¿Qué hacer con los residuos nucleares? La pregunta que divide a Francia

El pasado 15 de agosto, un militante antinuclear estuvo a punto de perder el ojo en una manifestación convocada en Bure, al este de Francia. Un mes más tarde, en ese mismo municipio, la policía registraba los hogares de residencia de los militantes, entre ellos la emblemática Casa de la resistencia a la basura nuclear, donde se concentra la lucha.

Desde hace unos meses, el diminuto pueblo de Bure, en la Meuse, cristaliza la contienda antinuclear en Francia. En 1998 esta localidad fue elegida para acoger el centro de almacenamiento geológico Centre industriel de stockage géologique (Cigéo), donde deberán enterrarse progresivamente los 85.000 m³ de residuos altamente radiactivos de larga duración, a 500 metros de profundidad, a través de operaciones que deberían durar siglo y medio.

La Agencia Nacional para la Gestión de Desechos Radiactivos (ANDRA, según sus siglas en francés), que gestiona el proyecto, debería presentar en 2019 la solicitud de autorización para su construcción al Instituto de Radioprotección de la Seguridad Nuclear (IRSN). La solicitud ha sido retrasada en varias ocasiones debido a reveses jurídicos y técnicos, lo cual podría explicar la escalada de tensiones con los militantes anti-Cigéo.

La población de Bure acaba de denunciar a través de una carta abierta “una estrategia de tensión y asfixia sistemática que el Estado ha puesto en marcha desde hace meses (…) con la pretensión de desgastarnos, de aislarnos, como animales acosados”.

Cuanto más se acerca el proyecto a su fase final, más se radicalizan sus oponentes y más aprieta el aparato represivo el cerco contra las fuerzas antinucleares.

Enterrar, la solución que no seduce

Los 54 reactores nucleares que posee Francia convierten al país europeo en el segundo mayor productor de energía nuclear del mundo, después de Estados Unidos. Produce entre 12.000 m³ y 15.000 m³ de residuos radioactivos al año. Aquí se incluyen los residuos radiactivos de baja intensidad y vida corta y los residuos más tóxicos de larga duración.

“Aunque el lobby de la energía atómica la presenta como un ’ciclo virtuoso’, la industria del uranio esconde en realidad una cadena de combustible sucio, contaminante y no controlado desde la mina hasta los residuos”, denuncia la red antinuclear Sortir du nucléaire.

Para deshacerse de los residuos nucleares, Francia procedía antes a su inmersión en el Océano Atlántico. Hoy su enterramiento es “la única opción de gestión”, afirma Matthieu Denis-Vienot, responsable de Diálogo Institucional de ANDRA, en una entrevista con Equal Times.

Esta agencia fue encargada en 1979 de responder a la insoluble cuestión de la gestión de los residuos que no pueden ser destruidos por ningún procedimiento químico o mecanismo conocido y que son extremadamente tóxicos.

“Técnicamente somos capaces de guardar estos residuos para que no sean nocivos para el ser humano y el medio ambiente, ni objeto de malas intenciones” asegura. “Damos prioridad a confinar estos residuos porque queremos actuar con responsabilidad y no dejar ese peso a las generaciones futuras”.

Sin embargo, esta opción —consagrada en la legislación francesa desde 1991 y aconsejada por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA)— dista mucho de satisfacer a algunos investigadores.

“Arrojar estos residuos al mar o enterrarlos bajo tierra se basa en el mismo principio: deshacerme de los residuos para olvidarlos, porque no sé qué hacer con ellos”, afirma Jean-Marie Brom, físico e investigador del CNRS. “Como científico puedo decirles que el enterramiento es la única solución, pero dista mucho de ser la mejor”.

A lo que ANDRA replica: “Estoy de acuerdo en que se diga que es una herejía, pero ya que tenemos los residuos, ¿qué hacemos con ellos?”.

Este es el argumento último que ANDRA lanza a los anti-Cigéo. Los residuos que van a enterrarse en Bure son los generados en los 43 años de producción de energía nuclear.

Por el momento se encuentran depositados en el centro de almacenamiento y reprocesado de la Manche, en La Hague, vitrificados en contenedores. Una precaución que prevalece, ya que estos residuos suponen sólo el 4% de la totalidad de los residuos producidos, pero representan el 90% y 9% de la radioactividad emitida. Además, son los que tienen una duración más larga. Para que el plutonio pierda la mitad de su radioactividad tienen que transcurrir 24.440 años.

El 96% de los residuos restantes, que no representa más que el 1% de la radioactividad, están almacenados en superficie, principalmente en otros dos centros de almacenamiento situados a unas decenas de kilómetros de Bure.

Una realidad que hace reaccionar a los activistas antinucleares: “Es demasiado peligroso. Por una parte, significa que durante cien años dos convoyes radiactivos atravesarán Francia, cada día, para venir a Bure. Por otro lado, no está garantizada la seguridad de este lugar, dada la larga duración de la vida de estos residuos. ¿Qué sucederá si, un día, estos 200.000 ’paquetes’ salen a la superficie mientras son aún radioactivos?”, se pregunta Jean-Marc Fleury, presidente de Eodra, un colectivo de representantes elegidos de la región del Gran Este, que se opone al proyecto Cigéo.

ANDRA replica que los geólogos han estudiado la arcilla del subsuelo y comprobado su estabilidad en el tiempo.

En su informe de julio, el IRSN ha advertido que hay ciertos riesgos, sobre todo de incendio, y ha considerado que el almacenamiento de residuos “no consta de las garantías de seguridad suficientes” incluso si el proyecto ha adquirido “una madurez técnica satisfactoria”.

Los militantes antinucleares blanden los ejemplos del centro de almacenamiento estadounidense WIPP, situado en Nuevo México, donde un incendio ha provocado un escape de gases radioactivos; y Asse, en la región de la Baja Sajonia, en Alemania, donde se deberán evacuar 126.000 barriles de residuos radioactivos de una antigua mina de sal carcomida por las filtraciones.

Ninguno de los países que encaran este problema ha encontrado soluciones definitivas y todos enfrentan las mismas críticas por parte de los militantes antinucleares.

El futuro del sector nuclear en juego

Pero la pregunta clave de los detractores de Cigéo es de carácter ético: “Como sabemos que la memoria colectiva es relativamente corta, podría suceder que dentro de mil años olviden que hay residuos radiactivos en Bure y atraviesen estas zonas con todos los riesgos que ello comporta”, explica el investigador Jean-Marie Brom. “¿Cómo decirles a las próximas generaciones que aquí hay residuos extremadamente peligrosos?”.

La cuestión adquiere una dimensión totalmente nueva si tomamos en cuenta los residuos que procederán del próximo desmantelamiento de los nuevos reactores. Sobre todo porque su volumen debería aumentar tras la ley sobre transición energética, que prevé una reducción de la energía nuclear, del 72% al 50%, en el mix energético francés, de aquí al año 2025.

Estos residuos derivados del desmantelamiento tambien deberán ser almacenados en alguna parte.

Pero el blanco de la lucha contra el proyecto Cigéo va más allá del reciclaje imposible de los residuos y apunta contra la energía nuclear en general. Teniendo presente que Alemania ha anunciado su voluntad de abandonar la energía nuclear en 2020 y que Italia ya lo ha hecho, Francia se erige como una excepción a ojos de los militantes.

“Lo que está en juego en Bure es la continuidad de la energía nuclear”, concluye Jean-Marc Fleury. “Si el Cigéo no se construye aquí, la energía nuclear se abandonará en los próximos diez años, porque un proyecto así jamás podrá llevarse a cabo en otro lugar, todo el mundo es consciente de ello. Por eso combatimos: si logramos impedirlo significará la muerte del sector. De todas formas, la energía nuclear es una industria sin futuro”.

Unos argumentos que no convencen a Matthieu Denis-Viennot, de ANDRA. “Tenemos que sacar al Cigéo del debate a favor o en contra de la energía nuclear. Aunque no hayamos elegido lanzar a Francia en manos de la energía nuclear, el hecho es que la electricidad procede hoy mayoritariamente de esa fuente. Dada la duración vertiginosa de la vida de estos residuos radiactivos, podemos seguir planteándonos la pregunta de si estamos legitimados para tomar tal o cual decisión, pero ello no debe resignarnos a permanecer en la indecisión”.

Hasta ahora, Nicolas Hulot, el nuevo ministro de Transición Ecológica, no ha tomado partido, aunque los colectivos anti-Cigéo le han recordado en varias ocasiones su antigua postura. En concreto esta foto de octubre de 2016 en la que posa, sonriente, con una pancarta contra el proyecto Cigéo.

Pero el nuevo ministro, que se ha quitado la chaqueta de militante ecologista, parece tener poca memoria y no está demostrando prisa alguna por frenar el proyecto.

This article has been translated from French.