¿Qué muestran las quiebras del Silicon Valley Bank y el Credit Suisse, trastornos o advertencia de que estamos inmersos en una crisis sistémica?

¿Qué muestran las quiebras del Silicon Valley Bank y el Credit Suisse, trastornos o advertencia de que estamos inmersos en una crisis sistémica?

Climate activists raise a boat during a protest ahead of the annual general meeting of Credit Suisse bank, in Zurich, on 4 April 2023, following the UBS takeover of Credit Suisse hastily arranged by the Swiss government on 19 March to prevent a financial meltdown.

(AFP/Fabrice Coffrini)

En las últimas semanas, la situación del sistema bancario mundial ha vuelto a ser noticia por una serie de quiebras y rescates que han tenido una gran repercusión. La quiebra a principios de marzo del banco Silicon Valley Bank (SVB), importante prestamista californiano de las empresas tecnológicas, es la mayor quiebra de una entidad bancaria en Estados Unidos desde la crisis financiera de 2008-2009, mientras que la absorción exprés del Credit Suisse por parte de su rival el UBS fue orquestada por el gobierno suizo para evitar un colapso del sistema bancario mundial.

Existe la creencia generalizada de que los bancos actúan como intermediarios entre las personas que ahorran dinero y las que lo quieren, ya sea para invertir o para consumir. También se cree que los beneficios de un banco equivalen a la diferencia entre la tasa de interés que paga a los depositantes (tasa pasiva) y la que cobra a los deudores (tasa activa).

Para otros, como el escritor y cómico estadounidense Mark Twain: “Un banquero es un tipo que te presta su paraguas cuando brilla el sol, pero quiere que se lo devuelvas en cuanto empieza a llover”. Sin embargo, no mucha gente entiende algunos de los aspectos fundamentales que configuran el sistema bancario ni cómo se relacionan con el empleo, los salarios y el crecimiento económico.

Los bancos reciben depósitos y están autorizados a prestar dinero al público, siempre y cuando retengan una parte de dichos depósitos, que se denominan reservas legales, en su propia caja fuerte o en el banco central (BC), dependiendo de las normativas locales. El importe restante se puede utilizar para conceder préstamos al público. Dichas reservas tienen como objetivo garantizar que los bancos dispongan de liquidez (efectivo) suficiente para hacer frente a sus obligaciones y evitar una concesión excesiva de préstamos, la cual podría provocar una inestabilidad financiera si todos los depósitos se retiraran al mismo tiempo de la entidad o si no se devolvieran los préstamos. Los depósitos menos las reservas son la llamada ‘capacidad de préstamo’ del banco. Sin embargo, no se puede calcular de manera estática. Se trata de un proceso dinámico que se repite una y otra vez, en función de la suma que el banco central determine que debe retenerse en concepto de reservas legales.

Los préstamos, que pueden destinarse al sector corporativo y las empresas o a los particulares para el consumo o la compra de bienes duraderos como automóviles y viviendas, adoptan la forma de nuevos depósitos en las cuentas corrientes de los prestatarios, de forma parecida a los nuevos depósitos. Por tanto, también es posible crear nuevos préstamos. Hay que pensar en este sistema como si fuera de doble contabilidad, en el que cada préstamo constituye automáticamente un nuevo depósito equivalente. Es como si el prestatario aportara dinero en efectivo a la entidad.

¿Cómo crean dinero los bancos y cuánto pueden prestar?

Las reservas legales son, entonces, la cantidad mínima de fondos que un banco está obligado a retener por orden de su banco central nacional en concepto de dinero disponible. El resto son los préstamos, que se pueden conceder tantas veces como sea necesario hasta que se agote la capacidad de préstamo. Dicha capacidad depende del porcentaje de las reservas legales. A modo de ejemplo: si las reservas legales son del 10%, esto significa que el banco puede conceder préstamos por 10 veces dicha cantidad, pero si son del 5%, este llamado ‘multiplicador monetario’ puede llegar a prestar 20 veces dicha suma y si fueran del 1% estaríamos hablando de la asombrosa cifra de 100 veces dicha cantidad. Por tanto, cuanto más bajas sean las reservas legales, más dinero puede crear un banco. Con estos datos podemos afirmar que los bancos no necesitan dinero para prestar dinero –o al menos, no necesitan demasiados depósitos para conceder préstamos–. Este hecho desmonta el supuesto de que los bancos son meros intermediarios para canalizar los ahorros de la gente hacia las personas que quieren invertir.

En el pasado, las cantidades que se retenían en las reservas solían ser bastante homogéneas en todo el sistema, pero desde que se introdujo la desregulación del sistema bancario a nivel mundial en las décadas de 1980 y 1990, estos requisitos se eliminaron. Como consecuencia, el sistema se ha vuelto más complejo. La crisis financiera mundial de 2008-2009 redujo considerablemente las reservas obligatorias, como una forma de inyectar liquidez al sistema.

En realidad, los bancos pueden prestar tanto como deseen. Como los requisitos legales son sumamente bajos en lo que respecta a las reservas, la principal restricción es la percepción de que ganarán dinero con dichos préstamos, rechazando los comportamientos de riesgo.

Los bancos pueden prestar el máximo que creen que se les devolverá, porque tienen la capacidad casi ilimitada de crear dinero.

Existen dos razones principales por las que un banco puede quebrar:

1. Malas inversiones o préstamos de dinero que no se devuelven.
2. La falta de confianza de los depositantes o la presión del público para que les devuelvan su dinero.

Por supuesto, el primer punto puede adoptar muchas formas, como unas malas inversiones en actividades que no resultan rentables, los préstamos de dinero a personas o empresas que no los devuelven y los malos avales para proteger el dinero prestado. Esto fue lo que ocurrió con las llamadas ‘hipotecas basura’, origen de la crisis financiera mundial de 2008-2009.

El punto dos es evidente y fruto de un período en el que la opinión pública tiene sentimientos contra el banco o bancos. Podría ser una falta de confianza sistémica en el sector o simplemente un único suceso excepcional.

Estas dos incidencias suelen estar relacionadas. Si no se reembolsan o devuelven los préstamos, los depositantes suelen reclamar rápidamente su dinero. Cuando empiezan a difundirse noticias sobre las malas inversiones de una entidad se produce un desenlace parecido.

En general, los bancos no se tienen que enfrentar al mismo problema que una empresa tradicional, que sería vender algo a un precio que no cubre los costes de producción. Los costes en el sector bancario están bastante controlados, pues están asegurados por las cuotas fijas y otras partidas que garantizan dichos ingresos. Incluso cuando pagan enormes sumas a los directivos y a otras personas, como se trata principalmente de acciones u opciones, los costos operativos están bajo control.

¿Qué está ocurriendo con las recientes quiebras bancarias?

La primera crisis fue la quiebra del Silicon Valley Bank, que supuso la segunda mayor quiebra de la historia financiera estadounidense. El SVB figuraba entre los 20 mayores bancos de EEUU y tenía activos por un valor de 209.000 millones de dólares, pero su deterioro fue tan rápido que en menos de 48 horas los reguladores tuvieron que intervenir para evitar el contagio. El banco se hundió cuando los clientes empezaron a retirar sus depósitos y el SVB no pudo pagarles. Algo parecido le ocurrió a Bear Sterns, la primera quiebra bancaria que desencadenó la crisis financiera mundial de 2008.

En Europa, la quiebra del Credit Suisse demuestra cómo puede hundirse una institución con 167 años de antigüedad y cómo los gobiernos pueden actuar con rapidez para impedir que algo parecido ocurra en otros lugares.

Constituye un ejemplo contundente de la lógica subyacente del capitalismo: que un banco puede ser rescatado en cuestión de horas, pero durante la pandemia de covid-19 la mayoría de los gobiernos tardaron varios meses en decidirse a intervenir para apoyar a los trabajadores y los hogares.

Entonces, ¿en qué se parecen y en qué se diferencian los casos de estos dos bancos? Para empezar, ambos tuvieron que hacer frente a una retirada de depósitos por parte de sus clientes, es decir, a una falta de confianza en la salud de sus finanzas. Y la velocidad con la que la falta de confianza afecta a las cifras es mucho más rápida hoy en día, con la banca electrónica y las transferencias automáticas, sobre todo si se compara con la época en la que todas las transacciones tenía que llevarlas a cabo un empleado del banco.

Sin embargo, las diferencias también son considerables. El SVB recibía una gran cantidad de depósitos de las nuevas empresas emergentes de tecnología que crecieron durante la pandemia y las acciones de dichas empresas subieron. El banco hizo lo que hacen todos los bancos: retuvo una parte en concepto de reservas, concedió algunos préstamos e invirtió el resto en bonos a largo plazo del Tesoro de EEUU que prometían una buena rentabilidad, ya que el tipo de interés tenía un valor próximo al cero. Cuando la Reserva Federal subió el tipo de interés a más del 4,5%, el valor de los bonos se desplomó, ya que los nuevos ofrecían unos tipos de interés más altos.

A medida que subían los tipos de interés, el capital riesgo se iba apartando de las empresas emergentes arriesgadas. Y dichas empresas que en 2021 estaban desbordadas de dinero en efectivo, empezaron a sufrir pérdidas y a necesitar el dinero que habían depositado en el SVB para hacer frente a sus nóminas y a otros gastos. Sin embargo, el SVB no tenía suficiente liquidez, ya que la mayor parte estaba en bonos del Tesoro supuestamente libres de riesgo que tendría que vender con enormes pérdidas.

Lo que podemos aprender

Hay varias lecciones que podemos aprender de estos hechos:

1. Las subidas bruscas y repentinas de los tipos de interés no están exentas de costes para los bancos y la economía en general. Los tipos de interés no solo afectan al ‘precio del dinero’, sino también a algo más complejo que desencadena un efecto dominó y regresivo y que los reguladores financieros deberían tener en cuenta.
2. Conviene no perder de vista a los bancos que parecen ser sólidos porque han invertido en bonos soberanos de bajo riesgo, aunque sean del Tesoro de EEUU, del Banco Central Europeo o de otros gobiernos calificados con una triple A por las tres principales agencias de calificación.
3. Los bancos están dotados de una capacidad excesiva para crear dinero, lo que, a su vez, hace que la proporción entre los préstamos y los depósitos sea extremadamente alta. Además, en tiempos de crisis, como la de las hipotecas basura estadounidenses de 2008-2009, resulta más práctico salvar a los deudores, que son muchos más, que a los depositantes, que son menos y pueden ser pagados de manera más eficaz con los activos del banco.
4. A los bancos que son líderes con mecanismos relativamente desconocidos, como las criptomonedas, los NFT y las nuevas tecnologías, se les debería exigir unas reservas mayores.

¿Cómo han afectado estos acontecimientos al empleo y a los trabajadores?

En principio, estas recientes quiebras bancarias no parecen tener ninguna relación con el mercado laboral, aparte del empleo que generan los bancos implicados, pero la cuestión es que muchos de los préstamos que concedía el SVB financiaban las actividades de las empresas emergentes, que en general trataban especialmente bien a sus empleados y se dedicaban a la informática. Esta última la proporcionan multinacionales tecnológicas, como Microsoft, Amazon y Google, e implica a un gran número de trabajadores. Como era de esperar, el reciente anuncio de despidos por parte de estas empresas afectó a muchos puestos de trabajo.

El otro problema al que se enfrentarán estas empresas tecnológicas es que, con la caída en picado de los precios de sus acciones, se reduce su capacidad para obtener préstamos bancarios. Los bancos reciben acciones como aval de los préstamos y si el valor de dichas acciones disminuye, entonces los prestatarios tendrán que aumentar el aval (en cuyo caso no suelen aceptarse más acciones) o devolver los préstamos.

La conjunción entre el aumento de los tipos de interés y la quiebra de estos bancos en el último mes ha reducido la financiación de las actividades productivas, pues ahora son más caras, pero sobre todo porque los bancos se han vuelto mucho más conservadores y evitan riesgos, ya que la tasa de rendimiento de las empresas a las que financian tendría que ser mucho más elevada y las empresas con unas tasas de beneficios muy altas suelen ser arriesgadas, sospechosas o uno de los pocos monopolios empresariales.

En general, el principal costo operativo de las empresas, sobre todo de las pequeñas y medianas, son los salarios que pagan a los trabajadores, porque el resto se difiere (impuestos) o lo financian los proveedores (materiales e insumos), pero los salarios se tienen que pagar cada semana o cada mes. En las cuentas corrientes, los bancos proporcionan el efectivo necesario para satisfacer dichas necesidades.

Si desaparece la financiación, las expectativas de empleo del empresario tienen que reducirse. Y esto puede resultar difícil si la percepción general es que, desde el ámbito de la ecuación correspondiente a la demanda, los clientes se van a ver limitados por la falta de apoyo financiero debido a estas restricciones.

En pocas palabras, podría decirse que son los bancos los que validan –o no– las expectativas y los requisitos de empleo de los productores de bienes y servicios. Y entre todos los bancos, el banco central es el ‘empleador en última instancia’ o al menos el que tiene la última palabra sobre a cuántas personas hay que emplear. Aunque las crisis del SVB y el Credit Suisse parezcan hechos aislados, las causas están profundamente arraigadas en la lógica subyacente del capitalismo anteriormente mencionada, así como en la erosión de la capacidad reguladora de los gobiernos a la hora de defender el empleo como uno de los principales objetivos de la política monetaria –todo ello en nombre de la ‘independencia de los bancos centrales’ como el nuevo mantra que no paran de repetirnos–.