Reacción lógica (de la juventud): antisistema

No sé cuántas veces me han preguntado “por qué la gente joven no se afilia”. Esperan que, en mí, joven sindicalista, se halle la explicación definitiva y la solución mágica sobre este asunto.

Nunca he rehusado contestar, aunque las respuestas han sido muy variadas (dependiendo del punto de partida). Si atendemos, por ejemplo, a cuestiones del mercado, parece lógico que, si la incorporación al mundo laboral se produce cada vez de manera más tardía, es normal que se retrase igualmente la afiliación a un sindicato. Además, en ese mercado laboral, hemos visto cómo se han potenciado los contratos de poca duración, los parciales; los mini empleos (minijobs) y la alta rotación para hacer que la gente no se identifique con su trabajo, logrando así que nadie luche por su puesto y no defiendan sus derechos.

Otra razón podría derivarse de las nuevas realidades del trabajo. Somos testigos, en primera persona, de un cambio en las relaciones laborales; este cambio está propiciado por una tecnología que avanza a un ritmo más rápido del que podemos digerir y eso trae consigo una serie de consecuencias que estamos padeciendo ya: esas permutaciones vertiginosas nos sobrepasan y las estructuras tradicionales de defensa (concretamente los sindicatos) de los intereses de la sociedad y de reequilibrio entre clases se ven (nos vemos) ahora lentas de reflejos.

Se pone como disculpa de dicha transformación la tecnología y las posibilidades que nos ofrece esta para aumentar, en última instancia, el individualismo y el aislamiento de los trabajadores (la tecnología que acompañó a la revolución industrial también trajo consigo nuevas formas de organizarse, el nacimiento del movimiento obrero y la lucha colectiva para avanzar en derechos). Esta nueva tecnología produce exactamente las tendencias contrarias en la clase trabajadora.

Como no podía ser de otra manera, las viejas organizaciones que daban respuesta a los movimientos de la revolución industrial y que basaban su lucha en la lucha colectiva no están posicionadas, por múltiples factores, para seguir haciendo su función en esta nueva etapa.

¿Será necesario un nuevo Karl Marx que, defendiendo los valores que diga encarnar –Marx se sentía de la clase trabajadora– nos descubra una nueva dialéctica?

La clase trabajadora… ¿es, como se nos hace creer, dueña de su trabajo?

Mal mayor lo encontramos en la filosofía del trabajo actual, que quiere conducir a la clase trabajadora a creerse dueña de su trabajo. Pero “dueña” no según la máxima pretensión de Marx (que expuso la idea de la clase obrera emancipada, dueña de su fuerza de trabajo), ¡ojalá!, sino “dueña” en un sentido neoliberal: sé tu propio jefe, desarrolla tu proyecto. Que nadie limite tu capacidad de trabajo e implicación, “nadie ha cambiado el mundo trabajando 40 horas semanales” (Elon Musk dixit).

Hemos dejado que este individualismo y competitividad se introduzca en la cabeza de cada uno de nosotros desde pequeñitos, de ahí ese desinterés por la defensa o el crecimiento colectivo.

Una de las causas que más determinan esa no afiliación o no militancia a un sindicato es el sistema fallido en el que nos encontramos. Las personas jóvenes han crecido en una gran crisis económica que se ha llevado todo por delante. Son conscientes de que, por primera vez en la historia, una generación, la suya, va a vivir peor que su predecesora, sin que el detonante haya sido un conflicto bélico. Y la pregunta es sencilla para esa generación (la nuestra, me incluyo): ¿Por qué sostenemos un sistema económico que lleva a la destrucción de nuestro planeta? ¿Por qué permitimos el beneficio desmesurado de unos pocos mientras todo lo demás se deteriora masivamente?

En definitiva, la gente joven no se afilia porque nos detecta (a los sindicatos) como parte del problema. Cada vez que ponemos un parche en este sistema quebrado que odian, perdemos credibilidad. Cada vez que intentamos trabajar por el equilibrio social, entramos en el juego de ellos (los neoliberales). Y entramos en su juego porque para que se mantenga este sistema, debe existir una contra fuerza que ejerza (o parezca que lo hace) presión y contingencia. Cada logro de la socialdemocracia está perfectamente medido. No ha habido victoria de la clase trabajadora en los últimos 60 años que se saliera del marco trazado previamente por el neoliberal. Al final somos su mal necesario, somos gatopardistas (un concepto –de la novela Il gatopardo– que resume la filosofía de que es preciso que algo cambie para que todo siga igual).

“Cosa distinta es cómo se han alzado jóvenes de todo el mundo, con una idea tan sencilla como necesaria. Con una líder inusualmente particular (Greta Thusberg), y con un discurso realmente rompedor”, se ha dicho, y se ha añadido: “¡Qué necesario ese discurso! Ya era hora de que la juventud se despertara y, encima, lo ha hecho de una manera tan perfectamente ordenada y silenciosa”… No os creáis nada. Este movimiento, al igual que todos, ya está también perfectamente medido y neutralizado, más aún, ya tendrá su beneficio económico por contrapartida.

Detrás de esa idea de auto-organización de plataformas y estructura 100% horizontal se esconde una intención clara de desarticulación e intervención rápida sobre el movimiento.

Cuanto más anónimo el liderazgo, más fácil ser controlado. Debemos reivindicar las organizaciones estructuradas con líderes reconocibles y fiscalizables. Organizaciones que debemos reinventar para que sean realmente democráticas y transparentes, al servicio del interés común y no viciadas –como tenemos en la actualidad–. Solo de esa manera podrán aglutinar ese descontento general y a toda esa juventud antisistema que reclama un cambio, una juventud antisistema que –sin quererlo/percatarse– cada vez es más fácilmente manipulable.

En definitiva, solo nos queda una salida, romper con todo. Debemos romper con nuestro rol de parche infértil en un sistema quebrado. Debemos levantar la cabeza, hacer una lectura amplia del terreno y volver a ser ambiciosos. Nada de parches, nada de reinventar el mismo sistema una y otra vez. Toca partir de cero, construir el tipo de sociedad que queremos y comenzar a creernos la pieza fundamental que lo cambiará todo (esta vez) para que nada siga igual.

This article has been translated from Spanish.