Necesitamos más Mandelas

 

A menudo he caminado entre los más marginados en los pueblos más pobres y los barrios de chabolas de todo el mundo.

Esta es la gente que vive en la miseria, intentando sobrevivir de manera precaria en los márgenes de nuestra sociedad.

Sin embargo, cuando hablo con ellos siempre encuentro entereza y dignidad.

Y siempre me recuerdan a Nelson Mandela y a su camino lleno de sacrificios para conseguir la libertad de nuestro pueblo.

Cada vez más distanciados de sus líderes en todo el mundo, me explican:

"No confiamos en nuestros líderes. Solo sirven a los intereses de los ricos. Si tienes dinero, puedes comprar lo que quieras.

La democracia está en venta al mejor postor. Solo nos necesitan cuando quieren nuestros votos".

Cuando me reúno con ellos, les escucho con la atención que solía mostrar Mandela.

Para él, nunca fue un acto orquestado para cortar una cinta ni posar para las cámaras de televisión. Era genuino.

Hoy en día, la gente de todo el mundo anhela este tipo de líderes. Quieren que sus líderes les escuchen con empatía, que respalden el sueño de que sus hijos tendrán una vida mejor que ellos.

Buscan esa ’magia de Madiba’ que les hacía sentir especiales, que les hacía sentir la dignidad humana que todos compartimos.

"Luchar contra la pobreza", explicó Mandela, "no es un acto de caridad. Es un acto de justicia".

En un mundo en el que los líderes no consiguen infundir esperanza, él destaca como un poderoso símbolo que reconcilia a los pueblos, independientemente de su raza, cultura, religión, idioma o geografía; era el anciano estadista en el que todos confiábamos implícitamente.

 

Un hombre extraordinario

En muchos aspectos, mi vida ha estado dominada por este hombre extraordinario.

Como muchos otros que nacieron en el momento preciso de la historia, he dedicado gran parte de mi vida a luchar por su libertad. Luego estuve a su servicio en el primer gobierno democrático de Sudáfrica.

Él era el símbolo de la lucha contra la tiranía del apartheid. Para el mundo encarnaba la última gran batalla mundial para conseguir la libertad política y la justicia social; la batalla entre el bien y el mal.

La liberación de Mandela significó la liberación de la mayoría de los sudafricanos de la brutalidad de una cárcel racista.

Siempre fue muy meticuloso. Recuerdo la primera carta que me envió a finales de los ochenta, en la que felicitaba a la central sindical COSATU por su valentía y su compromiso con los trabajadores y la lucha política.

Escrita en una hoja de color verde, con una caligrafía perfecta, hablaba sobre el vínculo profundo que existe entre los trabajadores y los pobres, vínculo del que sería testigo más tarde cuando me reuní con él.

En mi primer encuentro con Mandela aquel fatídico 11 de febrero de 1990 me sorprendió lo bien puestos que tenía los pies en la tierra.

El mundo que se unió para exigir su liberación estaba ahora ansioso por verle en la vida real tras 27 años entre rejas.

Generoso y hospitalario como siempre, cuando nos saludó nos dijo: “Vengan a ver mi casa”.

Y nos guió por la prisión en la que había estado viviendo durante los últimos catorce meses.

“Deben sentarse para compartir un poco de té y algunas galletas".

Hacía caso omiso a la dramática situación que le esperaba al cruzar las puertas de la prisión Victor Verster. O quizá solo quería hacer las cosas a su modo.

A menudo pienso en la montaña rusa de emociones que debe haber sentido durante casi un siglo.

En su vida ha amado, le han herido, le han encarcelado, aislado y traicionado. Ha visto alegrías y penas; triunfos y derrotas.

Ha admitido sus errores y no ha dudado nunca en disculparse. Siempre se mantuvo firme y no perdió sus principios.

Aun así, abrazó a sus implacables enemigos cuando surgió la necesidad de construir un país nuevo.

Ha ejercido el poder gracias a la voluntad sincera de toda la nación y renunció al mismo voluntariamente.

Ante todo, siguió siendo humilde, el líder sirviente, abrazando a basureros y reyes, activistas y poderosos directivos de grandes empresas, prestando la misma atención tanto a los pobres como a los ricos, a los jóvenes como a los ancianos y a las mujeres como a los hombres.

 

Un enorme vacío

Aunque sabemos que ningún ser humano es inmortal, su partida ha dejado un enorme vacío en nuestras vidas.

Aunque no fuera visible a nivel político, saber que estaba ahí era tranquilizador.

Ahora nuestro querido ’abuelo’, que sigue viviendo en nuestros corazones y hogares, ya no está aquí en persona.

Su sensibilidad nunca dejó de conmovernos.

En 2003, asistí con él al primer concierto de 46,664 en Ciudad del Cabo para sensibilizar al público sobre el sida.

En la noche fría y ventosa, estaba cubierto por una manta abrigada, con las manos entre las de Graça Machel y Zackie Achmat, el destacado activista contra el sida que criticaba al gobierno sudafricano por sus políticas relativas al VIH / sida.

Zackie era abiertamente gay y a nadie le cabía ninguna duda sobre su postura en lo relacionado con el sida y los derechos de los gays.

Aquella imagen envió una señal inequívoca en el punto álgido de nuestra locura particular relacionada con el VIH / sida: que se trataba de un asunto de derechos humanos primero, y de una enfermedad después.

Y eso es lo que diferencia a Mandela de otros líderes, tanto en Sudáfrica como en el extranjero.

En todos los pueblos y barriadas de chabolas, desde los taxistas hasta los conductores de triciclos, cuando digo que soy sudafricano, la respuesta inmediata es: "¡Ah, el país de Mandela! Por favor, salúdele de mi parte.

Nos encanta lo que representa. También es nuestro líder".

Mandela pertenece a todo el mundo. Ningún país u organización puede reivindicarle como propio. Él es el revolucionario, el maestro, el filósofo, el feminista y el intelectual que ejemplifica mejor la humanidad que compartimos.

Cuando viajo a los pueblos más aislados y a las barriadas urbanas de chabolas, al reunirme con estudiantes o trabajadores veo que la gente siente una verdadera asociación emocional con él.

A lo largo de los años, nunca le faltó el sentido del humor. Cuando le preguntaron por su salud, se rió: "Bueno, como usted sabe el régimen del apartheid imponía el racismo en su dieta carcelaria.

Yo, como africano, tenía que comer pan negro. Cuando había carne, no tenía grasa. Las gachas constituían nuestra dieta diaria. Y teníamos que hacer trabajos manuales; a diferencia de mis camaradas blancos que comían pan blanco y carne rica en grasas".

Como presidente de una fundación mundial que lucha contra el hambre y la desnutrición, puedo dar fe del vínculo científico que existe hoy en día entre la dieta y el ejercicio y la epidemia mundial de enfermedades relacionadas con el estilo de vida.

 

Honrar a Mandela

¿Cómo debemos honrar la vida de Nelson Mandela? ¿Cuál es el conjunto de nobles ideales que ofrecemos al frágil mundo en el que vivimos?

La lucha contra el apartheid, como las anteriores contra el colonialismo y la esclavitud, se libró en el ámbito mundial. Se trataba de un enfrentamiento entre la justicia y la injusticia.

Hoy en día nos enfrentamos a un futuro peligroso. Nos encontramos al borde de un abismo donde reina la codicia y que amenaza a la supervivencia de la humanidad y de nuestro planeta. El crecimiento y la trayectoria del consumo no conocen límites.

Los trabajadores/as en las fábricas explotadoras ganan una miseria, casi un tercio de la humanidad vive con menos de 2 US$ al día, cerca de mil millones de personas se irán a la cama con hambre esta noche y 300 niños/as mueren cada hora a causa de la desnutrición.

Hoy en día, la desigualdad, en especial en las economías emergentes, crece de un modo espectacular a medida que el crecimiento económico y el poder se trasladan hacia el sur y el este.

Un nuevo apartheid ha surgido en el mundo: el que divide a una creciente mayoría de pobres que luchan para sobrevivir.

A medida que se agudizan los efectos de la crisis climática, la mayoría se enfrenta a una creciente pobreza e inseguridad alimentaria familiar.

En el otro extremo se encuentra una creciente oligarquía predadora formada por élites económicas y políticas que viven en una burbuja, manipulan los mercados y los países y están acumulando capital durante las crisis y las épocas de auge económico por igual.

Para enfrentarnos a esta situación necesitamos legiones de Mandelas. Necesitamos ciudadanos activos que puedan resistir y hacer los sacrificios que hizo Mandela por el bien del pueblo al que representamos y de las generaciones venideras.

Los valores humanos que representaba Mandela deben animarnos a decirles la verdad a los poderosos, sin importar el riesgo que corramos.

Yo me esfuerzo por honrar a Mandela todos los días.

Caminaré junto a los trabajadores y los estudiantes, junto a los habitantes de los barrios de chabolas y de los pueblos.

Compartiré mesa con ellos y les escucharé atentamente. Intentaré ser un conducto para que sus voces se oigan en la escena mundial.

Estoy decidido a conquistar mi ego a diario y a dar un lugar prioritario a los intereses de la próxima generación.

Nelson Mandela dio su vida por Sudáfrica. Lo mejor que podemos hacer es recordar lo que representaba. Todos los días de nuestras vidas.

 

Una versión sin editar de este artículo se publicó en la página web del diario Daily Maverick.