Ndume Olatushani y Jerry Givens: el preso condenado a muerte y el verdugo

Ndume Olatushani y Jerry Givens: el preso condenado a muerte y el verdugo

Ndume Olatushani, left, is a former death row inmate. Jerry Givens, right, was the chief executioner for the state of Virginia. Both men are now advocating for the abolition of the death penalty.

(Bryan Carter)

Ndume Olatushani pasó 20 años en el corredor de la muerte de Tennessee por un delito que no había cometido. Jerry Givens fue el ejecutor jefe del estado de Virginia durante 17 años y supervisó la ejecución de 62 personas. Aunque sus experiencias no pueden haber sido más diferentes, ahora ambos están unidos por su rechazo incondicional a la pena de muerte. Para Ndume y Jerry, la posibilidad de matar a una persona inocente constituye la razón principal por la que se convirtieron en abolicionistas. Además, rechazan la idea de que “hay que matar para demostrar que matar está mal”. Equal Times les entrevistó por separado durante el 7º Congreso mundial contra la pena de muerte, que se celebró en Bruselas la semana pasada. Este evento, que se organiza cada tres años, reúne a abolicionistas de todo el mundo con el objetivo de compartir historias, estrategias y mejores prácticas para luchar contra las ejecuciones de Estado, independientemente de dónde se lleven a cabo y sin excepciones en lo referente a los delitos cometidos por los presos que se enfrentan a la horca, el pelotón de fusilamiento o la inyección letal.

Ndume, ¿puede explicarnos cómo acabó en el corredor de la muerte?

N.O.: Me acusaron falsamente de haber robado y asesinado al propietario de una tienda en Memphis (Tennessee) en octubre de 1983. En realidad el crimen se cometió a unos 650 kilómetros de mi hogar en San Luis (Missouri), donde nací y crecí. Nunca había estado en Tennessee y desde luego nunca para asesinar a una persona. Sin embargo, la fiscalía alegó que habían encontrado mis huellas dactilares en el vehículo que se utilizó para el crimen. En realidad, todas las pruebas se habían falsificado. Además, en el juicio ocultaron otras pruebas que podían haber demostrado mi inocencia. Varias personas declararon como testigos y afirmaron que yo me encontraba en Missouri cuando se cometió el delito, pero no sirvió de nada. Me declararon culpable y me enviaron al corredor de la muerte. Pasaron 28 años [nota del autor: Ndume pasó un total de 28 años en prisión, 20 de ellos en el corredor de la muerte] y tanto mi esposa como un bufete de abogados de Nueva York tuvieron que trabajar mucho para que se aceptaran las pruebas que demostraban que la fiscalía había mentido en el juicio sobre mis huellas dactilares y que había ocultado las pruebas que demostraban que yo era inocente.

Jerry, ¿cómo pasó de ser el ejecutor jefe a convertirse en abolicionista de la pena de muerte?

J.G.: Fui el ejecutor jefe del estado de Virginia durante 17 años, con un total de 62 ejecuciones en mi haber. En 1999 me obligaron a dimitir. Es una larga historia, pero me alegro de haber dimitido, pues había un tipo llamado Earl Washington que era inocente y estuve a dos semanas de quitarle la vida [Earl Washington, que fue enviado al corredor de la muerte acusado de homicidio, fue totalmente absuelto en el año 2000]. Pero Dios le perdonó la vida y eso me ayudó a entender que Dios responde a mis oraciones. Porque yo siempre le rezaba a Dios pidiéndole que nunca me dejara ejecutar a una persona inocente. Yo no estaba en los juicios cuando condenaban a esa gente. Tenía que confiar en las sentencias de un sistema judicial penal, un sistema jurídico que yo pensaba que garantizaba un juicio justo e imparcial. Pero eso no siempre es así.

Ndume, ¿cómo se sintió al ser condenado por un delito que no había cometido?

N.O.: Estaba indignado. Totalmente furioso. ¿Cómo podía ocurrir eso? Por supuesto, desde el inicio del juicio sabía que el escenario se había montado para perjudicarme. Era un jurado compuesto en su totalidad por blancos en una ciudad mayoritariamente negra. Y ahí estaba yo, un joven negro acusado de haber asesinado a un destacado ciudadano blanco de Memphis. En aquella época era perfectamente consciente del racismo sistémico e institucionalizado en Estados Unidos, pero aun así no creía que ese jurado de blancos me declarara culpable en base a las pruebas que se presentaron en el juicio. Sin embargo, así fue.

¿Cómo era la vida en el corredor de la muerte?

N.O.: Es horrible. Ser un recluso en Estados Unidos es horrible en cualquier caso, pero estar en el corredor de la muerte… Si puede imaginárselo, yo vivía 23 horas al día en una celda de aproximadamente 1 x 2,5 metros donde no podía estirar completamente los brazos. Cada vez que te sacan, te ponen grilletes en las muñecas, te ponen grilletes en los pies, te encadenan y te meten en una jaula en el exterior donde puedes permanecer una hora. Así es la vida allí. La comida es pésima. La asistencia médica es pésima. Es decir… es horrible. Lo que me daba fuerzas era el hecho de que sabía que no debía estar allí en primer lugar. Siempre tuve a mi familia y a mi gente cerca para apoyarme. Ellos me dieron motivos para seguir levantándome, para seguir haciendo frente a la adversidad y lidiando con ella. Obviamente no quería quedarme quieto y aceptar todo dócilmente, dejando que hicieran lo que pretendían hacerme sin luchar contra ellos de algún modo.

Jerry, ¿cómo sabe que no había inocentes entre las 62 personas que ejecutó?

J.G.: Tuve la suerte de poder hablar con los condenados antes de que se les ejecutara y el 99% de los mismos confesaron que habían cometido el delito. Querían que se les perdonara. Los reclusos del corredor de la muerte pasan una media de entre 15 y 30 años allí y, según me contaban, si pasas un período tan largo de tiempo en un cubículo, la celda tiende a estrecharse cada vez más y parece como si te hubieran enterrado vivo. Muchos de ellos ya están muertos mental y psicológicamente y solo quieren que termine todo de una vez.

¿Pero cree usted que la pena capital es una aplicación justa de la justicia, incluso si el condenado es culpable?

J.G.: No, no lo es. Mire, nosotros teníamos lo que llamábamos una ’guardia de 24 horas contra la muerte’. Vigilábamos a los reclusos para evitar que se suicidaran… ¡Para poder matarles luego! La muerte es inevitable. Es el inicio de la vida en el más allá. Dios no nos otorgó la muerte como un castigo. Los hombres la utilizan como un castigo para vengarse. No nos podemos librar de la muerte, pero podríamos dejar de matar para demostrar al resto que matar está mal.

Ndume, ¿qué piensa de Jerry?

N.O.: No siento nada malo contra él a nivel personal, pero es lamentable que no hubiera algo en su interior que le dijera: “No me importa que sea mi trabajo. Si parte de mi trabajo consiste en hacer estas barbaridades, voy a trabajar en otra cosa, porque no quiero participar en este tipo de locura”. Yo, personalmente, no haría ese trabajo. Siempre tienes la capacidad de elegir y siempre existen alternativas. Puede que él solo haya sido una pequeña pieza del engranaje, pero él ayudó a que todo girara y nadie le puso una pistola en la cabeza para obligarle. Es una elección.

Jerry, ¿qué le diría a Ndume? ¿Se arrepiente de haber ejecutado a toda esa gente?

J.G.: En realidad, no. Yo no lo hice. Lo hizo el estado de Virginia. Yo no ejecuté a nadie por mí mismo. Les iban a ejecutar de todas formas. Si no lo hacía yo, lo iba a hacer otro. Yo preparé a esos tipos para la vida en el más allá. No creo que otra persona lo hubiera hecho. Les hice un favor porque muchos de ellos no estaban preparados.

Hace varios años, parecía que se estaba avanzando hacia la abolición en Estados Unidos. Varios estados ya habían abolido la pena de muerte o absuelto a sus presos condenados a la pena capital. Hubo varios casos muy sonados, como el de Troy Davis. Ahora parece que dichos avances se han paralizado, especialmente desde que Donald Trump nombró a dos jueces conservadores para el Tribunal Supremo de Estados Unidos. [Nota del autor: el Tribunal Supremo de Estados Unidos podría abolir la pena de muerte si la interpretara como una violación de la Octava Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que prohíbe la imposición de “castigos crueles e inusuales”].

¿Constituye la presidencia de Trump un retroceso para el movimiento abolicionista en Estados Unidos?

N.O.: Por supuesto. Hasta que eligieron a este tipo, los estadounidenses abrigaban la esperanza de que hubiera algunos cambios en cómo el sistema judicial hace frente a la pena de muerte. Pero la elección de este payaso es obviamente un enorme retroceso. Su retórica racista y cargada de odio, las causas que apoya y representa... Pero aun así, sigo teniendo esperanza. Seguiré haciendo lo que hago: alzar la voz e intentar asegurarme de que la gente esté concienciada sobre estos asuntos. Mientras exista la pena de muerte habrá gente inocente a la que se le aplique. Podría haber salido de la cárcel, vivir la vida y nunca más pensar en este asunto, pero me niego a hacer eso. El conocimiento nos hace responsables. Cuando sabes algo, entonces en ese momento ya cargas con la responsabilidad. No puedes fingir que lo ignoras. Y creo que el mundo debería mirar con desprecio a Estados Unidos. Supuestamente es el líder del mundo, pero sigue llevando a la práctica esa idea salvaje y anticuada de que puedes matar a alguien para demostrar que matar está mal.

J.G.: Es un retroceso al 100%. Se supone que deberíamos avanzar, no retroceder. El sistema estadounidense está roto, de arriba abajo, desde el presidente hasta las bases. El sistema nunca es perfecto. Pero, ¿cómo podemos detener este ciclo de violencia? Un modo de hacerlo es dejando de matar.