Luchar contra la desinformación en la era de las redes sociales

Luchar contra la desinformación en la era de las redes sociales

The European Commission, whose TV and radio studios in the Berlaymont building are pictured in this 2009 photograph, recently set up a high-level expert group on tackling disinformation.

(European Commission Audiovisual Service/Georges Boulougouris)
Opinions

En un seminario para periodistas dedicado al fenómeno de la desinformación, celebrado recientemente en Salónica (Grecia), abrí mi intervención vía vídeo haciendo referencia a un sistema de gobierno muy básico y anticuado conocido como "democracia" —"la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás", como la describió Winston Churchill, citando a un anónimo predecesor—.

El fenómeno de la desinformación reviste hoy una importancia crucial para el sector de los medios de comunicación y para nuestra sociedad democrática en general. En la Federación Europea de Periodistas (FEP), donde trabajo como secretario general, estamos muy preocupados por la respuesta política que se está dando en toda Europa a la difusión de las llamadas "noticias falsas", o desinformación, como preferimos llamarlas.

El término "noticias falsas" (fake news) fue designado Palabra del Año 2017 en el Diccionario Collins, por la presencia ubicua de este concepto, cuyo uso aumentó un 365% desde 2016. Aunque a muchos altos responsables políticos les gusta utilizar el término para atacar y desacreditar a los medios de comunicación generalistas, todos deberíamos abstenernos de hacerlo, porque el término ’noticias falsas’ no describe la complejidad de la ’afección informativa’. La desinformación se define como la información falsa, inexacta o engañosa diseñada, presentada y promovida para causar intencionalmente daño público o con fines de lucro.

A finales del año pasado, el Reuters Institute publicó un estudio que distinguía tres categorías de "noticias falsas": (1) noticias "inventadas" para ganar dinero o desacreditar a otros; (2) noticias basadas en hechos a las que se da un giro para adaptarlas a un plan específico; y (3) noticias con las que la gente no se siente cómoda o no está de acuerdo.

Como bien dijo Damian Tambini, profesor de Medios y Comunicación de la London School of Economics, las "noticias falsas" no son el principal problema de la relación entre periodismo y democracia.

De hecho, las "noticias falsas" revisten tanta importancia en la agenda política porque se utilizan como una suerte de chivo expiatorio. Los políticos y las personas que ocupan posiciones de poder utilizan este concepto para desacreditar a los periodistas. El problema subyacente reside en la desconfianza mundial hacia los medios de comunicación, algo que sí constituye una grave amenaza para nuestras democracias.

Por ejemplo, una reciente encuesta sobre la confianza de los ciudadanos franceses en los medios de comunicación, realizada por Kantar Sofres, empresa internacional de estudios de mercado, revela un drástico descenso de la confianza en la radio, la televisión, la prensa escrita y los medios de comunicación por Internet desde 2015. Esta involución, que encontramos en muchos otros países, coincide con el mayor uso de lo que se viene llamando "noticias falsas", alimentadas por las redes sociales.

Algunos Gobiernos están aplicando leyes que en la FEP consideramos muy peligrosas, como la ley de Facebook, en Alemania, el proyecto de ley contra las noticias falsas, en Francia y el sistema del "botón rojo" de Italia, que permite a los ciudadanos denunciar los bulos. Los consideramos ejemplos de malas prácticas públicas, ya que estos Gobiernos están socavando la libertad de expresión.

El papel del Gobierno no es decidir lo que es verdadero o falso. La censura jamás ha servido para contrarrestar la desinformación. Se trata de medidas peligrosas, desproporcionadas e ineficaces para abordar el problema real.

Las autoridades públicas deben darse cuenta de que el mejor antídoto contra la desinformación consiste en un ecosistema de medios de comunicación sostenible, con contenidos de calidad y autorregulación ética. Necesitamos promover, más que nunca, el periodismo ético, el periodismo de investigación y mucha más transparencia de quienes están en el poder.

He representado a la FEP en un grupo de expertos de alto nivel de la UE sobre desinformación creado por la Comisión Europea. Una de las principales conclusiones de este grupo ha sido que no necesitamos ninguna ley restrictiva o represiva sobre esta cuestión. En cualquier caso, la censura es una estrategia equivocada porque resulta ineficaz, contraproducente y peligrosa para nuestra sociedad democrática.

Medidas contra la desinformación

Es indispensable que las iniciativas para contrarrestar problemas concretos de desinformación se orienten y formulen con precisión, velando por que no permitan —por accidente o por diseño— que las autoridades públicas o privadas limiten la libertad de expresión.

A nivel europeo, la FEP ha abogado repetidamente por que la Comisión Europea se centre en la responsabilidad de las plataformas en línea (Facebook, Twitter, Google, YouTube, etc.) en la distribución y monetización de la desinformación. Por ejemplo, una herramienta útil para abordar la desinformación en línea fomentada por las políticas de ingresos publicitarios de estas plataformas sería una investigación sectorial de la UE sobre el negocio impulsado por las redes sociales.

El informe de nuestro grupo de alto nivel, Un enfoque multidimensional de la desinformación, propone un conjunto de medidas contra la desinformación para salvaguardar la diversidad y la sostenibilidad del ecosistema europeo de los medios de comunicación, basado en cinco pilares:

• Mejorar la transparencia de las noticias en línea, lo que implica compartir datos sobre los sistemas que permiten su circulación en línea de forma adecuada y respetando la privacidad;
• Promover la alfabetización mediática e informativa para contrarrestar la desinformación y ayudar a los usuarios a navegar por el entorno de los medios digitales;
• Desarrollar herramientas para capacitar a los usuarios y periodistas para hacer frente a la desinformación y fomentar un compromiso positivo con las tecnologías de la información en rápida evolución;
• Salvaguardar la diversidad y la sostenibilidad del ecosistema europeo de los medios de comunicación, y;
• Promover la continuidad de la investigación sobre la desinformación en Europa, para evaluar las medidas adoptadas por los distintos agentes y ajustar constantemente las respuestas necesarias.

Necesitamos más apoyo al periodismo de calidad y un mayor compromiso con la educación y la alfabetización mediática para todos, no sólo para la infancia.

Sinceramente, espero que la UE y sus Estados miembros eviten la tentación de caer en un exceso de reglamentación y de legislación. La semana pasada, la Comisión anunció su política oficial sobre la desinformación. Esperemos que anime a los Estados miembros de la UE a apoyar mucho más un sector de los medios de comunicación sostenible.

La desinformación no sólo supone un reto para los medios de comunicación o para los periodistas. Es un reto democrático: el deber de proteger la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás.