No es vida: trabajadores palestinos y puntos de control

No es vida: trabajadores palestinos y puntos de control
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La escena se repite cada día desde las 3 de la mañana en el inmenso puesto fronterizo de Belén, también conocido como “checkpoint 300”. Una larga cola, principalmente de hombres de todas las edades, se forma a lo largo del muro israelí construido aquí, en las tierras de Belén, a unos 2 kilómetros de la Línea Verde [línea de demarcación trazada en 1949 entre Israel y los territorios palestinos]. Llegan de varias localidades situadas en el sur de Cisjordania para ir a trabajar al otro lado del muro, en ciudades israelíes o en Jerusalén oriental, en territorio palestino.

Antes del control hay un pequeño mercado con algunos puestos donde los trabajadores pueden comprar comida o bebida para la jornada. Amir está ahí todas las mañanas desde hace cuatro años para vender tarjetas de teléfono y poder pagarse los estudios. “Los trabajadores llegan muy pronto porque trabajan lejos, en Tel Aviv. Todavía tienen que pasar dos horas en el autobús [después de haber atravesado el punto de control]. A veces atravesar la frontera es bastante rápido, otras veces es más difícil. La gente empuja, algunos tratan de pasar por encima de los otros. Podemos morir aquí. Imagínese 2.000 personas que se empujan: ¡por supuesto que hay gente que se desmaya! Es realmente horrible. He visto muchos heridos a lo largo de los años. A veces los soldados [israelíes] vienen a este lado para gritarnos”, explica Amir.

La cola avanza lentamente. Todos deben pasar por una barrera de acceso que controla un soldado israelí sentado en una cabina cerrada. Una sola barrera de acceso para miles de personas. El soldado solo deja pasar a varias personas a la vez, para no obstruir demasiado los siguientes puntos de control.

De hecho, los trabajadores todavía tienen que pasar por un detector de metales y por una verificación de su permiso de trabajo y de sus huellas digitales antes de pasar al otro lado, donde camionetas y minibuses les esperan para llevarlos a su lugar de trabajo. Todo el proceso puede llevar hasta dos horas, incluso más si hay problemas.

Normalmente se tarda menos en pasar el control a la vuelta, ya que los soldados israelíes no verifican los permisos en esta dirección. Sin embargo, tras el paso difícil de la mañana, la falta de sueño y la jornada de trabajo casi siempre extenuante, los trabajadores vuelven a casa por la noche agotados, lo que tiene consecuencias negativas para su vida de familia. Los padres que trabajan casi siempre están ausentes para sus hijos y cuando vuelven están demasiado cansados para implicarse plenamente en la vida familiar. Las humillaciones cotidianas también tienen consecuencias nefastas para su estado psicológico y salud mental. Un informe de la organización Medical Aid for Palestinians (Ayuda Médica para los Palestinos) indica que “la exposición crónica a experiencias humillantes se asocia a un aumento del miedo, la depresión y el estrés entre los palestinos de Cisjordania”.

La falta de infraestructura y personal y la multiplicación de los procedimientos de verificación, año tras año, llevan a situaciones a veces insostenibles. Según la Organización Internacional del Trabajo, los controles se pasan “en condiciones inhumanas y humillantes”.

 

A partir de las 3 de la mañana los trabajadores palestinos empiezan a llegar al punto de control de Belén. El punto puede estar abarrotado, sobre todo el domingo. Algunos trepan por las barras de metal para adelantar a los otros en la cola.

Foto: Anne Paq

Según los datos de 2018 de la Oficina central palestina de estadística, alrededor de 121.000 palestinos trabajan en Israel o en las colonias israelíes, es decir, aproximadamente uno de cada seis trabajadores en Cisjordania. Solo la mitad de ellos cuenta con un permiso, es decir, 64.000 personas que pasan cada día por uno de los 13 puntos de control establecidos por las autoridades de ocupación israelíes, que los justifican en nombre de su seguridad. Otras decenas de miles de trabajadores atraviesan también cada día la Línea Verde sin permiso, por vías clandestinas. Estos movimientos de población se deben a los salarios en Israel, que son mucho más atractivos que en Cisjordania, donde la tasa de desempleo sigue siendo elevada, por encima de 30%.

EAPPI, el programa ecuménico de acompañamiento en Palestina e Israel, que envía cada año a voluntarios para que documenten la situación en los puestos fronterizos, estima que cada mañana, entre las 4 y las 6, pasan el control entre 4.000 y 6.000 trabajadores.

Foto: Anne Paq

Se ha desarrollado un verdadero mercado negro de permisos que se aprovecha de la situación vulnerable de los trabajadores. Mohannad, 30 años, explica que gana unos 60 euros por jornada de trabajo, pero que debe pagar 600 euros al mes por el permiso. “Ocurre lo mismo con cada trabajo, es muy caro”, concluye. También habla de la angustia de llegar tarde al trabajo: “Llegamos a menudo a las 10 y el jefe a veces no nos deja incorporarnos a nuestros puestos de trabajo. Tengo que estar en el trabajo a las 7 de la mañana. Esta es la situación: el ejército [israelí] nos hace llegar tarde”.

Mohammed, 88 años, que va a vender verduras todos los días a Jerusalén, no quiere pasar el control en estas condiciones. “No es vida”, dice.

Foto: Anne Paq

Algunos no soportan la situación y esperan a que el paso sea más fluido. Mohammed, de 88 años, espera al lado de la cola hasta que el puesto de control esté menos congestionado. Va todos los días a Jerusalén, salvo el viernes, para vender verduras en el mercado. “No es vida”, se lamenta el anciano, mirando con una mezcla de tristeza e indignación hacia la multitud densa, bloqueada entre los barrotes de hierro, a la espera de que el soldado israelí abra la barrera de acceso.

Solo está más tranquilo el viernes, día de descanso para los musulmanes. Algunos peregrinos atraviesan la frontera más tarde durante la mañana para acudir a la oración del viernes en la gran mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén.

Foto: Anne Paq

Solo pueden pasar los palestinos que han obtenido un permiso de las autoridades israelíes. Para conseguir la tarjeta magnética debe obtenerse la aprobación de la agencia de seguridad interior del Shin Beth. Asimismo, los trabajadores deben estar casados y tener al menos un hijo, pero los jóvenes tienen que tener el dinero suficiente para comprar una vivienda si desean casarse. Así, muchos se encuentran en un callejón sin salida y tientan a la suerte pasando clandestinamente a Israel, a pesar del riesgo que corren de ser detenidos.

Cuando la “cola humanitaria”, reservada a las mujeres y los enfermos, está cerrada, estas personas deben pasar por el paso principal en condiciones terribles.

Foto: Anne Paq

También hay algunas mujeres que trabajan en el mercado del casco antiguo de Jerusalén, personas que necesitan atención médica y estudiantes que atraviesan el puesto de control a primera hora de la mañana. Estas categorías pueden, en teoría, pasar por otra cola denominada “cola humanitaria", la cual raramente está abierta. Por lo tanto, no les queda más remedio, si quieren pasar al otro lado, que sumarse a la multitud, lo cual puede ser muy agobiante para las mujeres.

Una voluntaria de la ONG Machsomwatch, constituida por mujeres israelíes que van a los puestos de control como observadoras, explica haber llamado varias veces a las autoridades israelíes para pedir que se abra la cola humanitaria. A veces les responden que no es necesario, dado el número reducido de mujeres. Sin embargo, la promiscuidad con los hombres es un problema para ellas.

Palestinos rezan antes de volver a la cola. Algunos vienen del sur de Cisjordania.

Foto: Anne Paq

Para las personas enfermas, el paso también puede ser duro y los desmayos son frecuentes. “Espero a que se vacíe para pasar. No puedo pasar cuando está así. Tengo diabetes y problemas de presión sanguínea. También tengo problemas de varices en las piernas y me duelen si estoy de pie demasiado tiempo", explica por ejemplo Mohammed, de 37 años, sentado sobre un montón de piedras a la entrada del edificio. “La gente es como ganado", añade.

Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH), a finales de 2016 había 572 obstáculos para la libertad de movimiento en Cisjordania (muros, calles cortadas, puestos de control, etc.), 44 de los cuales eran controles fronterizos permanentes.

Foto: Anne Paq

Al cansancio y el estrés se suma la exposición a condiciones climáticas que a veces son duras, tanto en invierno –a veces puede helar durante la noche en estas regiones– como en verano, cuando hace mucho calor. Los aseos y los puestos de socorro son rudimentarios y a menudo están fuera de servicio. A pesar de todo, muchos palestinos, que necesitan trabajar para alimentar a sus familias, continúan codiciando las ofertas de empleo en Israel de albañil, trabajador agrícola, barrendero, etc. Son profesiones difíciles, pero siempre mejor pagadas que en Cisjordania. Mohanned cuenta: “Todos los días es difícil y todos los días es lo mismo”.

Este artículo ha sido traducido del francés.