¿Queremos terminar con la esclavitud? Introduzcamos una renta básica incondicional

El pasado mes de mayo, afirmaba en un artículo para Al-Jazeera que el movimiento emergente anti-esclavitud corría el riesgo de convertirse en poco más que una hoja de parra para ocultar una injusticia político-económica estructural.

Sugería que a menos que se ataque de frente a la injusticia, se perderá la oportunidad de toda una generación para conseguir un mundo más justo, limitándose más bien a lograr que los consumidores y activistas “se sientan mejor por el hecho de sentirse mal”.

No tiene que ser así. Existe una alternativa, y empieza por defender una renta básica incondicional como auténtica estrategia contra la esclavitud.

Únicamente una renta básica universal eliminaría realmente la vulnerabilidad económica que subyace a la base de toda explotación laboral.

La esclavitud, al igual que la trata de personas y el trabajo forzoso, es esencialmente un fenómeno de mercado.

Aunque a menudo se considera que están fuera de las relaciones de mercado, la realidad es que los mercados crean tanto una oferta de trabajadores vulnerables como demanda de sus servicios.

Cuando una trabajadora se encuentra en una situación de explotación extrema, casi siempre es como resultado de su vulnerabilidad económica, que coincide con la demanda de servicios por parte de un empleador.

Esto ocurre porque, en las sociedades de mercado, la libertad de rechazar un empleo es la otra cara de la libertad de morirse de hambre a menos que se acepte uno cualquiera.

A menos que uno sea rico e independiente económicamente, tendrá que trabajar para vivir.

En el caso de los muy pobres, para quienes los márgenes suponen una cuestión de vida o muerte, el precio de decir no a un empleo por terrible que sea, resulta muchas veces demasiado elevado.

Es por ello que las políticas ‘favorables al mercado’ nunca serán suficientes para abolir la ‘esclavitud moderna’.

Las políticas favorables al mercado no alteran fundamentalmente el equilibrio de poder entre los económicamente débiles y los económicamente pudientes.

Dependen de la buena voluntad o de su aplicación eficaz, persuadiendo a los empleadores para que tengan un ‘comportamiento mejor’, a los consumidores para que compren de manera más ética, y a las fuerzas policiales para eliminar las manzanas podridas.

Pero estas políticas no hacen nada respecto a la coacción económica que hace que los más pobres y vulnerables caigan en manos de empleadores malévolos adeptos a evadir a las autoridades.

 

Renta básica

¿Así pues, qué puede hacerse? La única política que ofrece un auténtico potencial emancipador es la renta básica incondicional (RBI).

La RBI tiene un largo y respetado historial.

Thomas Paine defendió una versión de la renta básica en los inicios de la Revolución Americana, y actualmente cuenta con numerosos partidarios, desde Bertrand Russell a John Rawls.

La idea es tan simple como brillante: dar a todos los ciudadanos una cantidad de dinero que resulte suficiente como para garantizar su supervivencia, sin ningún tipo de condición.

Recibiría esa suma simplemente por ser ciudadano de un país. No conseguiría hacerse rico, pero en cualquier caso no pasaría hambre ni se vería obligado a aceptar un trabajo esclavista por carecer de otras alternativas.

La primera reacción de la gente frente a la RBI, a menudo, es preguntarse: “¿Pero esto es factible?” “¿No haría simplemente que todo el mundo deje de trabajar?” Son inquietudes comprensibles, pero también fuera de lugar.

Respecto a la factibilidad, hay dos puntos esenciales.

El primero es que la viabilidad económica de dicho método de redistribución de la riqueza ha quedado ya demostrado en principio en el Reino Unido. De hecho, el estado del bienestar opera del mismo modo, imponiendo una fiscalidad progresiva para distribuir la riqueza de manera más equitativa.

En segundo lugar, la RBI podría resultar considerablemente más barata y eficiente que cualquier otro sistema de protección social existente.

Actualmente, los Gobiernos en todo el mundo destinan miles de millones de dólares para aplicar políticas que no consiguen llegar a los más vulnerables.

En Occidente, las costosas prestaciones acordadas en función de los ingresos, dejan de lado a muchos de los que más lo necesitan, mientras que los Gobiernos subsidian salarios de pobreza y conceden exenciones fiscales a las empresas.

En el Sur Global, los subsidios agrícolas y de combustible muchas veces no consiguen el objetivo buscado dado que burócratas corruptos desvía los fondos para comprar influencias políticas.

En tales circunstancias, el costo de la distribución de una renta básica directamente a los ciudadanos se vería compensada por la reducción de otros programas menos eficaces, y la eliminación del peso muerto de los intermediarios políticos.

¿Pero seguirá trabajando la gente si recibe una RBI? Por supuesto que sí.

Muy pocos se darán por satisfechos con una simple subsistencia; prácticamente todo el mundo quiere mejorar al menos las vidas de sus hijos.

Ningún defensor de la renta básica pretende que se sitúe a un nivel tan elevado como para desalentar el trabajo. El objetivo sería más bien dar a las personas una auténtica libertad de decir “no” a las malas ofertas de empleos y “sí” a las buenas.

Recordemos que, en Occidente, es el sistema punitivo de la seguridad social justamente el que crea las trampas del desempleo.

Si en lugar de exenciones fiscales o subsidios las personas cobrasen una RBI, nadie se vería confrontado a la posibilidad de perder dinero por aceptar un puesto de trabajo.

 

Evidencia empírica

La RBI ofrece beneficios que van más allá de estos principios básicos, y por primera vez en la historia, ahora disponemos de evidencia empírica detallada de un país en desarrollo para demostrarlo.

UNICEF llevó a cabo recientemente un proyecto piloto con la Self-Employed Women’s Association (SEWA) en la India, para poner a prueba el RBI entre miles de aldeanos en el estado de Madhya Pradesh. Los resultados son impactantes.

En primera lugar, se registró un incremento de la actividad económica, con el surgimiento de nuevas empresas a pequeña escala, más trabajo realizado, y la adquisición de más equipo y ganado para la economía local.

En segundo lugar, aquellos que recibieron una RBI mostraron mejoras en la nutrición infantil, la asistencia de los niños a la escuela y su rendimiento, salud y cuidados sanitarios, sanidad y vivienda. Se registraron mayores beneficios para las mujeres que para los hombres (gracias al incremento de la autonomía financiera y social de las mujeres), también para las personas con discapacidades en comparación con los demás, y para los más pobres en relación con los más ricos.

Pero además hay una tercera dimensión que realmente debería hacer reaccionar al movimiento antiesclavista.

Se trata de la ‘dimensión emancipadora’. La seguridad económica que aporta la RBI no sólo aumentó la participación política de los pobres, sino que les aportó el tiempo y los recursos necesarios para representar sus intereses frente a los poderosos.

Además los liberó de las garras de los prestamistas. Tal como indica el profesor Guy Standing, autor del estudio de UNICEF:

“El dinero es un bien escaso en los pueblos de la India y esto hace que los precios aumenten. Los prestamistas y los arrendadores obligan a los aldeanos a aceptar situaciones de servidumbre por deudas y cobran intereses exorbitantes que las familias nunca conseguirían pagar”.

A menos, por supuesto, que se beneficien de una RBI, en cuyo caso dispondrían de la liquidez necesaria para mantener su libertad incluso en caso de crisis económica.

Si dudan del potencial transformador de este trabajo, basta con echar un vistazo a este vídeo de 12 minutos y es difícil no resultar motivados.

El movimiento antiesclavista contemporáneo se encuentra en una encrucijada histórica crítica.

En el contexto de la crisis económica mundial, los viejos modelos sociales están quedando obsoletos, pero siguen sin haberse creado otros nuevos.

En este vacío, hemos sido testigos de un incremento de serios casos de explotación laboral, conjuntamente con un activismo político y de los consumidores en respuesta.

A la vanguardia de esta respuesta encontramos a los abolicionistas modernos, y lo hacen con un poder discursivo inigualable.

Nadie que tenga un puesto en la mesa de negociación está a favor de la esclavitud: todo el mundo está en contra. Es por ello que el llamamiento de los abolicionistas para que se ponga fin a la ‘esclavitud moderna’ en el plazo de una generación no ha encontrado ninguna oposición.

Cuenta con aliados que van desde la élite empresarial mundial hasta el mismo Papa.

Más de 50.000 personas apoyan cada semana acciones de Walk Free, y en los últimos años hemos constatado una oleada de presiones para terminar con la extrema explotación.

¿Qué significa esto? Significa que los abolicionistas de hoy en día están a punto de disponer de una oportunidad que se presenta sólo una vez cada cien años.

Pueden ir a lo seguro y defender unas políticas favorables al mercado que –como mucho– eliminarán el problema de manera superficial.

O pueden ir a lo grande, ser realmente revolucionarios, y organizar un cambio global en dirección de la justicia social.

Seamos claros: la RBI no es simplemente la herramienta más eficaz para abolir la esclavitud moderna.

Es además una herramienta para lograr una justicia social radical, para cambiar por completo las reglas del juego a nivel económico, emancipándonos a todos de la vulnerabilidad económica.

Si los abolicionistas modernos tienen una misión histórica, es la de completar la tarea de sus predecesores: deben hacer que la libertad no sólo sea legal, sino además viable.

 

Este artículo se publicó por primera vez en OpenDemocracy’s Beyond Trafficking and Slavery.