“Nuestra sociedad está totalmente traumatizada” por los miles de desaparecidos desde las guerras de Yugoslavia

“Nuestra sociedad está totalmente traumatizada” por los miles de desaparecidos desde las guerras de Yugoslavia

Familias esperando el comienzo de un entierro colectivo en el Complejo de Srebrenica–Potočari en Memoria de las Víctimas del Genocidio de 1995, el 9 de julio de 2017.

(Marion Dautry)

En 1995, cuando Seida Karabasić regresó a su ciudad natal, cerca de Prijedor (actualmente en la República Srpska, una de las entidades de Bosnia-Herzegovina), la guerra apenas acababa de terminar. “La mayoría de nosotros teníamos familiares asesinados. No sabíamos dónde estaban, ni que estaban muertos, y esperábamos encontrarlos”, recuerda. Más de 25 años después del conflicto que devastó la República Federal Socialista de Yugoslavia, Karabasić es una de las muchas que buscan a desaparecidos, desaparecidos que aún se cuentan oficialmente por millares. Al finalizar la guerra, únicamente en su región se había denunciado la desaparición de más de 3.000 personas. Las familias continúan buscando a 400 desaparecidos.

En los años 1990, Yugoslavia quedó destruida en un conflicto sangriento. Millones de ciudadanos se vieron obligados a abandonar sus hogares debido a la violencia étnica. Se calcula que 140.000 personas fueron asesinadas. Según la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP, por sus siglas en inglés), hoy en día sigue habiendo 12.000 personas desaparecidas: 7.000 como consecuencia del conflicto en Bosnia, 1.962 a raíz del conflicto en Croacia, y cerca de 1.600 como resultado de la guerra en Kosovo.

La mayoría de las víctimas eran civiles. Muchos cadáveres fueron enterrados en secreto en fosas comunes. A menudo, en esas fosas se volvían a realizar excavaciones con máquinas, y los cuerpos dislocados eran trasladados a fosas secundarias y terciarias para tratar de dificultar su localización e identificación, y para encubrir los crímenes de guerra cometidos. Los restos mortales de las víctimas albanokosovares, por ejemplo, han aparecido nada menos que en Belgrado, la capital serbia.

“Las madres rezan por no morirse sin saber”, explica Karabasić, que nació en 1965 en una Yugoslavia pacífica y unida. Actualmente vive de la venta de fruta y verdura orgánica y dedica toda su energía a colaborar con varias organizaciones que se ocupan de las personas desaparecidas en su localidad. Según la Cruz Roja, que está ayudando a reunir a las familias y ofreciendo apoyo psicosocial a las víctimas, únicamente en Bosnia “más de 700 madres y padres todavía anhelan saber lo que les sucedió a sus hijos”, mientras que “más de 1.000 esposas y maridos han tenido que criar a sus hijos solos, sin saber si son viudas/viudos o no”, puntualiza un informe publicado en enero de 2019.

“Para los niños es peor. Cuando no hay una tumba que visitar, es como si les faltara parte de su identidad”, afirma Seida Karabasić. “Yo ya era mayor cuando mi padre fue asesinado, pero todavía percibo su ausencia”, cuenta quedamente.

Las asociaciones de familias de los desaparecidos son fundamentales para concienciar y garantizar que nadie quede olvidado. Están estableciendo una sólida red de promoción a través de la Coordinación Regional de las Familias de los Desaparecidos. La Udruženje Prijedorčanki Izvor (Asociación de Prijedor) de Seida empezó a funcionar en 1998 para recabar información y datos sobre las personas desaparecidas. Ahora su labor se centra en el apoyo psicosocial. Unos de los últimos programas de Seida es un taller en el que se aborda el trauma transgeneracional. “Una de nuestros miembros perdió a su marido y tiene dos hijos. Ya son adultos, pero afirma saber perfectamente que no están aquí, que no están presentes”, señala.

“Nuestra sociedad está completamente traumatizada”, confirma Emsuda Mujegić de Srcem do Mira (Del Corazón a la Paz), una asociación de familias de desaparecidos establecida en 1992 en Croacia por mujeres refugiadas bosnias y cuya sede se encuentra actualmente en Kozarac, cerca de Prijedor. “El trauma se transmite de una generación a otra cual epidemia”.

“Nuestra misión es encontrar a todo el mundo”

Localizar y enterrar un cuerpo es fundamental para el proceso del duelo. El 20 de julio de 2019 se trasladaron 86 ataúdes a Prijedor para realizar un entierro colectivo durante la ceremonia anual de conmemoración de las víctimas de la limpieza étnica perpetrada en la región. Los cuerpos fueron encontrados en Korićanske Stijene, al fondo de un precipicio donde ya se habían efectuado excavaciones en tres ocasiones. Diez días antes, miles de personas se reunieron en el Centro conmemorativo de Potocari, cerca de Srebrenica, en la República Srpska (lugar donde se perpetró una de las peores atrocidades en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial), para enterrar otros 33 ataúdes.

“Estos entierros constituyen el acontecimiento más importante para las familias. Pese a tratarse de un momento duro y doloroso, los familiares se alegran por las personas encontradas y por poder darles por fin un entierro digno”, apunta Karabasić.

En junio de 2019 se encontraron 12 cadáveres completos tras la exhumación de un lugar situado en la montaña Igman, cerca de Sarajevo, la capital bosnia. Un mes después se encontró otra fosa común cerca de Visegrad. Tras la excavación que se realizó en el emplazamiento de Korićanske Stijene en 2017 se pudieron identificar 121 personas. Los medios de comunicación informan de vez en cuando sobre las investigaciones y las esperanzas de encontrar una nueva fosa en Kosovo. Cerca de Skenderberg/Srbica continúa una investigación, y el año pasado se utilizaron las nuevas tecnologías de radar para efectuar búsquedas en varios puntos, de momento sin éxito”.

Casi el 80% de los desaparecidos en la antigua Yugoslavia han sido encontrados e identificados en Bosnia-Herzegovina, donde se produjo la violencia más encarnizada durante el conflicto bélico.

Pero un desaparecido es ya demasiado para cualquier familiar que esté esperando noticias. “Nuestra misión es encontrar a todo el mundo”, afirma Emza Fazlić, cuyo despacho se encuentra en una de las oficinas del Institut za Nestale Osobe (Instituto para Personas Desaparecidas de Bosnia), ubicado en una de las plantas superiores de la torre donde tiene su sede el Gobierno federal de Bosnia. La pared que tiene a su espalda está cubierta de estanterías que apenas aguantan el peso de los centenares de gruesos archivos que contienen toda la información disponible sobre las personas desaparecidas del país.

No obstante, “el proceso [de encontrar a los desaparecidos] se encuentra actualmente en su fase más complicada. El terreno ha cambiado, los que saben dónde están las fosas comunes no quieren hablar... Estamos trabajando sin descanso, pero cada vez disponemos de menos información”, indica Fazlić. Esta joven, que trabaja como portavoz del Instituto, todavía está esperando poder enterrar a su tío. Sabe que el tiempo pasa y que las probabilidades de encontrar más víctimas son cada vez menores.

Hacer que los huesos hablen

Cada descubrimiento de una fosa no es solo fundamental para el proceso de duelo de los familiares sino también para el proceso de justicia en la transición y contra la manipulación política. “Necesitamos conocer nuestra historia. Vivimos en un país donde existen diferentes historias sobre el mismo problema. Pero, como científicos, podemos presentar hechos científicos sobre lo que ha sucedido, datos que son imparciales, apolíticos, que son simplemente hechos”, explica el Dr. Saržinski, coordinador forense de la ICMP para los Balcanes Occidentales.

La ICMP se creó en 1996 con el cometido de abordar la cuestión de los desaparecidos del conflicto en los Balcanes Occidentales. El equipo de la Comisión, formado únicamente por siete expertos forenses, está ayudando a las instituciones locales en las labores de excavación de fosas comunes, en la reconstrucción de cadáveres y en su identificación mediante pruebas de ADN y la cooperación de las familias afectadas. Su trabajo se ha utilizado en el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia y en varios tribunales locales.

“Los niños son casos difíciles. Ahí es cuando se desvanece la línea que separa el examen científico de un caso y el examen de una persona que tenía familia y amigos”, comenta Sarzinski. Este experto de origen bosnio recuerda el caso de un niño de 5 años: “Tenía un camión de juguete en el bolsillo del pantalón... Me tuve que salir de la sala y recomponerme antes de continuar con mi trabajo”.

La metodología seguida por el equipo local de la ICMP está meticulosamente documentada, desde el momento en que son llamados por la fiscalía para ayudar en las labores de excavación, hasta el momento de entregar los restos mortales a las familias. La antropóloga de origen croata Sandra Šoštarić examina las fotografías de la cuarta exhumación efectuada en Korićanske Stijene. “Nunca he trabajado en un caso donde los huesos estuvieran tan entremezclados”, señala mostrando el terreno donde se realizó la excavación. Con el paso de los años la gravedad ha ido arrastrando los huesos por el acantilado, rompiéndolos y cubriéndolos de rocas.

Los sacos con los huesos fueron trasladados al depósito de cadáveres de Sanski Most, cerca de Prijedor, lugar de procedencia de las víctimas. Durante dos meses el equipo trabajó en la reconstrucción, en la medida de lo posible, de los cuerpos de las víctimas, utilizando miles de muestras de ADN. “Las familias vienen a ver y a identificar a sus familiares. Si nos tomamos el tiempo de explicarles lo que hemos hecho, ellos aprecian la minuciosidad de nuestro proceso y nuestro enfoque científico”, revela Šoštarić.

El largo camino hasta la justicia

La ICMP ha establecido fuertes vínculos con cada uno de los estados de la región, y ha elaborado una extensa base de datos de ADN en colaboración con las familias de las víctimas. No obstante, la política cotidiana sigue siendo un obstáculo para la cooperación. “[Los políticos] se envuelven en sus banderas nacionales y dicen: ‘Somos los únicos que protegemos los intereses nacionales. Mataron a nuestros familiares y no los encuentran’... Todo ello para cerciorarse de seguir recibiendo apoyos”, afirma Matthew Holliday, jefe del programa de los Balcanes Occidentales en la ICMP. “Y ahora, este trabajo debe despolitizarse”, añade.

“Nuestro alcalde dice: ‘Pasemos página y no retrocedamos al pasado’, pero hay cosas fundamentales que aún no se han resuelto”, señala Karabasić.

Como ciudadana bosnia residente en una zona de población predominantemente serbia tras la guerra, ella mantiene una buena relación con sus conciudadanos en su día a día. Sin embargo es consciente de que estos carecen de la voluntad para afrontar el pasado. “Creo que lo más difícil de aceptar es que tantas personas inocentes hayan sido asesinadas en su nombre”, concluye.

Amar, en la veintena, diseñador de páginas web, procedente de la ciudad de Gornji Vakuf, en Bosnia Central, nunca tuvo oportunidad de enterrar a su abuelo. “Yo estoy en paz”, comenta sentado en un café a escasos metros de la entrada del cementerio. “Pero mi abuela sigue traumatizada. Ella quiere saber dónde está”. Al parecer pagó grandes cantidades de dinero a desconocidos a cambio de información supuestamente fiable sobre la ubicación del cuerpo de su marido. “Evidentemente, no se consiguió nada”.

Mujegić, de la organización de la sociedad civil Srcem do Mira, afirma que los supervivientes de la guerra, y sus descendientes, no deberían tener que luchar para averiguar la verdad sobre lo que les sucedió a sus seres queridos. “Si no arrojamos luz sobre quién es responsable de qué crimen, siempre habrá sospechas en los diversos bandos. Por eso tenemos que establecer quién es responsable, quién es culpable. Entonces podremos pasar página”.

Este artículo ha sido traducido del inglés.