Para trans y por trans, la clínica transgénero de Ámsterdam que salva vidas

Para trans y por trans, la clínica transgénero de Ámsterdam que salva vidas

Alejandra Ortiz, a volunteer at a ground-breaking monthly pop-up clinic in Amsterdam, the Netherlands, photographed on 18 November 2018.

(Ximena Davalos)

Antes de que se abran las puertas Alejandra ya ha dispuesto sobre la larga mesa de nogal que ocupa la habitación una hogaza de pan, lonchas de queso, humus y una botella de vino blanco seco. Sus compañeras y amigas están ocupadas colgando un pesado telón para separar las habitaciones. En un extremo hay una pequeña cocina, una mesa con dos sillas y una pared cubierta por una imagen que muestra una mujer de espaldas con un bikini rosado fluorescente. Hoy, ésta es la consulta médica. Al otro extremo encontramos una mesa tras la cual está sentada la recepcionista, de pelo caoba, piel canela y una sonrisa que le ocupa todo el rostro. La larga mesa de comedor de Alejandra, con una docena de sillas adosadas, constituye la sala de espera.

“Cuando la gente va llegando, anotamos sus nombres en una lista y les servimos algo de comer hasta que llegue su turno para ver a la doctora. Aquí comen, conversan, comparten sus historias e intercambian consejos”, dice Alejandra, levantando el bajo de su vestido estampado de flores para cruzar las piernas con desenvoltura. “Realmente se ha convertido para nosotras en un lugar de encuentro, un refugio seguro”.

Desde enero de 2018, Alejandra forma parte del equipo de cinco voluntarias que organiza una vez al mes en Ámsterdam una clínica improvisada para personas transgénero y de género no conforme. Resultado de una alianza entre el sindicato de trabajadoras del sexo Proud y el grupo multicultural pro derechos transgénero TransUnited, en la clínica pueden obtenerse recetas médicas de hormonas y medicación contra el VIH, referencias para poder consultar con médicos especialistas, asistencia judicial para registrar legalmente el cambio de nombre, o respuesta a preguntas delicadas en relación con la transición médica y social.

Las consultas son gratuitas y sin cita previa, con lo que resulta una alternativa mucho más rápida y accesible a los dos años de espera –ahora habituales– de Países Bajos para las personas transgénero que desean efectuar una transición médica.

Los dos únicos hospitales públicos especializados en servicios de salud transgénero han venido batallando para hacer frente al constante incremento de solicitudes, una cifra que es actualmente cinco veces mayor que en 2008. Las largas listas de espera han sido denunciadas por grupos defensores de los derechos de las personas transgénero, como Transvisie, debido a que desembocan en automedicación entre las personas transgénero y posibles trastornos psicológicos que pueden llegar a poner en peligro sus vidas.

El boca a boca respecto al rápido servicio de derivación se ha extendido como la pólvora. La sala de espera de la clínica empezó acogiendo entre tres y cinco personas cuando se inauguró a principios de 2018; en la actualidad cada mes hay más de 20 personas esperando, y la fila en ocasiones incluso serpentea por el exterior. Parte de la magia de la clínica es que atiende directamente las necesidades individuales de sus pacientes, mientras que los hospitales están obligados a seguir un estricto protocolo de transición médica, que implica la aplicación uniforme –para todas las personas transgénero– de una trayectoria que pude llegar a durar dos o tres años.

“La trayectoria no se ajusta a cada caso porque los médicos no preguntan al cliente lo que realmente quiere o necesita”, afirma la Dra. Adrie Van Diemen, endocrinóloga y sexóloga transgénero que inició la clínica. “Aquí sí que se lo preguntamos, y la mayoría de la gente únicamente quiere un tratamiento hormonal. Y es lo que les damos”.

Protocolo anticuado

El protocolo para la transición médica en los Países Bajos, denominado ‘Het Traject’ (la trayectoria), funciona como si se tratase de una fórmula científica donde el cliente ha de seguir una serie de pasos lineales de tratamiento, como terapia de sustitución hormonal, orientación psicológica, mamoplastia y/o cirugía de reasignación de sexo, pasando por diversos especialistas médicos, desde psicólogos y cirujanos plásticos a dermatólogos o sexólogos.

La idea establecida es que, tras tres años de tratamiento, la persona habrá completado su transición plena a mujer o a hombre. Pero, aunque efectivamente haya quien quiera exactamente eso, los contrarios a dicha idea temen que el proceso convierte el cuerpo del cisgénero (término que surge por oposición a trans, personas cuya identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer) en el referente de lo que se considera como normal y deseable, no dejando posibilidad alguna para otras alternativas.

“El protocolo data de los años 1970 y fue diseñado en aquel entonces por médicos y psicólogos cisgénero”, comenta Van Dieme. “Pero nunca ha sido actualizado ni revisado, mucho menos por las propias personas transgénero”.

El protocolo está anticuado, y esto queda especialmente patente cuando se pide a los clientes pasar, antes de nada, test psicológicos para diagnosticar si efectivamente sufren lo que clínicamente se conoce como ‘trastorno de disforia de género’. Se trata de un término médico que considera el hecho de que una persona sienta que su cuerpo no se corresponde con el género con el que se identifica (de ahí ‘disforia de género’) como una desviación psicológica o enfermedad, por eso se califica como ‘trastorno’. Antes de poder iniciar cualquier proceso, la persona ha de someterse a diversas pruebas para comprobar si será capaz de soportar el desafío que representa la transición física y social.

“A algunas personas les deniegan la transición médica por beber en exceso”, comenta la Dra. Van Adrie. “¿Y quién determina si uno es realmente transgénero? No es el paciente”.

Debido a que durante tanto tiempo las personas transgénero tuvieron que depender y confiar en las mismas instituciones médicas que históricamente patologizaron y deshumanizaron su situación, la iniciativa de dejar en sus propias manos la aportación de atención médica y la respuesta a sus necesidades supone un hito en la lucha por los derechos de las personas transgénero.

En la clínica, los pacientes no tienen que esperar dos años ni que pasar ningún test psicológico, se considera a las personas transgénero por lo que dicen que son; se las escucha y se atiende a sus necesidades, independientemente de su nacionalidad o su situación legal en el país.

Atención médica y social para todos

Aparte de resultar imprescindible para muchos neerlandeses que no pueden esperar dos años para emprender una transición médica, la clínica se ha convertido en un auténtico salvavidas para migrantes y refugiados transgénero. La mayoría de estas personas iniciaron su transición en sus países de origen, pero al llegar a los Países Bajos, se ven obligados a parar su tratamiento al tener que pasar por el protocolo oficial. No obstante, el arduo camino para la obtención de la residencia legal o de la condición de refugiado en los Países Bajos hace que para muchos resulte prácticamente imposible registrarse en el sistema.

Alejandra, que llegó en 2015 huyendo de la violencia endémica contra las mujeres transgénero en México, experimentó de primera mano lo que tienen que pasar las personas como ella en el sistema de solicitud de asilo en los Países Bajos.

“Estuve seis meses sin tratamiento hormonal mientras permanecí en campos de refugiados”, nos cuenta. Luego tuvo que pasar por una agotadora batalla legal de tres años de duración para obtener asilo. “Me decían que mientras no estuviese registrada en un hospital neerlandés, no podían recetarme hormonas. Pero puesto que no tenía la residencia legal, no podía registrarme”.

Desde entonces ha trabajado mano a mano con la organización defensora de los derechos de las personas transgénero, Transgender Network Netherlands (TNN) en una exitosa campaña para asegurar que todos los refugiados transgénero puedan recibir su tratamiento hormonal mientras permanecen en los campos. No obstante, la denegación del tratamiento, así como los abusos sexuales rampantes debido a que se coloca a mujeres transgénero en campos de refugiados para hombres, siguen siendo problemas habituales.

“Aquí los médicos piensan que pueden tomar esa decisión [la de recetar hormonas] por ti. No comprenden que necesitamos las hormonas y que es cuestión de vida o muerte”, añade.

Tras los tres años del proceso de solicitud de asilo, que Alejandra afirma la “destrozó psicológicamente”, en 2017 las autoridades de inmigración la obligaron a elegir entre abandonar el país o vivir en la calle, como indocumentada. Según las autoridades, su capacidad de ‘hacerse pasar’ por una mujer la protegería de la violencia transfóbica, por lo que consideraban que podía volver a México con total seguridad.

“Estaba destrozada, perdida. No sabía adonde ir”, comenta. “Pero aquí las chicas me recogieron y me acogieron. Cuidaron de mí”.

Desde que se integró al equipo, Alejandra se ha convertido en una figura clave a la hora de sensibilizar sobre los abusos que sufren los refugiados transgéneros en los Países Bajos, desempeñando asimismo un papel clave ayudando a personas recién llegadas, como ella, para que tengan acceso a hormonas, pruebas de VIH y asesoramiento legal.

“Estoy ilegal en el país, pero esta comunidad, a la que ahora pertenezco, me ha acogido”, afirma Alejandra. “Porque esto no es sólo una clínica. Lo que estamos construyendo aquí es una comunidad”.

Un espacio seguro

Entre los cuerpos que aparecen y desaparecen de las vitrinas iluminadas con luces de neón, turistas tambaleándose por las calles empedradas y el profundo tañido de las campañas de la Oude Kerk, la iglesia más antigua de Ámsterdam, encontramos el Centro de Información para Prostitutas. Este reducido espacio autónomo fue fundado por las propias trabajadoras del sexo, con objeto de enseñar a turistas y a estudiantes la historia y la realidad del trabajo sexual desde la perspectiva de quienes lo practican.

También acoge una vez al mes la clínica trans ambulante, como signo patente del importante papel que asumen las trabajadoras del sexo a la hora de mejorar y cuidar a su comunidad y sus aliados.

Dinah Bons, defensora pionera de los derechos de quienes se dedican al trabajo del sexo, de las personas con Sida/VIH y transgénero, tanto dentro como fuera de su país, podría ser considerada como la ‘mamá gallina’ de esta comunidad.

En tanto que miembro del Comité Directivo de Proud, el sindicato de trabajadoras del sexo, Bons afirma haber constatado cómo “trabajadoras del sexo, personas transgénero, refugiados, migrantes, personas de color y particularmente quienes se encuentran en la intersección de esos distintos grupos, no reciben una atención adecuada”.

A pesar de la política neerlandesa de denegar permisos de trabajo a ciudadanos no provenientes de la Unión Europea para ejercer trabajo sexual, cerca de la mitad de quienes se dedican a este trabajo en el país son inmigrantes que vienen de fuera de la UE.

El acceso a la sanidad, incluyendo la obtención de medicamentos vitales para el VIH y tratamiento hormonal, puede muchas veces ser precario para este segmento de la sociedad dado que, excepto en caso de emergencia, el sistema sanitario neerlandés es accesible exclusivamente para quienes tienen residencia legal. La falta de información, las barreras lingüísticas, el aislamiento social y la limitada movilidad contribuyen asimismo a que los cuidados de salud de numerosas personas trabajadoras del sexo indocumentadas no estén cubiertos, según un estudio de la fundación Tampep sobre trabajo sexual y migración en Europa.

“Aquellas personas que quedan atrapadas en campos de refugiados, las que están indocumentadas y son seropositivas, las personas transgénero que no reciben su medicación contra el VIH ni sus hormonas”, asevera Bons. “Todas esas personas están siendo sentenciadas a muerte”.

Teniendo en cuenta este sentido de urgencia, Bons decidió echar mano de su red de profesionales médicos, activistas del trabajo sexual y defensores de las personas transgénero, y montó la clínica.

No se trata únicamente de brindar atención médica, sino “de todo tipo”, afirma Bons. “Lo que necesitamos ahora mismo es seguridad, un espacio seguro por y para las personas transgénero”.