Los riesgos de que se denomine a las noticias incómodas “falsas” y a la prensa y periodistas “enemigos públicos”

Los riesgos de que se denomine a las noticias incómodas “falsas” y a la prensa y periodistas “enemigos públicos”

In this photo from 18 October 2017, members of the press and EU representatives participate in a vigil in Brussels, Belgium, in memory of the Maltese journalist Daphne Caruana Galizia, who was murdered on 16 October of that same year. The journalist was investigating the so-called Panama Papers and corruption cases in her country.

(Mauro Bottaro/EC-Audiovisual Service)

En 2020, la cifra de periodistas encarcelados en el mundo a causa de su labor informativa alcanzó niveles récord: al menos 274 (principalmente en China y Turquía), de los que 34 fueron encarcelados por supuestamente difundir “noticias falsas”, en comparación con 31 en 2019. Asimismo, igual que desde 2018, durante el año pasado la mayor parte de los asesinatos de periodistas ocurrió en naciones sin conflictos armados, nominalmente en paz.

En democracias, esta sombría realidad es alentada por presidentes que promueven agendas nacionalistas e intereses personales a costa de las instituciones y de lo que hasta hace poco la vasta mayoría de la sociedad coincidía en reconocer como verdades.

En 2020, la prensa y los periodistas fueron identificados por algunos líderes —entre ellos el estadounidense Donald Trump y sus homólogos brasileño, Jair Bolsonaro, y mexicano, Andrés Manuel López Obrador— como “enemigos del pueblo”, “adversarios”, e incluso “peores que basura”. En estos y muchos otros países, investigaciones críticas fueron interpretadas como “noticias falsas” (fake news) propaladas por minorías contrarias al verdadero interés popular. Los hechos más concretos, las pruebas más irrefutables, fueron sistemáticamente cuestionadas por un puñado de gobernantes.

Vivimos, según algunos, en la ‘era de la posverdad’. Una era en la que ciertos líderes populistas se comunican con los gobernados sin mediaciones —ni controles— y en la que cuestionamientos periodísticos con frecuencia son tachados de infundios.

Erosiona que algo queda. De las ‘noticias falsas’ a la ‘posverdad’

En todo el mundo se ha generado “un ambiente con muy baja confianza en los medios de comunicación, en los expertos, en los hechos. Muchos aseguran que vivimos en un mundo de la posverdad”, declaró a Equal Times Courtney Radsch, directora de defensa del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), con sede en Nueva York. “Estamos en un momento en el que los fundamentos epistemológicos de nuestra política, nuestra economía, son confrontados y en el que todo eso sucede en medio de una pandemia”.

El concepto de ‘posverdad’, definido como la disolución en el espacio público de los “hechos objetivos”, sepultados por una avalancha de referencias que apelan a “la emoción y las creencias personales”, se popularizó desde que el presidente de EEUU de 2017 a 2021 comenzase su campaña presidencial en 2015. En 2016, ‘posverdad’ fue seleccionada como palabra en inglés del año por el Diccionario de la Universidad de Oxford. La noción engloba una nueva dinámica, según John Keane, investigador de la Universidad de Sídney, en la que el debate público es dominado en gran medida por la repetición de mensajes breves y simples pese a que éstos sean refutados por certezas demostrables.

En este contexto, el que fuera derrotado por Joe Biden pudo insistir en que triunfó con holgura en los comicios para su reelección (en noviembre de 2020), pese a que perdió por más de siete millones de votos frente al demócrata. Expresados con una alta carga emocional, como una “apabullante y sagrada victoria” arrebatada a “grandes patriotas”, los mensajes del ya expresidente persuadieron a millones. Para ellos, cualquier periodista que refutara al que todavía ocupaba la Casa Blanca estaba propagando fake news: un término que en cinco años se hizo ubicuo y que moldea la ‘era de la posverdad’.

Los señalamientos (a veces justificados) de que los medios difunden “noticias falsas” son tan antiguos como el periodismo. Sin embargo, “no vimos que esta retórica se haya usado antes de la misma manera. Este es un fenómeno que en realidad vimos con la presidencia de Donald Trump, con su uso frecuente del término [fake news], adoptado por numerosos líderes en el mundo”, señaló Radsch. Jamás un presidente estadunidense había empleado una descalificación “en una escala tan amplia para denigrar y deslegitimar a la prensa”, añadió, ni tampoco tantos líderes en el mundo habían copiado de manera tan expedita el modelo.

Políticos en numerosos países han calificado las noticias críticas como fake news con la intención, según la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), “de socavar hechos incómodos y voces críticas en el debate público”.

Además, los ataques a la prensa desde el poder a menudo se han generalizado: “no es sólo sobre una nota en particular que desagradó a un determinado funcionario público, sino que pasa a ser una crítica y un discurso agresivo y denigrante contra toda la prensa”, declaró a Equal Times Guilherme Canela de Souza Godoi, director de la unidad para la libertad de expresión de la Unesco.

Esta retórica se ha reflejado en la clase de ataques mortales contra periodistas, así como en la impunidad que rodea a estos crímenes: 34 de los 50 periodistas asesinados en 2020 tuvieron lugar en países sin conflicto armado, según el organismo no gubernamental Reporteros sin Fronteras (RSF). Esos países, además, han sido incapaces, o han carecido de la voluntad política, para resolver la mayor parte de estos asesinatos: el índice de impunidad del CPJ actualmente “contiene más países estables, donde grupos políticos y delincuenciales, dirigentes políticos, importantes empresarios y otros actores poderosos recurren a la violencia para silenciar a los periodistas investigativos y críticos”. México, Brasil, Filipinas y Pakistán, tienen el dudoso honor de aparecer justo detrás de naciones como Siria, Iraq y Afganistán.

Así, México, que desde 2004 ha estado de manera consistente entre los países más letales para los periodistas, encabezó en 2020 el listado de RSF con ocho asesinatos, seguido de India y Pakistán (cuatro cada uno), a los que también se unen Filipinas y Honduras (con tres y dos, respectivamente). La impunidad en México respecto a los asesinatos de periodistas supera el 98%, según el CPJ.

Coincidentemente, con la probable excepción de Pakistán, estos países son gobernados por líderes populistas que, de manera rutinaria, señalan y hostigan a la prensa crítica. El populismo, según la Unesco, es un “modo de comunicación política basado en ensalzar la unidad imaginaria y la bondad de un grupo mayoritario, y la condena de una supuesta élite o comunidad poderosa”. Esta tendencia “ha quebrantado la libertad de los medios de comunicación a nivel mundial”.

Ni las críticas desde el poder ni los discursos populistas asesinan directamente a los periodistas. Sin embargo, sí empeoran el ambiente para el periodismo.

“El aumento de la retórica antimedios en el discurso político populista en todas las regiones ha contribuido a disminuir la confianza del público en los periodistas y trabajadores de los medios”, concluyó la Unesco. “Esto ha creado un entorno más hostil para los periodistas”.

‘Posverdad’ en redes sociales

Otra novedad de la dinámica entre el poder y la prensa es que “antes de las redes sociales, el discurso de las autoridades públicas era mediado por los periodistas, que podían hacer un contrapunto a discursos agresivos o equivocados”, según Canela de Souza. “Con las redes sociales, esta mediación se termina”.

Quizá el mejor ejemplo de comunicación directa entre líderes y gobernados haya sido el último presidente republicano de EEUU, quien en los primeros 33 meses de su presidencia produjo 11.000 mensajes en Twitter, caracterizados como “un alud de ataques personales, indignación y jactancia”. Sus tuits tuvieron consecuencias tangibles.

“Con sus denuncias casi diarias contra la prensa, el presidente ha ayudado a normalizar los abusos contra periodistas por parte de la gente común”, concluyó ya en 2017 The Columbia Journalism Review. De mayo a octubre de 2020, se registraron 120 arrestos además de 222 ataques físicos contra periodistas que cubrían protestas en Estados Unidos, de los que más de 80 fueron perpetrados por manifestantes hostiles al trabajo de la prensa, según el registro U.S. Press Freedom Tracker. Al menos 16 de los periodistas estadunidenses arrestados enfrentan acusaciones criminales, algunas de las cuales se sancionan con penas de cárcel.

En todo el mundo, los periodistas que cubren protestas se han convertido también en nuevos blancos de ataques.

Entre enero de 2015 y junio de 2020 la Unesco identificó 125 protestas en 65 países en las que los periodistas fueron atacados o detenidos, una cifra inaudita. Resultó también una novedad, según RSF, que en 2020 siete periodistas fueran asesinados durante manifestaciones.

La hostilidad contra la prensa acarrea también consecuencias para el gran pilar de la democracia: el debate público. La mayor parte de los estadunidenses, por primera vez en la historia, desconfía de los medios de comunicación. El 56% opina que “los periodistas y reporteros intentan deliberadamente engañar a la gente”, según el barómetro anual de confianza de la agencia de relaciones públicas Edelman.

Esta disminuida confianza sugiere que la ‘política de la posverdad’ ha ganado terreno. La descalificación de la prensa crítica como fake news, ha surtido un efecto aún por determinar.

Como reacción, universidades y medios de comunicación han lanzado sus propias herramientas de verificación de datos (fact checking). Iniciadas a principios del siglo XXI en Estados Unidos, la Unesco detectó que una “segunda ola de proyectos de verificación de datos surgió tras el aumento global en las llamadas ‘noticias falsas’”. Hasta fines de 2017, había 137 proyectos de verificación de datos en 51 países, como Africa Check (Sudáfrica, Senegal, Nigeria y Kenia), Chequeado (Argentina), Les Décodeurs (Francia), Faktisk (Noruega) y Full Fact (Reino Unido).

La intención de estas iniciativas es contrarrestar los ataques desde el poder a la prensa que, dijo Canela de Souza, “tienen como consecuencia una disminución de la confianza en la importante función del periodismo de hacer que las autoridades rindan cuentas”.

Pese a los esfuerzos de la verificación de datos, el marco de referencia utilizado para descalificar a la prensa ya se encuentra al alcance tanto de líderes mundiales como de la gente común, advirtió Radsch. El término fake news es usado para descartar información con la que simplemente no se está de acuerdo. “No veo que eso cambie pronto sólo porque Donald Trump ya no es presidente”, afirmó. “Esa mentalidad ya ha permeado profundamente a la política y al público en todo el mundo”.

This article has been translated from Spanish.