a que se informen sobre la difícil historia de su territorio: “Nuestros jóvenes no saben lo que nos ha pasado porque en la escuela les enseñan que las presas son buenas. Yo hablo con ellos cuando tengo la oportunidad o difundo información con un altavoz y les insto a que no se crean todo lo que les dice el gobierno. Si nosotros no luchamos por nuestra comunidad, entonces ¿quién lo hará?”.

Este informe fue financiado mediante una beca especial de la Asia-Pacific Earth Journalist Network/Internews.