Pese a los cambios políticos en Etiopía, la cuestión de los refugiados etíopes en Kenia es “muy preocupante”

Pese a los cambios políticos en Etiopía, la cuestión de los refugiados etíopes en Kenia es “muy preocupante”

Ethiopian refugees queue for medical attention in a Kenya Red Cross medical tent in Somare Camp in Moyale, Kenya on 23 March 2018.

(Anthony Langat)

Abdia Golicha, de 35 años, está sentada sobre la esterilla que cubre el suelo de un pequeño refugio improvisado, mirando hacia la entrada y con la vista fija en el horizonte. Sus escasas pertenencias –ropa de cama, unos pocos utensilios y un par de prendas de vestir– se apilan a su lado, formando un pequeño montículo. Puede ver frente a ella las colinas que ocultan el lado etíope de Moyale, una localidad situada en la frontera entre Etiopía y Kenia y compartida entre ambos países, cerca del lugar de donde proviene Abdia.

Concretamente, Arbale es donde vivía Abdia con su marido y su único hijo, de 15 años. Estaba embarazada de nueve meses, a punto de dar a luz, aunque seguía trabajando de vendedora en el mercado, el día en el que su vida cambió para siempre.

Ocurrió hacia el mediodía del 9 de marzo de 2018. Abdia estaba sentada en el mercado de Shawa-Bare, vendiendo la leche que había adquirido en las granjas locales. “Oí unos disparos y perdí el conocimiento. No recuerdo nada más”, cuenta, hablando a través de un intérprete, sobre el incidente en el que murieron diez personas y muchas otras resultaron heridas.

Los autores de los disparos contra civiles desarmados eran miembros del ejército etíope, según informó la CNN, que actuaron en base a información errónea por parte de los servicios de inteligencia, indicando que milicias armadas del Frente de Liberación Oromo (OLF) estaban actuando en esa localidad de apenas 25.000 habitantes.

Como resultado de la violencia desencadenada, más de 10.000 personas huyeron buscando asilo en la zona keniana de Moyale, aunque casi la mitad regresarían a Etiopía tras el nombramiento de un nuevo primer ministro, Abiy Ahmed Ali, el 2 de abril.

A día de hoy, esa localidad sigue sometida a enormes presiones debido a la falta de recursos para acomodar a los refugiados. Talaso Chucha, de la Cruz Roja Keniana, indicó a Equal Times el 10 de abril que unas 800 personas permanecen en lo que fue una vez el principal campo de refugiados en Somare, mientras que 4.000 más viven en otros dos campos cerca de la frontera. En el momento de publicar este artículo, nuevos solicitantes de asilo seguían llegando cada día a la parte keniana de Moyale.

Las muertes se produjeron casi un mes después de haberse decretado el estado de emergencia en Etiopía, el pasado 16 de febrero, un día después de anunciarse la dimisión del entonces primer ministro Hailemariam Desalegn, tras varios años de inestabilidad política que darían lugar a numerosas violaciones de derechos humanos. Los dos mayores grupos étnicos de Etiopía –Oromo y Amhara– constituyen dos tercios de la población, pero se sienten marginados económica y políticamente por la minoría Tigray que controla el Gobierno.

Decenas de miles de personas fueron arrestadas desde el inicio de las protestas contra el Gobierno en 2015, y cientos perdieron la vida en protestas en las regiones de Oromía y Amhara. A pesar de las recientes acciones para calmar las tensiones, liberando a cerca de 6.000 presos políticos, incluyendo figuras importantes como el destacado periodista Eskinder Nega, el político de la oposición Andualem Arage y Bekele Gerba del Congreso Federalista de Oromo, el primer ministro declaró que esperaba que su dimisión resultase “vital en el intento por llevar a cabo reformas que llevarían a una democracia y una paz sostenibles”.

Mayoritariamente mujeres y niños

Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más del 80% de las personas que huyeron a Kenia eran mujeres y niños. En los primeros días, el flujo de personas incluía a más de 600 embarazadas. Abdia era una de ellas. Sus vecinos la llevaron al otro lado de la frontera, hasta la zona keniana de Moyale, y todavía inconsciente fue trasladada directamente al Hospital del Condado de Moyale, donde recobraría el conocimiento a última hora de la tarde.

Cuando Abdia se puso de parto el dolor era muy intenso, pero esperaba traer al mundo a un bebé sano, contra todo pronóstico, dado que anteriormente había tenido ya cuatro abortos espontáneos. Desgraciadamente, el bebé nació muerto. “Fue muy triste y doloroso volver a perder otro bebé. No tenía fuerzas y lo único que podía hacer era llorar”, declaró a Equal Times. Abdia culpa a los militares etíopes por la pérdida de su bebé. De no haber perdido el conocimiento cuando los soldados dispararon contra la multitud, quizás su bebé estaría hoy vivo.

Muchos otros etíopes cruzaron la frontera como Abdia para ser conducidos directamente a hospitales en Kenia el día del ataque y en los días que siguieron. Aunque la respuesta de las agencias de ayuda y del Gobierno fue rápida, resulta evidente que han tenido dificultades para hacer frente al flujo de refugiados, particularmente aquellos que requieren atención médica.

“El tráfico de pacientes a nuestras instalaciones ha sido tremendo. Nos estamos ocupando de los refugiados, los atendemos igual que a nuestros demás pacientes, pero es sencillamente abrumador”, declaró a Equal Times Ibrahim Mohamed, superintendente médico del Hospital de Moyale.

Durante los primeros días, cuando los refugiados empezaron a entrar en Kenia, la portavoz de ACNUR en el país africano, Yvonne Ndege, dijo a este medio que sus necesidades eran considerables. “Los solicitantes de asilo han expresado además preocupaciones por su seguridad, ya que la mayoría reside en campamentos improvisados situados muy cerca de la frontera. La escasez de agua y las deficientes condiciones de saneamiento son motivos de enorme inquietud ante posibles brotes de cólera”, indicó.

Para Abdia, la pérdida de su bebé no ha supuesto el final de sus males. Además, desarrollaría una fístula vésico-uterina, una rara afección ocasionada por complicaciones del parto por cesárea, que deriva en incontinencia urinaria. Sintiéndose avergonzada por esta nueva indisposición, Abdia pasa ahora la mayor parte del tiempo sentada sobre una esterilla en su tienda, con la mirada fija en sus colinas natales. Apenas camina y no se mezcla con los demás porque le da vergüenza su propio olor corporal. Para Abdia, la mayor paz sería que las cosas volviesen a la normalidad. “Lo único que quiero es ponerme bien. Aunque tenga que quedarme aquí durante más tiempo”.

De momento la situación está tranquila al otro lado de la frontera, pero Abdia al igual que miles de sus compatriotas, no tiene previsto regresar de inmediato. De hecho, cualquier nuevo estallido de la violencia podría desembocar en una situación realmente extrema en los campos de refugiados en Kenia, que no están debidamente preparados ni financiados para una crisis mayor de refugiados. Por ahora, Abdia espera que tanto su cuerpo como su país se recuperen antes de emprender el viaje de regreso.