Precariedad, explotación y pobreza: la odisea de los jóvenes trabajadores en Italia

Precariedad, explotación y pobreza: la odisea de los jóvenes trabajadores en Italia

Young workers can come and present their problems to the Chambers of Self-Employed and Precarious Labour (CLAP), here in Rome, on 9 October 2022, during a weekend of conferences.

(Marco Marchese)
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Elena (nombre ficticio), diseñadora gráfica de 33 años, trabaja desde octubre de 2019 en una importante agencia de publicidad de Roma. Entre sus clientes se encuentran instituciones locales y representantes políticos para los que desarrolla estrategias de comunicación y materiales visuales de campañas electorales. La empresa está tan cerca del sector público que Elena se quedó sin palabras cuando, al ser contratada, le ofrecieron un periodo de prácticas, sin ni siquiera firmar una convención, con una remuneración inicial de 400 euros al mes regulada por el estatuto de “prestación ocasional”. Sin embargo, la prestación de trabajo no tenía nada de ocasional. Esta forma de empleo era completamente ilegal, ya que Elena trabajaba a tiempo completo, tenía un horario de trabajo fijo, tenía que estar en la oficina todos los días y era supervisada constantemente.

“Después de 8 meses, finalmente me ofrecieron un contrato de trabajo”, relata Elena. “Pero era un falso contrato a tiempo parcial. Decía que trabajaría 16 horas a la semana por un salario de 600 euros al mes”. En realidad, trabajaba a tiempo completo y el resto de los ingresos, otros 600 euros, se los pagaban por debajo de la mesa.

No fue sino hasta 2021, dos años después de ser contratada, que Elena consiguió un contrato indefinido a tiempo completo remunerado con 1.450 euros netos al mes, o 9 euros por hora. “Al principio, el jefe se negaba a regularizarme, diciendo que tendría que pagar demasiados impuestos y que si me hacía ese ‘favor’, tendría que hacérselo también a todos los demás”. De hecho, aún hoy, de los 10 diseñadores gráficos que trabajan en esta empresa, solo tres tienen contrato. “Los otros son muy jóvenes y van y vienen. La rotación es permanente”.

Aunque se les contrate de forma irregular, los trabajadores se ven obligados a dar lo máximo de sí en un clima opresivo. “El jefe se enfada si te vas exactamente a la hora en que se supone que termina la jornada laboral. Es algo que me produce mucha ansiedad”, admite Elena. “No puedo salir ni siquiera cuando no tengo nada que hacer, como si estuviera en la escuela. Si alguien se va demasiado pronto, el jefe reúne a todos los empleados para reñirnos. A menudo nos vemos obligados a trabajar días extra, incluidos los fines de semana, sin ninguna paga extra”.

A pesar de esta situación, Elena prefiere permanecer en el anonimato, ya que sigue trabajando para esta empresa. ¿Por qué se queda allí? “Por lo que sé, es peor en otros lugares”, asegura. “Las mayores y más conocidas empresas de publicidad son terribles. Una joven compañera que trabajaba para una de ellas me dijo que había perdido 40 kg a causa del estrés. Otros compañeros se marcharon corriendo porque trabajaban jornadas larguísimas, en un clima de terror, con constantes humillaciones y burlas.

La jungla del trabajo para los jóvenes

La historia de Elena representa la odisea ordinaria a la que se enfrenta un joven trabajador en Italia, que en su caso termina excepcionalmente bien: con un contrato de duración indefinida. Para la mayoría de los jóvenes italianos, que trabajan sin protección ni derechos sindicales, el mercado de trabajo está muy lejos de ser un medio de emancipación o desarrollo personal, en realidad es una jungla donde reina la ley del más fuerte: la del empleador. Los datos de Eurostat sitúan a Italia en el penúltimo lugar de Europa en cuanto a la tasa de empleo de los jóvenes (15-29 años), con un 31,1%, la cual incluso desciende al 26,4% en el caso de las mujeres. Estas cifras muestran lo difícil que es para una persona joven encontrar un trabajo o buscar uno mejor y sugieren un alto porcentaje de trabajo sumergido. En un estudio de la Fondazione Unipolis, el 35% de los jóvenes de entre 15 y 35 años declararon que trabajaban o habían trabajado en negro.

La situación no es mucho mejor para quienes no trabajan en negro y se enfrentan en primer lugar a una precariedad difusa. Casi la mitad de los trabajadores jóvenes de entre 15 y 29 años (el 47%) tienen contratos de duración determinada, en relación con solamente el 13,7% de los mayores de 35 años (Eurostat). También existen las arenas movedizas del denominado “trabajo gris”, nombre que engloba todas las relaciones laborales declaradas pero incompletas o irregulares, a las que lamentablemente están acostumbrados los jóvenes italianos: empleados disfrazados de colaboradores, falsos contratos a tiempo parcial, contratos que no se corresponden con la realidad de las tareas laborales... y la lista es larga.

La juventud italiana se encuentra en una posición sumamente frágil en un mercado de trabajo que ya de por sí se encuentra en muy mala forma. Italia es el único país europeo en el que los salarios han bajado desde la década de los años 1990 (un 3% menos), mientras que en países como Alemania y Francia han subido casi un 30%.

Y son los jóvenes los que sufren las consecuencias más graves de este trabajo mal pagado. En Italia, casi el 50% de los trabajadores treintañeros (30-34 años) obtiene ingresos que oscilan entre los 8.000 y 16.000 euros al año, una horquilla que va de la “pobreza absoluta” a la “casi suficiencia”. Esta es una generación que ha vivido repetidas crisis, que se incorporó al mercado laboral con la crisis de 2008, que fue la que más empleos perdió a causa de la pandemia de 2020 y que ahora tiene que lidiar con la inflación, que erosiona aún más sus ingresos.

Estas condiciones dificultan mucho la emancipación de los jóvenes del redil familiar y explican en mejor medida el estereotipo italiano de “niño de mamá”, ya que los jóvenes se van de casa a una edad media de 30 años. También explica por qué tantos jóvenes eligen la expatriación para encontrar mejores condiciones de vida. Un estudio de la asociación de empleadores Confcommercio revela que, en los últimos 10 años, se han marchado al extranjero 345.000 jóvenes italianos de entre 15 y 34 años. Otros se han quedado en Italia, pero han perdido la esperanza de construir una vida independiente. En 2021, el grupo de los “ninis” (aquellos que ni estudian, ni trabajan, ni se forman) representaba el 23,1% de los jóvenes italianos de 15 a 29 años, con mucho el porcentaje más elevado de los países europeos.

Las cámaras del trabajo autónomo y precario

¿Cómo ha podido llegarse a esta situación? Entrevistamos a Salvatore Corizzo, abogado laboralista y activista de las CLAP (Camere del Lavoro Autonomo e Precario), un sindicato de base del trabajo autónomo y precario fundado por un grupo de abogados y activistas de varios centros sociales de Roma, que ofrece asistencia jurídica y fiscal gratuita a los trabajadores sin contrato regular.

“El mercado de trabajo italiano, en lugar de basarse en la innovación tecnológica, siempre ha tendido a compensar la pérdida de beneficios con la reducción del costo de la mano de obra, al tiempo que la crisis de la izquierda política y sindical ha comprometido la movilización”, afirma Corizzo. “Por ello, la Estrategia Europea de Empleo, basada en la mentira de la ‘flexiguridad’, se ha traducido en Italia en una serie de normativas que, a partir de la década de los años 1990, han introducido infinidad de contratos precarios, sin ningún ‘colchón’ social que las compense. En resumidas cuentas, se impuso la flexibilidad sin la seguridad. Los contratos flexibles han permitido utilizar a los nuevos trabajadores como mercancías de usar y tirar según las necesidades”.

Las CLAP nacieron en 2013, poco antes de que los derechos de los trabajadores sufrieran un golpe definitivo con la famosa “ley del empleo” del Gobierno de Renzi (Partido Democrático, de centroizquierda) “que convirtió en norma los contratos precarios y legalizó los despidos sin causa real, a cambio de una simple indemnización económica”, explica Corizzo.

Desde entonces, las CLAP se han consolidado como instrumentos de autoorganización que combinan la lucha sindical para mejorar las condiciones de trabajo con la defensa jurídica de los trabajadores en lo individual.

“También tenemos un servicio específico para las mujeres, dirigida por activistas especializadas en temas de acoso laboral”, continúa el abogado Corizzo, “porque los modos de explotación no son los mismos según el color de la piel y el género”.

En 2018, esta sección ayudó a dos jóvenes trabajadoras del Hard Rock Café de Roma a armarse de valor para denunciar el acoso infligido por su jefe. “Todo giraba alrededor de la renovación de los contratos”, declaró en su momento una de las trabajadoras. “Nos acosaba, y se justificaba diciendo que a cambio nos hacía un favor. Los manoseos se prolongaron durante un año y medio, en medio del silencio generalizado. Todo el mundo lo sabía, incluyendo los superiores. Tras las denuncias, la empresa inició una investigación interna y el jefe fue despedido.

Un caso grave pero que, según Salvatore Corizzo, es solo la punta del iceberg. “El hecho más llamativo del trabajo juvenil actual es el control total de los cuerpos, el cual se consigue destruyendo toda autoestima mediante una fuerte presión psicológica y emocional. Recibimos muchas llamadas de ayuda de jóvenes que son tratados como esclavos, incluso en sectores que requieren una alta cualificación, como abogados o arquitectos”.

¿Cómo puede tomarse una vía diferente? Tras un largo suspiro, Corizzo responde con firmeza: “En Italia hemos perdido la costumbre de luchar. Tenemos que reactualizar la huelga para convertirla en un arma eficaz de amenaza incluso contra estas nuevas formas de explotación”. Es el motivo por el que las CLAP quieren lanzar este otoño una movilización tomando como punto de partida la reivindicación de un salario mínimo, todavía ausente en Italia. “En este momento, es de fundamental importancia reivindicar nuevos derechos y poder adquisitivo para los trabajadores, vistas las crisis energética y económica que tenemos a la vuelta de la esquina y la radicalización del conflicto social al que nos va a llevar el Gobierno de extrema derecha que acaba de acceder al poder”.

This article has been translated from French by Patricia de la Cruz