Museo de la esclavitud de Nueva Orleáns: mirar al pasado de EEUU para avanzar

Museo de la esclavitud de Nueva Orleáns: mirar al pasado de EEUU para avanzar

Despite only opening in late 2015, the Whitney Plantation is still the only museum dedicated to slavery in the United States.

(Whitney Plantation)

En 1989, en su primera visita a Estados Unidos, el historiador senegalés Dr. Ibrahima Seck escuchó tocar a un músico de blues procedente de Mississippi.

“Lo que oía era tan familiar”, comenta Seck de ese breve concierto del legendario James “Son” Thomas, fallecido en 1993. “Era como estar en casa”.

Esta conexión personal inspiró a Seck, cuya isla natal de Gorée fue un importante puesto del comercio de esclavos, a reanudar sus estudios y obtener un doctorado en historia sobre la institución que llevó a tantos africanos occidentales a Estados Unidos junto con su música, alimentos, destrezas y religiones. Ahora, al trabajar en una vieja plantación de añil y azúcar de Luisiana transformada en “sitio de memoria”, Seck orienta a quien lo desee hacia una comprensión humana más profunda de uno de los capítulos más oscuros de la historia de Estados Unidos.

“Es la historia de todos. Todos deben conocerla”, afirmó Seck, que dirige la investigación en la plantación Whitney, a Equal Times. “La gran mayoría de las personas no conoce esta historia. Simplemente la ignoran. Piensan que la esclavitud consiste solamente en hombres y mujeres que eran como animales recibiendo órdenes. No piensan que estas personas eran seres humanos. Seres humanos con una gran facultad de acción... para hacer algo con su vida pese a la esclavitud”.

John Cummings, un inversor de bienes raíces y abogado de Nueva Orleans que ha defendido casos de derechos civiles, conoció a Seck poco después de comprar Whitney en 1998. Seck se encontraba en ese entonces en Louisiana como parte de una delegación de la Isla de Gorée invitado a ayudar a abrir un museo afroamericano en el suroeste del estado. Cummings, que es blanco, trajo a Seck para que le ayudara a concretar su visión de Whitney como un lugar donde pudiera confrontarse la dura verdad.

Hasta la fecha, Whitney es el único museo dedicado a la esclavitud en Estados Unidos. Y a pesar de que su realización ha llevado más de una década, de alguna manera, la apertura del Whitney es de lo más oportuna, en un momento en que el país se debate de nuevo con su antiguos demonios raciales.

Seck espera que los visitantes abandonen el Whitney, que consta de una casona principal de dos plantas y 14 habitaciones, así como una casa de capataces, establos y cabañas de esclavos, habiendo comprendido que “nadie nace racista, pero que se puede crecer en un ambiente que conforma estas ideas racistas en la mente de las personas”.

“La única manera de solucionar un problema es conocer el problema”, afirma Seck. “Y sabemos que, si no solucionamos los problemas, éstos seguirán planteándose en el futuro”.

 

Un contrapeso a las resurgentes opiniones sobre la supremacía blanca

Con una profunda erudición, testimonios en primera persona, edificaciones restauradas y arte evocador, el museo Whitney contrarresta las ideas estrechas y excluyentes adoptadas por grupos que apoyan la superioridad blanca, tales como el Instituto de Política Nacional y el Ku Klux Klan, que en los últimos años han vuelto a adquirir popularidad.

La reciente inauguración del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana en Washington DC, e instituciones regionales como el museo Whitney, a una hora de distancia de la meca turística de Nueva Orleans, en la ciudad de Wallace, permiten que las personas escuchen un discurso diferente sobre lo que significa ser estadounidense.

Al concluir su primer año de actividades a finales de 2015, el museo Whitney había atraído a 34.000 visitantes, y para 2016 se proyectaba recibir cerca de 55.000.

Los visitantes que llegan temprano para asistir a un recorrido de 90 minutos por el Whitney pueden pasar por una galería de mapas, grilletes y otros artefactos que rastrean la historia del brutal tráfico de esclavos en el Atlántico, por el que millones de hombres, mujeres y niños africanos fueron transportados al Nuevo Mundo a lo largo de un período de 400 años.

Ambroise Heidel fundó la plantación tras emigrar de Alemania en 1721. Se enriqueció con el añil, y posteriormente su hijo se dedicó al cultivo del azúcar.

“La vida de un esclavo estaba marcada por el miedo permanente al castigo y por la incansable búsqueda de la libertad”, escribe Seck en su libro sobre la plantación, Bouki Fait Gombo, cuyo nombre procede de un proverbio criollo de Louisiana.

Según las explicaciones de Seck: “Los esclavos a menudo se escapaban y devenían cimarrones en los pantanos para evitar trabajos mortales y azotes. Los esclavos recapturados sufrían severos castigos, tales como ser marcados con hierro candente, la mutilación y, a veces... la muerte”.

Los herederos de Heidel finalmente vendieron la plantación justo después de la Guerra Civil a un neoyorquino que la bautizó con el nombre de Harry Whitney, escritor y explorador del Ártico. En 1990, una empresa química compró la propiedad con el propósito de construir una fábrica de rayón; un proyecto que no llegó a materializarse.

 

Ignorancia

La difusión y la educación son parte clave del trabajo realizado en el Whitney. Abram Himelstein, escritor, editor y antiguo profesor, es el cofundador del Neighborhood Story Project un proyecto sin fines de lucro sobre la historia de la región de Nueva Orleáns, que pretende compartir “nuestra historia contada por nosotros”.

Además de narrar la historia de la zona y la recuperación tras la devastación del huracán Katrina, también se dedica a asegurarse de que no caigan en el olvido los relatos que no recoge la historia oficial.

Himelstein creció en el sur y recuerda los viajes escolares a las plantaciones donde se hablaba poco o nada de los esclavos que una vez trabajaron y vivieron allí. Cuando se hizo mayor, le asombraba que sus amigos blancos celebraran sus bodas en las plantaciones. Para Himelstein, que también es blanco, es algo que refleja tanto la ignorancia sobre la brutal realidad de la esclavitud como el abismo entre las experiencias de blancos y negros en los Estados Unidos.

“Creo que todos los estadounidenses deberían ir al museo Whitney”, afirma Himelstein.

Himelstein lo visitó por primera vez con un grupo de adolescentes que seguían un curso de escritura creativa, poco antes de que el Whitney se abriera oficialmente al público. En esa época, comenta, algunas otras plantaciones estaban empezando a cambiar su enfoque hacia los esclavos, o por lo menos a tratar de contar una historia más compleja de la esclavitud. Himelstein cree que el Whitney ha acelerado este cambio.

"La existencia del Whitney evita eludir la cuestión”, asevera.

Courtni Becnel está de acuerdo. Habiendo crecido en una comunidad predominantemente afroamericana cerca del Whitney, donde algunos de sus antepasados fueron esclavos, Becnel, al igual que Himelstein, había participado en visitas a la plantación que ignoraban la esclavitud. Le pareció insultante. Cuando escuchó que Cummings planeaba abrir Whitney al público, se dirigió a él y a su equipo para interpelarlos. “Quería saber qué historia iban a contar. Al final de la conversación, le dije: ‘Tendrías que contratarme’”.

La contrataron, y Becnel empezó a trabajar como guía una semana después de la apertura del Whitney. En ese momento, estudiaba biología y planeaba convertirse en médico. Su madre todavía está desconcertada de que su hija haya puesto su carrera médica entre paréntesis de forma indefinida, al tiempo que otros parientes han preguntado a Becnel por qué quiere “retomar” la esclavitud.

“Nadie está tratando de hacerse pasar por víctima”, señala en relación con la ética del Whitney. “Sólo queremos asegurarnos de que nadie tenga que sentirse así nunca más. Es decir, ser considerado inferior por ser blanco, negro, homosexual, transexual o musulmán”.

Becnel agrega que cuanto más sabe sobre los horrores de esta institución, más entiende la fuerza de sus antepasados.

“En general es una sensación maravillosa, saber que puede pisarse esta tierra y poder hacerlo con respeto”.

Su interés en la historia, particularmente la de los afroamericanos, atrajo a Tennille Edwards a visitar el Whitney, cuyas instalaciones recorrió en compañía de un guía. Edwards, consultora de recursos humanos con residencia en Atlanta, comentó que su visita había sido inspiradora.

“Podemos sobrevivir y superarlo”, afirma.

Semanas después de su visita, Edwards todavía rememora el momento en que su guía tuvo un gesto sencillo e impactante al invitar a los miembros de su grupo a recoger una naranja de un árbol que crecía cerca de la iglesia bautista de Antioquia de la plantación, construida por los esclavos tras el final de la Guerra de Secesión en 1865.

“Este gesto resonó decisivamente en mi interior”, señala Edwards. “Tener solamente la oportunidad de comer una naranja que ha salido de la tierra que cultivaron y por la que dieron su vida”.

“Realmente quise hacer esta conexión”.