Por qué el mundo necesita un futuro ecofeminista africano

Por qué el mundo necesita un futuro ecofeminista africano

Con su Movimiento del Cinturón Verde, puede decirse que la Premio Goldman del Medio Ambiente y Premio Nobel de la Paz Wangari Maathai ha simbolizado la esencia del ecofeminismo africano y el activismo colectivo que lo define.

(Goldman Environmental Prize)

Necesitamos un “futuro ecofeminista africano”. Y no me refiero sólo a África, sino a todo el mundo.

Digo esto por dos razones. En primer lugar, África representa actualmente la “última frontera” de unos modelos económicos que ya han comprometido ecológicamente al resto del planeta. Proclamada no hace mucho como la “causa perdida” del mundo, pero codiciada ahora como el futuro granero del planeta, el último bastión contra la degradación ambiental mundial probablemente constituya una alternativa sostenible en África.

En segundo lugar, las activistas y feministas ya están en primera línea de la batalla por la sostenibilidad ecológica en el continente. Sus luchas diarias, su compromiso inquebrantable y su disposición para concebir un futuro radical en el que la justicia, la equidad y los derechos se conjuguen con la soberanía ambiental, tienen el potencial de salvarnos a todos.

¿Qué es entonces el ecofeminismo y por qué se habla específicamente de ecofeminismo africano? El activismo ecofeminista surgió de los movimientos feministas, pacíficos y ecológicos de los años 1970 y 1980.

El ecofeminismo intersectorial también recalca la importancia del género, "la raza" y las clases sociales, vinculando el discurso feminista a la opresión humana que existe en el seno del patriarcado y a la explotación de un entorno natural del que las mujeres suelen depender más pero del que también suelen ser sus guardianas en muchos contextos culturales.

El movimiento general se ha quedado a veces empantanado en algún debate sobre si el género conferido a los elementos de la naturaleza refleja la importancia de la mujer. En cambio los movimientos implicados en el activismo feminista y ecológico en África se han dedicado a desarrollar alianzas estratégicas y políticas entre las mujeres, la naturaleza y la protección del medio ambiente.

Wangari Maathai y su Movimiento del Cinturón Verde simbolizaron indudablemente la esencia del ecofeminismo africano y el activismo colectivo que lo define. Como la primera ecologista en ganar el Premio Nobel de la Paz en 2004, Maathai puso de relieve la estrecha relación que existe entre el feminismo africano y el activismo ecológico africano, que cuestionan las estructuras patriarcales y las estructuras neocoloniales que socavan el continente. También ha habido activistas menos conocidas que han permanecido durante mucho tiempo en la encrucijada de la justicia económica, ecológica y de género.

Ruth Nyambura, del colectivo ecofeminista africano African Eco Feminist Collective, por ejemplo, utiliza las tradiciones feministas radicales y africanas para criticar el poder, cuestionar el capitalismo de las multinacionales y volver a concebir un mundo más equitativo. Organizaciones como African Women Unite Against Destructive Resource Extraction (WoMin) hacen campaña contra la devastación de las industrias extractivas.

Por otra parte, la labor de organización localizada también está rechazando el corporativismo perjudicial para el medio ambiente: en Sudáfrica, los vecinos de Women Mapella lucharon contra las expropiaciones de tierras por parte de empresas mineras; en Ghana, la asociación campesina Concerned Farmers Association, encabezada mayoritariamente por mujeres, responsabilizó a las empresas mineras de la contaminación de las cuencas locales; y en Uganda, las mujeres del banco de semillas comunitario de Kizibi están preservando la biodiversidad local frente a la comercialización de las semillas por parte de corporaciones multinacionales.

Los activistas que se encuentran en estos frentes se están defendiendo, pero también están ofreciendo visiones de modelos de desarrollo alternativo que reclaman justicia económica y de género. De este modo, nos piden a todos que reconsideremos, para empezar, qué constituye el “progreso”.

Mujeres, medio ambiente y biodiversidad

Las mujeres africanas suelen estar en el corazón de las comunidades afrontando los enormes cambios relacionados con el desarrollo económico, y suelen ser ellas las que cargan con las consecuencias de la mala gestión medioambiental. Estas cuestiones tienen múltiples dimensiones, y abarcan desde la justicia agraria hasta el extractivismo, pero un asunto que deja patente con especial claridad la importancia del ecofeminismo africano en la actualidad es la amenaza que pesa sobre la biodiversidad de las semillas.

Se trata de un problema cada vez más preocupante. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, en el siglo XX se perdió un 75% de la biodiversidad de los cultivos, cifra verdaderamente alarmante, y la tendencia continúa. En la última década, por ejemplo, Europa y Asia Central han constatado que el 42% de sus especies de plantas y animales terrestres han experimentado una reducción de su población, en parte debido a las prácticas agrícolas y forestales intensivas; y que se consumen más recursos naturales de los que se producen.

Actualmente, las Revoluciones Verdes que se han dado en Europa, Estados Unidos y, más recientemente, en partes de Asia –lo que ha implicado pasar de la agricultura de subsistencia a la agricultura industrializada, los cultivos comerciales y los monocultivos– siguen siendo el eje de la reflexión en torno al crecimiento económico y la seguridad alimentaria. Sin embargo, resulta cada vez más evidente que esta óptica impulsada por el sector empresarial, que ha dominado las trayectorias de desarrollo a lo largo del siglo pasado, ha fracasado en varios frentes.

No solo no ha conseguido resolver el problema del hambre, a pesar de la superproducción, sino que ha reforzado indirectamente las pérdidas de biodiversidad y, por ende, las contribuciones más holísticas de la naturaleza a un medio ambiente sostenible. Antes de la Revolución Verde de la India, por ejemplo, había aproximadamente 50.000 variedades de arroz. En cuestión de 20 años la cifra se ha desplomado a apenas 40. Esto ha dado lugar a la pérdida de cultivos que antaño formaban parte de variadas cestas de alimentos, así como a una degradación de la propiedad y el control que pueden tener los agricultores sobre las semillas.

La soberanía de las semillas es por tanto un pilar clave del ecofeminismo, y la relación entre la biodiversidad de las semillas y las mujeres es especialmente importante.

Las mujeres, que a menudo desempeñan una función fundamental en la producción nacional de alimentos, también suelen ser habitualmente las guardianas de las semillas que reproducen unas dietas equilibradas, variadas y nutritivas. Las agricultoras africanas preservan con frecuencia cultivos diversos (y autóctonos) que se mantienen fuera del programa de cultivos comerciales, desde infinidad de variedades de espinaca y mandioca hasta la menos conocida acha, una gramínea originaria de partes del Sahel.

Entre otras cosas, los conocimientos autóctonos de las mujeres sobre las semillas y su selección y almacenamiento, así como la siembra de cultivos variados y a menudo resistentes, aumentan la capacidad de adaptación al clima, situándolas en primera línea de la batalla contra el cambio climático. En cambio el monocultivo extensivo ha hecho que la agricultura se vuelva más vulnerable a las plagas, las enfermedades y la sequía, lo que con frecuencia genera una dependencia de los pesticidas y fertilizantes producidos por las mismas empresas que venden las semillas comerciales que ahora se están promoviendo por toda África.

Efectivamente, el uso de semillas comerciales en el continente está aumentando con la presión ejercida por las corporaciones en favor de normativas que únicamente autorizan sembrar semillas seleccionadas. Se está dando prioridad a las semillas híbridas destinadas concretamente a maximizar las cosechas. Esta situación resulta profundamente problemática puesto que las semillas híbridas no pueden replantarse y ello obliga a los agricultores a comprar semillas nuevas cada temporada. En esta dinámica los agricultores pierden su autonomía, mientras que las mujeres que durante siglos han sido las guardianas del saber sobre las semillas se ven desautorizadas. Así pues, la comercialización de las semillas no solo está reduciendo la variedad y socavando la resiliencia climática, sino que también está comprometiendo la soberanía alimentaria a medida que una pequeña camarilla de multinacionales monopoliza el mercado.

Perspectivas de algo mejor

En un infográfico que circuló por las redes sociales hace algunos años se hacía hincapié en que si todas las personas del planeta consumieran como en Estados Unidos, necesitaríamos 4,4 planetas Tierra. La mayoría de la gente ya sabe que los modelos de desarrollo aceptados son insostenibles. El público es cada vez más consciente de las amenazas que se ciernen sobre la biodiversidad y la resiliencia climática, así como de las tensiones que han surgido como resultado de los programas agrícolas impulsados por las corporaciones.

Y, sin embargo, la mayoría de los gobiernos africanos permanecen anclados en la idea de una revolución verde inspirada por Occidente y siguen dependiendo del apoyo de los donantes (de Occidente y de China), un apoyo ligado en muchas ocasiones a la expansión de la agroindustria. Los espacios políticos rara vez tienen en cuenta las opiniones de los pequeños agricultores y de quienes trabajan sobre el terreno, dejando las posturas alternativas y las objeciones a los modelos ortodoxos de desarrollo económico al margen de las mesas regionales y globales donde se negocian las decisiones.

Pero, sin inmutarse, las ecofeministas siguen luchando en sus trincheras. Desde Ghana hasta Sudáfrica y más allá, las iniciativas de intercambio de semillas organizadas por las mujeres siguen oponiéndose al corporativismo.

Activistas como Mariama Sonko en Senegal continúan encabezando iniciativas campesinas agroecológicas en favor de una producción alimentaria localizada y sostenible.

En última instancia, la crisis de la actual trayectoria africana es una crisis de lucidez provocada por la incapacidad de los líderes del continente para concebir un proceso de desarrollo menos destructivo, más equitativo, menos injusto, más intrínsicamente africano, y, sencillamente, más apasionante. Las posturas, pasiones y enfoques globales ofrecidos por el ecofeminismo africano proporcionan ingredientes clave para una alternativa a los ideales capital-céntricos del crecimiento económico que han definido hasta ahora el progreso y que no solo han causado estragos en el plano de la sostenibilidad ecológica mundial sino que han fracasado a la hora de crear una sociedad genuinamente justa y equitativa en el mundo. Es hora de empezar a soñar y crear un futuro africano para un mundo mejor.

Este artículo ha sido traducido del inglés.