Matagi, cazadores en vías de extinción

Matagi, cazadores en vías de extinción

Hideo-san, cazador en activo, examina un cuchillo matagi del siglo XIX. Esta arma lleva en su familia siete generaciones. La diferencia más notable con los actuales es que en aquella época la empuñadura estaba hueca, lo que permitía colocar el cuchillo en el extremo de una vara y permitir así otro empleo: como lanza.

(Javier Corso)

En la región de Tōhoku, al norte de Honshū –la principal isla del archipiélago nipón– los matagi luchan a diario por la supervivencia y conservación de su patrimonio cultural. Desde sus orígenes como una subcultura propia, hace ya más de tres siglos, esta comunidad se ha caracterizado por una forma muy rigurosa de practicar la caza y una actitud muy respetuosa respecto a la naturaleza. A la dureza de su modo de vida añaden hoy una constatación inquietante: falta sangre nueva a la que pasar el testigo.

Y es que, el estilo de vida tradicional de este grupo de cazadores ya no cala entre las nuevas generaciones, de modo que la edad media de los miembros en activo es cada vez mayor. En pleno Japón del siglo XXI –moderno, altamente globalizado, e industrializado– no resulta igual de atractiva que antaño la perspectiva de una vida en las montañas nevadas, ni el enorme esfuerzo físico que implica llevar una vida de cazador.

Por otro lado, la caza se encuentra cada vez más regulada, y muchas de las restricciones legales existentes cohíben tanto a jóvenes como a ancianos. Los formularios administrativos difícilmente habilitan casillas que acomoden convenientemente sus tradiciones y modo de entender la caza, y las severas tasas e impuestos, así como las delimitaciones concretas de las temporadas de caza, han provocado que estas comunidades precisen buscar otros empleos para sobrevivir el resto del año.

Tradiciones cercadas

“Las leyes dictaminan los períodos en los que se puede cazar. Así que, en los meses no invernales, los matagi se emplean como campesinos o leñadores”, afirma Yasuhiro Tanaka, el fotógrafo y experto en esta comunidad que ha convivido y trabajado con ellos durante más de tres décadas. Muchos incluso se ven forzados a migrar al medio urbano, asegura Tanaka, también autor de una colección de libros sobre los aspectos más diversos de este grupo de cazadores. “A día de hoy, los matagi no pueden sustentarse únicamente con la caza. Es imposible”, sentencia.

Para una comunidad que lleva practicando la caza como método de subsistencia desde hace siglos, los insalvables entresijos normativos y administrativos actuales suponen un quebradero de cabeza.

Según la Ley de Caza y Protección de la Vida Silvestre es necesario solicitar una licencia al gobernador –de la prefectura en la que se encuentran–, superar un examen y abonar la cuota de inscripción y el impuesto de caza pertinente. Su valor ronda los 19.000 yenes (unos 141 euros o 170 dólares USD), sólo habilita para cazar en esa prefectura, y en cualquier caso debe renovarse a los tres años tras pasar un nuevo test de aptitud. Además, es necesario disponer de un seguro que cubra accidentes de caza. Por supuesto, para cazar también se requiere un arma, y por tanto el permiso para poseer una debe solicitarse a la Comisión Nacional de Seguridad Pública. Se trata de otro proceso tedioso, y nada económico.

“Cuando tenía quince años y me uní por primera vez a las partidas de caza, yo no empuñaba un arma. Mi trabajo era el de explorar –un rol crucial al que los matagi llaman sekkou–, avistar a la presa, y actuar como una especie de señuelo”, explica Hideo Suzuki, el líder de la remota aldea de Animatagi. Su comunidad, situada en la prefectura de Akita, es conocida entre los locales como “el hogar (original) de los matagi”. Suzuki lamenta que “las nuevas leyes no permiten cazar sin esas licencias. Muchas personas se vieron afectadas y excluidas porque sin los permisos necesarios no puedes ser un matagi, legalmente no estás habilitado para subir a la montaña con nosotros, sea cual sea tu labor”.

Según datos recientes publicados por el Ministerio de Medio Ambiente japonés, el número de titulares de una licencia de caza ha decrecido en todo el país en las últimas cuatro décadas: si en 1975 se contabilizaron 518.000, en 2014 la cifra se situaba en 194.000.

En el caso particular de los matagi estas cifras hablan alto y claro: los cazadores mayores de 60 años representaban hace cuatro décadas el 9% del total, mientras que hoy suponen el 66,5%. El envejecimiento es evidente.

Precisamente en 2016 el antropólogo Scott Schnell organizó una conferencia en la Universidad de Iowa (EEUU) para tratar en perspectiva esta problemática, y abordar las dificultades que encuentran culturas de cazadores como los matagi –atrapadas entre dos épocas– para hacer perdurar su legado. Dos miembros de este colectivo tuvieron la oportunidad, como oradores invitados, de hablar más sobre su cultura y defender que los matagi –quienes presentan muchas similitudes y paralelismos con los cazadores nativos americanos– pueden desempeñar un papel fundamental en la sociedad japonesa; tanto como defensores de los ecosistemas locales, como promotores de una convivencia saludable entre lo rural y lo urbano, siempre en comunión y armonía con la naturaleza.

Los matagi, a diferencia de la mayoría de cazadores modernos, nunca afrontan la cacería como una actividad lúdica o deportiva. Estas comunidades consideran que la naturaleza que les rodea tiene conciencia, que les ofrece protección y sustento, pero que a cambio espera una conducta responsable y moderada.

Los matagi creen que pueden cazar porque la Deidad de las Montañas (Yama-no-Kami) se lo permite y, por tanto, cuando ascienden a su territorio sagrado actúan con un sentido de máxima reverencia por el equilibrio natural. Capturan únicamente lo necesario para sobrevivir, vía la venta regulada o el autoconsumo, o bien con la finalidad de proteger asentamientos rurales y agrícolas de la influencia de animales salvajes.

Sin duda han evolucionado en muchos aspectos, como por ejemplo en el uso de armas de fuego modernas o vestimentas actuales, pero los matagi todavía conservan un fuerte misticismo heredado de sus antiguos. Mantener viva su memoria es toda una proeza, teniendo en cuenta que los registros escritos sobre su cultura son casi inexistentes. “Realmente no estoy familiarizado con el origen de la cultura matagi. Sólo sé que se originó hace más de 300 años”, reconoce Suzuki, quien, al igual que otros líderes y miembros veteranos de esta comunidad afirman que todo lo que saben sobre sus costumbres lo han aprendido por tradición oral de sus mayores.

“Lo más importante es encomendar nuestro futuro a los más jóvenes, enseñándoles nuestros valores”, expresa Suzuki. Sin embargo, este líder asegura que la tarea “no está siendo nada fácil”. “Nuestros miembros seguirán decreciendo si no encontramos sucesores. Me preocupa realmente que la cultura matagi desaparezca”, concluye.

Hoy día, una ciudadanía cada vez más comprometida y sensibilizada, tanto dentro de Japón como fuera de estas fronteras, condena la caza en general (puesto que difícilmente puede considerarla como una actividad de subsistencia) y, en particular, la de animales como el oso negro japonés –la presa más primordial y emblemática de los matagi–, una especie catalogada actualmente como vulnerable según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Por ello en Japón cada año se celebra el Matagi Summit, una convención en la que estos cazadores tradicionales comparten sus experiencias, creencias y estilo de vida, con la intención de eliminar el estigma que les acompaña y, de ser posible, captar nuevos miembros.