Quiero ser como [la programadora] Ada Lovelace

Quiero ser como [la programadora] Ada Lovelace

Students at one of the robotics workshops given at the ARCE Academy in Madrid.

(Roberto Martín)

Irene era buena en matemáticas y la número uno jugando al LEGO. Antes de acabar la primaria ya sabía programar y construir circuitos electrónicos, por eso a nadie le extrañó que con 12 años diseñara su primer robot. Sin embargo, cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, ella solo era capaz de imaginarse como una futura psicóloga o como una profesora de escuela. Era “lo normal”.

Si todo hubiera seguido su curso, España habría perdido a una buena ingeniera y no se lo habría perdonado nunca.

“Yo vengo de esa generación en la que todas las niñas teníamos que ser princesas, en la que debíamos vestir con falda y hacer una carrera de letras. A muchos en mi familia les costó entender que yo quisiera hacer robótica”, cuenta hoy Irene Álvarez Caro, actual directora de la Asociación de Robótica de Competición Española (ARCE).

Ella acabó la universidad en 2014 y desde entonces su historia sigue siendo una excepción. Solo un 32% de los matriculados en todo el mundo en carreras de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (las denominadas carreras STEM –o CTIM, en español, si bien de uso menos corriente–) son mujeres. Y eso es un problema grave.

Todo indica que el trabajo del futuro será tecnológico o no será. Solo en Europa se prevé la creación de al menos un millón de empleos CTIM de aquí a 2020. La pregunta es evidente.

Si los robots empiezan a sustituirnos en muchos de los oficios actuales y estas profesiones tan masculinizadas se convierten en la única alternativa. ¿Qué pasará con las mujeres?, ¿qué lugar ocuparán ellas en esta cuarta revolución industrial?

Según el último informe PISA, “solo una de cada 20 niñas se imagina trabajando en el futuro en un área científica o tecnológica frente a cuatro de cada 20 niños”. No se trata de que a ellas no les gusten las ciencias, ni mucho menos que se les dé peor. El problema, como insiste Álvarez Caro, es que no se les da la oportunidad de intentarlo.

Las mujeres no son de letras, los hombres no son de ciencias

540.000 estudiantes de 72 países se presentaron en 2015 a la última edición de las pruebas PISA. Ese año los investigadores se centraron sobre todo en medir los conocimientos en ciencias.

Tal y como constató el informe, apenas se registraron diferencias por género en los resultados. Sin embargo, las niñas reconocían haber sufrido más ansiedad a la hora de hacer los ejercicios. ¿Se trata entonces de una habilidad innata que depende del género con el que se nace?

En absoluto.

“Las investigaciones sobre el desarrollo de la estructura cerebral, además de estudios neurocientíficos y hormonales muestran que la brecha de género en STEM no está relacionada con factores biológicos”, concluye el informe de la Unesco Descifrando el código: educación de niñas y mujeres en STEM.

Las verdaderas causas son otras: Los prejuicios, las normas sociales, las expectativas, el peso de “lo normal”. Siglos acostumbrados a pensar que hay trabajos para chicos y trabajos para chicas hasta que, a fuerza de repetirlo, ellas mismas se lo creen.

“Las niñas no se interesan por la ciencia porque no se espera de ellas que les interese. Y cuando lo hacen se enfrentan a la desconfianza de su entorno, de sus compañeros de clase, sus profesores o sus padres”, explica Cecilia Castaño, catedrática de Economía Aplicada y experta en género en el ámbito de las tecnologías de la información (TIC).

La culpa es de los estereotipos de género, es decir, ideas preconcebidas que nos dictan cómo hombres y mujeres deben comportarse. Según un artículo de la revista Science, niños y niñas los interiorizan ya a los seis años.

“A ellas se les pone un muñeco desde que nacen. De los niños, sin embargo, esperamos que descubran el mundo y les regalamos coches y aviones. Es una construcción social de la que todos participamos”, asegura Castaño.

Y esa construcción se perpetúa a medida que crecen. Como advierte el estudio de la OCDE El ABC de la igualdad de género en educación, la mayoría de las familias tienden a imaginar más fácilmente a un hijo ingeniero que a una hija experta en telecomunicaciones. Por eso, al final son ellas las que más desconfían de sí mismas, las que sufren ansiedad ante un problema matemático, las que a la hora de acceder a la universidad prefieren carreras relacionadas con la sanidad o la educación.

¿Por qué abandonan?

La trayectoria de las mujeres en las carreras CTIM incluye varios obstáculos. Si el primero de ellos es atreverse a intentarlo, el segundo es no desistir en el camino. Más del 70% de las adolescentes que inician una carrera tecnológica abandona sus estudios antes de terminar.

“Es verdad, muchas prefieren cambiar de licenciatura”, reconoce Álvarez Caro, “después de meterte en una carrera tan difícil duele mucho que no te valoren, que desconfíen de tus méritos. En mi caso tuve buenos compañeros, aunque uno llegó a decirme que mi título valía menos por ser mujer”.

Esta ingeniera habla de discriminación, pero también de casos de acoso sexual. Sí, también ocurre fuera de Hollywood.

“En general, en las universidades y luego en las empresas, el entorno es muy masculino y bastante hostil para las mujeres. Se espera que una ingeniera se comporte como un hombre. Si tiene hijos se le penaliza”, insiste la catedrática Castaño.

El resultado de todas estas barreras son miles de ausencias. Porque, aunque el número de ingenieras y científicas contratadas en Europa ha crecido un 11% desde 2008, ellas siguen representando solo el 2,8% de la fuerza laboral. Así lo indica el informe elaborado por la Comisión Europea She Figures 2015.

“Cuesta muchísimo encontrar mujeres programadoras”, admite Marta Tercero, CEO de la empresa española Worktoday App, en la que desarrollan una aplicación para encontrar trabajos por horas.

Según la directora de esta empresa tecnológica, la falta de mujeres CTIM tiene otra consecuencia.

“Se está generando una auténtica burbuja de salarios en el sector de la programación. Si solo acceden hombres a esos puestos, esto hará que siga aumentando la brecha salarial”.

Ella colabora como asesora en el proyecto Stem by Girls dirigido a fomentar la vocación CTIM entre las niñas. Por eso insiste en que solo hay una forma de evitar este futuro desigual. “Si empezamos a motivar a las niñas a los 18 años, vamos tarde. Hay que hacerlo desde la escuela, desde las propias familias”.

Educar sin estereotipos

La academia de Álvarez Caro bien podría contradecir todos los datos dichos hasta ahora. Hoy en su clase de robótica una abrumadora mayoría femenina (seis chicas y un chico) se desenvuelve con comodidad entre engranajes y piezas articuladas.

“Decir que los ingenieros solo pueden ser chicos es machista, las mujeres puede hacer lo mismo que los hombres”, defiende con rotundidad una de las alumnas. Tiene 9 años. Es la esperanza de una nueva generación que empieza a ganarle terreno a los estereotipos.

“Intento enseñar a mis alumnas que no tienen por qué sentirse bichos raros. Ayuda mucho el hecho de que yo sea mujer”, cuenta la directora de ARCE.

Precisamente esa es una de las recomendaciones de la Unesco para acabar con la brecha en las carreras STEM: que haya más profesoras de ciencia y tecnología, más referentes en los que ellas pueden verse reflejadas.

También propone incluir esos modelos femeninos en los propios libros de texto. Nombres como Ada Lovelace, la primera programadora; Margaret Hamilton, ingeniera de la NASA y responsable de que el Apollo 11 aterrizara en la luna, o Joan Clarke, matemática que consiguió junto a Alan Turing descifrar la máquina Enigma y con ello ayudar a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial.

“No podemos dar por sentado que la brecha de género se corregirá por sí sola con el simple reemplazo generacional”, insiste Castaño. Hacen falta, por tanto, medidas integrales que abarquen desde la educación, los medios de comunicación o la conciliación familiar. Solo así conseguiremos que los niños quieran ser como Steve Jobs, que las niñas quieran ser como Ada Lovelace.

“Lo que debemos hacer es trabajar más la igualdad. Cortar el machismo en todos los sectores en general. Mientras haya machismo seguirá habiendo más mujeres en carreras de letras y más hombres en carreras de ciencias”, añade Álvarez Caro. Y mientras eso siga así, seguiremos perdiendo talento.

Sin ellas no habríamos pisado la luna, ni habríamos vencido al nazismo. Tampoco habríamos descubierto el radio, ni sabríamos hoy lo que es un algoritmo informático. Con solo un 32% de mujeres en carreras técnicas es el momento de pensar cuántas ingenieras, informáticas, científicas y matemáticas se están perdiendo, pero también cuántas podemos ganar.

This article has been translated from Spanish.