Personas internamente desplazadas – los “refugiados” olvidados

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Es una historia de sufrimiento oculto de dimensiones monumentales.

Según estimaciones, el total de personas internamente desplazadas (PID) en el mundo ha alcanzado un nivel récord de 38 millones, pero este número sigue estando muy por debajo de la realidad.

La cifra procede de un informe reciente publicado por el Centro de Supervisión de Desplazamientos Internos (IDMC, por sus siglas en inglés) con sede en Ginebra.

Durante los últimos cuatro años se ha producido un aumento de 11 millones, y el total equivale a la suma de las poblaciones de Beijing, Nueva York y Londres.

Los nuevos desplazados internos que se añaden a dicha cifra proceden en su mayoría de Iraq, Sudán del Sur, Nigeria, la República Democrática del Congo (RDC) y Siria.

De hecho Siria registra el mayor número de desplazados internos, que ronda los 7,6 millones de personas, desarraigados en el interior de sus fronteras como consecuencia de la guerra civil.

Pero no es siempre la guerra lo que provoca el desplazamiento de las personas. Si se tuviera en cuenta el caso de Nepal, el IDMC podría fácilmente agregar a su estudio otros 3 millones de personas internamente desplazadas, que equivale a la cifra de desplazados como consecuencia del terremoto que se produjo en el Valle de Katmandú el mes pasado, según estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

 

Comparación entre la condición de refugiado y la de PID

Las personas que tienen que abandonar sus hogares y que se ven obligadas a vivir en otra parte sufren mucho.

Pero muchas de las que consiguen escapar de los conflictos internos que se producen en sus países huyendo al extranjero, tienen al menos derecho a que se les conceda la condición de refugiados en virtud de la Convención de 1951 de la ONU.

Si bien es verdad que tienen que subsistir en tiendas de campaña y refugios precarios, donde las condiciones pueden ser realmente deplorables, muchas consiguen recibir ayuda de ONG internacionales.

En cambio las personas internamente desplazadas se encuentran a menudo en una situación mucho peor, puesto que se quedan verdaderamente sin nada.

Al no conseguir cruzar una demarcación internacional, no reúnen los requisitos legales para ser considerados refugiados en el sentido jurídico del término, como es el caso de muchas de las PID de Iraq y Siria, donde la guerra parece interminable y no existe ningún tipo de protección internacional.

Efectivamente, a raíz de las restricciones estatales impuestas a la asistencia pública y a la cobertura mediática internacional en lugares como Siria e Iraq, donde los periodistas tienen que afrontar situaciones terribles y donde muchos han sido asesinados o secuestrados y algunos incluso ejecutados, las personas internamente desplazadas padecen la maldición de la invisibilidad: nadie cuenta ni registra sus historias.

El informe de las Naciones Unidas “Principios rectores aplicables a los desplazamientos internos” las define como “personas o grupos de personas que se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o de su lugar de residencia habitual, en particular como resultado o para evitar los efectos de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera estatal internacionalmente reconocida”.

La expresión “catástrofes naturales o provocadas por el ser humano” que aparece en la definición de la ONU es lo que dificulta la cuantificación y el seguimiento de las cifras.

Pero, en cualquier caso, no cabe duda de que las cifras de PID están aumentando rápidamente.

A pesar de que en la RDC a hay millones de desplazados – 45.000 personas siguen muriendo cada mes y, según algunas estimaciones, más de 6 millones han muerto como consecuencia de la interminable guerra y hambruna – la atención de los medios es relativamente escasa.

¿No deberían incluirse también los cientos de miles de chinos que deambulan por el país como consecuencia de la contaminación industrial que ha devastado sus tierras de cultivo, o que se han visto obligados a desplazarse a raíz de diversos proyectos de construcción del Gobierno?

¿Y qué sabemos acerca de los cientos de miles de personas pertenecientes a la población musulmana rohingya del estado de Rakhine que se han visto despojadas de sus hogares debido a la persecución religiosa que está teniendo lugar en Birmania, un país mayoritariamente budista?

¿Y qué pasa con los “montagnards” desplazados en las mesetas centrales de Vietnam, sacados a la fuerza de sus tierras por encontrarse éstas ubicadas sobre unas colinas ricas en bauxita, explotadas a presente por empresas chinas que están extrayendo el mineral?

Varias organizaciones y activistas estiman que el número actual de PID asciende fácilmente al doble de la cifra de refugiados internacionales reconocidos – o incluso al triple. La cifra puede fluctuar debido a un repentino estallido de guerra civil o a una catástrofe natural como un volcán en erupción, un tsunami o un terremoto.

En Ucrania, por ejemplo, la USF Global Initiative considera que la cifra de PID ucranianas es inferior a la cifra real, y el ACNUR, por su parte, afirma que la cifra ha “aumentado radicalmente”.

Los procesos de distribución de alimentos y medicinas varían de un lugar a otro, y la protección que se brinda a las PID depende de donde se encuentren y del país en el que estén.

Haití, por ejemplo, está a un paso de los Estados Unidos, y, tras los terremotos de 2010, los alimentos y provisiones para las víctimas, así como la cobertura mediática, llegaron de manera relativamente rápida – aunque caótica.

Sin embargo, en Darfur, después de varios años de guerra civil, cientos de aldeas han sido destruidas, 400.000 personas han muerto, 2,2 millones se han convertido en desplazados permanentes y muchos permanecen bajo la constante amenaza de la hambruna y la violencia.

Se trata de una crisis en la que la respuesta internacional es lenta e ineficaz, y donde la atención mundial es, en el mejor de los casos, esporádica.

Vivimos en un mundo saturado por los medios y por un denso grado de comunicación, y sin embargo hay demasiada miseria que permanece oculta. La comunidad internacional está indudablemente incurriendo en la denominada “fatiga de compasión”.

A menos que encontremos la fuerza para abordar la crisis actual, nuestro mundo, a pesar de encontrarse en una “era global”, seguirá distando mucho de ser una civilización global, puesto que la situación de todos los refugiados debería suponer un reto para nuestra conciencia, y las personas internamente desplazadas merecen nuestra atención en la misma medida que las que huyen cruzando fronteras.

El silencio y la indiferencia constituyen, después de todo, el pecado de omisión.