La estrategia de los sindicatos japoneses para frenar la entrada de Uber en Tokio

La estrategia de los sindicatos japoneses para frenar la entrada de Uber en Tokio

In March 2016, eight Japanese unions organised a rally that called on the government to restrict Uber-style ride-hailing apps and maintain existing taxi regulations.

(Zenroren/Jiko-soren)

En 2015, los sindicatos representantes de los taxistas japoneses se enteraron de que una de las mayores compañías de distribución y comercio electrónico del país, Rakuten, había realizado una sustanciosa inversión en la empresa de transporte compartido, Lyft. Fue la primera señal de una amenaza en ciernes: las plataformas de transporte a demanda, en especial el gigante mundial Uber, querían instalarse en Tokio, la ciudad más grande del mundo.

“Ni siquiera habíamos oído hablar del transporte compartido pero, al enterarnos de esto, empezamos a indagar”, explica Kazuhiko Kikuchi, secretario jefe de la Federación Nacional de Sindicatos de Trabajadores del Transporte Automovilístico (Jiko-soren), uno de los sindicatos que representa a los taxistas japoneses. “En seguida nos dimos cuenta de que iba a ser un problema grave [para nosotros]”.

Las repercusiones negativas que el transporte a demanda ha tenido para los taxistas de todo el mundo están bien documentadas. En casi todos los mercados en los que ha penetrado se ha producido un desplome de la utilización del taxi, seguido de reducciones salariales que, con el tiempo, acaban perjudicando a los propios conductores del transporte a demanda. De hecho, la economía los trabajos esporádicos/bajo demanda (gig economy) también ha demostrado tener repercusiones negativas para los salarios de otros muchos sectores económicos.

Sin embargo, Japón continúa siendo uno de los pocos países más desarrollados que aún no ha abrazado de manera generalizada la economía de los trabajos esporádicos.

De hecho, Uber fue una de las primeras grandes plataformas que intentó penetrar en la tercera economía del mundo. La amenaza era palpable, ya que entre los países de la OCDE, Japón es el segundo con menor porcentaje de ingresos concentrado en el 10% más rico de la población, después de Bélgica, y continúa siendo un país en el que los directores ejecutivos ganan salarios bajos. La expansión de la economía gig podría trastocar la relativa equidad salarial que se disfruta en Japón y perjudicar gravemente a los taxistas.

Por esta razón, cuando Jiko-soren y varios sindicatos más comprendieron la amenaza que Uber suponía para sus miembros, empezaron a organizarse y acabaron logrando lo que muy pocos han conseguido en el resto del mundo: impedir la entrada de Uber en Tokio y preservar el medio de vida de sus taxistas afiliados en las ciudades de Japón.

“Prácticamente todos los sindicatos japoneses se unieron con un mismo propósito: oponerse al transporte compartido”, explica a Equal Times Masatoshi Takashiro, presidente de Jiko-soren.

 

El frente contra Uber

El sector del taxi está estrictamente regulado en Japón, sobre todo gracias a la labor previa de organización y de presión de los sindicatos. La normativa garantiza la protección de los trabajadores, unos salarios dignos —mediante unas tarifas fijadas por el gobierno— y un elevado nivel de seguridad para pasajeros y conductores.

“En Japón, los taxis son una forma de transporte en la que la gente confía”, afirma Takashiro.

A pesar de su precio, los consumidores japoneses consideran el taxi un medio seguro, confiable y limpio. Además, ofrece empleos dignos y bien retribuidos a varios miles de trabajadores de la región metropolitana de Tokio.

Para Jiko-soren, que representa a los taxistas independientes y está afiliada a la confederación sindical nacional Zenroren, la entrada de Uber amenazaba con desestabilizar la industria y tener consecuencias trágicas para el sustento económico de sus miembros.

“Hay tantas situaciones peligrosas con Uber en otros países”, afirma Takashiro. “Los conductores se han visto obligados a trabajar por un salario de miseria”.

Uno de los desafíos con los que Jiko-soren debía lidiar era la fragmentación de la industria del taxi. Un abanico de sindicatos representa actualmente a los taxistas: desde Jiko-soren, un sindicato de izquierdas militante, hasta los representantes de los taxistas corporativos —que suelen mantener estrechas relaciones con la dirección—. De hecho, los sindicatos de taxistas japoneses jamás habían colaborado, hasta ahora.

La desunión ha permitido a Uber entrar y vencer en otras ciudades. Pero los sindicalistas japoneses tuvieron la ventaja de poder tomar nota de ello. Es más, la amenaza era similar para todos, incluso las compañías de taxis corporativos quedarían en la cuerda floja si Uber entraba en Tokio.

En marzo de 2016 ocho sindicatos japoneses convocaron una manifestación (que congregó a todos sus miembros) para reclamar la limitación de las compañías de transporte a demanda, como Uber, y el mantenimiento de la normativa vigente del sector del taxi.

Enviaron sus reivindicaciones al gobierno y lanzaron una campaña pública alertando a los consumidores de la amenaza real que supone Uber y cómo, en todo el mundo, esta compañía se resiste a cumplir las medidas de seguridad que los consumidores japoneses dan por hecho.

“[La manifestación] tuvo una gran repercusión, porque jamás habíamos hecho algo así”, afirma Takashiro. “Participaron incluso políticos nacionales y los periódicos y las televisiones informaron de ello. Hasta entonces, nadie sabía nada del transporte compartido, pero después de esta manifestación la gente se informó y supo que toda la industria del taxi se opone a esta idea”.

Y funcionó. Poco después de la manifestación el gobierno introdujo una nueva normativa que, básicamente, puso fin al servicio de transporte a demanda de Uber en Tokio y dispuso, tajantemente, la prohibición de estos servicios en las principales ciudades de Japón.

“Fue el resultado positivo de nuestra manifestación y de nuestros esfuerzos de organización”, afirma Takashiro, pero la batalla estaba lejos de terminar.

 

Un caballo de Troya

A pesar de este éxito inicial, Jiko-soren y sus aliados continúan en guardia, porque Uber no se ha dado por vencida. La nueva legislación limitó sus operaciones en las principales ciudades japonesas, pero autorizó los servicios de transporte a demanda en algunas regiones, en concreto en zonas “despobladas”, en las que residen sobre todo personas mayores. Uber ya ha lanzado un proyecto piloto para ofrecer servicios de transporte a demanda en dos distritos rurales. Para los líderes sindicales del taxi, esto podría ser un caballo de Troya, por lo que continúan haciéndole frente.

“Estamos convencidos de que intentarán aprovechar la oportunidad de introducir el transporte compartido en zonas despobladas para expandir sus servicios al resto de Japón”, afirma Takashiro. “Seguiremos oponiéndonos a Uber e intentando que el transporte compartido no se propague a las grandes ciudades”.

Uber continúa cabildeando al gobierno japonés, para que desregule el sector del taxi. Acaba de unirse a la flamante asociación pro empresarial Sharing Economy Association (Asociación de la Economía Compartida), que está esgrimiendo los Juegos Olímpicos de 2020 en Tokio, para justificar la introducción del transporte a demanda en Japón.

“Estamos a la espera de los Juegos de 2020 y, para entonces, esperamos tener algún tipo de derecho a utilizar estos servicios [de transporte compartido]”, afirma Takashi Sabetto, uno de los fundadores de la Sharing Economy Association de Japón, entre cuyos miembros se encuentra Uber. “Puede que algunas compañías de taxi se declaren en bancarrota, pero ¿qué hay de malo en ello?”, se pregunta, y añade que la competencia —y no la regulación— debería decidir su destino.

La lucha por impedir que Uber trastoque el sector del taxi en Japón seguirá abierta, pero mientras la industria se mantenga unida, tiene muchas probabilidades de vencer y de preservar las condiciones laborales, la reglamentación y el medio de vida por el que tanto ha luchado.